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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Cruzada (19 page)

El sendero hacia la cantera ascendía en dirección este hacia las montañas, siguiendo un pequeño cañón separado de Tehama por el límite más lejano del lago. Había árboles a ambos lados del camino, parte de los bosques que cubrían las laderas inferiores de las montañas de Tehama, hasta que la cuesta se volvía demasiado escarpada para que sobreviviera.

Era una cantera de impresionantes dimensiones, una olla casi circular a la que se accedía a través de un estrecho desfiladero al final del sendero. Tenía el ancho suficiente para permitir el paso de un carro. Había sido extendida sobrepasando sus dimensiones naturales y se veían hileras de piedras blancas a medio extraer dispersas por allí como consecuencia de los estragos del tiempo.

―Debéis de tener un gran respeto por la gente de Tehama ―dijo Ithien cuando nos encontramos en el centro de la cantera, mirando a nuestro alrededor―. Sabían bien lo que se hacían. Es una pena que decidiesen aliarse con Tuonetar. Como sea, ved si podéis encontrar pilas de rocas cortadas. Desplegaos por el terreno, buscad bajo los montículos y junto a la base de los cortes. Atho, tú quédate conmigo.

Mientras los demás se dispersaban siguiendo sus órdenes, me condujo hacia un espolón que sobresalía a un lado de la cantera, cerca de un par de enormes bloques que yacían sobre los restos de un carro de madera.

―Al parecer toda esta roca es del tipo de piedra indicado ―me explicó de manera que lo oyesen los que estaban cerca―. Necesito una estimación aproximada de su tamaño.

Luego bajó la voz cuando salimos del campo visual de Oailos.

―Disculpa esta charada, pero no pude hacer nada en el campamento, con todos esos sacri observándonos. Por no mencionar a esos espías que te he mencionado.

―¿Los guardias imperiales?

Asintió.

―Cada alto oficial lleva los suyos. El emperador los llama escoltas de honor y dice que aportan a la legión experiencias sobre las condiciones reales. En la práctica, están aquí para impedir que nadie salga del plan establecido.

―¿O sea que, al fin y al cabo, la vida bajo el dictado del emperador no te resulta tan cómoda? Dime, ¿lo que te disgusta son las atrocidades del Dominio o sencillamente que no gozas de libertad para moverte sin hacer caso de los demás?

Me agaché para clavar una estaca en el terreno y extraje de mi bolsa de supervisor un ovillo de hilo. No era el método más avanzado para realizar lo que Ithien me había pedido, pero a los esclavos no nos daban herramientas más sofisticadas.

―Tengo más posibilidades de libertad de las que nunca he tenido ―dijo con frialdad―. De haberlo querido, habría seguido a tu hermano en lugar de la Asamblea. Te aconsejo que dejes de desperdiciar mi tiempo, no podemos estar hablando aquí para siempre.

―¿Y entonces de qué quieres que hablemos? ¿Por qué Sevasteos y tú os comportáis de un modo tan estúpido con ese inquisidor? ¿Me dirás por fin qué es lo que está sucediendo aquí?

―No lo sé ―respondió categóricamente―. La Inquisición tiene planes para este lugar que no nos han revelado ni a Sevasteos ni a mí. Fuimos enviados aquí para realizar algunas reparaciones menores que permitirían el desarrollo del lago, pero resulta que hay mucho más en juego.

―¿Esperas que te crea? ¿El arquitecto imperial enviado aquí para trabajar en un proyecto tan patético como este?

―El arquitecto ha caído en desgracia. No ha sido despedido, pero sí aislado en Selerian Alastre hasta que los consejeros del emperador se dignen volver a llamarlo. Como castigo por algo que le dijo al exarca debe trabajar durante un tiempo bajo las órdenes del Dominio. Por eso está de tan mal humor cuando tiene cerca a Amonis.

Me pregunté cuánto habría de verdad en lo que me estaba contando. Era demasiado peligroso tomarse todo al pie de la letra, pero las mejores mentiras eran las más cercanas a la verdad, e Ithien era un político y lo sabía mejor que nadie.

―Amonis busca cualquier excusa para acusar a Sevasteos de herejía y tú sabes lo que eso significa. Por lo que respecta a Amonis, es inconcebible que Sevasteos se muestre tan desdeñoso hacia él y los haletitas.

Que Sevasteos detestase ser visto como un incompetente traicionero a por no requerir una inspección detallada no parecía habérsele ocurrido a Ithien.

Y en caso de que Sevasteos fuese arrestado e interrogado, todos los demás seríamos sometidos a interrogatorio. Era la práctica habitual: si se encontraba un traidor en Haleth, por ejemplo, todos sus esclavos eran torturados ante la posibilidad de que su testimonio pudiese proporcionar pistas sobre las actividades de aquél. La tortura, me habían dicho, era obligatoria (no había ningún modo de que se aceptase la palabra de un esclavo si no era bajo tormento) y la condena estaba prácticamente asegurada.

―Pero ¿qué podemos hacer contra Amonis? ―pregunté clavando una nueva estaca al alcanzar el punto donde el espolón giraba sobre sí mismo. Debía demarcar un rectángulo y un triángulo. Luego calcularía la altura. En mi bolsa había un ábaco, pero tenía los conocimientos suficientes para no necesitar para los cálculos más que espacio. Un oceanógrafo debía ser rápido con las operaciones, aunque mi dominio de las cifras más sencillas era a veces bastante inseguro.

―Para eso os necesito. ¿Puedo confiar en que valorarán su propio pellejo por encima de cualquier recompensa que crean que puedan obtener?

¿Estaba loco Ithien? ¿Un oficial imperial dependiendo de la protección de sus esclavos contra la Inquisición? El asunto me olía fatal.

―Creo que sí ―dije con cautela―. Pero ellos no confían en ti. Saben que has cambiado de bando y por eso no les resultas simpático.

―Muy mal.

―No te ayudarán si el riesgo es demasiado grande. ¿Qué es lo que quieres que hagan? ―Clavé otra estaca en un vértice del triángulo. Ahora estábamos a la vista de los demás e Ithien se sentó en una de las rocas como si analizase mis progresos.

―Nada que ponga en riesgo sus vidas. Sólo que estén de acuerdo con lo que pretendo hacer.

―¿Es decir...?

Hizo una pausa, aunque yo no estaba dispuesto a aceptar lo anterior por respuesta.

―Explícate o no te ayudaremos.

―Veo que recuperas con facilidad los viejos modales, Cathan ―comentó con una vaga sonrisa―. No me sorprendería que todo esto te haya endurecido, que estés menos dispuesto realizar lo que otros esperan de ti.

―Eso te incluye, Ithien ―añadí con ingenio. Había algo más, algo que no tenia intención de decirme―. Tampoco yo tengo tiempo para jueguecitos.

―Lo sé. Pero por ahora no tienes libertad, ni armas ni posibilidad de rescatar a Ravenna. Al menos con el mago mental merodeando por aquí.

―Quieres deshacerte del mago mental...

―Si puedo confiar luego en vosotros. ¿Ravenna y tú podríais encargaros de los guardias cuando haya quitado de en medio al mago mental?

―Ravenna no. Las cadenas que le han colocado bloquean su magia incluso sin la presencia del mago mental.

―¿Y puedes hacerlo tú, Cathan, o es imprescindible que ella sea liberada?

Le clavé la mirada mientras desenrollaba el ovillo de hilo y me alejaba ligeramente del sitio donde estaba él, siguiendo el contorno del espolón.

―Si empleo aquí mi magia, todos los magos de Qalathar podrán percibirla. La única vía de escape es a través de la costa y nos capturarían mucho antes de llegar allí.

―No estoy tan seguro de eso. El agua de la parte más profunda de la represa representa el extremo de una ensenada que se abre luego sobre la costa norte, unos cuarenta y ocho kilómetros al oeste de Tandaris.

Por eso me resultaba tan familiar. No debíamos de estar a más de veinte kilómetros de la casa donde Ravenna había estado prisionera y donde el emperador y Sarhaddon nos habían capturado una desafortunada noche cuatro años atrás. Pero Ithien no me decía mucho con esa información.

―Así que la ensenada conduce a la costa de la Perdición ―le recordé―, donde murió mi hermano. Es prácticamente imposible pilotar una manta con seguridad por esa zona y mucho menos una pequeña embarcación.

¿Y dónde pensaba encontrar una nave? No habría ninguna en aquel lugar.

―Sin embargo, tú llevaste una.

―Sí, una manta pequeña, diseñada para resistir en medio de una batalla.

Hizo un breve silencio.

―Hay una manta allí abajo en este mismo momento ―dijo por fin―. Eso es lo que fue a ver Amonis. Ha de ser una manta del Dominio.

―¿Y cómo lo sabes?

―Vi sus faros encendidos hace unos días y ayer distinguí claramente una de sus alas. La han anclado a mucha profundidad, pero el agua es muy transparente.

Así que eso eran las dos extrañas luces que había visto, las que en un primer momento había confundido con la cabaña de un pastor o alguna pequeña balsa. Sin embargo, no dejaba de ser extraño. Sólo gracias a la magia de mi hermano habían podido entrar las mantas cuatro años antes, y el Dominio no permitiría que ninguno de sus magos cautivos se aproximase a los controles de una manta. Lo que hacía tan letal la costa de la Perdición eran las corrientes y ni siquiera un mago del Agua era capaz de verlas. Mi hermano había empleado la fuerza bruta, magia más poderosa que la mía. Yo, en cambio, había dependido de mi experiencia oceanográfica.

―Todavía no me crees ―advirtió Ithien tras un instante, impaciente y evidentemente decepcionado ante mi falta de confianza.

―No me parece coherente que el Dominio haya traído aquí una manta. Y en cualquier caso, vives en otro planeta si piensas que tu plan tiene alguna posibilidad de éxito. ¿De verdad crees que seremos capaces de matar al mago mental, eliminar a todos los soldados y sacri, apoderarnos a continuación de esa manta, desarmar a quien sea que esté a bordo y abrirnos paso a través de la Costa de la Perdición sin que nos intercepte el condenado escuadrón imperial?

―¿Se te ocurre una idea mejor? ¿O prefieres dejar todo como está y perder otra vez a Ravenna, o ver cómo la torturan por tercera vez? No tienes elección.

―En ese caso, ¿para qué os necesitamos a ti y a Sevasteos? ―objeté―. Todo lo que acabas de describir podríamos hacerlo por nuestra cuenta.

―¿Crees que serías capaz de encargarte del mago mental, de tenderle una trampa que lo aleje de los demás lo suficiente para tener tiempo de matarlo y, aun entonces, detener a los demás?

Los últimos días habían sido ventosos, lo que bien podía (o no) indicar la proximidad de una tormenta. Por cuanto yo sabía, eso era habitual en esa zona. La de la meseta de Tehama hacía estragos en el clima alrededor de su base.

―Supongo que sería un poco más complicado, pero nos sentiríamos más cómodos si no tuviésemos que depender de ti.

―¿Y tan seguro estás de poder confiar en tus compañeros? ¿No hay entre ellos ningún delator, ningún individuo de lealtad dudosa? ―Ithien notó mi vacilación y aprovechó esa ventaja―. No ganaremos nada incitando una revuelta y luego volviéndonos en contra de vosotros ―prosiguió―. Sencillamente nos acusaríais a nosotros y ésa sería toda la prueba que precisarían los inquisidores. Cambié de bando para salvar a mi familia, porque nuestro adorado emperador Aetius no confía en la táctica de amenazar directamente a las personas de las que duda. En cambio, dirige sus dardos hacia nuestros seres más próximos: padres, hijos, amores. Quizá sea un matón haletita presuntuoso, pero es obvio que en algún sitio aprendió el valor de la sutileza.

Para ser honestos, no podíamos culpar a los haletitas de mucho más que la falta de escrúpulos que demostraba el emperador. Aetius era thetiano de nacimiento, poseía todos los rasgos menos atractivos de mi familia y al comienzo pareció haber salido de la nada. En principio, yo me había mostrado incrédulo al oír los rumores según los cuales Aetius era un sujeto bien conocido bajo otro nombre, una deformación del suyo propio. Sin embargo, a medida que transcurrían los meses se hacía cada vez más evidente que el emperador era quien decía ser. Por muy imposible que pareciese.

―Pero ahora...

―Mi padre murió hace unas semanas, era el único pariente cercano que me quedaba. Nos las arreglamos para mantener su muerte en secreto, para que el emperador crea que sólo está enfermo.

De pronto, el rostro de Ithien se cubrió de angustia reprimida. Su mirada era la de alguien a quien se le ha negado la posibilidad de llorar y cuya pérdida sólo podía ser más dolorosa si no podía admitirla.

―De manera ―concluyó― que tengo esa pequeña salida para escapar de él antes de que descubra otro modo de mantenerme cogido.

Rogué que Ithien no creyera lo que decía. Por lo que sabía, el emperador se vengaría sobre quien estuviese en el siguiente grado de parentesco. No era sorprendente que existieran tan pocos disidentes. Sólo eran libres de hacer algo los que, como Oailos, no tenían nada que perder.

―¿Puedo hablar con los demás? ―dije por fin―. Envía a Oailos para que me ayude con algo por si somos observados.

Asintió y empezó a alejarse, dejándome un par de minutos solo. Ithien tenía razón sobre cómo se vería comprometido si nosotros lo acusábamos de algo (incluso bajo tortura). De modo que, a menos que no fuese más que un elaborado plan para atraparme, también él corría un riesgo enorme.

Por otra parte, si no actuábamos, Ravenna seguiría siendo prisionera del mago mental. Al fin y al cabo, entre nosotros y la libertad sólo se interponía la vida del mago. No me gustaba reconocerlo, pero Ithien era el único que podía echarnos una mano con él.

―¿Necesitas ayuda? ―preguntó Oailos.

―No, pero haz como si así fuera. Ithien dice que desea ayudarnos.

Taneth, 12 Kal

Jurinia 2779

De Oltan Canadrath a Hamílcar Barca

Espero que cuando te llegue un carta te encuentres mejor que nunca y que tu estancia en Selerian Alastre no sea motivo de mucho sufrimiento. Lamento el largo tiempo que me ha llevado dar con tu paradero, pero, como es habitual, no puedo permitirme que mi correspondencia sea abierta y leída por el servicio de inteligencia thetiano. Tuve que esperar a que llegase un buque correo oficial y pagarle al capitán una importante suma de dinero para enviarla sin interferencias.>

Has escogido un buen momento para marcharte, ya que no ha sucedido nada en Taneth durante las pasadas cuatro semanas. Por cierto que hace calor, lo que me compensa por el dinero que debí gastar instalando en la mansión un sistema de ventilación generada por leños. He aprovechado la oportunidad para inspeccionar tu isla, como me habías pedido. El frescor del agua y la tranquilidad son un bendito alivio frente al calor infernal de la ciudad, y por fin he podido ver los edificios que has ordenado renovar. Las habitaciones son luminosas y amplias, y muchas tienen vistas al estrecho o a la ciudad. Sería conveniente que mantuvieses allí buena parte del servicio, para que resolviesen los aspectos prácticos. Ahora debo ir a visitar mi propia isla, pues si no la tuya tendrá mucho mejor aspecto que la mía.

El éxodo ha suscitado una corriente de rumores. Lord Ithobaal aprovechó la oportunidad para contraer matrimonio con aquella chica del sur del Archipiélago a la que perseguía cada vez que su madre estaba fuera de la ciudad. Lo cierto es que la madre de Ithobaal es una mujer atroz y espero que le dé un ataque de apoplejía cuando se entere. Ya sabes que ella tenía en mente concertar una alianza matrimonial con Manilas, pero no dudo que Ithobaal estará mejor con su flamante esposa. El nuevo lord Banitas es tan inútil como su padre y no parece haber heredado ninguna cualidad positiva. Me atrevo a aventurar que no pasarán seis meses antes de que su primo lo destituya, lo que será una grata liberación.

De todos modos, hay otra novedad más importante que me siento en la obligación de transmitirte, ya que te dirigías hacia el Archipiélago cuando terminaste tu batalla contra los inspectores aduaneros thetianos. Sarhaddon pasó por aquí ayer haciendo una escala de regreso a Tandaris. Lo acompañaba un número inusualmente grande de monjes venáticos. Sé por una fuente fidedigna (pues de otro modo no te molestaría con ello) que pronto empezará una nueva tanda de sermones.

Eso traerá problemas, en especial a las escuelas seculares (lo que no nos interesa demasiado) y al Instituto Oceanográfico (lo que nos afecta mucho más). Creo que tienen grandes planes en mente, y eso se traduce inevitablemente en una gran agitación. Es probable también que deseen desatar algún escándalo, por lo que te recomiendo advertir a tus contactos y hombres de confianza tan pronto como puedas.

Todavía no he sido capaz de descubrir por qué Sarhaddon detesta tanto el Instituto. Ya han pasado varios años desde la última vez que tuvimos noticias de Cathan o de Ravenna, y del mismo modo que nosotros nos hemos preocupado por sus vidas, Sarhaddon ha de haber sentido alivio por tenerlos fuera de su camino. Sin embargo, no he notado la menor señal de que atenuase su persecución y he oído rumores sobre hambrunas y falta de comida en algunas regiones. Quizá sea conveniente evaluar esas zonas con atención, ya que podrían constituir un buen mercado para alimentos procedentes de Equatoria o de Thetia, siempre y cuando podamos asumir los costos del transporte.

Más allá de eso, los asuntos de la familia Canadrath van viento en popa, igual que los de la familia Barca. Adjunto el informe mensual de Mardonius para tu inspección, aunque afirma que todo está como corresponde. Me atrevo a sugerir que uno de nosotros, o quizá ambos, debería exigir el pago del préstamo a la familia Setargon. Su prometida neutralidad en el Senado empieza a echarse de menos y cada vez muestran más su ambición de obtener un escaño en el Consejo de los Diez cuando se celebren las elecciones a mitad del año.

Elassel ha tenido éxito en su deseo de encontrar un intérprete de viola para su quinteto, y ya han ofrecido varios conciertos juntos. Tu casa está tan llena de músicos como siempre y, cuando Elassel organizó allí un recital el otro día para uno de sus amigos, jamás hubieses imaginado que esos sonidos vinieran de la mansión de una gran familia. Tu apoyo a sus actividades parece haberte proporcionado una enorme popularidad entre la población urbana, de manera que tienes al menos algo de lo que sentirte orgulloso cuando los otros lores se burlen de tu interés por las artes. Elassel ha acogido asimismo a varios músicos del Archipiélago que corrían el riesgo de ser arrestados, lo que supongo que te traerá otro pequeño dolor de cabeza. Pero vale la pena, teniendo en cuenta la música que interpretan, que da un poco de vida a la ciudad en plena época estival.

Te deseo, como siempre, suerte en todos tus asuntos,

OLTAN

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