Read Crepúsculo en Oslo Online

Authors: Ann Holt

Tags: #Intriga, policíaca

Crepúsculo en Oslo (47 page)

—He saludado a tu marido en un par de ocasiones —dijo la escritora—. ¿Te importa que me siente aquí?

Inger Johanne no respondió. No se movió.

—Me llamo Wencke Bencke. Tenemos amigos comunes, de hecho. Aparte de tu marido, quiero decir.

Se sentó. Rozó con el brazo a Inger Johanne al acomodarse, con las piernas cruzadas en señal de seguridad. Balanceaba la punta del zapato sobre el pie.

—Una historia horrorosa —dijo, negando con la cabeza—, la de los asesinatos de los famosos. Yo fui testigo de todo el asunto. Quizás no recuerdes. Por lo demás, da la impresión de que las pobres víctimas están a punto de caer en el olvido, desgraciadamente. —Señaló con la cabeza a la pila de periódicos que había entre ellas—. Así son las cosas. Mientras no haya sospechas concretas, a los periódicos se les acaban las cosas que escribir. En estos casos…

De nuevo señaló los periódicos; Inger Johanne estaba tensa e inmóvil, ahora en la otra punta del banco.

—… parece que han fracasado. La policía, quiero decir. Raro. Por lo visto no hay pistas. Están en blanco, simple y llanamente.

Inger Johanne Vik por fin había conseguido dominarse. Intentó ponerse en pie al mismo tiempo que se aferraba al cochecito y a una bolsa con cosas del bebé.

—Espera —dijo Wencke Bencke amablemente, y la agarró del brazo—. ¿No podrías quedarte sentada? Sólo unos minutos. Tenemos tanto en común. Tengo tanto que contarte.

«Será la curiosidad lo que le hace quedarse sentada —se preguntó Wencke Bencke—. ¿O son las piernas, que no la obedecen?»

Inger Johanne estaba sentada en silencio, con la bolsa sobre el regazo y el brazo sobre su hija.

Wencke Bencke se recostó en el banco y volvió la cara hacia la mujer joven.

—¿En algún momento habéis sospechado de alguien aparte de mí? —preguntó, aún amable.

Y pensó: «No responde. No tiene ni idea de qué responder. Ya no tiene curiosidad. Tiene miedo. ¿Por qué no grita? ¿Qué podría gritar?».

—Verás —agregó—, es que he recibido esta carta.

Wencke Bencke se sacó una hoja de papel doblada del bolsillo trasero del pantalón. La desdobló y se la extendió sobre la rodilla.

—Me informan de que se han entregado extractos de mi cuenta en secreto —explicó—. Es del juzgado. Exactamente como prescribe la ley, con información sobre cómo he de proceder para presentar una queja porque tu marido metió la nariz en mis asuntos. —Levantó la carta un momento. Luego negó con la cabeza y se la volvió a meter en el bolsillo—. Pero no me voy a tomar la molestia. En realidad, mejor que ya desde el principio me hayan guardado las espaldas para posteriores acusaciones. El trabajo está hecho, se puede decir.

La risa era oscura e intentó conseguir que el pelo permaneciera detrás de su oreja.

—El viaje a Estocolmo tiene que haberos dado quebraderos de cabeza —dijo antes de volver a sacar la carta.

Se la puso sobre la palma derecha de la mano y apretó. Luego se levantó y bloqueó la salida del cochecito.

—Una cría preciosa —dijo, inclinándose sobre Ragnhild—. Va a tener un hoyuelo en la barbilla.

—Apártate. ¡Que te apartes!

Wencke Bencke dio un paso hacia atrás.

—Pero si no le voy a hacer ningún daño —dijo sonriendo—. ¡No voy a hacerle daño a nadie!

—Me tengo que ir —dijo Inger Johanne Vik, que se peleó con los frenos del cochecito—. No quiero hablar contigo.

—Por supuesto. No quiero imponerme. No era mi intención alterarte. Sólo quería hablar. Sobre nuestros intereses comunes y…

Los frenos se habían atascado. Inger Johanne arrastraba el cochecito por el sendero. Las ruedas de goma chillaban contra el asfalto. Ragnhild se despertó y rompió a llorar con desesperación. Wencke Bencke sonrió y se quitó las gafas de sol. Tenía los ojos ligeramente maquillados. Ahora parecían más grandes, y eran más oscuros.

«Nunca desaparecerá —pensó Inger Johanne—. Nunca va a desaparecer. No hasta que se muera. No antes de que yo consiga…»

—Por cierto, he terminado el libro —dijo Wencke Bencke, que seguía lentamente al cochecito—. Ha quedado bien. Te puedo mandar un ejemplar cuando salga de la imprenta.

Inger Johanne se paró de pronto y abrió la boca para pegar un chillido.

—Por Dios —dijo Wencke Bencke alzando las manos en un gesto para detenerla—. No hace falta que me des la dirección. Sé dónde vives.

Después se despidió con la cabeza, le dio la espalda y siguió por el sendero; hacia el sur.

* * *

N
ota de la autora

[1]
Este libro se abrió con una cita de Walter Benjamin. La cita se ha extraído del libro
Kjedsomhetens filosofi
(La filosofía del aburrimiento), de Lars Fr H Svendsen (Universitetsforlaget, 1999), un ensayo que ha resultado útil e inspirador para mi trabajo.

[2]
En la página 154 se cita una fuente que no se explícita «Y mueres tan lentamente que crees vivir» Debo informar de que se trata del poema que da título a la colección de poemas de Bertrand Besigye (Gyldendal, 1993)

Gracias a Alexander Efgurén por su incombustible entusiasmo.

Gracias a Randi Krogsveen por su inapreciable ayuda.

Este libro es para ti, Tme, como lo son todos mis libros.

Oslo, 18 de junio de 2004

ANNE HOLT

* * *

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