Read Carolina se enamora Online

Authors: Federico Moccia

Tags: #Romántico

Carolina se enamora (45 page)

—¡Eh, vosotras! ¿Qué estáis haciendo ahí?

Una voz, casi un grito, en el silencio de la noche. La figura de un hombre a doscientos metros. Es negra y parece envuelta en una aureola luminosa. Alis es la primera en levantarse.

—¡Vamos, escapemos!

Y echa a correr delante de nosotras bajando por la colina, en medio del campo verde y oscuro. La sigo con Clod pisándome los talones.

—¡Eh, esperadme!

Corremos a toda prisa con el corazón en la garganta, jadeando. Alis está cerca de mí, le he dado alcance. Clod se ha quedado rezagada, avanza a duras penas.

—No puedo. Tengo ganas de vomitar.

—¡No hables! ¡Corre!

El vigilante está detrás de nosotras. Sí, el hombre nos persigue, pero todavía está muy lejos. Cuando llegamos abajo vemos una valla.

—No… Sólo nos faltaba esto.

—¡Mira!

En un rincón hay una especie de cobertizo lleno de herramientas de jardín y, a su lado, un muro bajo. Alis trepa por él sin perder tiempo. Sube al muro y después al tejado del cobertizo. Acto seguido se agarra a la valla y, levantando una pierna, consigue saltarla y aterriza en el suelo. Yo la imito y en un abrir y cerrar de ojos estamos al otro lado.

—Hay que reconocer que la gimnasia artística sirve, ¿eh?

—¡Sí, para fugas como ésta!

En ese momento llega Clod con el vigilante a pocos pasos de ella. Jadea con la lengua fuera y tiene las mejillas encendidas.

—¿Habéis pasado ya? Yo no lo conseguiré nunca.

Sube al muro lentamente, con gran dificultad, hasta llegar a lo alto.

—¿Y ahora?

—Ahora tienes que meter la pierna ahí abajo y franquearla.

Clod da dos saltos, pero no lo logra. El vigilante se aproxima. Miramos a Clod, después a él, luego de nuevo a nuestra amiga. Alis lo tiene muy claro.

—¡Tenemos que irnos!

—¡No! —grita Clod desesperada—. ¿Pensáis dejarme aquí? A mí, a vuestra amiga…

«Sí, a ti y a tus Smarties», me gustaría decirle. En cambio, se me ocurre otra cosa.

—Tírate al suelo, quizá así no te vea.

Echamos a correr por el camino que bordea la valla. El vigilante cambia de dirección. Nos persigue corriendo en paralelo a nosotras.

—¡Deteneos! ¡Deteneos! Quiero saber vuestros nombres.

Es viejo y le cuesta respirar. Nosotras nos precipitamos hacia los coches. Por fin, Alis abre la puerta del suyo y yo me apresuro a montar a su lado. Introduce la llave en el contacto. El vigilante ha salido por la puerta. Alis pone en marcha el coche y, tras hundir el pie en el acelerador, damos un salto hacia adelante y partimos a todo gas con los faros apagados.

—¡De prisa, vamos!

Miro por el espejo retrovisor. El vigilante corre ahora por el camino blanco que se encuentra a nuestras espaldas. Después se detiene y desaparece en la noche, envuelto en una nube de polvo.

Alis exhala un suspiro.

—Ufff… Poco ha faltado para que nos metiésemos en un buen lío.

—Pues sí, pobre Clod, a saber cómo saldrá de ésta…

Alis me mira y a continuación se encoge de hombros.

—Pues como hace siempre…

—¿Tú crees?

—Por supuesto…

Finjo que me ha convencido, aunque lo cierto es que no es del todo así. Por otra parte, era la única solución.

Un poco más tarde recibo un mensaje mientras estoy en la cama. Es de Clod: «Todo ok, ya he conseguido escapar. He tenido que esperar a que cerrase el club. Muchas gracias, amigas».

Pasados unos días logramos hacer las paces. Para ello ha bastado que la invitásemos a alguna que otra merienda durante una semana. Como no podía ser de otro modo, las ha pagado Alis. ¡Por otra parte, fue ella la que nos involucró en la «misión», más que «imposible» «erótica»!

He pasado tres días estupendos. Me he divertido de lo lindo. Mi madre me ha dejado dormir en casa de Rusty. He estado fuera, sentada en una tumbona, mirando el fluir del río bajo la luna. Qué silencio hay allí. No se oye nada, ni siquiera los coches que pasan por encima de nosotros, por el Lungotevere. Rusty me ha puesto una estufa, una de esas que tienen un sombrerete en lo alto, esas que parecen una seta con fuego en el interior y que te caldean evitando que sientas frío. La ha encendido y la ha colocado a mi lado. Después ha empezado a andar arriba y abajo por delante de mí con unos folios en la mano.

—Bueno…, ¿estás lista? Eres la primera persona a la que se lo leo… «Un día como tantos otros, pero nunca más a partir de ese momento. Nunca más desde que se conocieron…»

Me mira risueño. Es su novela.

—¡Me gusta! Sigue…

—«Él es un chico introvertido, serio, con el pelo largo y las manos encallecidas por el duro trabajo que realiza a diario… —Y sigue leyendo sin dejar de caminar lentamente, poniendo pasión en cada palabra, moviendo la mano derecha como si tratase de detener el tiempo. Lo miro y pienso que su relato me gusta. Es una historia de amor. Lo escucho—: Le gustaba esa chica, delgada, casi flaca, pero con una mirada hambrienta, rebosante de curiosidad… —La chica me cae bien de inmediato, me la imagino a través de sus palabras. Luego me adormezco al calor de la seta. Sólo oigo la voz de Rusty, a lo lejos, que no ha dejado de leer—, Y su mirada fue tan intensa que…» ¡Caro!

Abro los ojos casi instintivamente, quizá porque he oído mi nombre, con esa sensación extraña que experimentas cuando te sientes espiado.

—Te has dormido…

—Perdona… La verdad es que es precioso…

—Sí, mira si es precioso que te has quedado dormida… Venga, acompáñame.

Deja su novela sobre una mesita. Pone un libro encima, pese a que en ese instante no sopla el viento y, sin darme tiempo a levantarme, me coge por debajo de las piernas y me levanta. Me aleja de allí y yo me aferró con todas mis fuerzas a su cuello con ambos brazos.

—No te vengues de mí… No me tires al rio.

Rusty suelta una carcajada.

—¡La verdad es que no te vendría mal! Seguro que así te despabilabas.

Lo abrazo aún más fuerte. Me sonríe, no está enojado. Él es así. Y yo me siento querida.

—Es que estoy un poco cansada… Pero me gustaría leer tu novela.

—Sí, sí, tienes todo el tiempo que quieras… Todavía debo corregirla y luego la enviaré a las editoriales. Por eso quería saber tu opinión.

—Las mujeres llorarán, y después sonreirán.

—¿Qué quieres decir?

—Llorarán leyéndola porque se emocionarán, ¡y sonreirán cuando te conozcan porque querrán salir contigo!

—Tonta…

Me tumba en la cama y me tapa con el edredón. Me cubro con él y me alegro de haberme lavado ya los dientes.

—Rusty…

—¿Sí?

—Hablo en serio, quiero leerla.

Una última sonrisa.

—Buenas noches, Caro. Que duermas bien.

Apaga la luz y yo me vuelvo del otro lado. Y, pese a que estoy en el río, no tengo miedo. Al contrario. Oigo fluir el agua por debajo de mí. Y me gusta. Y me quedo profundamente dormida.

Al día siguiente voy a casa de mis abuelos. El abuelo Tom me explica unas cosas sobre fotografía. Hacemos varias fotos e incluso las imprimimos.

—¿Te gustan, abuela? Mira qué bonitas son… A ver si adivinas cuáles he hecho yo y cuáles el abuelo Tom.

Se echa a reír.

—Ésta la has sacado tú…

—¡No, te equivocas! La mía es ésta, la de las flores.

Y me voy corriendo.

Cuando, más tarde, me acerco a la cocina, veo que está triste, en silencio, pero ella no se percata de mi presencia. Está llorando. Salgo sigilosamente. Después me detengo en la puerta y miro por última vez hacia atrás. La veo reflejada en el cristal, me mira. Nuestros ojos se encuentran por un instante. Se da cuenta de que la he descubierto. Me marcho.

Luego, en la cena, me sonríe.

—Abuela, pero si has preparado ese plato de carne que me encanta: chuletas con salsa de tomate.

—Sí, pese a que a tu abuelo no le gustan.

Lo mira con unos ojos…, no sé cómo expresarlo, y esa sonrisa que refleja todo el amor que siente por él. O, al menos, a mi me lo parece. El abuelo finge enfadarse.

—De vosotras dos no cabe esperar otra cosa… Voy a lavarme las manos.

Sale de la cocina, la abuela se pone seria y me mira con una dulce sonrisa en los labios, ligeramente triste, quizá un poco preocupada.

—No le dirás nada, ¿verdad? Será nuestro secreto.

Me sirvo de beber sin mirarla, después apuro mi vaso y, con él aún en la boca, asiento con la cabeza. Ella sonríe de nuevo. En realidad no tenía sed, pero si hubiese tenido que hablar en voz alta, a buen seguro me habría echado a llorar, A continuación regresa el abuelo.

—Entonces, ¿qué comemos? ¿O lo habéis devorado ya todo? —Se sienta presidiendo la mesa, entre las dos, y me coge la mano con la suya, que es grande y está fresca, recién lavada—. Monstruo, que eres un monstruo, ¡pero al mismo tiempo eres tan preciosa que te comería ahora mismo!

Y prueba a morderme la mano y a metérsela en la boca. Yo trato de zafarme de él mientras me río a carcajadas. También la abuela está ahora de buen humor, de manera que olvido nuestro secreto.

¡Sólo faltan dos! Mañana por la noche se celebra la fabulosa fiesta de Borzilli en Supper. Empiezo a preparar el terreno en casa.

—Mamá, Alis me ha invitado a dormir mañana en su casa.

—¿Quiénes vais?

—Clod, Alis y yo.

—¿Y ya está? —Mi madre arquea las cejas, ligeramente desconfiada.

—Es verdad, ¿quieres llamarla? También estará su madre, por supuesto.

Ella sacude la cabeza.

—Esa familia es un desastre.

—Pero Alis no, Alis es mi amiga, no tiene nada que ver con los problemas de sus padres.

—¡Caro! Ya está bien, no me gusta que hables así… Parece que formes parte de esa familia. ¿Acaso te han adoptado?

Me modero.

—No, perdona, mamá.

—Está bien. Hablaré con tu padre. Por mí puedes ir.

—Sí, pero convéncelo a él. ¡De lo contrario, no sirve de nada! Vamos, cuando quieres lo consigues.

La abrazo con fuerza. Al principio, mi madre levanta los brazos. Da la impresión de que se ha rendido. Después los deja caer y me abraza a su vez.

—Eres terrible. Vete ya al colegio, que si llegas tarde mañana no irás a ningún sitio, te lo digo en serio.

—Sí, sí, claro.

No me hago de rogar y me dispongo a marcharme en seguida. Y la tranquilizo sobre el hecho de llegar tarde.

Parezco Raffaelli, una de esas chicas que sólo viven para ir a la escuela ¡que adoran estudiar y no se avergüenzan! Y lo hago tan bien que me merezco un Oscar como actriz. Y, cuando vuelvo de clase, obtengo el permiso como premio.

—¡Papá ha dicho que puedes ir!

Mi madre es genial. La abrazo aún más fuerte.

—Eh…, quieta, quieta, ¡que me voy a caer! ¿A qué viene tanta euforia? ¿Acaso debo preocuparme?

Vaya, es cierto. Me he comportado como una estúpida. Me controlo.

—No, es que me alegro de que entiendas hasta qué punto es importante para mí la amistad de… Alis y Clod…

Mi madre me mira.

—Cuando yo tenía tu edad tenía una amiga, Simona. Un día, de repente, no quiso volver a verme.

—Quizá le parecías demasiado guapa.

Sonríe y ladea la cabeza.

—No bromeo. El caso es que la busqué para pedirle una explicación. Le pregunté si había hecho algo malo, pero ella se limitó a decirme: «No, no, en absoluto. Supongo que he estado muy ocupada.» No obstante, a partir de ese día nunca volvió a llamarme.

La miro perpleja.

—¿Qué quieres decir, mamá?

—Que yo consideraba a Simona mi mejor amiga. Para ella, en cambio, yo no significaba nada, sólo que yo no lo había entendido.

—Sí, mamá, pero Alis, Clod y yo nos lo contamos todo, estamos verdaderamente unidas, es un caso distinto… El problema es que no estás con nosotras… Tú no puedes entenderlo.

—Ah, claro, yo nunca comprendo nada. ¿Sabes lo que solía decirme mi madre? «A veces hace falta golpearse contra un cristal para saber que está ahí.»

—Eso es porque la abuela no veía nada… Yo veo de maravilla.

Me escabullo.

—Llámame cuando llegues.

—Sí, mamá.

Bajo la escalera como un rayo y, tal y como hemos acordado, veo que Clod me está esperando fuera.

—¡¡¡¡Holaaaa!!!!

Subo al coche, pero antes saludo a mi madre, que, como no podía ser de otro modo, se ha asomado a la ventana.

—Vamos. ¡Venga, Clod, vamos!

Arranca a toda velocidad.

—¡No tan de prisa, que mi madre está asomada!

—Pues sí que… Primero de prisa…, luego no. ¡No hay quien te entienda!

—¿Qué te pasa? ¿Estás enfadada?

—¿Yo?

—¿Quien, si no?

—No me pasa nada.

—¡No es cierto!

—Está bien… Lo que pasa es que podría haber ido con Aldo a la fiesta. Hemos hablado y ¡lo han invitado!

—¿En serio? ¿Y cómo es que la conoce?

—Por lo visto es amiga de un amigo suyo. Esta noche habrá un montón de gente allí…

—Bueno, mejor así. Ya lo verás en la fiesta.

—Eso…, por una vez que podemos quedar fuera del gimnasio… ¡tengo que verlo allí! ¿Y si luego no lo encuentro?

—Mira que eres pesada… Mejor. ¡Así te deseará más!

—Pero ¿y si no me desea?

—Si empiezas así, estás perdida… No funcionará de ninguna manera.

Clod se encoge de hombros.

—Si tú lo dices…

—¡Confía en mí!

La miro, parece un poco desconsolada. Intento cambiar de tema.

—Eh, ¿has traído la bolsa? —Dicho así, esto parece una película de esas en las que todos disparan, corren, huyen, tienen unos cuerpos que quitan el hipo, son negros y hay de por medio un lío de drogas.

—Sí, sí, está aquí detrás…

Me vuelvo. ¡Dentro de las bolsas de Catenella están nuestros supervestidos! Los tops de lentejuelas, las minifaldas y las botas con el calcetín incorporado.

—¡Caray! Será una noche fantástica.

Clod me mira y al cabo de un instante recupera la sonrisa.

—¡Si, será genial!

Pasados unos minutos llegamos a casa de Alis. Nos abre la puerta y se abalanza sobre nosotras gritando.

—¡Yujuuu! ¡Qué bien que ya estéis aquí! ¡Vayamos a vestirnos, vamos!

Nos arrastra dentro. Su madre aparece en el pasillo.

—¡No corras de ese modo, Alis, vas a romper algo!

—Mira que eres plasta, mamá, dijiste que nos dejarías solas.

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