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Authors: Corinne Maier

Buenos días, pereza (7 page)

Veo que algunos lectores se han dormido en la silla… ¿Por qué será? Cuando uno lee frases como estas se siente tonto, y seguramente para eso se usan, para colocarnos nuestra inferioridad delante de nuestras narices. Todo resulta incomprensible, y es incomprensible que nos resulte incomprensible, porque sabemos qué es Internet. ¡Nos pasamos horas navegando en la oficina, buscando informaciones esenciales sobre la temperatura media del agua en Pointe-a-Pitre o sobre la pesca con mosca en el Lot!

IV
LOS CRETINOS CON LOS QUE TE CODEAS

Como no quiero que se enfaden mis colegas, este capítulo debe comenzar con una advertencia. Françoise Verny, famosa editora aficionada a la divina botella que, aunque no es muy sabido, trabajó durante quince años para Kodak (lo cuenta en su autobiografía,
Le plus Beau Méier du monde
), decía que en la empresa se encuentra el mismo porcentaje de personas de valía que en cualquier otro sitio. Y es cierto, lo he comprobado; por eso, mis burlas se dirigen únicamente a prototipos y caricaturas que, como se comprenderá, no corresponden necesariamente a la realidad.

EL EJECUTIVO DE BASE: CIUDADANO FRANCÉS MEDIO, SIN CARACTERÍSTICAS DESTACADAS, PREFERIBLEMENTE VARÓN

Las filas de los ejecutivos medios se forman a partir del ciudadano francés prototípico que Pierre Dac describió con humor:

«El francés medio es un mamífero invertebrado. Presenta la particularidad de no presentar ninguna particularidad destacada. Profesa por encima de todo un gran respeto al orden y la moral oficialmente establecidos; su cartilla militar incluye, en general, la siguiente descripción: Talla, media; frente, media; ojos, indeterminados; nariz, media; mentón, ovalado; marcas particulares: ninguna».

En resumen, el francés medio perteneciente al cuerpo de los ejecutivos medios forma parte de una serie y se parece a todo el mundo.

¿Por qué tanta uniformidad? En primer lugar, porque determinadas estructuras engendran inevitablemente un determinado tipo de persona. En segundo lugar, porque la empresa es por naturaleza un lugar de exclusión, lo que explica que todo aquel que no sea «medio» es simplemente tolerado. De este modo, la firma reproduce los obstáculos de la sociedad a la que pertenece: en Francia es una empresa rígida y anquilosada. De hecho, los procesos de selección dejan de aplicarse en cuanto el número de candidatos que se presentan a las pruebas previstas para un empleo no guarda proporción con el número de personas capaz de superarlas. Como las empresas se encuentran inundadas de currículum vitae, ya que «no hay puestos de trabajo para todo el mundo», más vale reservárselos a algunos. Y esos algunos son siempre los mismos.

No pretendo defender una visión imperialista y azucarada tipo United Colors, pero hay que reconocer que los criterios de edad, origen nacional y sexo son inapelables; y no estamos hablando de accidentes de salud o problemillas transitorias fáciles de identificar en un CV, que son redhibitorios. ¿Eres discapacitado? Tienes derecho a trabajar, pero en otra empresa. ¿Has pasado unos años en la cárcel? Te costará buscar trabajo; Francia se identifica con
Los miserables
, la célebre saga de Victor Hugo, pero ningún francés está dispuesto a contratar a Jean Valjean, el expresidiario de gran corazón.

La contratación de personas de color, árabes y extranjeros, de los «jóvenes de origen inmigrante», como se dice púdicamente, es aún menos usual; en los puestos directivos, la presencia de estas personas es muy escasa. Y no es solo porque tengan más éxito en el fútbol o en el espectáculo. La falta de cifras disponibles (en Francia está prohibido hacer constar el origen o la religión en los estudios estadísticos) impide cualquier tipo de debate. Es un problema conocido por todos, pero que se escamotea sistemáticamente. En cuanto a los homosexuales, si bien los «chicos sensibles» están bien vistos en las profesiones relacionadas con la creación y la moda, el consenso quiere que no existan en la industria. En el sector, la homosexualidad no se lleva: es así. Como resultado de este ambiente de homofobia, en igualdad de condiciones, un
gay
tiene pocas posibilidades de acceder a un puesto directivo.

Si en el mundo del trabajo algunos son más iguales que otros, la mujer lo es menos que nadie. Gana menos dinero que un hombre en niveles equivalentes y tiene dificultades para acceder a los puestos de responsabilidad. ¿Por qué? Simplemente, porque es poco visible a partir de las seis o siete de la tarde, y por tanto… no está muy disponible para cumplir los horarios estratégicos, cuando la empresa cierra filas y reúne a sus incondicionales. Ya lo sospechábamos, pero además se han hecho estudios que han determinado que la vida familiar es un handicap para el éxito profesional de las mujeres, mientras que en el caso de los hombres es una baza a su favor: ¡quién lo entiende! Da igual que la madre de familia haga mejor su trabajo que otras personas y sea más eficaz —lo cual, según mi experiencia, sucede a menudo— : no es ella la que dicta las reglas del juego, son los hombres.

Y es sabido que los varones pasan más tiempo en el trabajo que sus colegas femeninas. Esto se explica por sus instintos de depredador nunca saciados, pero también por su falta de interés por las tareas domésticas básicas, que los hombres franceses solo asumen en un 20 por 100; los cual, estaremos de acuerdo, no es como para agotar a nadie. Como las mujeres pasan más tiempo en casa que los hombres, son dos veces más numerosas que ellos en los empleos a tiempo parcial, situación que alimenta las desigualdades y hace que el techo de cristal que las separa del poder sea aún más impenetrable. En consecuencia, en las altas esferas, es decir, en las alegres filas del personal directivo superior, hay solo un 5 por ciento de mujeres. Las cifras, que no siempre dicen tonterías, son contundentes.

Así pues, la paridad es un sueño lejano; entran ganas de empezar a dar puñetazos en la mesa y exigir cuotas femeninas en el personal directivo de las empresas, pero no está claro que fuera a servir de algo. Una ley francesa reciente ha impuesto porcentajes de mujeres en la política, pero los grandes partidos políticos prefieren pagar una multa en vez de incluir a representantes del bello sexo en sus listas… Afortunadamente, es un consuelo saber que los hombres tienen una esperanza de vida más corta que las mujeres y son cuatro veces más numerosos entre los suicidas. Una desigualdad intolerable, pero ¡está bien que haya justicia!

EL EMPRESARIO: TAN LIGERO QUE ESTÁ VACÍO

El ejecutivo de antaño, envuelto en una aura de jerarquía y estatus, está acabado. Hay que decir que el «ejecutivo» (
cadre
) ya no significa gran cosa, aparte de que el implicado tiene estudios y no se le puede pedir que se ponga a fregar suelos. Al menos en las grandes empresas, porque las pequeñas son capaces de pedírselo: conozco a personas con el nivel «bac + 5» (bachillerato y cinco años de universidad) que se dedican a abrir cajas o a pasar cables por debajo del parqué (con ayuda de un técnico, eso sí).
Ejecutivo
es un título, no una función. Más vale serlo que no serlo: como todo el mundo se dedica a hacer el trabajo de la persona que está por encima de uno, cuanto más alto estás menos tienes que hacer: cuanto más importante eres menos trabajas, es una de las leyes de bronce del mundo del trabajo. Siendo así, es mejor no estar demasiado arriba, porque se pierde el tiempo en funciones de representación, como los políticos, que están mano sobre mano sin avergonzarse… pero lo hacen en público, a plena luz, lo cual cambia totalmente las cosas. Te tiene que gustar; en mi caso, para no hacer nada prefiero quedarme en casa, pero es que yo nunca haré carrera, lo tengo muy claro.

En general, el ejecutivo no ejecuta; el que ejerce realmente la función del ejecutivo es el directivo o gestor, el
manager
en francés. La palabra «manager» es de aparición relativamente reciente en el área francófona, se difunde y adquiere su nuevo sentido en la década de los ochenta. El
manager
moderniza al ejecutivo del mismo modo que el
management
rejuvenece la gestión de empresa; las cosas no son más interesantes, pero es evidente que el termino ha ganado garra con el nuevo
look
, porque en el mundo de la empresa, como en todas partes, las palabras envejecen.

¿Qué hace el
manager
? Evidentemente, maneja con maestría la retórica empresarial, pero eso no es todo: también es «animador de equipo«, «catalizador», «visionario» y por qué no, «inspirador». Ya no es el que posee sino el que inicia; no pretende amasar una fortuna o construir un imperio; manipula personas, más que cosas. De hecho, en lugar de abordar una tarea material o un problema que exige solución, aborda a las personas. En teoría, la autoridad que adquiere sobre su equipo tiene más que ver con la «confianza» que inspiran sus cualidades de «comunicación» y su «capacidad de atención», que se manifiestan en la relación directa con los demás. Juvenil, alegre y seductor, nuestro jefe conserva la ilusión de que es libre de escoger, en incluso de crear. Nos recuerda lo que decía un dirigente bolchevique: «Ser marxista es ser creador». Lo mismo sucede en el mundo de la empresa; terminaremos por creer que hay más de un punto en común entre el país de los soviets y el universo más moderado de nuestras grandes y competitivas empresas capitalistas.

En el caso extremo, el
manager
pretende ser artista o, no tengamos miedo de las palabras: intelectual. En la época en que Jean-Marie Messier (véase «Esos a los que nunca verá» [pero tampoco te pierdes nada]: Bernard Tapie y Jean-Marie Messier) era la niña de los ojos de los medios de comunicación y de una determinada
inteligentsia
, el escritor Philippe Sollers, que como es bien sabido no se arredra ante nada, no dudó en entablar un diálogo amistoso con el Mesías de la nueva economía. Este monumento antológico, publicado en su revista
L’infini
, nos mostró a los dos duelistas haciendo esgrima para determinar cuál era el más subversivo de los dos… Sus comentarios superan las «perlas» estudiantiles que se solían publicar en el
Almanach Vermot
.

Liberado del lastre de la posesión y de las limitaciones de la pertenencia jerárquica y abierto a las ideas nuevas, nuestro
manager
moderno no cree en nada. A diferencia del hombre nuevo soviético, no defiende ninguna causa y no siente ninguna lealtad hacia la empresa para la que trabaja. El trabajo bien hecho no le inspira demasiado interés porque, en el fondo, su ideal de éxito está vacío de contenido. Réne— Victor Pilhes, autor del vanguardista
L’imprécateur
, nos ilustra sobre esta cuestión, entre muchas otras:

«Un gestor no es un financiero ni un técnico ni un comerciante; creo que en cierto modo se ocupa de organizarlo todo […]; la vía de la gestión conduce a lo que ahora llamamos
management
. El
management
consiste en dejar los programas, las cifras, las organizaciones, las transacciones, en suma, todas las decisiones imaginables, libres de sus factores emocionales. Por este motivo los grandes
manager
no hacen distinción alguna entre religiones, regímenes políticos, sindicatos, etc.».

¡Pobres de los que consideran, quieren y hacen lo mismo toda su vida! El orgullo y el afán de ganancias que caracterizan el mundo de la mercancía cuando está en el limbo, no son de recibo en el universo volátil propugnado por la empresa. Las apariencias son más importantes que la calidad del trabajo efectuado; la reputación o la atribución del éxito cuentan más que los verdaderos logros. De lo pesado a lo ligero, del bronce al papel, ¡esta podría ser la frase que resume la historia del capitalismo!

EL EJECUTIVO Y LA CULTURA, UNA COMBINACIÓN DESCABELLADA

¿Qué sabe hacer el ejecutivo? De hecho, nada en concreto; es un «generalista» que conoce las problemáticas globales, pero solo algunas, y solo de lejos. Ha estudiado en instituciones clásicas: el Instituto de Estudios Políticos, la Escuela Central y diversas facultades comerciales, donde ha aprendido gran cosa aparte de a ser seleccionado. Lee las columnas de dos o tres individuos que difunden tópicos y lugares comunes, salpica su lenguaje con su vocabulario anglosajón simplificado y valora mucho la globalidad. Nuestro hombre (o nuestra mujer) nunca profundiza porque no vale la pena; agobiarse con hechos y cifras no contribuye a clarificar las cosas, al contrario, las vuelve aún más complicadas. Por este motivo, más vale no entrar en ello. «Afortunadamente, nuestras compañías no están en manos de intelectuales: ¡qué sería de nuestra sociedad de consumo!», exclama uno de los personajes de René-Victor Pilhes en
imprecaciones
.

Digámoslo sin ambages: el ejecutivo de base es totalmente inculto, lo cual no debe sorprendernos si consideramos la indigencia del universo intelectual en el que se mueve. Para él, la cultura general es un accesorio, algo que sirve para presumir socialmente. Hay que reconocer que el BMW descapotable o el reloj de oro dan un toque de vulgaridad, pero una cita bien traída, en cambio, es una cosa muy distinta. La empresa, que ha comprendido que la cultura constituye a veces un elemento valorizador interesante porque confiere un pequeño suplemento humanístico o una amplitud de campo inédita a las decisiones de los altos ejecutivos, organiza onerosos programas de formación relacionados con ese ámbito a sus elementos más brillantes. Normalmente se trata de cursillos que imparten licenciados de la Escuela Normal Superior, a los que se convoca en nombre de la buena marcha de la economía. Y ellos están encantados de ganar más dinero que en la universidad explicando los grandes clásicos de nuestra hermosa tradición y reduciendo a
digests
simplificados una «cultura general» que antaño estaba reservada a la elite de personas ociosas que leían libros y escuchaban música… ¡por placer! ¡Qué increíble!

Lo cierto es que nuestros ejecutivos situados en las altas esferas no tienen nunca tiempo de leer a Michel Foucault, escuchar una ópera de Mozart o ver una película de Fellini. ¡Imposible, siempre están desbordados! «Des-bor-da-dos», repiten. Pero ¿por qué! Pues bien, por culpa de sus agendas. ¿Y de qué están llenas sus agendas? De reuniones. ¿De reuniones que sirven para qué? Para organizar el trabajo, el suyo y el de los demás. ¿Realmente es más útil esto que leer
La comedia humana
, obra que nos enseña muchas cosas sobre nuestros semejantes y sobre la naturaleza y los límites de sus ambiciones? Tenemos derecho a preguntárnoslo…

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