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Authors: Elisabeth G. Iborra

Tags: #humor

Anécdotas de Enfermeras (24 page)

Finalmente, conocí a una chica que trabajaba en dos hospitales haciendo hemodiálisis, esa técnica aplicada con unas máquinas que limpian el riñón que siempre me había producido mucha curiosidad pero no había tenido oportunidad de aprender más allá de lo que nos enseñan en la carrera. Conseguí que me hicieran una entrevista y me propusieron enseñarme durante un mes para que, una vez formada, pudiera quedarme sola. Además, les pedí que me ayudaran a buscar piso y me alquilaron uno por alrededor de cuatrocientos euros al mes que justo se quedaba libre en un bloque de viviendas muy antiguas que había al lado del hospital y a cinco paradas en metro del centro de París. Luego resultó que tenía calefacción eléctrica por lo cual el gasto era inasumible, me quejé y acordamos que ellos me pagaban la luz y el agua. Aquello era un toma y daca porque ellos andaban muy escasos de personal pero yo me esforzaba muchísimo por hacer mi trabajo lo mejor posible. Y no fue fácil porque al principio, por culpa del francés, lo pasé muy mal. Había enfermos muy despectivos, otros estudiantes franceses que venían detrás nuestro a vigilarnos, algunas enfermeras recelosas de las españolas porque trabajábamos mejor que ellas... No lo digo con maldad, su problema era que llevaban la enfermería muy retrasada: mientras que en España se estudia en la Universidad, allí es un ciclo de FP. Su ventaja es que ellos tienen muchas más prácticas, así que también aprendí muchas cosas de ellos. Sin embargo, aunque tenían gente especializada en sacar sangre, los enfermos rogaban que se la sacáramos las españolas; pese al rechazo inicial por el idioma, al final nos aceptaban muy bien.

Allí estuve un año y pico, con mi novio, que vino a hacer un Erasmus de Veterinaria, y lo que aprendí de hemodiálisis me sirvió después al volver a España para que me cogieran en el hospital de San Jorge en Huesca. Pero eso fue más adelante, porque yo no quería regresar aquí, me apetecía seguir dando tumbos por el mundo y recorrerlo entero, y como en el hospital había mucho personal (de limpieza, mantenimiento, etcétera) originario de todas las ex colonias francesas y nos contaban que en sus países había muchísima demanda de enfermeras, me fui con una amiga a La Martinica. Llegamos sin trabajo ni nada, pero se desvivían para que nos quedáramos allá y me habría encantado permanecer por lo menos un año, justo para aprender e irme a otro lado, pero mi novio no encontraba empleo como veterinario y tuvimos que volver a los cinco meses.

Por el contrario, vino una gallega para vivir la experiencia como enfermera para tres meses justo antes de casarse, e inesperadamente lo dejó todo, incluso al novio, y sigue allá, cuatro años más tarde, ejerciendo como enfermera liberal, autónoma, porque allá no hay centros de salud, sino que van ellas con el coche a atender emergencias. En La Martinica, de hecho, todo el mundo va con el coche porque las casas están desperdigadas por las montañas y acude a la ciudad a trabajar cada día, de manera que se le ha acabado apodando «la isla de los atascos». El tráfico es un caos, y hay muchos accidentes porque muchos conducen borrachos, le dan mucho al ron, que además es muy neurotóxico, por lo que están muy sonados y bastantes acaban en Neuropsiquiatría.

Allí aprendí bastante del comportamiento de los esquizofrénicos, que de repente te quieren pegar pero, enseguida, calmándoles con unas palabras, te están abrazando. Aparte de ir en coche asistiendo casos de malos tratos, violaciones a niñas, accidentes y demás en plena selva, si es necesario, nos encontramos a enfermeras que se planteaban la vida a bordo de un barco. Viven en él, ahorrándose el alquiler, y les permite ir de isla en isla llevando el material necesario para curar a sus gentes. Viajando cambias el chip porque si no, te volverías loca, y haces cosas que no harías aquí, locuras arriesgadas.

Son muchas las enfermeras que empezaron en Francia como yo y ahora están por ahí trabajando en las Antillas, en Nueva Caledonia, en la Polinesia, en la isla de la Reunión, en la de Guadalupe, e incluso por Senegal y otras colonias francesas para no complicarnos con la declaración de la renta, la tarjeta de la Seguridad Social y todos esos trámites tan engorrosos. En mi caso, seguiría dando tumbos durante unos años, pero como mi novio no encontraba trabajo, nos volvimos a Huesca y a Zaragoza y, por el momento, nos hemos venido a Palma de Mallorca.

Trabajo en un hospital y una vez una compañera mía me enseñó la radiografía de un chico que vino con un vaso de Nocilla (sólo le faltaba la etiqueta) en el recto. Llamaron incluso a los de mantenimiento para ver si se lo podían sacar de alguna manera para no tener que abrirle, pero estaba demasiado incrustado y fue necesario intervenirle. Le salió caro el asunto porque hubo que ponerle incluso una bolsa para que evacuara, pobre.

9. UN FORO ESTATAL EN INTERNET

En este capítulo se recogen multitud de anécdotas de varias Comunidades de Enfermería que mantienen su foro en internet y que les han ocurrido a profesionales repartidos por toda España
.

Una enfermera me explicaba que en su hospital había una señora mayor que después de varios días de ingreso y refiriendo que era de «buen comer», observaron que no solía cenar nunca. Se limitaba a la comida del mediodía. Un día le preguntaron que si estaba inapetente, a lo que ésta respondió que sólo almorzaba porque la comida era muy cara, y su pensión no le permitía hacer excesos. Se le explicó que era gratis e iba incluida en los servicios que ofrecía la Seguridad Social, a lo que la señora contestó:

—¿Y por qué cuando entráis decís: «La de 2.500 para la señora del 12»?

Ella pensaba que las calorías eran el precio, por lo que tras hacer números, llegó a la conclusión de que no le llegaba para nada más que una comida al día.

En un hospital de Barcelona otra enfermera contaba que en la unidad de Respiratorio una enferma, al día siguiente de ingresar y estando bastante grave, pidió el alta. Como no la podían convencer y no estaba en condiciones de irse, llamaron a la responsable de Atención al Usuario, y la enferma le explicó que unas enfermeras golpeaban a su compañera de habitación y además se lo decían de forma descarada:

—Hola, venimos a darle la paliza de cada día.

¡Después de aclarar el tema, resultó que se trataba del clapping que tenía pautado y que según su compañera de habitación le dejaban como si le hubieran dado la paliza! Ella escuchaba golpes tras la cortina debido a que el clapping consiste en dar palmadas ligeras con una mano ahuecada en la parte posterior de un paciente, en el pecho y debajo de los brazos para despejar la mucosidad del paso de la respiración con el fin de mejorar la circulación de aire.

Otra enfermera comenta:

Hoy ha sido la leche. Primero que si a una mujer que le habían perfilado los labios en la peluquería con algo que debe de ser medio permanente o no entiendo cómo si no ha llegado a ese extremo: el caso es que le habían puesto un color muy rojo, y quería bajar el tono, así que... ¿cómo bajar el tono? Pues como si fuera una camiseta, vamos a echarnos bien de lejía por los labios. Dios... ¡qué morros llevaba! ¡Todos requemaos y terribles! Claro que el que ha venido después con desgarro en el pene porque su novia debe de ser un poco... Pues ahí con sus papis, que el caso nos lo ha expuesto el padre.

Pero quizás la palma se la lleva el que cuentan que fue otro día con un diente de ajo incrustado en el oído.

Le mandaron para Urgencias a que se lo quitara el otorrinolaringólogo porque no lo sacaba nadie de allá. La razón: su amigo le recomendó aquello de «oye, eso es mano de santo para la otitis».

A nosotros, una noche en el PAC (Puntos de Atención Continuada) nos llamaron por teléfono a la una de la madrugada. Era una señora que se había ido con su hijo de nueve años a pasar la noche a Madrid con una amiga. Y nos llama porque, de repente, su hijo, que estaba durmiendo, se ha despertado sudando, llorando y muy asustado...

—Señorita, ¿piensa usted que ha podido ser una pesadilla?

La médica necesitó unos segundos para poder reaccionar ante tal pregunta.

Ésta me recuerda otra. Traen un bebé de dos meses. Motivo de consulta:

—Es que se ha caído una caja cerca de él y no sabemos si le ha dado. ¿Ustedes pueden averiguarlo?

Y cuando nos viene un hijo con su madre (ésta de setenta y tantos años) porque observa falta de oxígeno desde hace una semana, ya que le ve que tiene los labios morados. Miro a la mujer bien, le digo que abra la boca... y le pregunté que con qué se lavaba la dentadura postiza. Y me dice que con pasta de dientes. Empapé un algodón estéril con SSF (solución salina fisiológica), lo pasé por los labios... y ¡zas! La cianosis desapareció y se impregnó en el algodón... Lo que le señalé al hijo fue:

—Su madre no tiene una falta de oxígeno, tiene una falta de higiene.

Una muy sonada: llega a Urgencias un señor de más de setenta años a la consulta de clasificación del hospital. Va vestido normal y sujeta un sombrero con la mano a la altura de la entrepierna. Al preguntarle, anuncia que tiene su «cosa» atascada en una vinagrera de cristal.

—Pero ¿cómo ha podido pasar? —pregunta la pobre enfermera que, para colmo, estaba ya a final del turno de doce horas.

—Pues nada... fregando —fue la respuesta.

¿Ein? El pobre hombre se libró del quirófano por poco, porque eso no había manera de sacarlo. Al final el urólogo pudo, con mucho esfuerzo y vaselina. El señor sólo decía: «Ay, me ha tentado el diablo». ¡Más bien es que las vinagreras las carga el diablo!

Esto de la vinagrera me recuerda la señora que se cayó de tan mala forma que se le introdujo el mango del aspirador... También me llamó la atención un perro que no se podía salir (leche, ¿no sabe usted que los perros dilatan cuando eyaculan?) y una estatuilla de una Virgen dentro de... Vamos, ni al director de cine Abel Ferrara se le habría ocurrido una profanación mejor...

Un compañero añade:

—Debe de ser muy frecuente, porque un señor que atendí yo también se cayó, según él, y como consecuencia se le metió un palo por el ano...

—En las Urgencias de mi hospital entró un muchacho con un botellín de cerveza dentro del... —añade otro—. Se hizo famoso en el hospital entero.

Estamos el doctor Joaquín y yo haciendo un informe, suena el busca, era de la sala de observación en Urgencias. Joaquín llama:

—Sí, hola, dime... ¿qué pasa? ¿Ein? Bueno, pregunta por él... Sí, con una colonoscopia se puede, vale, ja ja ja... Bueno, es así, de todo hay. Llámalo, que está de guardia...

Yo allí a dos velas, le pregunto:

—¿Qué pasa, Joaquín? ¿Por qué te ríes?

—Nada, que tenemos un señor en Urgencias con una astilla de madera en el culo.

—¿Cómo?

—Si, en el canal anal, ya ves, un señor de setenta y siete años...

A cuento de lo anterior, el mismo Joaquín me contó otro caso que le pasó en otro hospital: llega un chico joven a Urgencias, pálido, con mala cara, le hacen pasar a una salita, el chaval no dice ni mu, entra la enfermera, no dice ni mu, entra uno de los médicos, y no dice ni mu... Por fin, le coge el bolígrafo y un papel a la enfermera u escribe: «Tengo una berenjena en el culo». La (des)gracia es que tuvieron que llevarlo a quirófano para sacar la puñetera berenjena pues se había quedado impactada en el canal anal.

Aquí también pasó eso con no sé qué objeto que tuvieron que sacarle a un hombre en quirófano, y llegó la casi-mujer (la boda era inminente) y se oyeron sus gritos resonando por los pasillos: «¡Malnacido, depravado!».

El año pasado tuvimos en la UVI a un tío que después de sus primeras diez lecciones para montar a caballo le dio por intentar domar a uno...

Otro que recuerdo ahora: más o menos las dos o tres de la mañana, vienen un chaval de unos quince años, y su padre de acompañante.

—¿Qué le pasa? —le pregunto.

—¿Aparte de que es gilipollas? —responde el padre.

—Pues sí, aparte, porque eso no lo puedo yo poner aquí como motivo de consulta.

Al chico le asomaba por una de las fosas nasales algo de metal. El padre me cuenta un jueguecito del chico y sus colegas: cogían una esclava o una cadenita de metal, se metían un extremo por la nariz y lo dejaban caer hasta la garganta, hasta que lo podían sacar por la boca. Es decir, un extremo asomaba por la nariz y el otro por la boca: los juntaban, los abrochaban y se ponían a darle vueltas. Fíjate tú qué juerga tenían, ¿eh? Hasta que, claro, a éste hubo un momento que se le enganchó y ni para delante ni para atrás. La placa era curiosa: en la lateral se veía todo perfectamente, con sus eslaboncitos. Se fue a casa el chico con una buena epistaxis (hemorragia con origen en las fosas nasales) después de que el otorrino se la sacara.

Esta fue antológica: una noche cualquiera, a un señor filipino le dio por desangrarse hasta morir (literalmente). Estábamos mi coleguilla malagueño y yo reventados de intentar mantenerlo vivo y una chiquilla llega y nos ofrece:

—¿Necesitáis ayuda?

—¡¡Sí!!

—Vale, os ayudo.

¡Y se pone a limpiar la sangre! Luego que hay que priorizar...

Pues en mi servicio nos entró una que acabó por morirse porque se había pimplao un vaso con un producto con amoníaco para limpiar el cuarto de baño en la mitad de una discusión en la comunidad de vecinos (eso sí, después de bebérselo se tomó un vasito de leche porque le comentaron que así no le pasaba nada). Y lo peor es que la pobre mujer cuando llegó a Urgencias confesó que lo había hecho para llamar la atención...

También en Urgencias entró un muchacho que ganó la primera edición del Gran Hermano portugués. Venía con dos gatos (de los animales, no del coche) en los brazos diciendo que eran bombas y que iba a hacer volar el hospital.

Una mujer llegó con una reacción alérgica impresionante en sus partes bajas porque, como se había pintado el pelo de la cabeza de morado y le había quedado tan bonito, pues pensó que en el otro lado también le iba a quedar de lujo...

Una vez a una mujer le dimos el alta con SNG (sonda nasogástrica), explicándole previamente al hijo cómo tenía que administrarle la medicación por la sonda, y se fue para su casa. Nos volvió a los cuatro días porque el hijo le machacaba toda la medicación que le tenía que dar al día (que no era poca) y se la metía toda por la mañana porque según él no tenía paciencia para dársela poco a poco. Y barbaridades de esas, mil: una vez vino uno todo asustado a las cuatro de la mañana porque tenía rojo un lado de la cara... Y lo que tenía el hijopuchi era la marca de la almohada. Qué arte.

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