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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

El Aliento de los Dioses (10 page)

Eso le dejó tiempo para pensar, lo que no era bueno. Sólo se permitió considerar lo que le estaba sucediendo. Su ansiedad regresó de inmediato.

«Los sinvida no son tan malos como en las historias —pensó, tratando de tranquilizarse—. Y los colores de la ciudad son mucho más agradables de lo que yo esperaba. Tal vez… tal vez el rey-dios no sea tan terrible como dice todo el mundo.»

—Ah, bien —dijo una voz—. Vamos bien de tiempo. Perfecto.

Era una voz de hombre. Siri abrió los ojos y se encontró con un anciano con túnica marrón de pie junto a la bañera, escribiendo algo en un libro de cuentas. Era calvo y tenía un rostro redondo y agradable. A su lado había un muchacho, con más papel y un frasquito de tinta para que el hombre humedeciera su pluma.

Siri gritó, sobresaltando a algunas de las criadas al provocar un súbito movimiento de agua al cubrirse con los brazos.

El hombre vaciló, agachando la cabeza.

—¿Algo va mal, Receptáculo?

—Me estoy bañando —replicó ella.

—En efecto. Ya lo veo.

—Bien, ¿pues por qué estás mirando?

Él ladeó la cabeza.

—Pero si soy un sirviente real, muy por debajo de tu estatus… —dijo, y entonces pareció recordar algo—. Ah, sí. Las sensibilidades de Idris. Me había olvidado. Señoras, por favor, salpiquen, hagan más burbujas en la bañera.

Las criadas obedecieron, creando abundante espuma en el agua jabonosa.

—Eso es —dijo el hombre, volviendo a su libro de cuentas—. Ya no puedo ver nada. Adelante, continuemos. ¡No estaría bien hacer esperar al rey-dios el día de su boda!

Reacia, Siri dejó que el baño continuara, aunque tuvo cuidado de mantener bajo el agua ciertas partes de su anatomía. Las mujeres trabajaron abnegadamente, frotando tan fuerte que Siri casi temió que fueran a despellejarla.

—Como bien puedes suponer —dijo el hombre—, vamos con un calendario muy justo. Hay mucho que hacer, y me gustaría que todo saliera como una seda.

Siri frunció el ceño.

—¿Y quién eres tú, exactamente?

Él la miró, haciendo que se agachara entre las pompas de jabón un poco más. Su pelo estaba más rojo brillante que nunca.

—Me llamo Havarseth, pero todo el mundo me llama Dedos Azules. —Alzó una mano y agitó los dedos, manchados de tinta azul de tanto escribir—. Soy el jefe de los escribas y mayordomo de Su Excelente Gracia Susebron, rey-dios de Hallandren. En términos más simples, dirijo a los sirvientes del palacio y superviso a todos los criados de la Corte de los Dioses. —Se detuvo y la miró—. También me aseguro de que todo el mundo cumpla los horarios y haga lo que tiene que hacer.

Algunas de las muchachas más jóvenes (vestidas de marrón, como las que bañaban a Siri) empezaron a traer cubos de agua a la bañera, y las mujeres las emplearon para enjuagarle el pelo. Siri se volvió para facilitarles la tarea, aunque trató de mantenerse ojo avizor con Dedos Azules y su criado.

—Bien —dijo Dedos Azules—. Los sastres de palacio trabajan a destajo en tus vestiduras. Teníamos un buen cálculo de tu talla, pero necesitábamos las medidas finales para completar el proceso. Tus atuendos deberán estar listos dentro de poco.

Las mujeres enjuagaron de nuevo la cabeza de Siri.

—Hay algunas cosas que tenemos que discutir —continuó Dedos Azules, su voz distorsionada por el agua en los oídos de Siri—. Supongo que te habrán enseñado el método adecuado de tratar a Su Majestad Inmortal.

Siri lo miró, y luego apartó la mirada. Probablemente lo habían hecho, pero no lo recordaba. Y, fuera como fuese, en ese momento no estaba para concentrarse.

—Ah —dijo Dedos Azules, leyendo aparentemente su expresión—. Bien, entonces esto podría ser… interesante. Permíteme hacerte algunas sugerencias.

La muchacha asintió.

—Primero, debes saber que la voluntad del rey-dios es ley. No necesita ningún motivo ni justificación para lo que hace. Tu vida, como la de todos, está en sus manos. Segundo, debes saber que el rey-dios no habla con gente como tú y como yo. No hablarás con él cuando acudas a verlo. ¿Entiendes?

Siri escupió un poco de agua jabonosa.

—¿Quieres decir que ni siquiera puedo hablar con mi esposo?

—Me temo que no —confirmó Dedos Azules—. Ninguno de nosotros puede.

—¿Entonces cómo juzga y gobierna? —preguntó ella frotándose los ojos.

—El Consejo de Dioses maneja las necesidades más mundanas del reino —explicó Dedos Azules—. El rey-dios está por encima del gobierno diario. Cuando le es necesario comunicarse, transmite sus juicios a sus sacerdotes, quienes entonces los revelan al mundo.

«Magnífico», pensó Siri.

—Es poco convencional que se te permita tocarlo —continuó Dedos Azules—. Engendrar a un hijo es una molestia necesaria para él. Nuestro trabajo es presentarte de la manera más agradable posible, y evitar, a toda costa, irritarlo.

«Austre, Dios de los Colores —pensó ella—. ¿Qué clase de criatura es esta?»

Dedos Azules la miró.

—Sé algo de tu temperamento, Receptáculo —dijo—. Naturalmente, hemos investigado a los hijos de la monarquía idriana. Permíteme ser un poco más directo de lo que preferiría. Si le hablas directamente al rey-dios, te mandará ejecutar. Al contrario que tu padre, no es un hombre paciente.

»No puedo recalcar lo suficiente este punto. Me doy cuenta de que estás acostumbrada a ser una persona muy importante. De hecho, lo sigues siendo… o quizá más que antes. Estás muy por encima de mí y de los demás. Sin embargo, por muy superior que seas a nosotros, el rey-dios está muy por encima de ti.

»Su Majestad Inmortal es… especial. Las doctrinas enseñan que la Tierra misma es poca cosa para él. Él consiguió trascender antes incluso de nacer, pero luego regresó para traer a su pueblo bendiciones y visiones. Se te concede una confianza especial. Por favor, no la traiciones… y, por favor, por favor, no provoques su ira. ¿Comprendes?

Siri asintió lentamente, sintiendo que su pelo se blanqueaba de nuevo. Trató de controlarse, pero el valor que pudo acumular le pareció vergonzante. No, no iba a poder digerir a esa criatura tan fácilmente como a los sinvida o los colores de la ciudad. Su reputación en Idris no era exagerada. Dentro de poco, él iba a tomar su cuerpo y hacer con él lo que deseara. Una parte de Siri sintió furia por eso, pero era la furia de la frustración. La furia que procedía de saber que algo horrible iba a suceder, y de ser incapaz de evitarlo.

Las criadas se apartaron, dejándola medio flotando en el agua jabonosa. Una de ellas miró a Dedos Azules e inclinó la cabeza con respeto.

—Ah, ¿hemos terminado? —preguntó él—. Excelente. Tus damas y tú sois muy eficaces, Jlan. Continuemos, pues.

—¿No pueden hablar? —preguntó Siri en voz baja.

—Pues claro que pueden. Pero son dedicadas siervas de Su Majestad Inmortal. Durante sus horas de servicio, su deber es ser tan útiles como sea posible sin resultar una distracción. Ahora, si proseguimos…

Siri continuó dentro del agua, incluso cuando las silenciosas mujeres trataron de sacarla. Dedos Azules se dio la vuelta con un suspiro, dándole la espalda. Extendió una mano e hizo volverse también al muchacho.

Siri permitió por fin que la sacaran de la bañera. Las mujeres mojadas la dejaron, dirigiéndose a una habitación lateral (probablemente para cambiarse), y otras la condujeron a una bañera más pequeña para enjuagarla. Se metió en el agua, mucho más fría que la anterior, y boqueó. Las mujeres le indicaron que se sumergiera. Ella dio un respingo pero lo hizo, y se enjuagó casi todo el jabón. Después de eso, había una tercera y última bañera. Mientras Siri se acercaba, tiritando, olió un fuerte aroma a flores que surgía de ella.

—¿Qué es esto? —preguntó.

—Un baño perfumado —dijo Dedos Azules, todavía de espaldas—. Si lo prefieres, puedo hacer que una de las masajistas del palacio te frote perfume por el cuerpo. Te aconsejo en contra de ello, sin embargo, dada la escasez de tiempo…

Siri se ruborizó al imaginar que alguien, varón o hembra frotara su cuerpo con perfume.

—Esto estará bien —dijo, metiéndose en el agua. Estaba tibia, y los olores florales eran tan intensos que tuvo que respirar por la boca.

Las mujeres indicaron hacia abajo, y, con un suspiro, Siri se sumergió bajo el agua perfumada. Después de eso, salió, y varias criadas se acercaron por fin con mullidas toallas. Empezaron a secarla, con un contacto tan delicado y suave como duro había sido el frote anterior. Esto se llevó parte del fuerte aroma, cosa que Siri agradeció. Otras mujeres se acercaron con una bata azul oscuro, y ella extendió los brazos para que se la pusieran y luego la cerraran.

—Puedes darte la vuelta —le dijo al mayordomo.

—Excelente —dijo Dedos Azules al girarse. Se dirigió hacia una puerta lateral y le hizo un gesto con la mano—. Ahora, deprisa. Todavía tenemos mucho que hacer.

Siri y las criadas lo siguieron, pasando de la habitación marrón a una que estaba decorada de amarillo brillante. Tenía más muebles, ninguna bañera, y un gran diván en el centro.

—Su Majestad no está asociado con un color único —dijo Dedos Azules, señalando los brillantes colores de la sala mientras las mujeres dirigían a Siri al sillón—. Representa todos los colores y cada uno de los Tonos Iridiscentes. Por tanto, cada habitación está decorada con un tono diferente.

Siri se sentó, y las mujeres empezaron a ocuparse de sus uñas. Otra trató de alisar las greñas de pelo producidas por el lavado a fondo. Siri frunció el ceño.

—Cortadlo —dijo.

Ellas vacilaron.

—¿Receptáculo? —preguntó una.

—Cortad el pelo.

Dedos Azules les dio permiso, y tras unos cuantos cortes gran parte de su pelo estaba amontonado en el suelo. Entonces Siri cerró los ojos y se concentró.

No estaba segura de cómo lo hacía. Los Mechones Reales habían sido siempre parte de su vida: alterarlos era para ella como mover cualquier músculo, aunque más difícil. En unos instantes, pudo hacer que el pelo creciera de nuevo.

Varias mujeres se quedaron boquiabiertas mientras el pelo brotaba de la cabeza de Siri y caía hasta sus hombros. Hacerlo crecer la hacía sentir hambre y cansancio, pero era mejor que dejar que las mujeres lucharan contra las greñas. Cuando terminó, abrió los ojos.

Dedos Azules la miraba con expresión inquisitiva, sosteniendo el libro.

—Esto es… fascinante —dijo—. Los Mechones Reales. Hemos esperado mucho tiempo a que vuelvan a agraciar este palacio, Receptáculo. ¿Puedes cambiar de color a voluntad?

—Sí —dijo Siri. «Algunas veces, al menos»—. ¿Es demasiado largo?

—El cabello largo es considerado un signo de belleza en Hallandren, mi señora. Sé que lo lleváis recogido en Idris, pero aquí el pelo suelto es del gusto de muchas mujeres, sobre todo las diosas.

Una parte de ella quiso mantener el pelo corto sólo por llevar la contraria, pero estaba empezando a darse cuenta de que semejante actitud podría hacer que la mataran. En cambio, cerró los ojos y volvió a concentrarse. El pelo le llegaba hasta los hombros, pero lo extendió durante varios minutos, haciéndolo crecer hasta la espalda, como antes.

Siri abrió los ojos.

—Precioso —susurró una de las criadas jóvenes, y al punto se ruborizó y continuó trabajando en las uñas de la muchacha.

—Muy bonito —reconoció Dedos Azules—. Te dejo aquí. Tengo que ocuparme de ciertos asuntos, pero regresaré en breve.

Siri asintió mientras se marchaba, y varias mujeres se acercaron y empezaron a aplicarle maquillaje. Lo sufrió con paciencia mientras otras criadas seguían con sus uñas y su pelo. No era así como había imaginado el día de su boda. El matrimonio siempre le había parecido algo lejano, algo que sólo sucedería después de que se hubiera elegido cónyuges para sus hermanos. De hecho cuando era muy joven, siempre había dicho que pretendía criar caballos en vez de casarse.

Había superado aquello, pero una parte de sí misma ansiaba esos tiempos más sencillos. No quería casarse. Aún no. Seguía sintiéndose una niña, aunque su cuerpo se hubiera convertido en uno de mujer. Quería jugar en las montañas y recoger flores y picar a su padre. Quería tiempo para saborear más la vida antes de verse obligada a las responsabilidades de engendrar hijos.

El destino le había arrebatado esa oportunidad. Ahora se enfrentaba a la perspectiva inminente de ir a la cama de un hombre. Un hombre que no le hablaría, y a quien no le importara quién era ella ni qué quería. Siri conocía los requerimientos físicos de lo que iba a suceder (agradecía a Mab la cocinera alguna charlas sinceras sobre ese tema), pero emocionalmente se sentía petrificada. Quería correr, esconderse, huir lo más lejos posible.

¿Se sentían así todas las mujeres, o sólo aquellas que eran lavadas, acicaladas y enviadas a satisfacer a una deidad con el poder de destruir naciones?

Dedos Azules regresó poco después, seguido por un hombre mayor con las ropas azules y plateadas que Siri empezaba a asociar con aquellos que servían al rey-dios.

«Pero… Dedos Azules viste de marrón —pensó frunciendo el ceño—.¿Porqué?»

—Ah, veo que mi cálculo del tiempo es perfecto —dijo Dedos Azules mientras las mujeres terminaban. Se retiraron a los lados de la habitación, las cabezas inclinadas.

Dedos Azules le hizo un gesto con la cabeza al hombre mayor.

—Receptáculo, éste es uno de los sanadores del palacio. Antes de que te lleven al rey-dios, tendrás que ser inspeccionada para determinar que eres doncella y asegurar que no padeces ciertas enfermedades. No es más que una formalidad, pero me temo que he de insistir en ello. En consideración a tu recato, no he traído al joven sanador a quien había asignado originalmente el trabajo. Supongo que un sanador más viejo te hará sentirte más cómoda.

Siri suspiró, pero asintió. Dedos Azules señaló una mesa acolchada en un lado de la habitación; entonces él y su joven criado se dieron media vuelta. Siri se abrió la bata y se dirigió a la mesa. Se tumbó para continuar lo que estaba resultando el día más embarazoso de su vida.

«Y sólo empeorará», pensó mientras el médico la examinaba.

Susebron, el rey-dios. Asombroso, terrible, santo, majestuoso. Había nacido muerto, pero retornó. ¿Qué le provocaba eso a un hombre? ¿Sería humano al menos, o un monstruo horrible de contemplar? Se decía que era eterno, pero obviamente su reinado terminaría tarde o temprano, o de otro modo no necesitará un heredero.

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