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Authors: Howard Mittelmark & Sandra Newman

Tags: #Ensayo, Humor

Cómo no escribir una novela (11 page)

Por lo común, esa escena de arriba se prolonga durante cinco páginas de simpáticas conversaciones entre Melinda y Yonquil para asegurarse de que el lector capte la simpática relación que tienen. Melinda cuenta una larga historia sobre los buenos ratos que han pasado, olvidándose aparentemente de que Yonquil aún está al teléfono. Y ahí empieza el viaje de Yonquil, donde el lector es arrastrado por una larga lista de lugares adonde han ido ambas, las cosas que han comprado y los originales cócteles que han consumido.

Si el personaje es Joe, su amigo será Jimbo, y ambos irán a ver un partido y pedirán una pizza, o el autor los mostrará haciendo otra cosa que no sea ver un partido de algo para demostrar que no son los típicos amigotes.

Aún es peor cuando a Yonquil le sigue Maggie, a la que sigue Ursula, porque Melinda tiene más de una amiga. ¡Y cada una de esas amigas nos muestra una faceta completamente distinta de Melinda!

La otra alternativa no es mucho mejor:

El entorno clónico

Cuando los amigos son una masa indistinguible

Después del trabajo, Buddy decidió pasarse por casa de Eddie para ver qué estaban haciendo sus amigos. Aparcó y abrió la puerta de la calle con su llave. Estarían todos en la leonera de Eddie mirando el partido, sin duda.

Subió por las escaleras y se encontró a todo el mundo sentado, viendo el partido.

—¡Buddy! —gritó Ralphie desde el otro lado de la habitación.

—Me alegra verte, Buddy —dijo Eddie echándole un rápido vistazo.

—Hola, Buddy —dijo Billy alzando una mano, sin quitar los ojos de la tele.

—¿Alguien quiere otra cerveza? —preguntó Buddy.

—Yo me tomaré otra —respondió Ralphie.

—Yo también —dijo Eddie y cogió la lata que le alcanzaba Buddy.

—Sí, no estaría mal otra cervecita —dijo Billy.

Buddy se sentó en el sofá… había empezado otro fin de semana.

Si tu protagonista va a tener más de un amigo, deben servir para más de un propósito y tener personalidades distintas. Y lo más importante, el lector debe diferenciarlos por algo más que sus nombres. Por lo general, si se puede hablar de esos amigos de una forma colectiva, «los amigos», «los colegas», «la peña», sin que la trama se resienta por ello, no hay necesidad de personalizar a más de uno.

A menos que esos amigos hagan avanzar la trama, Buddy y Melinda tienen que escoger entre conservar a sus amigos o firmar un contrato con una editorial.

La animadora

Cuando un secundario sólo está para admirar al protagonista

—No sabes lo que te añoraré cuando me vaya, Melinda —dijo Efímera, la chica que había enviado la agencia de trabajo temporal—. En estas siete horas que hemos pasado juntas me he divertido como hacía tiempo que no me divertía. Trabajar para una ETT es muy absorbente.

—Oh, eso se lo dirás a todas —bromeó Melinda.

A Efímera le llevó unos segundos captar la broma, y entonces prorrumpió en carcajadas. Sus ojos brillaron con admiración y regocijo cuando dijo:

—¡No sólo eres guapa, además tienes sentido del humor!

—Sí, es una pena que tengas que volver a la Dimensión Desconocida de los Trabajos Temporales —dijo Melinda.

—¡La Dimensión Desconocida de los Trabajos Temporales! Qué ocurrente eres. En esta oficina están desaprovechando todo el talento que tienes.

—Oh, aquí estoy muy bien —dijo Melinda—. Y, de todos modos, el que se queja es porque quiere.

Efímera resopló con admiración.

—Guau, qué razón tienes. Nunca lo había visto así.

—Y un grano no hace granero pero ayuda al compañero.

—Guau, qué gran verdad has dicho. Creo que esta conversación va a cambiar radicalmente mi manera de ver la vida.

Aquí el autor, como no sabe conseguir que su protagonista sea realmente ingenioso o que haga comentarios verdaderamente profundos, se vale de un personaje fugaz tan fácilmente impresionable que parece tonta. Este error es una variante de Los gnomos de los calzoncillos: el autor sabe qué clase de persona quiere que sea su personaje, pero no se toma el trabajo de convencer al lector. Haciendo que otro personaje le ría las gracias no se consigue que el diálogo sea más divertido. Los personajes como Efímera a menudo aparecen en tramas tan onanistas como una muñeca hinchable.

Ante esto el escritor tiene dos opciones: puede trabajárselo más o dejar que ese personaje sea lo poco divertido e inteligente que realmente es.

Una multitud sin rostro

Cuando aparecen un montón de extras que se desechan por el camino

Cuando llegó al pícnic, Alex, el hermano de Nell, fue el primero en acercarse a ella y darle un cálido abrazo con sus fuertes brazos de irlandés. Detrás, ella pudo ver a sus primos, Max, Betty y Lucy, con su prima segunda, que también se llamaba Lucy, y al gran danés, que también se llamaba Max.

—Cuánto me alegro de verte —dijo Alex, separándose de ella con una amplia sonrisa.

Alex vivía en Delaware, y era una alegría siempre que venía a la ciudad.

—Mamá, papá —dijo Nell cuando los vio.

Ellos los saludaron con la mano y fueron hacia ella, pero pronto los abordaron Mitzi, Bitsy y Ramona, las trillizas por parte de padre.

Nell realmente amaba esos pícnics en los que se reunía toda la familia cada verano. Casi le hacían olvidar que trabajaba como detective de homicidios en el peor barrio de Baltimore, aunque no del todo. El caso McQuiver le vino a la mente en ese momento, y volvería al día siguiente, cuando se sentara frente a la mesa de su despacho…

En la vida real las personas se llevan bien con su familia y pasan muchos ratos con ella siempre que pueden. Si quieres que tu personaje sea así, piensa antes que tu libro va a entrar en nuestras casas. Y tienes que ser un huésped educado. Cuando invitamos a alguien a casa, no esperamos que se presente con toda su familia. A menos que una persona tenga realmente un papel en la trama el lector no necesita conocerla. Al igual que un gerente de la pequeña y mediana empresa, no necesitas gente que no haga nada en tu novela, por más que sea un familiar muy cercano.

De la misma forma, es innecesario introducir una madre o un padre —habitualmente mediante el recurso de una larga conversación telefónica tipo: «Qué, ¿cómo os va todo?»— para demostrar que el protagonista, como todos los mamíferos, tiene un padre y una madre.

Me he enamorado de una barbie

Cuando el amor no es precisamente profundo

Joe dejó que sus ojos se demoraran en sus brillantes ojos azules, su piel perfectamente bronceada, su larga melena rubia. Melinda podría haber sido modelo, si no fuera por sus enormes, aunque perfectos, pechos. Sus brazos eran esbeltos y del color del oro, sus piernas largas, y bien torneadas. Por un lado recordaba a Scarlett Johansson y por otro a Angelina Jolie, sólo que mejor. Joe nunca pensó que pudiera sentir tanto amor.

Muchos amores de novela son de lo más superficial. Con los personajes masculinos «los ojos azules como el mar» suelen ser un indicio revelador. Con los femeninos, desconfía de una «larga melena rubia». En una película, cuando aparece Scarlett Johansson y el macho de la manada inmediatamente cae rendido de amor por ella, entendemos perfectamente la reacción del chaval. En una novela sólo vemos el mismo tipo de letra que hemos visto en todas las otras páginas. La más apasionada y elocuente descripción de Angelina Jolie desnuda no tendrá el impacto que tendrían cinco segundos de la filmación más defectuosa; y aunque millones de años de evolución pueden habernos programado para que valoremos el tamaño, aún no han conseguido que reaccionemos igual ante el tamaño de la tipografía. Peor aún, también instintivamente nos suelen caer mal los personajes —incluso del sexo opuesto— que son de una belleza ideal. Esto no quiere decir que los protagonistas de tu historia de amor no puedan ser guapos, sólo que han de tener alguna cualidad que los haga dignos de ese amor. Aunque sólo sea una.

Recuerda: «rubia», «morena», «pelirroja» no son adjetivos que describan personalidades.

Todos los hombres son iguales. Todas las mujeres también

Cuando todos los personajes sólo responden a su estereotipo sexual

Melinda recogió el periódico deportivo de Joe manchado de cerveza torciendo el gesto, y en su lugar puso una vela que desprendía un perfume a frambuesas con sacarina. Cuando ella se sentó en su puf para disfrutar de su catálogo de zapatos de novia, se preguntó si él se acordaría de llamarla para celebrar su tercer aniversario de novios.

Mientras tanto, en la otra punta de la ciudad, Joe le guiñó un ojo de lo más taimado a la camarera menor de edad, sacando el troglodita que llevaba dentro. Aprovechándose de la ausencia de Melinda pidió una Doble de cerdo gigante con ración extra de colesterol. Dick llegaría en cualquier momento para quemar la noche con litros de alcohol. Joder, cómo quería a ese condenado gamberro, aunque, por supuesto, nunca se lo diría.

Esta historia de amor viene a ser una guerra de los sexos a base de clichés. Ella siempre está diciendo: «Tenemos que hablar» (la peor pesadilla de un hombre). Él prefiere ver el partido, y ése es el único rasgo de su personalidad. Las observaciones ocurrentes sobre las diferencias entre hombres y mujeres pueden estar muy bien, pero es mejor que los personajes se aparten de los clichés más manidos para que convenzan al público.

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