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Authors: Howard Mittelmark & Sandra Newman

Tags: #Ensayo, Humor

Cómo no escribir una novela (12 page)

En la vida real, las parejas se unen y se pelean por un millón de razones diferentes. Las causas de divorcio son tan distintas e interesantes como los cristales de un calidoscopio. Esfuérzate para que tu historia de amor tenga alguna posibilidad de ser interesante: las cosas que hacen juntos, sus bromas privadas. Dedicándole un poco de tiempo puedes describir una relación lo suficientemente singular para que a la gente le interese, y que el editor que está considerando tu novela no vea en ella el típico episodio de una serie casposa con escenas de matrimonios.

Y más que me merezco yo

Cuando ese novio tan desconsiderado cae más simpático que la protagonista

De repente Melinda rememoró todas las veces que Joe le había fallado. Se olvidó de recogerle la ropa en la tintorería, no se lo pasó bien en la fiesta de su oficina, se durmió nada más acabar de hacer el amor y no se le veía muy conforme a la hora de ayudar a su madre a hacer la declaración de renta: ¡y todo eso el día de su tercer aniversario! ¿Acaso tenía ella que recordárselo todo? ¿Y para qué le había comprado unas rosas rojas si a ella le gustaban las blancas? Después de todo eso, la verdad, no le daba ningún apuro haberse acostado la otra noche con aquel cantautor de ojos azules, Jesse, pensó Melinda, mientras tiraba por la ventana otro montón de ropa de Joe.

Y éste es el indigno novio de la protagonista, un vivo ejemplo de todos los defectos de los hombres. Y así lo verá todo el mundo, excepto algún lector cuerdo, en cuyo caso la suerte de Joe será para ellos un vivo ejemplo de todos los defectos de las creídas histéricas. El chico normalito al que una mujer mejor que él pone de patitas en la calle a menudo se gana las simpatías del lector. Los malos novios tienen que ser inequívocamente malos: han de emborracharse todas las noches, han de apostar el dinero de su novia a las carreras de caballos o han de decir que «esos vaqueros te hacen muy gorda». Y sobre todo han de ser los primeros en ser infieles, lo que la chica haga después de eso no cuenta.

Una protagonista puede dejar a un novio guapo pero pasmarote por un guapo desconocido con el que «todo es fácil», pero ha de hacerlo con remordimientos, ni con alegría ni con sentimiento de revancha.

La amable hija del carcelero

Cuando un amoroso personaje aparece de pronto para zurcir la trama

Inesperadamente, Joe se animó. Al final del frío y húmedo corredor vio a una chica de hermosas curvas. Debía de ser la hija del guardia de la prisión. ¿Qué otra chica podría andar por allí tras caer la noche, cuando todos los demás dormían? Ella se lo quedó mirando con aire culpable.

—Hola, bonita —dijo él.

—¿Habla conmigo? —dijo tras detenerse con un mohín de timidez.

Ambos rieron.

—Bueno, no estaba hablando con Jim el Zumbado, el psicópata que está en la celda de enfrente. Ahora está muy oportunamente dormido.

—¿Oportunamente? —susurró ella.

Por la forma en que ella ladeó la cabeza, Jim supo que la anilla con llaves que colgaba de sus macizas caderas —y la propia moza— pronto serían suyas.

Sacarse de la chistera una de estas afortunadas casualidades como solución a los problemas del protagonista es un truco muy habitual en las novelas de espías y de misterios, y que también se usa para animar los pasajes más plomos de la novelas experimentales (¿qué sería de Virginia Woolf sin sus escenas de La hija amable del carcelero?). Pero los escritores deben tomarse el trabajo de que ese personaje con el que va a haber una historia de amor aparezca unas páginas antes de lo que suele hacerlo la amable hija del carcelero y su irrefrenable amor (ya sea una amable cajera, un amable cirujano plástico o un amable maestro de artes marciales).

El enamorado ridículo

Cuando la protagonista se conforma con poco

Melinda observó sus chupadas mejillas, su arrugada camiseta de mister Spock, su dermatitis. Cogió su sudorosa mano entre las suyas y suspiró. En el pasado ella sólo había reparado en su tartamudez, en su torpeza, en su patológico miedo a las luciérnagas, en su risa nasal, en sus zapatos con alzas, en que era el monstruo deforme del circo, en su cuerpo. ¿Por qué no había sabido apreciar lo que había tenido delante todo ese tiempo? Todas esas noches que habían pasado hablando sobre sus problemas con Peter, él había estado suspirando por ella, comprendió ahora. Páncreas Jones siempre había sido su mejor amigo. ¿Podría ser algo más?

A los lectores les gusta que un aparente perdedor se lleve a la chica y pueden valorar que ese protagonista, pese a las apariencias, tenga una gran hondura de alma. Pero hay ciertos límites. El sapo debe transformarse en príncipe antes de la noche de bodas. Más sutil, pero igualmente patético es:

El último tango con Santa Claus

Cuando el atractivo sexual del chico brilla por su ausencia

Melinda observó el corpachón de Santa Claus, su vestido rojo brillante, su blanca barba. Cogió su regordeta mano entre las suyas y suspiró. Finalmente había dejado atrás las meras apariencias y había comprendido que Santa Claus, con su leal y generoso corazón, era su hombre ideal, no ese Blade de ojos azules y con unos abdominales esculpidos como una tableta de chocolate. Santa Claus siempre había sido su mejor amigo. ¿Podría ser algo más?

No. De ninguna manera. En ningún caso y sin importar las circunstancias. No puede.

El adorable personaje del mejor amigo quizás no es del todo desagradable, pero carece por completo de atractivo sexual. En muchas novelas en las que él es el que acaba consiguiendo a la chica al final de la historia, el novelista siempre procede a masculinizarlo de una forma más o menos sutil. Esto puede hacerse mediante ligeras pinceladas, como hacerle cambiar un sofá de sitio, poniéndose del lado de la heroína gallardamente en una discusión o sencillamente haciendo que vaya dejando caer comentarios inteligentes durante un partido de fútbol. Estos sutiles trucos pueden complementarse con una táctica más encubierta, como un corte de pelo más favorecedor y que la heroína gradualmente vaya cambiando sus sentimientos, es decir, mediante cosas que se pueden ir cocinando en el curso de varias escenas.

(Hasta hace poco la versión femenina de este personaje dejaba su trabajo, empezaba a mirar a los niños con anhelo y acababa entendiendo que ese chico siempre sabía qué era lo mejor para ella. En la versión más reciente de esta versión ella sólo tiene que perder cuarenta kilos y aprender a ver su belleza interior, esa que Raoul puede ver.)

En el ejemplo de Santa Claus, supongamos que Melinda empieza a conocer mejor a Santa Claus y descubre que era un antiguo boxeador que tuvo que competir en travesías por el Polo Norte tras algún triste incidente en el que un hombre resultó muerto. Su verdadero nombre es Rodolfo Casanova. Entonces, cuando su secreta pasión por ella empieza a surtir efecto, Santa Claus comienza a perder kilos y deja la bebida. Su elegante traje rojo es reemplazado por unos vaqueros hechos polvo y una vieja sudadera. Y justo antes de ese beso que le hará verlo todo claro a Melinda, Santa Claus se afeita la barba.

No es necesario convertir al mejor amigo en un recio semental. Pero sí debe ser atractivo en algunos aspectos, no sólo infundir confianza y seguridad. Ya tenemos bastantes relaciones de este tipo en la vida real.

El camino al cubo de la basura está empedrado de buenas intenciones

«Escribe de lo que realmente conozcas» no es el mejor consejo para un escritor. Pero nosotros hemos visto cuántos problemas surgen cuando los escritores se alejan demasiado en sus escritos de esos personajes que conocen.

Priscilla, la reina de los clichés

El mejor amigo homosexual es un personaje muy tradicional y de lo más conveniente. Los personajes gays suelen proporcionar el punto de vista masculino, la perspectiva femenina, un hombro sin ningún riesgo en el que llorar, un personaje principal de mente abierta y muy sofisticado. Sin embargo, la mayoría de ellos son ideales para plasmar diálogos afectados, inteligentes y maliciosos con una intención humorística. Por desgracia muchos escritores primerizos parecen pensar que después de dejar claro que ese personaje es homosexual los diálogos inteligentes vendrán solos. No van más allá de los meros juegos de palabras basados en el género gramatical de las palabras o de las críticas desdeñosas a otros personajes sobre su escaso gusto para la ropa o la decoración (tipo: «¡Qué espanto!»).

El gran jefe Ojo de Águila Políticamente Correcto

Este personaje no caucásico sólo aparece en la novela para brindarle al protagonista la oportunidad de hacer gala de lo liberal que es en cuestiones de raza. Es típico que este personaje no tenga ninguna otra cualidad aparte de su identidad étnica y que no desempeñe otro cometido en la historia. Acostumbra a ser demasiado predecible y suele provocar unos resultados opuestos a los deseados.

Mi mejor amigo es…

En este caso el personaje no caucásico está sospechosamente próximo al estereotipo racista, a veces se parece mucho a un estereotipo racista, y otras (seamos honestos) no es más que un estereotipo racista sin ningún paliativo. Lo peor es cuando este estereotipo se combina con el Gran Jefe Ojo de Águila Políticamente Correcto en un único personaje. Esto suele derivar en un personaje blanco cuyo único cometido es defender la discriminación positiva, y un personaje negro agradecido por tanta comprensión. Para empeorar las cosas el personaje que representa a esa minoría racial se siente extrañamente unido al protagonista blanco, ya que él es como si fuera uno de los suyos porque lo «entiende». («Sí, señorito. Usted no es como los demás, señorito.»)

Piensa globalmente, compra en tu barrio

Un error no menos infeliz se da cuando intentas demostrar la hondura y el buen corazón de un personaje sacando a escena una tragedia que no tiene nada que ver con la trama para que el personaje reflexione sobre esa catástrofe. («Un titular en el quiosco de al lado de Tiffany’s captó la mirada de Gloria. Se detuvo a leerlo, sobrecogida y abrumada por la compasión que le inspiraban las víctimas de esa hambruna, tsunami, guerra, la última tragedia recogida por los periódicos. Qué dura era la vida.») Nos encantan las buenas intenciones, pero mejor envías un cheque a esa gente y vuelves a escribir tu historia. Las tragedias de los demás, sobre todo si son reales, harán que cualquier cosa que le pase a tus personajes parezca irrelevante.

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