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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

Anochecer (8 page)

—Me temo que los cálculos son correctos, señor. Concuerdan hacia delante y hacia atrás.

—Sí. Imagino que lo hacen —dijo Beenay con voz apagada.

Luchó por ocultar su angustia. Pero sus manos temblaban tan fuertemente que las hojas empezaron a aletear entre sus dedos. Fue a depositarlas sobre la mesa ante él, pero su muñeca se agitó incontroladamente en un gesto muy propio de Yimot y las envió dispersas al suelo. Faro se arrodilló para recogerlas. Miró a Beenay de una forma turbada.

—Señor, si le hemos trastornado de alguna manera...

—No. No, en absoluto. Hoy no he dormido bien, ése es el problema. Pero habéis hecho un trabajo excelente, incuestionablemente espléndido. Me siento orgulloso de vosotros. Tomar un problema como éste, que no tiene ninguna resonancia en absoluto en el mundo real, que de hecho se halla en una contradicción total con la verdad científica del mundo real, y seguirlo tan metódicamente hasta la conclusión requerida por los datos, ignorando con éxito el hecho de que la premisa inicial es absurda..., bueno, es un trabajo estupendo, una admirable demostración de vuestros poderes de lógica, un experimento mental de primer orden...

Les vio intercambiar rápidas miradas. Se preguntó si realmente les estaba engañando.

—Y ahora —prosiguió—, si me disculpáis, amigos..., tengo otra conferencia...

Enrolló los malditos papeles en un prieto cilindro, se los metió bajo el brazo y salió apresurado por la puerta, bajó al vestíbulo y, prácticamente corriendo, se encaminó a la seguridad e intimidad de su propia y diminuta oficina.

Dios mío, pensó. Dios mío, Dios mío, Dios mío, ¿qué he hecho? ¿Y qué haré ahora?

Enterró la cabeza entre las manos y aguardó a que cesara el pulsar. Pero éste no parecía querer detenerse. Al cabo de un momento se sentó y clavó el dedo en el botón del comunicador sobre su escritorio.

—Ponme con el Crónica de Ciudad de Saro —le dijo a la máquina—. Con Theremon 762.

Del comunicador brotaron una serie de largos y enloquecedores chasquidos y silbidos. Luego, bruscamente, la profunda voz de Theremon:

—Sección de reportajes especiales, al habla Theremon 762.

—Aquí Beenay.

—¿Quién? ¡No puedo oír lo que dice!

Beenay se dio cuenta de que tan sólo había conseguido emitir un ronco croar.

—¡He dicho que soy Beenay! Yo..., querría cambiar la hora de nuestra cita.

—¿Cambiarla? Mira, de veras, sé cómo se sientes respecto a las mañanas, porque a mí me ocurre lo mismo. Pero tengo que hablar contigo absolutamente antes de mañana al mediodía, o no tendré ningún reportaje aquí. Me adaptaré a ti todo lo que pueda, pero...

—No lo entiendes. Quiero verte antes, no después.

—¿Qué?

—Esta tarde. Digamos a las nueve y media. O a las diez, si te va mejor.

—Creí que tenías que tomar unas fotos en el observatorio.

—Al diablo con las fotos, hombre. Necesito verte.

—¿Necesitas? Beenay, ¿qué ha ocurrido? ¿Tiene algo que ver con Raissta?

—No tiene absolutamente nada que ver con Raissta. ¿A las nueve y media? ¿En los Seis Soles?

—En los Seis Soles a las nueve y media, sí —dijo Theremon—. Es un compromiso.

Beenay cortó el contacto y permaneció sentado durante un largo momento, contemplando el cilindro de papel enrollado delante de él y agitando sombríamente la cabeza. Contárselo a Theremon haría más fácil soportar el peso de todo aquello.

Confiaba por completo en Theremon. Los periodistas no eran notables en general por despertar la confianza, sabía Beenay, pero Theremon era antes que nada un amigo, y luego un periodista. Nunca había traicionado la confianza de Beenay, ni una sola vez.

Pese a todo, Beenay no tenía la menor idea de cuál debía ser su próximo movimiento. Tal vez a Theremon se le ocurriera algo. Tal vez.

Abandonó el observatorio por la parte de atrás, utilizando la escalera de incendios como un ladrón. No quería arriesgarse a encontrar a Athor si iba por la parte delantera. Le resultaba abrumador considerar la posibilidad de ver a Athor ahora, enfrentarse a él cara a cara, hombre a hombre.

El regreso a casa en el escúter fue terrible. A cada momento temía que las leyes de la gravedad cesaran de sujetarle, que empezara a flotar hacia el espacio. Pero al fin alcanzó el pequeño apartamento que compartía con Raissta 717.

Ella le miró con la boca abierta.

—¡Beenay! Estás tan blanco como...

—Como un fantasma, sí. —Tendió la mano hacia ella y la atrajo contra sí—. Abrázame —dijo—. Abrázame.

—¿Qué tienes? ¿Que ha ocurrido?

—Te lo diré más tarde —murmuró él—. Ahora sólo abrázame.

8

Theremon llegó al Club de los Seis Soles un poco después de las nueve. Probablemente era una buena idea llegar un poco antes que Beenay y tomar una o dos copas rápidas primero, sólo para lubricar un poco el cerebro. El astrónomo había sonado de una forma horrible, como si estuviera manteniendo a raya la histeria tan sólo mediante un tremendo esfuerzo. Theremon no podía imaginar qué cosa terrible podía haberle ocurrido, allá en el recogimiento y la quietud del observatorio, para convertirle en una ruina así en tan poco tiempo. Pero evidentemente Beenay se hallaba metido en un enorme problema, y evidentemente también necesitaba toda la ayuda que Theremon pudiera ofrecerle.

—Tráigame un Tano Especial —le dijo al camarero—. No, espere..., que sea doble. Un Tano Sitcha, ¿de acuerdo?

—Doble luz blanca —dijo el camarero—. Marchando.

La tarde era suave. Theremon, que era bien conocido aquí y recibía un trato especial, había ocupado su mesa habitual en la zona cálida de la terraza que dominaba la ciudad. Las luces del centro brillaban alegremente. Onos se había puesto hacía una o dos horas, y sólo Trey y Patru estaban en el cielo, ardiendo brillantes en el Este, arrojando duras luces gemelas mientras efectuaban su descenso hacia la mañana.

Theremon los miró y se preguntó qué soles estarían en el cielo mañana. Eran diferentes cada vez, una brillante exhibición siempre cambiante. Onos, por supuesto: siempre podías estar seguro de ver a Onos al menos durante una parte del tiempo cada día del año, incluso él sabía eso..., ¿y luego qué? ¿Dovim, Tano y Sitha, para hacer un día de cuatro soles? No estaba seguro. Quizá se suponía que serían tan sólo Tano y Sitha, con Onos visible sólo unas pocas horas al mediodía. Eso daría un día más bien apagado. Pero entonces, tras pensarlo un poco más detenidamente, recordó que ésta no era la estación de Onos corto. Así que muy probablemente sería un día de tres soles, a menos que sólo aparecieran Onos y Dovim, lo cual también era posible.

Resultaba tan difícil mantener el esquema...

Bueno, siempre podía pedir ver el almanaque, si realmente le importaba. Pero no le importaba. Algunas personas parecían saber siempre qué soles saldrían mañana —Beenay era una, naturalmente—, pero Theremon enfocaba el asunto de una forma mucho más inconsecuente. Mientras algún sol estuviera ahí arriba al día siguiente, a Theremon no le importaba particularmente cuál fuera. Y siempre había uno, o dos, o tres, normalmente, y a veces incluso cuatro. Podías contar con eso.

Llegó su bebida. Dio un profundo sorbo y exhaló placenteramente. El Tano Especial era algo maravilloso. En buen y fuerte ron blanco de las islas Velkareen, mezclado con un chorro del producto más fuerte todavía, transparente y aromático, que destilaban en la costa de Bagilar, y sólo una pizca de zumo de sgarrino para quitar el mordiente..., ¡ah, magnífico! Theremon no era un bebedor particularmente asiduo, ciertamente no de la forma que se suponía legendariamente que lo hacían los periodistas, pero consideraba que un día en el que no podía hallar tiempo para tomarse uno o dos Tano Especiales en aquellas tranquilas horas del crepúsculo después de que Onos se hubiera puesto era un día miserable.

—Parece que lo estás disfrutando, Theremon —dijo una voz familiar a sus espaldas.

—¡Beenay! ¡Llegas temprano!

—Diez minutos. ¿Qué bebes?

—Lo de siempre. Un Tano Especial.

—Bien. Creo que yo también tomaré uno.

—¿Tú? —Theremon miró fijamente a su amigo. El zumo de frutas, por lo que sabía, era lo más a lo que llegaba Beenay. No podía recordar haber visto al astrónomo beber nada más fuerte.

Pero Beenay parecía extraño esta tarde..., cansado, macilento, casi agotado. Sus ojos tenían un brillo casi febril.

—¡Camarero! —llamó Theremon.

Resultó alarmante ver a Beenay engullir su bebida. Jadeó después del primer sorbo, como si el impacto resultara mucho mayor de lo que había esperado, pero luego dio de inmediato otro segundo y profundo sorbo, y luego un tercero.

—Tranquilo —recomendó Theremon—. Tu cabeza empezará a dar vueltas dentro de cinco minutos.

—Ya está dando vueltas ahora.

—¿Bebiste algo antes de venir aquí?

—No, ni una gota —dijo Beenay—. Es el shock. El trastorno. —Depositó su bebida y contempló ominosamente las luces de la ciudad. Tras un momento la cogió de nuevo, casi con aire ausente, y apuró lo que quedaba—. No debería haberla bebido tan rápido, ¿verdad, Theremon?

—No, creo que no. —Theremon adelantó una mano y la depositó ligeramente sobre la muñeca del astrónomo—. ¿Qué es lo que ocurre, muchacho? Háblame de ello.

—Resulta..., difícil de explicar.

—Adelante. Te conozco desde hace ya un cierto tiempo, ¿sabes? ¿Tú y Raissta...?

—¡No! Te lo dije antes, esto no tiene nada que ver con ella. Nada.

—De acuerdo. Te creo.

—Quizá debiera tomar otra copa —insinuó Beenay.

—Dentro de un momento. Vamos, Beenay. ¿De qué se trata?

Beenay suspiró.

—Sabes lo que es la Teoría de la Gravitación Universal, ¿verdad, Theremon?

—Por supuesto que lo sé. Quiero decir, no podría decirte exactamente lo que significa, creo que sólo hay doce personas en Kalgash que la comprenden realmente, ¿no?, pero sí puedo decirte lo que es..., más o menos.

—Así que tú también crees en esa basura —dijo Beenay, con una seca risa—. Acerca de que la Teoría de la Gravitación es tan complicada que sólo doce personas pueden comprender sus matemáticas.

—Eso es lo que siempre he oído decir.

—Lo que siempre has oído decir es la sabiduría de la gente ignorante —dijo Beenay—. Podría proporcionarte todas las matemáticas esenciales en una sola frase, y probablemente comprenderías lo que te estoy diciendo.

—¿Podrías? ¿Lo comprendería?

—No lo dudes. Mira, Theremon; la Ley de la Gravitación Universal, la Teoría de la Gravitación Universal quiero decir, afirma que existe una fuerza cohesiva entre todos los cuerpos del Universo, de tal modo que la intensidad de esta fuerza entre dos cuerpos determinados es siempre proporcional al producto de sus masas dividido por el cuadrado de la distancia entre ellos. Es así de simple.

—¿Y eso es todo?

—¡Eso es suficiente! Pero se necesitaron cuatrocientos años para desarrollarlo.

—¿Por qué tanto tiempo? Parece más bien sencillo, de la forma en que lo planteas.

—Porque las grandes leyes no aparecen a través de destellos de la inspiración, no importa lo que os guste creer a vosotros los periodistas. Normalmente se necesita el trabajo combinado de un mundo lleno de científicos durante un período incluso de siglos. Desde que Genovi 41 descubrió que Kalgash gira en torno a Onos, en vez de a la inversa, y eso fue hace unos cuatro siglos, los astrónomos han estado trabajando sobre el problema de por qué los seis soles aparecen y desaparecen en el cielo de la forma que lo hacen. Los complejos movimientos de los seis fueron registrados y analizados y desentrañados. Se adelantó teoría tras teoría, y todas fueron comprobadas y vueltas a comprobar, y modificadas, y abandonadas, y revividas y convertidas en algo distinto. Fue un maldito trabajo.

Theremon asintió pensativamente y terminó su bebida. Pidió otras dos al camarero. Beenay parecía bastante tranquilo siempre que siguiera hablando de ciencia, pensó.

—Fue hará unos treinta años —continuó el astrónomo— cuando Athor 77 dio el toque de perfección a todo el asunto demostrando que la Teoría de la Gravitación Universal explica con exactitud los movimientos orbitales de los seis soles. Fue un logro sorprendente. Fue una de las mayores hazañas de la lógica que nadie haya conseguido jamás.

—Sé lo que reverencias a ese hombre —dijo Theremon—. Pero, ¿qué tiene que ver todo esto con...?

—Ahora llego a ello. —Beenay se levantó y se dirigió al extremo de la terraza, llevando su segunda copa con él. Se detuvo allí en silencio por un tiempo, contemplando los distantes Trey y Patru. Theremon tuvo la impresión de que Beenay empezaba a agitarse de nuevo. Pero el periodista no dijo nada. Al cabo de un tiempo Beenay dio un largo sorbo a su bebida. De pie y vuelto de espaldas todavía, dijo al fin—: El problema es éste. Hará unos meses empecé a trabajar en un nuevo cálculo de los movimientos de Kalgash en torno a Onos, utilizando el nuevo gran ordenador de la universidad. Proporcioné al ordenador los datos de las últimas seis semanas de observaciones de la órbita de Kalgash, y le dije que predijera el movimiento orbital para el resto del año. No esperaba ninguna sorpresa. En realidad sólo deseaba una excusa para jugar un poco con el ordenador, supongo. Naturalmente, utilicé las leyes gravitatorias para basar mis cálculos. —Giró en redondo bruscamente. Su rostro tenía una expresión pálida y atormentada—. Theremon, los resultados no fueron los correctos.

—No entiendo.

—La órbita que produjo el ordenador no concordaba con la órbita hipotética que yo esperaba obtener. No quiero decir que estuviera trabajando simplemente sobre la base del sistema Kalgash-Onos aislado, entiende. Tuve en cuenta todas las perturbaciones que causarían los demás soles. Y lo que obtuve, lo que el ordenador afirmó que era la auténtica órbita de Kalgash, era algo muy distinto de la órbita que indica la Teoría de la Gravitación de Athor.

—Pero has dicho que usaste las leyes gravitatorias de Athor pera establecer los cálculos —indicó Theremon, desconcertado.

—Eso hice.

—Entonces, ¿cómo...? —De pronto, los ojos de Theremon se iluminaron—. ¡Buen Dios, hombre! ¡Qué noticia! ¿Me estás diciendo que el nuevo y flamante ordenador de la Universidad de Saro, instalado a un coste de no quiero saber cuántos millones de créditos, no es exacto? ¿Que se trata de un gigantesco y escandaloso derroche del dinero de los contribuyentes? Eso...

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