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Authors: Paul Watzlawick

Cambio. (23 page)

«La única dirección que puedo ver, sabe usted, hay esas grandes masas enormes de humanidad, no puedo apartar de mi mente la oriental ... las dos tradiciones orientales de Mao y... y la que en último análisis veo en el hombre, y la última cosa hindú ahora es la música de Ravi Shankar, debido a que es la manifestación más etérea aparte de la meditación auténtica. Y luego, cuando Mao Tse Tung se está ocupando de la agricultura y de la reforma agraria y los dos... en mi mente los veo a los dos como grandes bloques y lo del sanatorio de readaptación es la única cosa en la que puedo pensar. No puedo ver más que estas dos salidas ahora: músico en Los Ángeles o pensionista en un sanatorio en algún sitio de Santa Cruz.»

A los pocos minutos volvió a repetirse el mismo patrón de interacción, pero esta vez el paciente terminó por describir sus dificultades en un lenguaje más corriente:

Psicoterapeuta:
«Eso es todo lo lejos que puede ir usted con su pensamiento. Hasta ahora, sus ideas acerca del sanatorio de readaptación o de la escuela de música son más bien concretas y prácticas. Todo eso está muy bien, pero concentrándose tanto en lo práctico impide a su imaginación elevarse a un nivel más alto y pensar en términos más amplios y comprensibles.»
Paciente:
«Cada vez que me elevo a un nivel más alto, es más abstracto. Lleva tiempo y yo no lo tengo — se me ha acabado ¿sabe usted? — esos grandes problemas prácticos me agobian ¿sabe usted? No tengo dinero y tengo que encontrar algo inmediatamente; ese es el problema.»

Usando dicha técnica de un modo consecuente, el psicoterapeuta fue capaz de ir llevando el diálogo paulatinamente hacia niveles más prácticos
[4]
.

El pacto con el diablo

Para muchas personas, su problema es sencillo; demoran el realizar una acción necesaria que suponga ciertos riesgos e inconvenientes. Recordemos, a modo de ejemplos, el ingeniero sin empleo que se angustia cuando tiene que acudir a entrevistas para solicitar puestos de trabajo, o el joven que es demasiado tímido para aproximarse a las muchachas.

Su problema se complica cuando intentan alcanzar su objetivo de un modo que no suponga riesgo y su actitud se vuelve entonces excesivamente cauta. Los amigos o los socios agudizan involuntariamente el problema al animarles y urgirles que «den el paso». Por lo general lo hacen de un modo destinado a inspirar confianza al sujeto, señalándole que no hay nada que temer, que se trata de algo que puede hacer perfectamente, etc. Este bien intencionado modo de animar al sujeto es por lo general interpretado por éste como un no tener en cuenta su ineptitud o el riesgo auténtico de fracaso y rechazo implicado en la acción. En todo caso, si se le dice «ya verás como lo puedes hacer», aumenta su miedo al fracaso.

Cuando alguien de estas características comienza la psicoterapia, está plenamente absorbido por un dilema: aquello que desea alcanzar es para él lo más importante y urgente, ya que se le está acabando el tiempo, el dinero, etc., y ya que la urgencia es tan grande, lo más importante de todo es que no haya riesgo alguno de fracaso que ponga en peligro la eventual acción a emprender. Si el psicoterapeuta se deja captar también por tal dilema, dará consejos acerca de cómo el paciente puede superar su ansiedad y emprender los pasos necesarios. El paciente, tras escuchar atenta y amablemente estos consejos, los rechazará como impracticables, o bien afirmará que no tendrá oportunidades para llevarlos a buen fin o dirá que ya los ha intentado antes, sin resultado y por tanto ¿para qué repetir algo que está seguro que va a fallar? Pero a cada rechazo, sin embargo, retorna por lo general a una petición directa o indirecta de que el psicoterapeuta le aconseje otra cosa, y así se va repitiendo el ciclo. Una psicoterapia así termina con frecuencia cuando el paciente, habiendo agotado las posibilidades del psicoterapeuta, anuncia que el tratamiento no le sirve para nada y que será mejor ir a ver a otro especialista o hacer otro género de psicoterapia. (Es un hecho corriente que estos pacientes hayan pasado por diversos tratamientos de distintas clases y de breve duración.)

El «pacto con el diablo» es una maniobra que permite al psicoterapeuta abordar el dilema atacándole por completo de flanco y, paradójicamente, invirtiendo la cuestión del riesgo. Ya que el paciente no puede negar su actitud precavida, y ya que es evidente que su problema no ha experimentado modificación alguna en otros tratamientos psicoterápicos anteriores, se le dice que existe un plan que hará muy probable el logro de su objetivo, pero que seguramente lo rechazará si se le presenta meramente como otra sugerencia, y por ende tan sólo le será revelado si primero promete llevarlo a cabo sin tener en cuenta lo difícil, inconveniente o irracional que parezca. Sin darle detalles, tan sólo se le dice que la ejecución del plan está dentro de sus posibilidades y capacidad y que no será ni peligroso, ni caro. Para motivar más la aceptación por parte del paciente, se le dice:
«Si tiene usted todas las posibles respuestas a su problema, no me necesita realmente, pero si no cuenta usted con tales respuestas, necesita mi ayuda, y yo creo que tan sólo se la puedo prestar de este modo.»
En este momento, el cliente pedirá alguna explicación para averiguar los riesgos implicados en dicho plan, antes de aceptarlo, pero el psicoterapeuta mantendrá su postura del principio de «no dar detalles antes de que se comprometa a cumplirlo». Ya que el paciente tiene por lo general cierta urgencia en cuanto a tiempo, esto puede utilizarse diciéndole: «Ya me doy cuenta que le estoy exigiendo mucho, como si me tuviese que dar usted un cheque en blanco. Creo que resultaría adecuado que lo pensara detenidamente antes de decidirse y que me diera su respuesta la semana próxima.» Se le dirá que si su respuesta es negativa, se considerará concluido el tratamiento.

Esta maniobra coloca al paciente en una curiosa posición: tan sólo puede responder «sí» o «no». Si dice «no», sin saber qué es lo que está rechazando, excepto que se trata de algo que probablemente le sacaría de apuros, está forzado a adoptar una decisión. Además, se ve entonces obligado a reconocer, por el mero hecho de su elección negativa, que su problema no es tan importante o urgente, en cuyo caso carece de importancia más psicoterapia o buscar más consejos de amigos. Si acepta, se compromete a seguir una orden de otra persona sin ninguna oportunidad de examinarla primeramente mediante la razón y la lógica. Así, al aceptar o al rechazar este «pacto con el diablo», está asumiendo un riesgo al menos igual al involucrado en cualquier acción referente a su problema, ya que se ha puesto a ciegas en manos de otra persona. Una vez que ha consentido en esto último, no hay mucha diferencia si el plan supone una aproximación más segura y gradual a la situación de riesgo, o si se trata de alguna acción más drástica o muy diferente, ya que el mero hecho de aceptar el plan, consistente en hacer cuanto se le ordene, representa ya un cambio con respecto a su actitud original de «sobre todo, cautela».

El «pacto con el diablo» es un ejemplo especialmente claro, mediante el cual podemos resumir de nuevo nuestra teoría del cambio: mientras que el paciente y el psicoterapeuta permanezcan dentro de la trampa creada por el primero, el problema persistirá. Dentro de dicha trampa se puede intentar muchas soluciones distintas, pero todas ellas conducen invariablemente al mismo resultado: un cambio 2 igual a cero. Dentro de dicha trampa, la pregunta: «¿que otra cosa puede hacer el paciente?» tan sólo conduce a acentuar el problema que se supone hay que resolver y crea un juego sin fin. El «pacto con el diablo», por otra parte, ataca la trampa misma, es decir: a la clase, y no a los miembros de ésta. Sustituye el viejo juego por otro nuevo, en el cual se ha de asumir un riesgo, si bien este último consiste solamente en rechazar el pacto.

XI. Un horizonte más amplio

A lo largo del presente libro hemos intentado demostrar que nuestro enfoque de la formación y solución de problemas no está en modo alguno limitado a casos clínicos, sino que tiene un campo de aplicación mucho más amplio, correspondiente a la mayoría de las áreas de interacción humana. Si, como ya mencionamos, muchos de nuestros ejemplos están tomados del campo de la psicoterapia, ello ha sido meramente debido a que se trata del sector que nos es más familiar.

Como hemos intentado mostrar, estos principios básicos son pocos, sencillos y generales; no existe razón alguna por la que no puedan ser aplicados a cualquier problema, sea cual fuere la magnitud del sistema social implicado. Desde luego, los sistemas más amplios son más complejos y más difíciles de explorar y de influenciar en la práctica, ya que comprenden más partes importantes, subsistemas, etc. Por otra parte no se ha de creer de antemano que nuestro modo de consideración sea imposible o sumamente difícil de aplicar a sistemas más amplios, precisamente por haber planteado grandes dificultades la aplicación de otros métodos, especialmente si estos últimos eran de la misma índole en gendradora de problemas que los que hemos estudiado en los capítulos precedentes. La única base fiable para juzgar acerca del valor de un método es el resultado obtenido mediante su aplicación.

Considerando sistemas sociales más amplios, encontramos, como problemas comunes a todos ellos, callejones sin salida, agravaciones conflictivas y grandiosos programas estructuralmente idénticos a los que hallamos en áreas más personales de la vida humana.

1)
Con demasiada frecuencia, las diferencias en cuanto a rango, posición e intereses entre los miembros de un sistema social no abocan a una complementariedad constructiva y a una cooperación eficaz, sino a persistentes y obstructivos empates, a callejones sin salida que hacen desgraciados a todos los afectados, pero que estos últimos son incapaces de cambiar.

2)
Si las diferentes partes implicadas asumen posiciones separadas y simétricas, el resultado consiste con frecuencia en una escalada más o menos rápida o en un conflicto; estas escaladas son similares, ya se refieran a dos individuos, dos países o dos razas.

3)
Como ya dijimos al discutir los efectos de las utopías, pueden surgir problemas muy típicos como resultado de programas destinados a alcanzar algún objetivo altamente deseable, pero «algo» puede no funcionar y por consiguiente el plan entero puede desviarse.

Este tercer tipo es de importancia creciente. Mientras tales fracasos pueden tener para la vida del individuo afectado un alcance escaso o nulo, tratándose de programas gubernamentales amplios, los efectos pueden ser desastrosos y la frustración considerable. En nuestra opinión, es especialmente en esta área donde el cambio puede verificarse eficazmente enfocando objetivos mínimos, concretos, yendo despacio y avanzando paso a paso, en lugar de promocionar enérgicamente vastas y vagas metas, sin duda deseables, pero discutiblemente alcanzables.

Así por ejemplo, muchos y fundamentales problemas sociales, como por ejemplo la pobreza, el envejecimiento, el crimen, etc., son por lo general abordados separando tales dificultades entre sí como entidades propias, a modo casi de categorías diagnósticas, que suponen problemas esencialmente muy dispares, y que exigen soluciones muy diferentes. El siguiente paso consiste en crear enormes estructuras físicas y administrativas e industrias enteras especializadas, dando lugar a una creciente incompetencia en una cantidad cada vez más amplia de individuos (89). Consideramos esto como un enfoque básicamente contraproducente de tales necesidades sociales, un enfoque que exige una masa de población desviada para apoyar la razón de ser de estas monolíticas agencias y departamentos.

Otro ejemplo es el representado por los amplios problemas referentes a la adicción (a drogas, al alcohol y al tabaco), que en la actualidad se tiende a definir predominantemente en términos fisiológicos. En consecuencia, las medidas «correctoras» se basan en la medicación. Pero como muestra la controversia en torno a la metadona, el efecto de estas «medicaciones» puede ser muy semejante al de las sustancias generadoras de adicción a las que se supone reemplazan. A base de cierta experiencia directa en este sector, así como de nuestros principios generales, nos parece sumamente probable que estas medidas heroicas ejerzan un efecto totalmente insospechado, pero muy poderoso, en cuanto a la formación de creencias en las propiedades mágicas de estas sustancias y en la casi completa imposibilidad de resolver los problemas de la adicción con otros métodos menos drásticos. No cabe duda de que los problemas de la adicción son graves, pero se pueden tratar mucho mejor considerándolos como problemas de comportamiento, esencialmente similares a muchos otros problemas y dedicando una atención primordial a qué clase de soluciones erróneas están contribuyendo a mantenerlos.

En resumen: consideramos que nuestros puntos de vista fundamentales acerca de la formación y la solución de problemas, de la persistencia y del cambio son útiles y apropiados para ser aplicados a los problemas humanos en general. Reconocemos, desde luego, que existen muchas clases de condiciones y de acontecimientos relacionados con la persistencia o el cambio que se hallan fuera de la esfera de la intervención humana: procesos físicos y químicos en el mundo de la naturaleza (desde la evolución hasta los terremotos), enfermedades biológicas, ciertos accidentes, así como muchos otros. Se trata de acontecimientos que los hombres han de aceptar como realidades de hecho, pero aunque nuestros principios no puedan aplicarse directamente a tales hechos sí pueden aplicarse a los modos como el hombre intenta enfrentarse con estas circunstancias «naturales», del mismo modo como son aplicables al modo de tratar el hombre determinadas circunstancias sociales. Y la esfera del comportamiento humano aparece claramente en la actualidad como aquel sector en el que nuestro entendimiento y nuestras capacidades precisan de mayor revisión.

En esencia, el presente libro ha expresado ideas muy antiguas en formulaciones modernas. Si hubiésemos poseído la competencia necesaria, lo habríamos escrito sobre una base predominantemente histórica, más que sobre una base clínica, destacando especialmente las relaciones internacionales, más que las personales. La eficacia de soluciones aparentemente fuera del sentido común, imprevistas, en situaciones políticas, diplomáticas y bélicas se conoce desde hace miles de años; de aquí nuestra elección del sitio de Hochosterwitz como ejemplo introductorio. Por el mismo motivo, este libro podría haber sido escrito también dentro del aparentemente muy distinto contexto de aquello que se define vagamente como experiencias místicas, es decir, del súbito e imprevisible paso desde la trama de referencia habitual y cotidiana a una percepción de la realidad totalmente nueva, lo cual, por breve que sea en sí la experiencia misma, no nos permitirá olvidar nunca que la realidad, en tanto que tal, puede ser también totalmente distinta.

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