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Authors: J.R.R. Tolkien

Tags: #Fantasía

Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media (33 page)

Allí ella lo recibió de buen grado, pero él no dijo nada acerca de la boda, aunque todos pensaban que para eso había venido a las Tierras del Oeste. Con el paso de los días, Erendis observó que cuando estaban en compañía de gentes que hablaban y reían, Aldarion guardaba silencio; y si lo miraba de pronto, veía que él le clavaba los ojos. Entonces se le sobrecogió el corazón; porque los ojos azules de Aldarion le parecieron ahora grises y fríos, aunque con una especie de hambre en la mirada. Era una mirada que había visto antes, con demasiada frecuencia, y le dio miedo lo que parecía pronosticar; pero calló. Y Núneth, que había advertido todo lo que sucedía, se alegró; porque «las palabras pueden abrir heridas», como decía ella.

Al cabo de un tiempo, Aldarion y Erendis volvieron cabalgando a Armenelos, y a medida que se alejaban del mar, él se iba alegrando otra vez. Sin embargo, nada dijo a Erendis de aquello que lo perturbaba: porque en verdad estaba en guerra consigo mismo, y no sabía qué hacer.

Así avanzó el año, y Aldarion no decía nada, ni del mar ni de la boda; pero iba con frecuencia a Rómenna y pasaba el tiempo en compañía de los Aventureros. Por fin, cuando llegó el año siguiente, el Rey le pidió que lo visitara, y hubo paz entre ellos y ninguna nube empañó el afecto que se tenían.

—Hijo mío —dijo Tar-Meneldur—, ¿cuándo me darás la hija que desde hace tanto deseo? Más de tres años han pasado ya, y ése es tiempo más que suficiente. Me asombra que puedas soportar semejante demora.

Entonces Aldarion guardó silencio, pero finalmente dijo: —Me ha dado otra vez esa nostalgia, Atarinya. Dieciocho años son un ayuno muy largo. Apenas puedo estarme quieto en la cama, o sostenerme sobre un caballo, y el suelo duro me lastima los pies.

Entonces Meneldur se afligió, y compadeció a su hijo; pero no entendía por qué estaba perturbado, pues a él nunca le había gustado navegar, y le dijo:

—¡Ay! Pero estás comprometido. Y por las leyes de Númenor y el recto juicio de los Eldar y los Edain, un hombre no puede tener dos esposas. No puedes desposarte con la Mar, pues tu novia es Erendis.

Entonces a Aldarion se le endureció el corazón, porque esas palabras le recordaron su conversación con Erendis al pasar por Emerië; y pensó (aunque no era cierto) que ella había hablado con el Rey. Tal era siempre el temple de Aldarion; si creía que otros se unían para incitarlo a tomar cierto camino, en seguida se apartaba de ellos. Los herreros pueden forjar, y los jinetes cabalgar, y los mineros cavar, aunque estén casados —dijo—. ¿Por qué no han de poder navegar los marineros?

—Si los herreros se pasaran cinco años sobre el yunque, no habría muchas esposas de herreros—dijo el Rey—. Y no son muchas las esposas de los marineros, y soportan lo que deben, porque tal es la vida y la necesidad que ellas tienen. El Heredero del Rey no es marinero de oficio ni por necesidad.

—Hay otras necesidades además de la de ganarse el pan cotidiano —dijo Aldarion—. Y aún tengo muchos años por delante.

—No, no —dijo Meneldur—, das por descontada la gracia; Erendis tiene menos esperanzas que tú, y los años son más rápidos para ella. No pertenece a la línea de Elros; y ya hace mucho tiempo que viene amándote.

—Se mantuvo apartada casi doce años cuando yo sólo pensaba en ella —dijo Aldarion—. No pido un tercio de ese tiempo.

—Ella no estaba comprometida entonces —dijo Meneldur—. pero ahora ninguno de los dos es libre. Y si se mantuvo apartada, no dudo de que fuera por miedo a lo que ahora parece probable que ocurra, si no consigues dominarte. De algún modo llegaste a acallar ese miedo; y aunque no hayas hablado con claridad, estás sin embargo obligado, creo yo.

Entonces Aldarion dijo con enojo: —Sería mejor que yo mismo hablara con mi novia y no por interpósita persona. —Y dejó a su padre. No mucho después le habló a Erendis de su deseo de viajar otra vez por sobre las vastas aguas, y de que había perdido el sueño y el descanso. Pero ella se mantuvo sentada, pálida y en silencio. Por fin dijo: —Creí que veníais a hablar de nuestra boda.

—Lo haré —dijo Aldarion—. Será no bien regrese, si aguardáis. —Pero al ver dolor en la cara de Erendis, se sintió conmovido, y tuvo un pensamiento. —Será ahora —dijo—. Será antes de que este año acabe. Y entonces haré una nave como nunca se ha hecho, la casa de una Reina sobre las aguas. Y navegaréis conmigo, Erendis, por gracia de los Valar, de Yavanna y de Oromë, a quienes amáis; navegaréis a tierras donde os mostraré bosques como no habéis visto nunca, donde aun ahora cantan los Eldar; o florestas más extensas que Númenor, libres y salvajes desde el principio de los días, donde todavía puede escucharse el gran cuerno de Oromë, el Señor.

Pero Erendis lloró. —No, Aldarion —dijo—. Me alegro de que el mundo aún tenga cosas como esas de que habláis; pero yo nunca las veré. Porque no lo deseo: mi corazón pertenece a los bosques de Númenor. ¡Ay, ay!, si por amor a vos me embarcara, no volvería. Está más allá de mis fuerzas soportarlo; y si no viera la tierra, moriría. El Mar me odia; y ahora se venga de que os apartara de él, aunque yo huyera de vos. ¡Idos, mi señor! Pero tened piedad, y no tardéis tantos años como ya antes perdí.

Entonces Aldarion se sintió desconcertado; porque había hablado con su padre dominado por la cólera, y ella le hablaba ahora con amor. No se hizo a la mar ese año; pero no tuvo paz ni alegría. —Ella morirá si no ve la tierra —dijo—. Pronto moriré yo si la sigo viendo. Por tanto, si hemos de pasar algunos años juntos, es preciso que parta, y pronto. —Y se preparó para hacerse a la mar en primavera; y los Aventureros fueron los únicos que se pusieron contentos, entre los que estaban enterados. Se tripularon tres navíos, y zarparon de la desembocadura del Víressë. Erendis misma puso la rama verde de oiolairë en la proa del Palarran y ocultó sus lágrimas, hasta que la nave dejó atrás los nuevos rompeolas del puerto.

Seis años y más transcurrieron antes que Aldarion regresara a Númenor. Descubrió entonces que aún Almarian la Reina lo recibía fríamente, y que los Aventureros no eran estimados como antes; porque los hombres pensaban que Aldarion había tratado mal a Erendis. Pero en verdad había tardado más de lo que se había propuesto; porque había encontrado el puerto de Vinyalondë completamente en ruinas, y los mares desencadenados habían reducido a nada los trabajos de reparación. Los hombres de cerca de las costas estaban tomando miedo a los Númenóreanos, o se habían vuelto abiertamente hostiles; y Aldarion escuchó rumores de cierto señor de la Tierra Media que odiaba a los hombres de los barcos. Luego, cuando quiso volver, un gran viento se levantó del sur y fue arrastrado muy lejos hacia el norte. Se demoró un tiempo en Mithlond, pero cuando los barcos se hicieron a la mar, fueron arrastrados otra vez hacia el norte, a un a región solitaria de hielos peligrosos, y tuvieron frío. Por fin el mar y el viento cedieron, pero cuando Aldarion miró nostálgico desde la proa del Palarran y vio a los lejos el Meneltarma, vio también la rama verde y advirtió que se había marchitado. Se sintió consternado entonces, pues una rama de oiolairë nunca se marchitaba, mientras la bañara el rocío. —Se ha congelado, Capitán —dijo un marinero que se encontraba a su lado—. Ha hecho demasiado frío. Me alegra, por cierto, volver a ver el Pilar.

Cuando Aldarion buscó a Erendis, ella lo miró profundamente, pero no se le acercó; y él estuvo un rato de pie sin saber qué decir, cosa que nunca le ocurría. —Sentaos, mi señor —dijo Erendis—, y contadme primero todos vuestros hechos. ¡Mucho tenéis que haber visto en tan largos años!

Entonces Aldarion empezó a hablar, vacilando, y ella seguía sentada mientras él contaba la historia de sus pruebas y demoras; y cuando hubo acabado, ella dijo: —Agradezco a los Valar por cuya gracia habéis vuelto al fin. Pero también les agradezco no haber ido con vos; porque me habría marchitado más pronto que cualquier rama verde.

—Tu rama verde no se acercó voluntariamente al frío glacial —respondió él—. Pero rechazadme ahora, si queréis, y creo que nadie os culpará. Aunque ¿no hay esperanzas de que tu amor sea más resistente que la bella oiolairë?

—Por cierto que sí —dijo Erendis—. No se ha enfriado hasta encontrar la muerte, Aldarion. ¡Ay!, ¿cómo rechazaros cuando os veo retornar tan hermoso como el sol después del invierno?

—Pues que empiecen ahora la primavera y el verano —dijo él.

—Y que el invierno no vuelva —dijo Erendis.

Entonces, con gran alegría de Meneldur y Almarian, la boda del Heredero del Rey se proclamó para la primavera próxima; y se celebró puntualmente. En el año ochocientos setenta de la Segunda Edad, Aldarion y Erendis se casaron en Armenelos, y en todas las casas hubo música; y en las calles cantaban los hombres y las mujeres. Y después el Heredero del Rey y su novia cabalgaron con gran placer por toda la Isla, hasta que llegaron a Andúnië en pleno verano, y allí Valandil, Señor de Andúnië, preparó la última fiesta; y toda la gente de las Tierras del Oeste estaba allí reunida por amor a Erendis y por el orgullo de que la Reina de Númenor hubiera nacido entre ellos.

En la mañana antes de la fiesta, Aldarion miró por la ventana del dormitorio que daba al mar del oeste.

—¡Mira, Erendis! —exclamó—. Un barco que viene hacia el puerto a toda vela; y no es un barco de Númenor, sino de una especie que ni tú ni yo abordaremos nunca, aun cuando lo deseáramos. —Entonces miró Erendis y vio una alta nave blanca, envuelta en una nube de aves blancas que volaban al sol; y las velas resplandecían de plata, y la proa se acercaba a puerto abriendo un surco de espuma. Así acudían los Eldar a la boda de Erendis, por amor al pueblo de las Tierras del Oeste, a quienes tenían en particular amistad.
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El barco venía cargado de flores para adorno de la fiesta, de modo que cuando todos estuvieran allí reunidos, llegada la noche, se coronarían con el elanor
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y la dulce lissuin, cuya fragancia apacigua el corazón. Y también habían traído trovadores que recordaban los cantos de los Elfos y los Hombres en los días de Nargothrond y Gondolin, en tiempos lejanos; y muchos de los Eldar, altos y bellos, se sentaron entre los Hombres a la mesa. Pero las gentes de Andúnië que fueron a mirarlos dijeron que ninguno igualaba en belleza a Erendis; y dijeron que los ojos de Erendis eran tan brillantes como los ojos de Morwen Eledhwen de antaño‚
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o aun los de Avallónë.

Muchos regalos también trajeron los Eldar. A Aldarion, un árbol joven de corteza blanca como la nieve, y de tallo recto, fuerte y flexible como el acero; pero no tenía hojas todavía. —Os lo agradezco —dijo Aldarion a los Elfos—. La madera de un árbol semejante ha de ser preciosa en verdad.

—Quizá, no lo sabemos —dijeron ellos—. Nunca hemos cortado ninguno. Da hojas refrescantes en verano y flores en invierno. Es por eso que nosotros lo apreciamos.

A Erendis le habían traído un par de pájaros grises con picos y patas dorados. Cantaban dulcemente el uno para el otro con múltiples cadencias nunca repetidas en el largo trémolo de la canción; pero si se los separaba, volaban en seguida a encontrarse, y no cantaban si se los mantenía apartados.

—¿Cómo he de cuidarlos? —preguntó Erendis.

—Dejadlos volar en libertad —respondieron los Eldar—. Porque les hemos hablado y les hemos dicho vuestro nombre; y se quedarán allí donde esté vuestra casa. Se aparejan para toda la vida. Quizá así habrá muchos pájaros que canten en los jardines de vuestros hijos.

Esa noche Erendis despertó y una dulce fragancia entraba por la celosía entreabierta; pero la noche era clara, pues la luna llena se acercaba al oeste. Entonces, dejando el lecho, Erendis miró fuera y vio toda la tierra dormida en un baño de plata; pero los dos pájaros estaban allí, juntos, posados en el antepecho de la ventana.

Cuando los festejos acabaron, Aldarion y Erendis fueron por un tiempo a la casa de ella; y otra vez los pájaros volvieron a posarse en el antepecho de la ventana de Erendis. Por fin se despidieron de Beregar y Núneth, y volvieron cabalgando a Armenelos; porque allí deseaba el Rey que viviera el Heredero, y había una casa preparada para ellos en medio de un jardín de árboles. Allí plantaron el árbol de los Elfos, y en sus ramas cantaban los pájaros que ellos les regalaran.

Dos años más tarde Erendis concibió, y en la primavera del año siguiente dio a Aldarion una hija. Aun recién nacida era maravillosamente bella, y aumentó en belleza al crecer: la mujer más hermosa, según cuentan las historias de antaño, nunca nacida en la línea de Elros, salvo Ar-Zimraphel, la última. Cuando tuvieron que darle nombre, la llamaron Ancalimë. En el fondo, Erendis estaba complacida, porque pensaba: —Con seguridad Aldarion querrá ahora un hijo que lo herede; y se quedará conmigo mucho tiempo todavía. —Porque en secreto tenia aún miedo del Mar, y del poder que éste tenía sobre el corazón de Aldarion, y aunque se esforzaba por ocultarlo y no rehuía hablar con él de sus viejas aventuras y de sus esperanzas y designios, vigilaba celosamente si visitaba el albergue de los barcos, o si pasaba mucho tiempo en compañía de los Aventureros. Una vez le pidió Aldarion que subiera a bordo del Eämbar, pero al entrever fugazmente una expresión de reticencia en los ojos de ella, nunca mas volvió a pedírselo. No era infundado el temor de Erendis. Cuando hubo pasado cinco años en tierra, Aldarion empezó a ocuparse otra vez del Señorío de los Bosques, y a menudo se pasaba muchos días fuera de la casa. Había ahora en verdad madera suficiente en Númenor (sobre todo como consecuencia de la prudencia de Aldarion); pero como la población era ahora más numerosa, siempre se necesitaba madera para la carpintería y otros asuntos. Porque en aquellos días antiguos, aunque muchos tenían gran habilidad con la piedra y los metales (pues los Edain de antaño habían aprendido de los Noldor), a los Númenóreanos les encantaban los objetos hechos de madera, para utilizarlos en la vida cotidiana o por la belleza del trabajo. En ese tiempo, Aldarion volvió a pensar en el futuro plantando cada vez que había tala, e hizo crecer nuevos bosques en todos los sitios en que la tierra era apta para el crecimiento de árboles de diferentes especies. Fue entonces cuando se lo conoció más ampliamente como Aldarion, nombre por el que se lo recuerda entre los que tuvieron el cetro en Númenor. No obstante, a muchos, además de a Erendis, les parecía que no amaba demasiado a los árboles por sí mismos, y que los estimaba sobre todo por la madera que habría de servir a sus designios.

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