Crítica de la Religión y del Estado (17 page)

Y lejos de que sea ridículo decir que las obras de la naturaleza hayan podido hacerse y disponerse por sí mismas como están, mediante la fuerza y mediante las leyes naturales del movimiento, es por el contrario ridículo por parte de nuestros deícolas negarlo, y establecer una comparación entre las obras de la naturaleza y las obras del arte. Es ridículo de su parte querer razonar en esto de unas y otras por un igual, puesto que hay una gran diferencia y una disparidad entre ellas. Por ello, tampoco los más sensatos de nuestros deícolas podrían dejar de reconocer ellos mismos la verdad de los principios sobre los que razono.

[...]

[T. II (pp. 458-471) O. C. De la séptima prueba.]

REFUTACIÓN DE LOS VANOS RAZONAMÍENTOS DE LOS DEÍCOLAS SOBRE LA PRETENDIDA ESPIRITUALIDAD E INMORTALIDAD DEL ALMA

A través de todos estos razonamientos es visible que la razón por la que los cartesianos no quieren reconocer que la materia sea capaz de pensar, querer, sentir, desear, amar u odiar... , etc., es porque imaginan que si el pensamiento y el conocimiento, el sentimiento y la voluntad, el amor y el odio, la (tristeza y la alegría, y toda otra clase de pasiones del alma no fueran más que modificaciones de la materia, éstas serían necesariamente cosas extensas en longitud, anchura y profundidad, al igual que la materia misma, que necesariamente serían cosas redondas o cuadradas, como ellos dicen, y que pondrían al igual que la materia misma dividirse, partirse o cortarse en varias partes semejantes o diferentes. Así pues, es claro y evidente que si la materia fuera capaz de pensar, querer, sentir, desear, amar u odiar, de tener alegría o tristeza..., etc., no se concluiría que este tipo de modificaciones de la materia fueran a causa de ello cosas extensas en longitud, anchura y profundidad, y, por consiguiente, tampoco |se concluiría que los pensamientos, los deseos y las voluntades o afectos del alma fueran cosas redondas o cuadradas, como ellos dicen, ni que pudieran al igual que la materia misma dividirse, partirse o cortarse en varias partes semejantes o dispares. Incluso es ridículo imaginarse que sucedería tal cosa. He aquí evidentemente la prueba. Es cierto y evidente que el movimiento, por ejemplo, es un modo o una modificación de la materia, así como podría serlo la extensión, luego es evidente también que el movimiento en sí mismo no es una cosa redonda, ni cuadrada, pues aunque pueda ir en redondo, en cuadrado o en oval, y en triángulo, no se dice por esto que el movimiento sea una cosa que pueda medirse a cántaros y a pintas, ni que pueda pesarse al peso o en la balanza, y tampoco es una cosa que se pueda partir o contar en pedazos y trozos; luego todas las modificaciones de la materia no son necesariamente cosas redondas o cuadradas, ni cosas que siempre puedan dividirse, partirse, o cortarse en cuartas partes.

Paralelamente la vida y la muerte, la belleza y la fealdad, la salud y la enfermedad, la fuerza y la debilidad de los cuerpos vivientes ciertamente sólo son modos o modificaciones de la materia al igual que la extensión. Así, pues, es constante y evidente que ni la vida, ni la muerte, ni la belleza, ni la fealdad, ni la fuerza, ni la debilidad, ni la salud, ni la enfermedad de los cuerpos vivientes son cosas extensas en longitud, anchura y profundidad, y tampoco son cosas redondas o cuadradas; no son cosas que puedan partirse o dividirse en piezas; no son cosas que puedan medirse al alna, o a la toesa, ni pesar al peso y en la balanza, aunque, sin embargo, sólo sean modificaciones de la materia. Así todas las modificaciones de la materia no son necesariamente siempre cosas redondas o cuadradas, y sería incluso ridículo decir por ello que la belleza y la fealdad, la fuerza y la debilidad, la salud y la enfermedad de los cuerpos vivientes, debieran ser cosas redondas o cuadradas, o que debieran poder partirse y dividirse en piezas bajo pretexto de que serían modificaciones de la materia.

Paralelamente los sonidos, los olores, los gustos, los sabores no son tampoco cosas redondas o cuadradas; sería ridículo decir que debieran ser cosas redondas o cuadradas bajo pretexto de que serían modificaciones de la materia, pues la virtud en los hombres no es otra cosa que una buena, una bella, honesta y loable manera de vivir, actuar y comportarse en la vida. Por el contrario, el vicio en los hombres no es tampoco más que una manera fea y reprochable de actuar y comportarse en la vida; todas las maneras de actuar y de comportarse en la vida, buenas o malas, se hallan en los hombres que están compuestos de materia, y por consiguiente no puede decirse que las virtudes y los vicios no sean modificaciones de la materia. Sin embargo, de allí no se deduce que las virtudes y los vicios sean cosas redondas o cuadradas, no se deduce tampoco que sean cosas que puedan dividirse, partirse o cortarse en piezas y trozos, como se cortaría la propia materia, y sería ridículo decir o incluso imaginar que tal cosa debiera desprenderse de tal principio. Así
a parí,
y tras semejante consecuencia, pese a que nuestros pensamientos y nuestros conocimientos, nuestros deseos y nuestras voluntades, nuestras sensaciones y nuestros afectos, nuestras amistades y nuestros odios, nuestros placeres y nuestros dolores, nuestras alegrías y nuestras tristezas, y, en una palabra, pese a que todos nuestros sentimientos y todas nuestras pasiones sólo fueran modificaciones de la materia no se concluiría que fueran ni debieran ser cosas redondas o cuadradas, ni que fueran por ello cosas que se debieran poder partir o cortar en piezas y trozos. Al contrario, sería ridículo por parte de nuestros cartesianos imaginarse que tal cosa debiera deducirse de ahí, y, en consecuencia, son ridículos en los razonamientos que hacen a este respecto.

Veamos la otra cara, si se quiere, de este razonamiento. La razón por la que los cartesianos no quieren reconocer que la materia sea capaz de pensar, sentir, desear, querer, amar u odiar..., etc., es que no pueden persuadirse de que un pensamiento, una voluntad, un deseo, un amor, un odio, una alegría, una tristeza ni otro afecto u otra pasión del alma sean modificaciones de la materia, porque no son, dicen, cosas extensas como la materia, ni son cosas redondas o cuadradas, ni son cosas que puedan dividirse, partirse o cortarse en piezas y trozos. Pero esta razón no impide que el pensamiento, la voluntad, el deseo, el amor, el odio, la alegría, la tristeza. y todos los demás afectos o pasiones del alma puedan ser modificaciones de la materia, luego, esta razón, no prueba nada para la pretendida espiritualidad del alma, como pretenden nuestros cartesianos; y son además tan ridículos al pretender demostrar la espiritualidad del alma como cuando pretenden demostrar la existencia de un Dios infinitamente perfecto mediante la idea que tienen de ella. Pues al igual que la idea que se tiene de una cosa no prueba de ningún modo que esta cosa sea como se la imagina, lo que se llama la espiritualidad de los pensamientos, de los deseos y de las voluntades, de los afectos y de las pasiones del alma que no son cosas extensas, que no son cosas redondas o cuadradas y que no pueden partirse ni cortarse en piezas y trozos, tampoco prueba que no sean modificaciones de la materia. Y la razón evidente de ello es que todas las modificaciones de la materia no deben tener actualmente todas las propiedades de la materia; incluso es imposible que las tengan todas. Lo propio de la materia es, por ejemplo, ser extensa en longitud, anchura y profundidad, pero de allí no se deduce que todas las modificaciones de la materia puedan o deban ser extensas en longitud, anchura y profundidad; incluso sería ridículo pretenderlo. Lo propio de la materia es poder tener toda clase de figuras, y toda clase de movimientos; sería incluso ridículo pretenderlo así. Lo propio de la materia es poder dividirse o cortarse a lo largo o a lo ancho y en todas direcciones, pero de allí no se deduce que todas las modificaciones de la materia puedan o deban ser capaces de ser divididas, partidas o cortadas a lo largo y a lo ancho, y en todas direcciones.

Sería incluso ridículo pretenderlo. Del mismo modo aun, lo propio de la materia es poder ser medida al pie, por ejemplo, o al alna, y a la toesa, como también ser medida al cuarto, o al cántaro y a la pinta. Pero de allí tampoco se deduce que todas las modificaciones de la materia puedan o deban ser capaces de ser medidas, al pie o al alna, y a la toesa, o poder ser medidas al cuarto, al cántaro, o a la pinta, y seguiría siendo ridículo pretenderlo así. Finalmente, lo propio de la materia es poder ser pesada al peso o en la balanza, pero no se concluye que toda materia ni que todas las modificaciones de la materia puedan o deban ser actualmente capaces de ser pesadas al peso o en la balanza, y sería también ridículo querer pretenderlo así.

Así pues es ridículo por parte de nuestros cartesianos pretender que nuestros pensamientos, nuestros razonamientos, nuestros conocimientos, nuestros deseos, nuestras voluntades, y que los sentimientos que tenemos de placer o dolor, de amor u odio, de alegría o tristeza..., etc., no sean modificaciones de la materia bajo pretexto de que este tipo de modificaciones de nuestra alma no son extensas en longitud, anchura, ni profundidad, y bajo pretexto de que no son redondas ni cuadradas, y que no pueden dividirse o cortarse en piezas y trozos. Es ridículo de su parte, digo, pretender esto, puesto que no es posible que todas las modificaciones de la materia tengan actualmente todas sus propiedades.

He aquí unos ejemplos que confirmarán este razonamiento. El movimiento, como he dicho, y el viento, por ejemplo, no son ciertamente más que modificaciones y agitaciones de la materia. Sin embargo, es constante que el movimiento y que el viento no son cosas redondas o cuadradas, ni de ninguna otra figura especial; no pueden medirse a cántaros y a pintas, ni a cuartos; no pueden pesarse al peso ni en la balanza. Luego, todas las modificaciones de la materia no siempre pueden tener todas las propiedades de la materia misma, ni una modificación de la materia tener además todas sus otras modificaciones. Paralelamente, es cierto, claro y evidente, que lo que nosotros llamamos la vida o la muerte, la belleza o la fealdad, la fuerza o la debilidad, la salud o la enfermedad, sólo son modificaciones de la materia, de la que el cuerpo está compuesto. Sin embargo, es constante que este tipo de cosas no son redondas ni cuadradas, ni de ninguna otra figura. No pueden partirse ni cortarse en cuartos como la materia; no pueden medirse al alna ni a la toesa, ni a cántaros y a pintas. No pueden pesarse al peso ni en la balanza, y sería ridículo hablar de un alna o de una toesa de vida, y de salud; sería ridículo hablar de un cántaro o de una pinta de belleza y de fuerza; sería ridículo hablar de una libra o de dos o tres libras de enfermedades, de fiebre o de pleuresía, al igual que de dos o tres libras de salud y de fuerza..., etc. Luego, todas las modificaciones de la materia no pueden tener actualmente todas las propiedades de la materia, y todas las modificaciones de la materia no pueden ser susceptibles de todas las otras modificaciones, y sería ridículo pensarlo.

Paralelamente, los vicios y las virtudes que vemos claramente en los hombres sólo son, como he dicho, modificaciones de la materia, porque las virtudes y los vicios sólo consisten en ciertas maneras buenas o malas de actuar, de vivir, conducirse y comportarse en la vida, que son ciertamente disposiciones o -maneras de actuar que atañen al cuerpo así como al alma o al espíritu, y, por consiguiente, que son tanto modificaciones del cuerpo como del espíritu. Sin embargo, es constante que las virtudes y los vicios de los hombres no son cosas redondas ni cuadradas ni de ninguna otra figura; no son cosas que puedan partirse, o cortarse en trozos, no son cosas que puedan medirse al alna ni a la toesa, no son cosas que puedan pesarse al peso, ni en la balanza, y sería ridículo preguntar si unos vicios o virtudes serían cosas redondas o cuadradas; sería ridículo preguntar si se podrían partir o cortar en piezas y trozos; sería ridículo pensar que se pudieran medir al ama o a la toesa, o que pudieran pesarse al peso o en la balanza. Luego es constante y evidente que todas las modificaciones de la materia no deben ser cosas redondas y cuadradas, y que no siempre deben ser cosas que puedan partirse o cortarse en piezas. Y, aunque no pueda decirse precisamente que cierto tal o cual movimiento en línea recta, oblicua, circular, espiral, parabólica o elíptica, como dicen nuestros cartesianos, haga un amor, un odio, un deseo, una alegría, una tristeza o algún otro afecto o pasión semejante del alma, no se concluye que este tipo de sentimientos y afectos del alma no sean modificaciones de la materia.

Finalmente lo que llamamos el ruido, el sonido, la luz, el olor, el sabor, el calor, el frío o incluso la fermentación, ciertamente no son por parte de las mismas cosas sino modos y modificaciones de la materia. Sin embargo, es visible que este tipo de cosas no son redondas ni cuadradas, ni de ninguna otra figura, y es visible que no podrían partirse ni cortarse en piezas y trozos, y, finalmente, es visible que no podrían medirse ni pesarse de ninguna otra manera; luego, una vez más, es constante, claro y evidente que todas las modificaciones de la materia no deben siempre tener actualmente todas las propiedades de la materia, ni deben ser siempre redondas y cuadradas, ni deben ser siempre divisibles con el cuchillo y el hacha, ni deben ser siempre mesurables al pie o a la toesa, ni pesables al peso o en la balanza; y por consiguiente es claro y evidente que nuestros cartesianos no tienen razón al decir que los pensamientos, los deseos, las voluntades y las sensaciones del alma no son modificaciones de la materia bajo el pretexto de que no son cosas redondas, ni cuadradas, ni de ninguna otra figura, y así su pretendida demostración de la espiritualidad del alma que ellos sostienen sobre este falso razonamiento es manifiestamente vano y ridículo.

De esta espiritualidad del alma, tan bien demostrada según su opinión, creen legítimamente extraer una consecuencia evidente para su inmortalidad. He aquí como razonan; lo que es espiritual no tiene extensión; lo que no tiene extensión, no tiene partes que puedan dividirse y separarse unas de otras, no puede corromperse. Pues los cuerpos sólo se corrompen y pueden corromperse mediante la división y separación de las partes. Lo que no puede corromperse no puede perecer, ni cesar de ser; lo que no puede perecer ni cesar de ser, permanece siempre en su mismo estado, y por consiguiente el alma al ser espiritual, siguiendo la pretendida demostración, no tiene extensión; al no tener extensión, no tiene partes que puedan dividirse ni separarse unas de otras, no puede corromperse; al no poder corromperse, siempre permanece en su mismo estado y por consiguiente encuentran así que es inmortal. He aquí cómo pretenden demostrar la espiritualidad y la inmortalidad de sus almas.

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