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Authors: Corinne Maier

Buenos días, pereza (3 page)

Aunque un curso «elemental de lengua» les sería muy útil a muchos de nuestros jerarcas, lamentablemente no está previsto en la lista de actividades de formación homologadas por la casa. La empresa prefiere enseñar programación neurolingüística (PNL) y otros métodos de pacotilla, cuyo único objetivo es conseguir que todo el mundo siga hablando y pensando de forma circular.

LOS ACRÓNIMOS: UNA SELVA, UN LABERINTO, UN DÉDALO INEXTRICABLE…

Otro de los motivos de que la neolengua empresarial nos resulte tan descorazonadora es que todo el mundo habla por siglas. La retórica de la empresa ha comportado la desaparición de unas cuantas palabras pero también ha creado muchas, sobre todo a partir de abreviaciones y truncamientos, sin tener en cuenta su sonoridad bárbara. Par nombrar los departamentos, los grupos o los servicios se utilizar acrónimos. Veamos el tipo de frases que se oyen en las reuniones: «El AGIR es ahora el IPN y pasa a controlar el STI en detrimento de la SSII, la cual se ocupará del DM; ahora bien, está previsto que esté último migre al RTI». Una hora de conversación de esta índole en la cafetería de la empresa basta para enloquecer a cualquiera. El objetivo de estos acrónimos es que quienes conocen su significado crean que pertenecen a una minoría privilegiada, la de los iniciados que están realmente en el ajo.

Sin embargo, no vale la pena memorizar el significado de todos estos acrónimos en clave porque cambian continuamente, al ritmo de las sucesivas reorganizaciones que tienen como propósito repartir de nuevo las cartas sin que cambien las tornas (¡eso si que no!). Lo que demuestra la proliferación de siglas es que, al hilo de las sucesivas reestructuraciones y fusiones-adquisiciones, las empresas terminan por convertirse en organizaciones tan complejas y laberínticas, que ni una gata lograría orientarse para recuperar a sus pequeños. Como resultado, las rivalidades se exacerban, las competencias se superponen y las estructuras en forma de caja china se multiplican. Así resume el fenómeno un diario económico de vanguardia
[6]
: «Estamos en la era de la polipertenencia». Traducción al lenguaje cotidiano: «La organización es un caos»…

Sin embargo, hay una regla de oro que determina el proceso de denominación de los equipos: el nombre de cada entidad debe hacernos creer que su importancia para la empresa es vital, pero sin revelar su misión de una forma demasiado explícita porque eso podría suponerle demasiado trabajo. Por eso la mayor parte de los acrónimos se crean a partir de unas mismas palabras, que son las siguientes: información, tecnología, asistencia, gestión, desarrollo, aplicación, datos, servicio, dirección, centro, informática, red, investigación, mapache
[7]
, soporte, mercado, producto, marketing, consumidor, cliente. Tienes un minutos para localizar la palabra intrusa…

IDIOMAS EXTRANJEROS, ¡NO PASARÁN!

La lengua de nadie de la empresa está trufada de inglés. Esto podría parecer sorprendente si pensamos en el odio casi unánime que sienten los europeos hacia Estados Unidos, un país que, como se sabe, es racista, inculto y lleno de desigualdades. Por ejemplo, en Francia, a Dios gracias, el modelo republicano asegura sin ningún problema la integración de las personas de origen extranjero, a las que entregamos en bandeja, en un gran gesto de altruismo, los derechos humanos y la escuela laica— gratuita-obligatoria que garantiza la promoción de los mejores, y además todos los franceses son naturalmente cultos desde los tiempos de Montaigne y Racine. Por eso, como suele repetir el francés medio con rotundidad y una pizca de alivio, «el modelo norteamericano es muy diferente del nuestro». Lo cual significa, por supuesto:
Vade retro, Satanás.

A pesar de todo, como los propios franceses reconocen aunque no les guste, los norteamericanos son unos expertos en capitalismo. Harvard es el Belén del dinero. Por lo tanto, hay que prestar oído a lo que dice sobre este asunto el Tío Sam. Las empresas de Europa occidental se sienten acomplejadas ante las Business Schools norteamericanas; tan pronto como una palabra hace furor en Estados Unidos, cruza el Atlántico rápidamente y se convierte en una moda que afecta a nuestras escuelas de gestión, nuestras instituciones comerciales y el discurso de nuestros empresarios. La precisión lingüística tiene poca importancia: basta con salpicar con la palabra nueva las transparencias y los «charts» y en muy poco tiempo se ha introducido en nuestro idioma. Fue así cómo «packaging" sustituyo a «emballage» ['embalaje'], «reporting» a «compte-rendu» ['informe'], «feedback» a «retour» ['retorno'] y «benchmarking»… aún no tengo claro qué significa (si algún lector avispado conoce su traducción, le agradeceré que me escriba).

«Estoy haciendo el
follow-up
del
merging project
con un
coach
porque quiero chequear el
downsizing
» significa que estás despidiendo a gente. Del mismo modo, «reengineering» ocupa el lugar de «réorganisation» ['reorganización']: cuando las connotaciones negativas de los términos vernáculos dificultan su uso, el inglés se revela como un práctico recurso de ocultación. En el contenido entrono de la empresa da igual que todo vaya mal: hay que «positivar». ¿Te acaban de despedir? ¡Sonríe y di «cheese»!

Esta fascinación-repulsión que inspira Estados Unidos, y que está acompañada de un absoluto desconocimiento respecto a nuestros vecinos del otro lado del Canal de la Mancha, explica que en Francia nadie hable realmente el idioma de esos bárbaros. Si todos los que pretenden acceder al mundo del trabajo declaran sin ambages ser bilingües francés-inglés, es porque quienes deben contratarlos saben tan poco inglés como ellos y ninguno está capacitado para poner a prueba sus capacidades lingüísticas, a menudo muy teóricas… es un hecho que los franceses no tienen demasiada habilidad para captar las sutilizas de los demás idiomas, y no me estoy refiriendo a Shakespeare, un autor difícil que utiliza formas de expresión anticuadas, pero sí por ejemplo a Michael Jackson, cantante que tiene menos vocabulario a su disposición que matices del blanco o del gris en los botes de maquillaje de su cuarto de baño.

Al ejecutivo francés, que teóricamente se encuentra en el seno de redes cosmopolitas y flexibles y debe comunicarse con todo el planeta, se le dan irremediablemente mal los idiomas. ¿Es quizá su manera, un poco chauvinista, de luchar contra la globalización? ¿Cree tal vez que el mundo empresarial del futuro hablará en francés, idioma que para él (pero solo para él) es el más preciso y bello que existe? Tener que usar la lengua de nadie de la empresa es bastante duro de por sí, como para encima complicarse la vida aprendiendo inglés…

LUGARES COMUNES A PORRILLO

En la empresa proliferan de manera asombrosa las fórmulas huecas y los lugares comunes, que son muy apreciados. La empresa adora los giros convencionales y las obviedades. De hecho, en este mundo de clichés alentadores solo tienen cabida las expresiones más trilladas: la graciosa «au diable les varices» ['al diablo'], demasiado anticuada, y la enigmática e inquietante «á bon chat bon rat» [literalmente, «a buen gato, buen ratón», con el sentido de «donde las dan las toman»] no tienen carta de ciudadanía. Se trata de hablar, como se dice en las oficinas, «au ras des pâquerettes» [sin florituras].

Cuando uno acaba de entrar en el mundo de la empresa se siente desconcertado, pero termina por comprender que la aparente impersonalidad de esta sabiduría barata no hace más que esconder los intereses y ambiciones de quien los enuncia. En la colección de frases hechas y expresiones utilizadas, ocupan la
pole position
(con su interpretación entre paréntesis):

«No hay problemas, solo hay soluciones» (frase absurda, muy apreciada por los ingenieros para justificar su cargo).

«Saber es poder» (traducible por: yo sé más que tú).

«Trabaja menos, pero trabaja mejor» (eslogan empleado por los jefes más hipócritas cuando quieren que curres).

«Todo es cuestión de organizarse» (idéntico sentido que la frase anterior).

«No se puede estar en misa y repicando» (no pienso trabajar más de lo que ya trabajo).

«Cuando se sobrepasan los límites, ya no hay fronteras» (estoy harto).

«Cuando el río suena, agua lleva» (sospecho que hay trampa).

«Es mejor decir las cosas a las claras» (estoy harto de hipocresías y voy a ser sincero).

Para el admirador de las fórmulas huecas y pomposas, resulta siempre interesante tomar notas en las reuniones. Además, a veces (todo llega), del gran y generoso vientre del lenguaje surge una perla, una fórmula inesperada y bella que nos compensa de tanta tarde perdida escuchando estupideces.

II
LOS DADOS ESTÁN TRUCADOS

En el gran juego de la empresa, la que juega es sobre todo ella. Tú no eres más que un peón, y el empleo que te reserva es un regalo que te hace. Lo que tienes que hacer es dar las gracias al señor o a la señora, ser educado y obediente, no levantar la voz para no molestar, y esperar tranquilamente la paga al final de mes. ¿Pensabas «demostrar tu valía», impresionar con tu «formación», «volverte indispensable» ante tu empleador? Te has equivocado de puerta, porque aquí has venido a venderte y a ayudar a vender. No para «soltar lo que se te pase por la cabeza» (como se suele decir en las reuniones cuando la gente se relaja un poco), porque ese es el mejor camino para «recibir un rapapolvo».

EL DINERO SALE CARO

Todo el mundo trabaja por dinero, y por la multitud de objetos que se pueden comprar con él. Frédéric Beigbeder hace un explícito retrato del ejecutivo en su best-seller
13,99 euros
: «Se pone el traje y está convencido de que desempeña un papel crucial en el seno del
holding
en el que trabaja, tiene un gran Mercedes que ruge en los embotellamientos y un móvil Motorola que zumba en el estuche colgado sobre la radio Pioneer del coche…».

El dinero es el motor del trabajo, pero esto no se puede decir porque es un tabú. La empresa nunca habla de dinero, es vulgar; prefiere usar eufemismos mucho más refinados, como cifra de negocio, resultado, salario, beneficio, presupuesto, prima o ahorro. Un día, en plena reunión sobre la motivación del personal, osé decir que yo solo iba a la oficina para pagarme los garbanzos: durante quince segundos reinó un silencio absoluto y todo el mundo pareció sentirse incómodo. Aunque la etimología de la palabra «trabajo» es un instrumento de tortura, es de rigor proclamar, sean cuales sean las circunstancias, que uno trabaja porque su trabajo le interesa. Aunque te vieras sometido durante largas horas a los suplicios de carceleros implacables, no dirías otra cosa.

Por otro lado, has elegido este trabajo, y esa es precisamente la prueba de que es intrínsecamente «gratificante». Ahora bien, ¿gratificante para quién? ¿Eres tú el que aporta valor al trabajo, o es él el que te aporta valor a ti? Vasta cuestión… Además, no es cierto que lo hayas elegido, ha sido tu trabajo el que te ha elegido a ti.

En el fondo, ¿qué es lo que uno elige realmente en este mundo? ¿Su cónyuge? ¿Su religión? ¿Su psicoanalista? ¿Su vida? ¡Nada de eso! Pero olvidémonos de estas preguntas existenciales, que no tienen cabida aquí (aunque tampoco es cuestión de eludirlas porque pueden llevarnos muy lejos, por ejemplo a preguntarnos sobre lo que deseamos realmente, y hay que reconocer que eso es importante). En resumen: trabajas porque no tienes más remedio, ya que a nadie le gusta trabajar. Si a la gente le gustara, ¡trabajaría gratis!

El dinero sí que nos apasiona; solo hay que ver cuántas revistas incluyen monográficos sobre una cuestión esencial y que suscita una curiosidad nunca satisfecha: el salario de los ejecutivos. Aunque el abanico de remuneraciones es bastante similar de una empresa a otra, saber cuánto ganan los otros permite compararse con el vecino, una actividad siempre interesante. Pero para lo que sirven sobre todo los miles de euros que te agencias cada mes es para adquirir una profusión de cacharritos divertidos. Tener una
palm pilot
, un ordenador portátil y un móvil consuela de muchas cosas. Tener o ser, esa es la cuestión, seguramente mucho más fundamental para el ejecutivo medio que el famoso «ser o no ser» que Hamlet impuso como eslogan. Pero el triste héroe de Shakespeare era menos feliz que el ejecutivo de base de hoy en día. Aunque, a veces, me pregunto si…

TRIUNFAR, DICEN

«
J'ai du succès dans mes affaires / J'ai du succès dans mes amours / Je change souvent de secrétaire / J'ai mon bureau en haut d'une tour / D'où je vois la ville à l'envers / D'où je contrôle mon univers
" ['Tengo éxito en los negocios / Tengo éxito en los amores / Cambio a menudo de secretaria / Tengo el despacho en un rascacielos / Desde allí veo la ciudad al revés / Desde allí controlo mi universo'], se lamenta el hombre de negocios en la célebre canción titulada «Le blues du businessman». Pero ¿por qué se siente desgraciado este pobre hombre cargado de dinero que solo lamenta una cosa: no ser artista? Quizá porque se debate por una ganancia irrisoria, tanto más insignificante cuanto más disputada. El motor del éxito, pues, es la lucha contra los demás, ya lo dijo Sigmund Freud, no es más que la búsqueda narcisista de una pequeña diferencia, minúscula por naturaleza.

Por eso son tan importantes las señales de estatus en el mundo de la empresa. De ahí la importancia atribuida a los despachos, que se adjudican en función del escalafón. Por ejemplo, en el nivel
n
, te toca un espacio de 5,9 m
2
separado por mamparas y compartido con un colega o un becario, mientras que, en el nivel
n+1
, tienes derecho a un auténtico despacho de 6,3 m
2
, con, atención, una pequeña mesa redonda que se usará para las reuniones. En
n + 2
te regalan un bonito mobiliario de madera noble, la prueba absoluta, irrefutable, de que tu empresa te quiere más que algunos de tus colegas menos favorecidos. Y esto sí que es importante: el amor, siempre el amor…

Pero por muchos peldaños que suba y muchos cacharritos y señales tangibles de éxito que acumule, el ejecutivo medio está destinado a seguir siendo un ejecutivo medio. Cuando uno es una rata de despacho, lo es de por vida. Los cargos «de alta responsabilidad» (secretarios generales, directores, jefes de servicio, subdirectores…) están acaparados por los antiguos alumnos de la Escuela Nacional de Administración, y las direcciones, en la cima, están monopolizadas por altos funcionarios (Minas, Inspección de Hacienda…). Son tecnócratas como tú pero de lujo, porque cuentan con la imprescindible «red de contactos» que se teje, por ejemplo, en las «instancias decisorias de la vida política» (es decir, en los gabinetes ministeriales y en el estado mayor de los partidos políticos). Si el ejecutivo medio es un puro producto de las clases medias, el ejecutivo superior surge de una elite más exclusiva. Hay tanta distancia entre el directivo de nivel superior y el ejecutivo de nivel medio, como entre éste último y los trabajadores eventuales que están en situación precaria, tienen muy pocos derechos y son parados en potencia.

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