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Authors: Elisabeth G. Iborra

Tags: #humor

Anécdotas de Enfermeras (22 page)

En mis comienzos, la primera vez que tuve que coser a alguien estuve ensayando, justo antes de que viniera la paciente, en un mantel de ganchillo de una mesita del consultorio donde estábamos (por cierto, muerta de miedo).

He trabajado casi siempre en la zona rural y se me ocurren cosas en relación con la higiene. Una vez acudimos a un domicilio en un caserío apartado en un pueblo de Álava y nos encontramos a una abuela en una habitación que tenía una cama con unas sábanas que eran negras (no metafóricamente hablando) y rodeada de recipientes llenos de orina, podía haber veinte o treinta por decir una cifra. Tenía una herida que abarcaba todos los dedos de la mano, producida con un bidón que estaba roñado, y cada vez que le cambiábamos los vendajes los encontrábamos sucios de excrementos de vaca y otras lindezas. Pues a esta mujer nunca en la vida se le infectó ninguna herida, ni tuvo problemas con el tétanos, en cambio yo llegaba a casa llena de picaduras de pulgas y vete tú a saber qué más.

En relación con este tema, conocí a una mujer que venía como una cebolla, con un montón de distintas capas de ropa. Calculamos que igual hacía diez años que no se cambiaba de ropa ni se lavaba (carecía de baño en su casa). La ropa, sobre todo la de las capas más profundas, estaba prácticamente desintegrada. Ayudándole te quedabas con cachos en la mano. Una vez la tuvimos que enviar al hospital, y antes de que llegara la ambulancia la estuve lavando con lejía.

Asimismo, recuerdo otro caso, en la zona minera donde trabajaba, de un hombre que era un auténtico cochino. Este discutía conmigo cuando le comentaba la necesidad de tener una adecuada higiene, insistiendo en que él se lavaba habitualmente y en que no tenía sucias las vendas con las que le curábamos un pie debido a su diabetes. También me decía que las pulgas que salían de su herida cuando se la descubría no eran tales porque a él no le picaban. No tengo ni que decir que pasé todo el tiempo que duró la recuperación con granos de picaduras en distintos estadios de evolución.

También asistí a un hombre con una artrosis generalizada que no le permitía casi moverse y que tenía las manos inutilizadas: para rascarse el oído cuando le picaba, utilizaba el hierro que se usa para mover la leña en las cocinas bajas.

Aún me duele el caso de una mujer a la que le tuvimos que enseñar a utilizar las compresas, con la dificultad de hacerle entender que sólo se pueden utilizar por un lado ¡qué daño los pelos, ah!

7. ARAGÓN
A. R.

Tiene treinta y un años y lleva diez trabajando por todos los servicios que uno pueda imaginar: hospitalización (Cirugía, Plástica, Trauma, Unidad de Lesionados Medulares, Urgencias, Intensivos, Cardio, Medicina Interna, Neumo, Infecciosos, Pediatría, Psiquiatría...), atención primaria, en donantes de sangre por los pueblos de Aragón...

Actualmente está trabajando fija en la UCI de un hospital de Zaragoza, desde hace cinco años.

Cuando en el hospital te cuentan las típicas anécdotas de que la gente viene a Urgencias con cosas en los genitales, como una pera, un pescado, la bola de un cabecero... no te lo crees, pero yo también puedo dar fe de ello. Un día vino un camionero diciendo que le habían parado y le habían obligado a meterse algo por el ano. Hicieron una radiografía y vieron un consolador bastante introducido, requería sacarlo con cirugía. Los médicos le dijeron que si estaba seguro de lo que contaba. El hombre afirmaba que era cierto. Hasta que los doctores le comentaron:

—Bien, no se preocupe, cuando se lo extraigamos, tendremos que llamar a la Policía porque lo que le han hecho es un delito, y entonces sacarán las huellas digitales en las que se desvelará el autor del delito.

Cuando el hombre oyó aquello, se puso a llorar y declaró que se lo había metido él. Había venido acompañado por su mujer e hijos a Urgencias.

También hemos visto parejas que en pleno acto sexual se les ha hecho vacío y se han quedado atrapadas sin poder desencajar el aparato genital del de su pareja. Con la ansiedad, la mujer aún oprime más el genital de su compañero, con lo cual es un cuadro. Y a Urgencias vienen en una ambulancia y cubiertos con una manta... ¡un show!

Otra anécdota sexual es la de una pareja de cincuenta y cinco años que viene a Urgencias. Primero pasa el marido todo avergonzado porque le duele y tiene mucho escozor en los genitales. El médico le dice que no se preocupe que le pondrá tratamiento y cederán los síntomas. Cuando acaban de atender al marido, la mujer confiesa:

—A mí me pasa lo mismo en la garganta.

Otras anécdotas implican más riesgo para el personal, porque lo malo no es tener un paciente psiquiátrico sino que su familiar lo sea. Ayer me contó una compañera que la familiar de un paciente la amenazó:

—Te voy a arrancar todos los pelos del cono, zorra.

Luego echó a correr tras ella hasta que el médico (algo poco habitual) la interceptó y le advirtió que no podía llamarla zorra. La señora respondió:

—Zorra es el femenino de zorro.

En Rayos le pide la técnico a un paciente (refiriéndose a un agarradera que había): —Sujétese a los
pitorricos.

Cuando se giró, la señora se estaba sujetando los pezones.

Una señora de edad avanzada acude al médico de cabecera a recoger el resultado de una citología. El médico, muy antipático, no la saluda ni nada, directamente le lee el resultado: —Cándidas.

—No señor, yo me llamo Francisca —le replica la señora.

Otra anécdota con la que se te ponen los pelos de punta tiene que ver con que yo trabajo en una UCI, donde todos los pacientes, bueno, la mayoría, están sedados. Pues cuando suben a planta muchos manifiestan haber visto a una niña en el box i. Es curioso, porque no se lo pueden contar entre ellos al subir, no coinciden entre sí, pero sí que concuerdan la historia y el lugar donde supuestamente la han visto. Si lo preguntas, no se nos ha muerto ninguna niña allí.

Hablando de muertos, es cierta la historia de que aparece una mosca y que no hay manera de echarla cuando se va a morir un paciente. Y dos si se van a morir dos. Tiene su lógica: los animales detectan antes que los humanos la putrefacción.

Centro de salud de Casablanca, Zaragoza La enfermera S. B. y sus compañeros del ambulatorio comentan algunas anécdotas que les ocurren de vez en cuando. Aseguran que en los hospitales y en Urgencias pasan muchas más historias, si bien su experiencia acredita que ellos tampoco se aburren.

Estando en planta teníamos un enfermo terminal con un rictus cadavérico, respiración muy superficial, y la chica que lo cuidaba, que no tenía ninguna experiencia sanitaria, a las ocho de la mañana se imaginó que había muerto y llamó directamente a las pompas fúnebres sin avisarnos a las enfermeras ni al médico ni nada. De hecho, nosotros nos enteramos porque vinieron los de la funeraria y nos dijeron que venían a buscar al señor tal, a tal habitación. Y nosotros, atónitos:

—¡Pues si aún no se ha muerto!...

Fuimos a comprobarlo y no, no se había muerto. Todavía, porque a las tres horas sí que falleció, pero no podíamos dejar que la funeraria se lo llevara vivo, el pobre abuelo, que abre un ojo y ve pompas fúnebres La Estrella...

También nos regalan a veces cosas: a una enfermera un abuelo le regaló tizas de colores, y a mí había un hombre que tenía que venir a curarse la pierna cada día durante dos meses y se empeñó en que le curara siempre yo, me preguntaba los horarios, los días de fiesta... Mis compañeras decían que estaba enamorado de mí, y yo creía que exageraban, hasta que el último día me regaló un colgante con un corazón y reflexioné: «Pues igual algo de razón tenían»... Pero el hombre era majo, y de hecho, no solemos tener problemas en ese sentido, lo máximo que me ha pasado es que venga un hombre a curarse el pene, por operaciones de fimosis y así, que algunos pasan vergüenza e incluso requieren que les atienda un hombre, o que un niño de ocho o nueve años se excite al hacerle una revisión en la que hemos de tocarle los pulsos en la ingle y también un poco los genitales. A éste le debía de hacer gracia aquello de que le íbamos a quitar los calzoncillos o no sé, pero de repente lo vi empalmado y pensé: «Pues sí que empezamos pronto»...

Con la píldora del día después, cuando salió y se habló tanto sobre ella en los medios, hubo un boom y venía a pedirla mucha gente, pero ahora ya está más tranquilo, está muy controlada porque tenemos que quedarnos delante mientras ella se la toma y hacerle un test, darle unos consejos... El otro día tuvimos una pareja que no era de este centro ni de Zaragoza y el médico se puso un poco estricto y les pidió que trajeran el Predictor antes de dársela para ver si estaba embarazada previamente. Esto se hace porque al principio la gente abusaba y nunca sabías si estaba matando al feto concebido de una vez anterior o de la presente, con lo cual para incitarles a que se lo piensen un poco, a veces se pide que vayan a comprar el test de embarazo. En este caso concreto, como hay que pagarlo, ya no regresaron a por la píldora. Es que no se puede dar sin más ni más.

Cuando los representantes farmacéuticos hablan de las medicaciones para la calidad sexual, se centran en la impotencia, la eyaculación, etcétera, pero jamás nombran nada de sexualidad femenina. Si les preguntas qué efecto tienen en los genitales femeninos, responden que no lo habían pensado. Por ejemplo, con los vasodilatadores, siempre hacen referencia al pene, cuando es de cajón que también dilatarán los vasos y habrá una mayor vascularización en los genitales femeninos.

Vino un día un abuelo que en vez de llamar al 061 como hace todo el mundo, él insistía en decir que había llamado al 016 y el médico que justo bajaba de la ambulancia le seguía la bola:

—Ah, ¿y le han contestado? Mmm, qué suerte. ¿Y qué le han dicho?

Convencidísimo estaba el hombre.

Le pasó a una compañera que trabajaba en un centro de salud que había sido previamente un bar y lo habían adaptado hacía unos veinte años porque no tenían otro sitio donde ponerlo. Al parecer estaba cerca del río y los sótanos debían de estar conectados de alguna manera porque les apareció una culebra de agua en pleno ambulatorio. ¡Casi se mueren del susto!

Un amigo mío que es enfermero venía de quitar escombros (por su pluriempleo como paleta) todo guarrete, con el mono de trabajo... Iba con el coche, en cuyo maletero lleva siempre la caja de herramientas y dentro, en una bolsa, guarda el botiquín, con sueros y un poco de todo. De repente, vio un accidente de moto, salió del coche, cogió la caja de herramientas para ir a ayudar al enfermo pero los allí presentes lo mandaban a arreglar la moto porque ¡se creían que era el mecánico! Y todo el mundo alucinando porque el mecánico había llegado antes que la ambulancia, claro.

Tengo una amiga que estaba trabajando como médica en un pueblo y por la noche llamaron al timbre para que acudiera a resolver una urgencia. Salió con la bata porque estaba en la cama y le pidió el señor:

—Por favor, bonita, llama a tu padre, que ha habido un accidente.

Se pensaba que era la hija del médico, seguramente no podía concebir que el médico fuera médica.

A otra enfermera que trabajaba en Calatayud o por ahí hace ya bastantes años, más o menos cuando ella tenía veinte e iba aún con sus minifaldicas, la llaman para un aviso en un pueblo y la viene a buscar un chico joven en una moto con un sidecar de esos antiguos. Como no tenía otra manera de llegar, se tuvo que subir y fue todo el camino intentando alargar la falda de dos palmos muerta de vergüenza.

En cuanto a la falta de higiene, me vino la única familia gitana que hay inscrita en este centro, al completo, y aún se moderaron, que a la consulta entraron sólo cinco o seis. Pero el hedor era de no haberse duchado en su vida. Les tuve que curar los pies a los dos críos, imagina qué perfume aparte del olor normal en cualquier persona limpia. Me gané el sueldo, vamos. Tenían una enfermedad bacteriana que es contagiosa y les estuve curando heridas en la cabeza, en los pies... Cuando se fueron, aparte de abrir las ventanas, quise tirar todo, incluso las tiritas envasadas que no había utilizado pero había tocado con los guantes con los que les estaba curando a ellos.

La verdad es que antes la gente tenía la muy buena costumbre de ponerse las mejores galas para ir al médico, pero ahora se ha perdido. La gente que vive en los pueblos no se lava mucho, y aun en las ciudades, los abuelos se lavan por partes: en cuanto no puede mover la pierna para entrar en la bañera, va al barreño y mete los pies, se remanga el pantalón y hasta la rodilla. Y claro, luego te encuentras de todo. No son metrosexuales, no. Pero hace treinta años la gente no tenía agua corriente en sus casas, muchos se lavaban con el agua de la lluvia bien soleada. Hasta el punto de que en las normas de urbanidad se le decía a la población lo que tenía que hacer incluso en ámbitos tan privados como el de la higiene. Y evidentemente si era necesario pedírselo, se debía a que no les salía motu propio. El lema, para hacerse una idea, en forma de verso pegadizo, era «Cada dos meses o tres, lávate niña los pies».

Un abuelo de estos que viven en una masía tuvo una lesión ocular y le curaron en el centro de salud más cercano, se lo taparon para protegérselo y le dijeron que volviera. Cuando se le ocurrió volver, había pasado tanto tiempo que al levantar la cura había anidado allí de todo, al parecer se le había metido una mosca y había hasta larvas. Espeluznante.

También me encontré un grano de maíz que había germinado en la nariz del hijo de unos agricultores. Los padres sospechaban algo raro pero tampoco les había llamado demasiado la atención teniendo en cuenta cómo olía aquello. Cuando lo tumbamos ya asomaba perfectamente, y en cuanto empezamos a tirar con las pinzas de lo que salía por la nariz alucinamos, porque tenía hasta los tallicos.

Tratamos a un hombre varias veces al que creemos que su mujer mató de tanto que lo maltrataba. Una vez vino sin un trozo de oreja; otra, le había arrancado la sonda vesical, que lleva un globito, como un tope que impide sacarla fácilmente... Al final, él murió, no sabemos cómo, y ella sigue por aquí.

Llamaron un día de una casa de aquí al lado diciendo que un hombre había fallecido. Cuando mis compañeros me pidieron que llamara al domicilio para ver si podían bajarlo, yo aluciné:

—Pero ¿cómo van a bajar al muerto aquí?

No se trataba de bajar al muerto, el malentendido vino porque yo no sabía que el médico había dejado encargado que cuando llegara la funeraria le bajaran el papel de la defunción para firmarlo. Y eso era lo que me pedían, claro. La anécdota se exageró tanto que al final ya parece que llamé a la familia y les exigí que bajara el difunto a firmar su propia defunción.

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