Athor asintió.
—Lo ha captado perfectamente.
—Me lo temía. Esperaba haber entendido mal.
—Ahora, en lo referente a los efectos del eclipse... —dijo Athor. Sheerin inspiró profundamente.
—De acuerdo. El eclipse, que se produce solamente una vez cada 2.049 años, ¡los dioses sean alabados!, causará un prolongado período de Oscuridad universal en Kalgash. A medida que el mundo gire, cada continente se verá sumido en la oscuridad total por períodos que se extienden de, ¿cuánto dijo?, nueve a catorce horas, según la latitud.
—Ahora, por favor —dijo Athor—: ¿Cuál es su opinión, como psicólogo profesional, sobre el efecto que esto creará en las mentes de los seres humanos?
—El efecto —dijo Sheerin sin vacilar— será la locura.
Hubo un repentino y absoluto silencio en la habitación.
Finalmente, Athor dijo:
—La locura universal, ¿es eso lo que usted predice?
—Con mucha probabilidad. Oscuridad universal, locura universal. Mi suposición es que la gente se verá afectada en distintos grados, que se alinearán desde la desorientación de corto alcance y la depresión a una destrucción completa y permanente de los poderes de razonamiento. Cuanto mayor sea la estabilidad psicológica con la que uno empiece, naturalmente, menos probabilidades tendrá de verse completamente destrozado por el impacto de la ausencia de toda luz. Pero nadie, creo, escapará completamente de ello.
—No lo entiendo —dijo Beenay—. ¿Qué hay en la Oscuridad para volver loca a la gente?
Sheerin sonrió.
—Simplemente no estamos adaptados a ella. Imagina, si puedes, un mundo con sólo un sol. A medida que ese mundo gira sobre su eje, cada hemisferio recibirá luz durante la mitad del día, y permanecerá en una total oscuridad durante la otra mitad.
Beenay hizo un involuntario gesto de horror.
—¿Entiendes? —exclamó Sheerin—. ¡Ni siquiera te gusta como suena! Pero los habitantes de ese planeta estarán totalmente acostumbrados a una dosis diaria de Oscuridad. Es muy probable que hallen las horas de luz más alegres y más de su gusto, pero se encogerán de hombros ante la Oscuridad como un acontecimiento normal y cotidiano, nada por lo que excitarse, sólo un tiempo para dormir mientras esperan a que llegue la mañana. No nosotros, sin embargo. Nosotros hemos evolucionado bajo condiciones de perpetua luz solar, cada hora de cada día, durante todo el año. Si Onos no está en el cielo, están Tano y Sitha y Dovim, o Patru y Trey, o cualquier otra combinación de ellos. Nuestras mentes, incluso las psicologías de nuestros cuerpos, están acostumbradas a la luz constante. No nos gusta ni siquiera el más breve momento sin ella. Tú duermes con una luz de vela en tu habitación, ¿verdad?
—Por supuesto —dijo Beenay.
—¿Por supuesto? ¿Por qué "por supuesto"?
—¿Por qué...? ¡Pero todo el mundo duerme con una luz de vela!
—Vienes a mi punto de vista. Dime esto: ¿has experimentado alguna vez la Oscuridad, amigo Beenay?
Beenay se reclinó contra la pared cercana a la gran ventana panorámica y meditó aquello.
—No. No puedo decir que la haya experimentado. Pero sé lo que es. Es sólo, esto... —Hizo vagos movimientos con los dedos, y luego su rostro se iluminó—. Es sólo una ausencia de luz. Como en las cuevas.
—¿Has estado alguna vez en una cueva?
—¡En una cueva! Por supuesto que no he estado en una cueva.
—Eso pensé. Yo lo intenté una vez, hace mucho tiempo, cuando inicié mis estudios sobre los desórdenes inducidos por la Oscuridad. Pero salí a toda prisa. Seguí adelante hasta que la boca de la cueva apenas fue visible como una mancha de luz, con todo lo demás negro. Entonces me di la vuelta. —Sheerin rió agradablemente ante el recuerdo—. Nunca creí que una persona de mi peso pudiera correr tan aprisa.
Casi desafiante, Beenay dijo:
—Bueno, si lo pienso bien, supongo que yo no hubiera echado a correr, de estar allí.
El psicólogo sonrió gentilmente al joven astrónomo.
—¡Muy bien dicho! Admiro tu valor, amigo mío. —Se volvió hacia Athor—. ¿Tengo su permiso, señor, para realizar un pequeño experimento psicológico?
—Lo que usted quiera.
—Gracias. —Sheerin miró de nuevo a Beenay—. ¿Te importa correr la cortina que tienes al lado, amigo Beenay?
Beenay pareció sorprendido.
—¿Para qué? No es como si hubiera tres o cuatro soles brillando ahí fuera. Sólo están Onos y Dovim, y además ambos muy cerca del horizonte.
—Ése es el detalle precisamente. Tan sólo corre la cortina. Luego vuelve aquí y siéntate a mi lado.
—Bueno, si insistes...
Pesados cortinajes rojos colgaban de las ventanas. Athor no podía recordar que hubieran sido corridos alguna vez, y esta habitación era su oficina desde hacía unos cuarenta años. Beenay, con un filosófico encogerse de hombros, tiró del cordón rematado con una borla; la cortina se deslizó sobre la amplia ventana, con un ligero siseo de las anillas de cobre al deslizarse por la barra. Por un momento la luz rojo oscura de Dovim aún pudo verse. Luego todo quedó en sombras, e incluso las sombras se volvieron indistintas.
Los pasos de Beenay sonaron huecos en el silencio mientras se dirigía hacia la mesa, luego se detenían a medio camino.
—No puedo verte, Sheerin —susurró con voz desolada.
—Tantea tu camino —ordenó Sheerin con tono tenso.
—¡Pero no puedo verte! —El joven astrónomo respiraba fuertemente—. ¡No puedo ver nada!
—¿Qué esperabas? Esto es la Oscuridad. —Sheerin aguardó un momento—. Adelante. Tienes que saber cómo moverte de un lado para otro de esta habitación incluso con los ojos cerrados. Lo único que debes hacer es venir hasta aquí y sentarte.
Los pasos sonaron de nuevo, vacilantes. Hubo el sonido de alguien tanteando con una silla. La voz de Beenay llegó en su soplo:
—Estoy aquí.
—¿Cómo te sientes?
—Estoy... gulp... bien.
—¿Te gusta?
Una larga pausa.
—No.
—¿No, Beenay?
—En absoluto. Es horrible. Es como si las paredes estuvieran... —Se detuvo de nuevo—. Parece como si se cerraran sobre mí. No dejo de desear apartarlas. Pero no estoy loco, en absoluto. De hecho, creo que estoy empezando a acostumbrarme a ello.
—Estupendo. ¿Siferra? ¿Qué dice usted?
—Puedo aceptar un poco de Oscuridad. Tengo que arrastrarme por algunos pasadizos subterráneos de tanto en tanto. No puedo decir que me importe mucho.
—¿Athor?
—Sobrevivo también. Pero creo que ha demostrado usted lo que quería demostrar, doctor Sheerin —dijo secamente el jefe del observatorio.
—De acuerdo. Beenay, puedes volver a abrir las cortinas.
Hubo el sonido de cautelosos pasos a través de la oscuridad, el roce del cuerpo de Beenay contra la cortina cuando tanteó en busca del cordón con la borla, y luego el alivio de oír el ru-u-uss de la cortina cuando se deslizó al abrirse. La roja luz de Dovim inundó la habitación, y con una exclamación de alegría Beenay miró por la ventana hacia el más pequeño de los seis soles.
Sheerin se secó la humedad que perlaba su frente con el dorso de la mano y dijo con voz temblorosa:
—Y eso fueron tan sólo unos pocos minutos en una habitación a oscuras.
—Puede tolerarse —afirmó Beenay con voz ligera.
—Sí, una habitación a oscuras puede tolerarse. Al menos durante un corto tiempo. Pero todos han oído hablar de la Exposición del Centenario de Jonglor, ¿no? El escándalo del Túnel del Misterio. Beenay, te conté la historia aquella tarde a finales del verano en el Club de los Seis Soles, cuando estabas con ese periodista, Theremon.
—Sí. Lo recuerdo. La gente que hizo el trayecto a través de la Oscuridad en el parque de diversiones y salió loca.
—Sólo un túnel de kilómetro y medio de largo..., sin luces. Entras en un pequeño cochecito abierto y recorres la Oscuridad durante quince minutos. Algunos que hicieron el trayecto murieron de terror. Otros salieron permanentemente trastornados.
—¿Y por qué fue eso? ¿Qué les volvió locos?
—Esencialmente lo mismo que actuó sobre ti justo ahora cuando tuvimos esa cortina cerrada y pensaste que las paredes de la habitación te estaban aplastando en la oscuridad. Hay un término psicológico para el miedo instintivo de la Humanidad a la ausencia de luz. Lo llamamos claustrofobia, porque la falta de luz va siempre asociada con los lugares cerrados, de modo que el miedo a una cosa es el miedo a la otra. ¿Entiendes?
—¿Y esa gente en el túnel que se volvió loca?
—Esa gente en el túnel que se volvió, hum, loca, por usar tu palabra, fueron esos desafortunados que no tuvieron suficiente resistencia psicológica para superar la claustrofobia que les envolvió con la Oscuridad. Fue un poderoso sentimiento. Créeme. Yo personalmente efectué el trayecto del Túnel. Ahora sólo tuviste un par de minutos sin luz, y creo que te trastornó un tanto. Ahora imagina quince minutos.
—¿Pero no se recobraron después?
—Algunos sí. Pero algunos sufrirán durante años, o quizá durante todo el resto de sus vidas, de fijaciones claustrofóbicas. Su miedo latente a la Oscuridad y a los lugares cerrados ha cristalizado y se ha convertido, por todo lo que podemos decir, en algo permanente. Y algunos, como he dicho, murieron del shock. No hubo recuperación para ellos. Eso es lo que pueden hacer quince minutos de Oscuridad.
—Para alguna gente —dijo Beenay, testarudo. Su frente se frunció con lentitud—. Sigo sin creer que vaya a ser tan malo para la mayoría de nosotros. Ciertamente, no para mí.
Sheerin suspiró, exasperado.
—Imagina la Oscuridad... por todas partes. Ninguna luz hasta tan lejos como puedas ver. Las casas, los árboles, los campos, el suelo, el cielo..., ¡todo negro! Y Estrellas asomándose en medio de todo ello, si escuchas lo que predican los Apóstoles..., Estrellas, sean lo que sean. ¿Puedes concebirlo?
—Sí, puedo —declaró Beenay, más truculento aún.
—¡No! ¡No puedes! —Sheerin golpeó la mesa con el puño, presa de una repentina pasión—. ¡Te engañas a ti mismo! No puedes concebir eso. Tu cerebro no fue construido para ese concepto, como tampoco lo fue para... Mira, Beenay, tú eres matemático, ¿no? ¿Puede tu cerebro concebir de una forma real y completa el concepto de infinito? ¿De eternidad? Sólo puedes hablar de ello. Reducirlo a ecuaciones y fingir que los números abstractos son la realidad, cuando de hecho son sólo señales sobre el papel. Pero cuando intentas realmente abarcar la idea de infinito en tu mente empiezas a sentir vértigo muy aprisa, estoy seguro de ello. Una fracción de la realidad te trastorna. Lo mismo ocurre con la pequeña cantidad de Oscuridad que acabas de saborear. Y cuando lo auténtico llega a ti, tu cerebro tiene que enfrentarse a un fenómeno que está más allá de los límites de tu comprensión. Te vuelves loco, Beenay. Completa y permanentemente. ¡No tengo la menor duda de ello!
Una vez más hubo un terrible y repentino silencio en la habitación.
Al fin, Athor dijo:
—¿Cuál es su conclusión final, doctor Sheerin? ¿Una locura generalizada?
—Al menos un 75% de la población se volverá irracional a un grado incapacitador. Quizás un 85%. Quizás incluso un 100%.
Athor agitó la cabeza.
—Monstruoso. Horrible. Una calamidad más allá de todo lo creíble. Aunque debo decirle que siento un poco como Beenay..., que de alguna forma superaremos esto, que los efectos serán menos cataclísmicos de lo que su opinión parece indicar. Viejo como soy, no puedo evitar el sentir un cierto optimismo, una cierta sensación de esperanza...
—¿Puedo hablar, doctor Athor? —dijo de pronto Siferra.
—Por supuesto. ¡Por supuesto! Para eso está usted aquí.
La arqueóloga se levantó y se dirigió al centro de la habitación.
—En algunos aspectos me sorprende estar aquí. Cuando hablé por primera vez de mis hallazgos en la península Sagikana con Beenay, le pedí que lo mantuviera todo estrictamente confidencial. Temía por mi reputación científica, porque vi que los datos que había descubierto podían ser elaborados muy fácilmente para que dieran apoyo al más irracional, más aterrador, más peligroso movimiento religioso que existe dentro de nuestra sociedad. Me refiero, naturalmente, a los Apóstoles de la Llama.
»Pero luego, cuando Beenay vino a verme de nuevo un poco más tarde con sus nuevos hallazgos, el descubrimiento de la periodicidad de esos eclipses de Dovim, supe que tenía que revelar lo que sabía. Tengo aquí fotos y mapas de mi excavación en la Colina de Thombo, cerca del emplazamiento de Beklimot en la península Sagikana. Beenay, tú ya los has visto, pero si tuvieras la amabilidad de pasárselos al doctor Athor y al doctor Sheerin.
Siferra aguardó hasta que tuvieron una posibilidad de echar una ojeada al material. Luego siguió hablando.
—Los mapas serán más fáciles de entender si piensa usted en la Colina de Thombo como un gigantesco pastel a capas de antiguos asentamientos, cada uno de ellos edificado sobre su inmediato predecesor..., el más reciente en la cima de la colina, por supuesto. Ese último es una ciudad de lo que llamamos la cultura de Beklimot. Debajo se halla uno construido por esa misma gente, creemos, en una fase anterior de su civilización, y luego más abajo y abajo y abajo, hasta un total de al menos siete períodos distintos de asentamientos, quizás incluso más.
»Cada uno de esos asentamientos, caballeros, llegaron a su fin debido a que fueron destruidos por el fuego. Supongo que pueden ver las separaciones oscuras entre cada capa. Ésas son las líneas quemadas..., restos carbonizados. Mi suposición original, basada puramente en un sentido intuitivo del tiempo que pueden necesitar esas ciudades para ser edificadas, florecer, decaer y desmoronarse, es que cada uno de esos grandes incendios ocurrió con una separación de aproximadamente dos mil años, con el más reciente de ellos situado hará unos dos mil años de nuestro presente, justo antes del desarrollo de la cultura de Beklimot que consideramos como el principio del período histórico.
»Pero el carbón es particularmente apto para la datación por el radiocarbono, que nos proporciona una indicación bastante exacta de la antigüedad de un emplazamiento. Desde que mi material de Thombo llegó a Ciudad de Saro, el laboratorio de nuestro departamento ha estado atareado efectuando análisis de radiocarbono, y ahora tenemos nuestras cifras. Puedo decirles de memoria cuáles son. El más joven de los asentamientos de Thombo fue destruido por el fuego hace 2.050 años, con una desviación estadística de más o menos 20 años. El carbón del asentamiento inmediatamente inferior tiene 4.100 años de antigüedad, con una desviación de más o menos 40 años. El tercer asentamiento empezando desde arriba fue destruido por el fuego hace 6.200 años, con una desviación de más o menos 80 años. El cuarto asentamiento hacia abajo muestra al radiocarbono una edad de 8.300 años, más o menos 100. El quinto...