Crítica de la Religión y del Estado (16 page)

Así, pues, algunas porciones de materias tras haber tomado fortuitamente ciertos cursos, y tras haberse abierto en sus cursos ciertos caminos, en la primera generación de cada especie de plantas y en la primera generación de cada especie de animales, y tras estar en las circunstancias en que se habían hallado determinadas a reunirse, a juntarse y a modificarse de tal o cual manera, se desprende que todas las veces que las partes de la materia se encuentran en parejas ocasiones y en parejas circunstancias, se hallan determinadas paralelamente a seguir las mismas rutas, como el agua de un arroyo que sigue su cauce o su canal: y siguiendo las mismas rutas, se hallan también determinadas a reunirse, a juntarse, a unirse, y a modificarse siempre de la misma manera, y por consiguiente también a producir regularmente los mismos efectos, ya sea en las plantas o en los animales de la especie que sean unos y otros. Y esto es justamente lo que hace que todo tipo de hierbas o de plantas, y que todo tipo de animales e incluso los hombres, engendren y produzcan ordinaria y regularmente a sus semejantes en especie, a no ser que se encuentren fortuitamente algunos obstáculos en el curso de las partes de la materia, que les impidan entonces modificarse como habrían debido hacer, o habrían hecho según su primera determinación; o a no ser que su número o su movimiento sea demasiado débil, y no sea suficiente para lograr una completa y perfecta modificación; o finalmente a no ser que su número sea demasiado grande, o que su movimiento sea demasiado rápido, demasiado violento y demasiado desigual, pues entonces sus producciones serían imperfectas y defectuosas, o serían monstruosas y deformes.

Que esto sea efectivamente así, se ve manifiestamente por un lado en todas las defectuosidades, y en todas las deformidades que se encuentran en las producciones naturales, pues es constante que todas estas defectuosidades y todas estas deformidades no vienen sino de las causas y razones que acabo de indicar. Y por otro lado esto se ve también en la materia que es la misma para la formación, para la producción y para la nutrición de todas las plantas y de todos los animales, sin exceptuar siquiera a los hombres, que son constituidos, producidos, nutridos y engendrados de la misma materia que todas las demás cosas, cuya materia no hace más que modificarse diversamente en toda clase de sujetos.

He aquí algunos ejemplos claros y naturales, e indiscutibles. La misma hierba por ejemplo o el mismo heno, la misma avena o el mismo grano que sirve de alimento a los caballos, a los bueyes y a las cabras..., etc., se transforma y modifica, en todos los caballos que lo comen, en la carne y sustancia de caballo, e incluso una parte de este alimento se transforma y modifica de tal modo en ciertas partes de sus cuerpos que puede servir, y sirve actualmente, de semilla para la generación y producción de varios otros caballos semejantes, porque todo lo que comen y les sirve de alimento, a través de la digestión que se hace en sus cuerpos, se halla determinado a transformarse y a modificarse así en su carne y sustancia, y no en otra cosa. [...]

Paralelamente, la materia del mismo pan y de la misma carne que los hombres, los monos, los perros, los pájaros, las ratas y ratones comen, se transforma y se modifica naturalmente en las ratas, en los ratones, y en los pájaros que la comen, en su carne y sustancia; en los perros, en los gatos y en todos los demás animales e insectos, indiferentemente de los que puedan ser, que la comen, ésta se transforma y se modifica indiferentemente en sus carnes y sustancias en todos aquellos que la comen, porque en cada uno de ellos se encuentra entonces determinada a transformarse y a modificarse así en su carne y sustancia y no en otra cosa. Evidentemente ocurre lo mismo en los hombres, el pan, la carne y todos los frutos que comen, así como todos los licores que beben, se transforman y se modifican, a través de la digestión que se hace en ellos, en su carne y sustancia, e incluso según lo que acabo de decir, una parte de su alimento se transforma y se modifica naturalmente en ciertas partes de sus cuerpos, en una semilla prolífera, que puede servir y que sirve actualmente todos los días para la generación y producción de varios otros hombres semejantes. Y todo esto se hace en ellos, como en todos los demás animales, porque, como he dicho, la materia se halla entonces en cada uno de ellos determinada a transformarse y a modificarse así en su carne y sustancia, e incluso en una semilla que sirve para producir otros semejantes; con tal de que, como he dicho también, no haya obstáculos que impidan a la materia seguir su primera determinación, y le obliguen a tomar otra, pues entonces no produciría el efecto que habría debido producir, y que habría producido; pero lo produciría de otro modo, o incluso produciría completamente otro según la nueva determinación que se habría visto obligada a tomar. [...]

Todo esto muestra evidentemente que todas estas producciones, y que todos estos cambios que se hacen regularmente en la naturaleza, sólo se hacen por el movimiento de la materia y mediante las diferentes configuraciones y modificaciones de su partes que ciertamente son todas causas necesarias y fortuitas, mezcladas juntamente, y que son todas causas ciegas y enteramente privadas de razón. Así pues, todas las obras y todas las producciones de la naturaleza se hacen necesariamente por causas necesarias y fortuitas, y por causas ciegas y enteramente privadas de razón, y de este modo ni estas obras ni estas producciones demuestran y prueban la existencia de una inteligencia soberana, ni por consiguiente la existencia de un Dios que las haya formado como las vemos.

[T. II (pp. 446-458) O. C. De la séptima prueba.]

LOS CARTESIANOS OBLIGADOS A RECONOCER QUE LAS OBRAS DE LA NATURALEZA SE HABRÍAN PODIDO FORMAR Y COLOCAR EN EL ESTADO EN QUE ESTÁN POR LA FUERZA DE LAS LEYES NATURALES DEL MOVIMIENTO DE LAS PARTES DE LA MATERIA

Siguiendo la doctrina de este autor que acabo de transcribir con bastante amplitud, y que es la de todos los cartesianos, los más sensatos y juiciosos de todos los filósofos deícolas, es claro y evidente que la formación de todo este universo y que la producción de todas las obras de la naturaleza, e incluso su orden, su disposición, su situación y todo lo que haya de más bello y más perfecto en ellas ha podido hacerse, como he dicho, mediante las únicas fuerzas de la naturaleza, es decir, por la única fuerza motriz de las mismas partes de la materia diversamente configuradas, diversamente combinadas, diversamente movidas, y diversamente modificadas, ligadas o adheridas, y unidas unas con otras. Pues todos estos filósofos, deícolas y cristícolas como son, no ven que sea necesaria ninguna otra cosa que ésta, ni por consiguiente ninguna inteligencia para producir todos los efectos de que acabo de hablar, puesto que dicen expresamente que Dios ha formado de una sola vez todas las cosas, tal como se habrían formado y dispuesto con el tiempo, según las vías más simples, y que las conserva también mediante las mismas leyes naturales; y puesto que dicen también expresamente que si Dios no las hubiera dispuesto de una vez como están, éstas se habrían dispuesto con el tiempo por la fuerza del movimiento. Y no sólo dicen que se habrían dispuesto así con el tiempo por la fuerza y por las leyes del movimiento, sino que además dicen formalmente, que si Dios las hubiera puesto en un orden diferente de aquel en que ellas se hubieran dispuesto por estas leyes del movimiento, todas las cosas se trastornarían y se pondrían por la fuerza de estas leyes en el orden que las vemos en el presente. Es pues manifiesto siguiendo esta doctrina de nuestros cartesianos más famosos, deícolas y cristícolas, que la producción, el orden y la disposición, tan admirable como se quiera, de todas las obras de la naturaleza, no demuestran ni prueban de ningún modo la existencia de una inteligencia soberanamente perfecta, y por consiguiente no pueden demostrar, ni probar la existencia de un Dios todopoderoso más que en la medida que fuera él quien hubiera creado la materia y le hubiera dado su movimiento.
Y por consiguiente deben reconocer también que la materia tiene por sí misma su movimiento, lo que, sin embargo, va contra su sentimiento.

He demostrado anteriormente que la materia no puede haber sido creada y que sólo ha podido tener por sí misma su movimiento y su existencia, así pues es preciso concluir que no hay nada en toda la naturaleza que pueda demostrar, ni que pueda probar la existencia de un Dios todopoderoso, e infinitamente perfecto, y por consiguiente es preciso decir que verdaderamente no existe, y que todas las obras de la naturaleza no se hacen, ni siguen haciéndose todos los días, más que por las únicas leyes naturales y ciegas del movimiento que se encuentra en las partes de la materia de que están compuestas.

Pero ¿cómo el autor de la
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ha podido decir que si Dios no hubiera dispuesto de una vez todas las cosas de la manera que se habrían dispuesto por sí mismas con el tiempo, todo el orden de las cosas se trastornaría, y que si las hubiera puesto en un orden diferente de aquél, en que se hallaran dispuestas por las leyes del movimiento, éstas se trastornarían todas, y se pondrían, por la fuerza de estas leyes, en el orden que las vemos en el presente? Pues este autor aquí se contradice, y se confunde manifiestamente él mismo, ya que al pretender que la materia no ha podido tener por sí misma ningún movimiento, y que todo el que tiene le viene necesariamente de Dios, primer autor del movimiento, no podía decir que algunas cosas se habrían dispuesto por sí mismas con el tiempo, ni que algunas cosas se trastornarían si Dios las hubiera puesto en un orden diferente de aquel en que éstas se hubieran colocado por las leyes del movimiento, tampoco podía decir que habría habido algunas leyes del movimiento distintas a las que Dios habría establecido, ni que estas leyes del movimiento habrían tenido la fuerza de colocar todas las cosas en el orden que las vemos en el presente. Pues es cierto y evidente que unas cosas no podrían disponerse por sí mismas en otro orden que aquel en que Dios las hubiera puesto, si no tuvieran por sí mismas ningún movimiento, e incluso si el movimiento que tuvieran por sí mismas no fuera más fuerte del que Dios hubiera querido darles. Después que este autor reconoce que todas las cosas podrían disponerse por sí mismas con el tiempo en el orden en que están, e incluso que si Dios las hubiera puesto en otro orden, éstas se habrían trastornado todas, y se habrían colocado por la fuerza de las leyes de su movimiento en el orden que las vemos en el presente, es pues necesario que reconozca también que la materia habría tenido por sí misma la fuerza de moverse, y que las leyes naturales de su movimiento habrían sido incluso más fuertes que las del movimiento que podrían haber recibido de Dios puesto que las leyes naturales de su movimiento habrían tenido la fuerza de trastornar todas las cosas, y disponerlas en otro estado que aquel en que Dios las habría puesto,

Así pues, es visible que este autor, pese a la juicioso que es, se contradice en esto, y pone de manifiesto contra su propio sentimiento que la materia tiene por sí misma su movimiento, por lo cual se halla, casi sin pensarlo, obligado a reconocer y a confesar la verdad que por lo demás trata de combatir. Ciertamente es la misma fuerza de la verdad la que hace esto; a pesar de que podría decirse en esta ocasión que la verdad combatida tendría lugar para glorificarse, vencer, y extraer su salvación de sus propios enemigos, y de aquellos que la odian, es decir, de aquellos incluso que la niegan y la combaten
(salutem ex inimicis nostris, et de manu omnium qui oderunt nos).
Lo que pone de manifiesto, como he dicho, que todas las obras de la naturaleza no se hacen en principio ni siguen haciéndose todos los días más que por las leyes naturales y ciegas del movimiento de las partes de la materia de que están compuestas, y, por consiguiente, que no hay nada en toda la naturaleza que demuestre ni que pruebe la existencia de un Dios todopoderoso e infinitamente perfecto, y es en vano que nuestros deícolas dicen que las cosas visibles de este mundo llevan en sí mismas el sello y el distintivo de una sabiduría toda divina.

[T. II (pp. 471-472) O. C. De la séptima prueba.]

DIFERENCIA EN LA FORMACIÓN DE LAS OBRAS DE LA NATURALEZA Y LAS OBRAS DEL ARTE

Aunque esta demostración sea clara y evidente, sin embargo, quizás lo parezca aún más, con la respuesta que vamos a dar a los ejemplos alegados anteriormente, de una bella casa, o de un bello cuadro, de un bello reloj, y de la composición o impresión de un hermoso libro ilustrado, que no pueden haber sido hechos como son, sin que algunos obreros hábiles e ingeniosos hayan intervenido. Reconozco que estas cosas alegadas como ejemplos efectivamente no pueden haberse hecho por sí solas, ni haber sido hechas por causas ciegas y privadas de razón. Reconozco que sería ridículo incluso decirlo o pensarlo. Pero que ocurra lo mismo con las obras de la naturaleza que con las obras del arte humano, y que las producciones de la naturaleza no puedan haber sido hechas más que mediante la inteligencia todopoderosa y soberana de un Ser infinitamente perfecto, niego absolutamente esta consecuencia; y la razón clara y evidente de esto es que hay una gran diferencia entre las obras de la naturaleza y las obras del arte, y por consiguiente entre las producciones de la naturaleza y las producciones del arte.

Las obras de la naturaleza se hacen con materiales que se forman, y se constituyen por sí mismos mediante el movimiento que les es propio y natural; se hacen con materiales que se reúnen, se ordenan, se juntan y se unen ellos mismos unos con otros, según los diversos encuentros y las diversas determinaciones en que se hallan, y, por consiguiente, pueden hacer y formar varias obras mediante sus conjuntos, sus diversas uniones, y sus diversas modificaciones. Pero las obras de arte sólo se hacen con materiales que no tienen por sí mismos ningún movimiento, y que, por consiguiente, no podrían formarse ni constituirse por sí solas, y que no podrían reunirse, ni ordenarse, ni juntarse y adherirse como hacen ellos mismos juntamente, y que, por consiguiente, no podrían hacer por sí mismos ninguna obra regular y bien hecha, como son una bella casa, un bello cuadro, un bello reloj o la impresión de un hermoso libro. Por ello, sería ridículo decir o pensar que unos caracteres de imprenta, así como la tinta y unas hojas de papel que no tienen ningún movimiento en sí mismas se hayan reunido, se hayan ordenado y adherido tan bien juntas que hayan hecho la composición e impresión de un libro. Esto, digo, sería ridículo decirlo y pensarlo. Paralelamente sería ridículo decir o pensar que las piedras y las maderas que componen una casa se hayan constituido, reunido, ordenado y juntado por sí solas para edificar una casa, puesto que todos estos materiales no tienen en sí mismos ningún movimiento. Ocurre lo mismo con un cuadro, un reloj, y toda otra clase de obras del arte; sería ridículo decir y pensar que se habrían hecho y formado ellas mismas, puesto que los materiales de que están hechas no tienen por sí mismos ningún movimiento. Habiendo, pues, tan gran diferencia entre las obras del arte y las obras de la naturaleza, no es sorprendente si unas se forman y se constituyen por sí solas, y otras no pueden hacer la misma cosa, puesto que los materiales que componen unas se hallan siempre por sí mismos en movimiento y en acción, y los materiales de las otras no lo están jamás a menos que se las ponga. Y no es menos sorprendente esto que ver cómo algunos cuerpos vivos se mueven y los cuerpos muertos no cambian de sitio. Sería asombroso ver de pronto a unos cuerpos muertos ponerse en movimiento, reunirse, y juntarse por sí mismos unos con otros, ora de una amanera, ora de otra. Igualmente asombroso sería ver unas piedras y unas piezas de madera que no tienen vida ni movimiento rodar por sí mismas unas tras otras, luego esculpirse y cortarse por sí solas, y después colocarse y ordenarse industriosamente unas sobre otras. Esto, digo, sería asombroso porque este tipo de cosas no tienen por sí mismas ningún movimiento, pero nadie se sorprende de que unos cuerpos vivos se muevan, ni que al moverse se aproximen o se alejen unos de otros, y cuando se aproximan, nadie se sorprende que se reúnan, que se junten y permanezcan temporalmente unos junto a otros, y que después se separen por sí mismos unos de otros; nadie se sorprende de esto, digo, porque es lo que de ordinario hacen los cuerpos que están en movimiento. Y así las más pequeñas partes de la materia que son los verdaderos materiales de los que Se hallan compuestas todas las obras de la naturaleza, al tener todas ellas por sí mismas la fuerza de moverse, e incluso de moverse en todos sentidos, como he demostrado anteriormente, es claro y evidente que mediante la diversidad de sus movimientos pueden combinarse, aliarse, juntarse, unirse y modificarse en infinitas clases de maneras, e incluso es imposible que no lo hagan sea de una manera o de otra, dada la multitud infinita de tales partes de la materia que se hallan en continuo movimiento. No hay que sorprenderse si efectivamente son muchas las que se juntan, se alían, se unen y se modifican de tantas maneras diferentes; y por consiguiente no hay que sorprenderse si éstas componen y producen por sí mismas tantas obras diferentes en la naturaleza, puesto que la producción de todas estas obras diferentes no es más que una consecuencia natural de su movimiento; y no hay que sorprenderse tampoco de que todas estas obras se hayan colocado y dispuesto por sí mismas en el orden y la situación en que están, puesto que las propias leyes del movimiento al ser ciegas, obligan a cada cosa a disponerse y colocarse en los lugares que les convienen, según la disposición y la constitución de su naturaleza.

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