El líder del grupo, un tipo con una barba grande y espesa y largos bigotes, y que lucía una capa de color carmesí sobre una armadura de escamas azules, se detuvo y observó la escena.
—No digo que no se lo merecieran, pero ¿cómo lo habéis hecho?
—En defensa propia -dijo Tahmurath.
—No lo dudo. Mi pregunta no era por qué, sino cómo. Es obvio que sois novatos, pero en cambio habéis vencido a dos de los jugadores más fuertes de este MUD. No sólo eso; ni siquiera tenemos hechizos que conviertan a un hombre en lagarto, o lo que sea ese bicho. Se necesita tener mucho talento como pirata. -Empujó el cuerpo inerte de lady Myrellia con la punta de la bota-. ¿Está muerta?
—No, despertará dentro de unas horas -respondió Gunnodoyak.
—¿Y él? -continuó, señalando al perplejo tritón.
—Se recuperará -dijo Tahmurath, encogiéndose de hombros.
—Bien; de lo contrario, tendría que destruiros.
—¿Por qué? -preguntó Zerika-. Creía que en este MUD estaba permitido matar personajes.
—Si, pero dentro de las reglas de juego. Es evidente que habéis utilizado métodos no legales. Aunque admiro a los buenos piratas, no estáis respetando las reglas. Por otra parte, tengo que admitir que estos hace tiempo que se lo estaban buscando, son dos de los peores chiflados de la red.
—Mira, no hemos venido a interferir en vuestro MUD -le aseguró Zerika-. Nos iremos tan pronto como podamos. Sólo tenemos que apoderarnos de un objeto.
—¿Cuál?
—No sabría describirlo porque desconozco qué aspecto tiene. Podría ser una alfombra mágica o algo parecido, pero no lo sabemos con seguridad. Sólo sabemos que tiene que estar aquí, en un lugar llamado la Torre de Abaddon.
—¿La torre? ¡Vaya!, es un hueso duro de roer. Venid, os acompañaré hasta allí. Pero, una vez estéis en el interior, os tendréis que espabilar solos.
La torre era como una aguja de mármol blanco que se alzaba en medio de una llanura a las afueras de la ciudad. La mayoría de la gente parecía que evitaba acercarse allí. Zerika examinó la puerta, que tenía un grabado de una criatura semejante a un dragón con alas de piel y dos patas.
—Un
wyvern
-dijo-. Espero que esto no signifique que la torre está llena de ellos.
El
wyvern
parecía haber metido la cabeza y la cola a través de los orificios abiertos en el grabado.
—Es como si fuera a la vez bidimensional y tridimensional -comentó Gunnodoyak.
—O algo intermedio, como un fractal -añadió Ragnar-. Sin embargo, me resulta familiar.
—Yo también lo he visto -dijo Megaera-. Podría ser una obra de Escher.
—En estos momentos, lo que más me interesa es cómo entrar -intervino Zerika.
—Me temo que necesitáis una llave para abrir esa puerta -explicó el jefe de la guardia-. Podría deciros dónde encontrarla, pero se supone que no debo dar información sobre la aventura.
—De acuerdo, comisario -dijo Zerika, haciendo crujir los nudillos-. Creo que podremos arreglarlo ahora mismo.
El comisario observó cómo Zerika sacaba un fino instrumento de metal del interior de la manga y empezaba a manipular la cerradura.
—Perdéis el tiempo -dijo-. Esa cerradura es imposible de…
—¿Forzar? -dijo Zerika sonriendo, mientras giraba el pomo y empujaba la puerta-. Eso depende de la habilidad de quien la fuerza, ¿no crees?
El comisario se quedó pasmado y boquiabierto mientras el grupo entraba en la torre.
Entrar fue una experiencia profundamente inquietante. Las dimensiones eran mucho mayores de lo que parecía posible desde el exterior, pero aquello no resultaba lo más desorientador. Se elevaban varias escaleras en distintos lugares, unas alrededor de las paredes de la torre, otras en el centro de la cámara, como si desdeñasen el apoyo de los muros. Sin embargo, la orientación de las escaleras respecto al suelo no permanecía siempre constante porque se unían a otros tramos en ángulos extraños, de tal manera que unas parecían torcerse a los lados, mientras que otras estaban vueltas del revés.
Extrañas criaturas merodeaban por las escaleras. Parecían gusanos anillados, salvo que tenían tres pares de patas de aspecto casi humano. Parecían capaces de recorrer las escaleras sin dificultad alguna, subiendo y bajando por los tramos torcidos o invertidos sin preocuparse por la ley de la gravedad. A veces, podían verse dos criaturas circulando por lados opuestos de la misma escalera, de tal firma que una estaba cabeza arriba, y la otra, cabeza abajo. Incluso parecía haber un determinado patrón de circulación, según el cual las criaturas subían hasta el punto más alto por un lado de las escaleras y descendían por el otro.
Los miembros del grupo contemplaron cómo una de aquellas sorprendentes criaturas llegaba al fondo de las escaleras recorriendo el lado inferior del último tramo. Al llegar abajo, y sin prestar ninguna atención a los aventureros, enroscó el cuerpo y la cola sobre su cabeza hasta adoptar una forma circular y se alejó rodando.
—Bueno, estas criaturas parecen inofensivas -comentó Zerika-. Supongo que el problema estriba en subir las escaleras. ¿Quieres probar a hacernos levitar, Tahmurath?
—Lo intentaré, pero dudo que el hechizo funcione aquí. No tiene mucho sentido preparar un problema como éste si dejas que los jugadores suban volando hasta arriba. -Murmuró unas palabras arcanas y luego se encogió de hombros-. Justo lo que pensaba: no funciona. Tendremos que utilizar el método más difícil.
—Supongo que es mi turno -dijo Zerika.
Subió el primer tramo, que tenía la orientación normal, mientras era observada por el resto del grupo. Unos seis metros más arriba, la escalera se fundía con otra que giraba noventa grados, de manera que una persona que la subiera, si esto fuera posible, estaría en posición paralela al suelo.
—¡Parece que no hay asideros! -gritó.
Mientras examinaba la situación, otro gusano rodador se enrolló sobre sí mismo, subió el primer tramo, pasó de largo al lado de Zerika y siguió ascendiendo por el segundo.
—¿Por qué no pruebas a poner el pie en el otro lado? -dijo Tahmurath-. Tal vez quedes bajo la influencia de otro campo gravitatorio.
Zerika puso el pie izquierdo en el primer peldaño del tramo girado
—No noto nada.
—Tal vez tengas que arriesgarte. Salta como si fueras a subir por la escalera.
—Si no funciona, es una larga caída.
—No te preocupes, Zerika, te pillaré al vuelo -exclamó Ragnar.
—Muy gracioso.
—Si caes, te curaré -dijo Gunnodoyak-. Estoy seguro de que la caída no es lo bastante grande para ser mortal. En cuanto a ti, Ragnar, no intente atraparla: prefiero no tener que curaros a los dos.
¦-Sólo estaba bromeando. Por cierto, acabo de mirar hacia el suelo y ¿os habéis fijado en lo que estamos pisando?
—¿Qué es? -exclamó Zerika-. No puedo verlo desde aquí.
—Un montón de huesos -dijo Ragnar-. Huesos humanos.
¦-Ojalá no me lo hubieras dicho -replicó Zerika-. Bueno, allá va.
Retrocedió varios peldaños, tomó carrerilla y saltó al primer peldaño del segundo tramo, girando el cuerpo en el aire. Cayó sobre el escalón con ambos pies y, durante una fracción de segundo, pareció que se mantenía sobre él. Entonces perdió el contacto y se desplomó los seis metros que había de altura. Al chocar contra el suelo se rompieron varios huesos, pero por fortuna no eran los suyos, sino que un costillar saltó en pedazos bajo su cuerpo y absorbió parte del impacto.
—¡Ay!
Gunnodoyak se arrodilló a su lado y puso las manos sobre sus hombros. Al cabo de unos instantes se incorporaron los dos.
—Me siento como nueva -dijo-, pero seguimos sin que sea posible subir hasta arriba. ¿Alguien tiene otra brillante idea?
—Yo tengo una-dijo Ragnar-. Mirad esto.
Cortó una sección de tres metros de la soga que llevaba y se dirigió al pie de las escaleras en el momento en que se aproximaba otro gusano rodador. Cuando éste se desenroscó, Ragnar le lanzó la soga alrededor del cuello y montó sobre su lomo. Mientras la criatura montada por Ragnar subía el primer tramo, le hizo un nudo, se enrolló los cabos de la soga alrededor de las muñecas y también se los anudó. Cuando el gusano pasó al segundo tramo de escaleras, Ragnar osciló y quedó boca abajo, pero la cuerda resistió; Ragnar se aferraba al animal con brazos y piernas. El gusano continuó su marcha, sin inmutarse por transportar a un pasajero inesperado.
—¡Válgame el cielo! Lo ha conseguido -dijo Tahmurath.
Todos prepararon cuerdas similares.
—Yo seré la siguiente -declaró Zerika-. Luego Gunnodoyak y Tahmurath. Megaera, tú cubrirás la retaguardia. ¡Ah!, y otra cosa, Megaera.
—¿Sí?
—No es nada personal, pero tal vez sea mejor que uses dos sogas.
—Supongo que tienes razón. Al fin y al cabo, soy, de complexión robusta.
Los gusanos rodadores pasaban cada treinta segundos. Pronto estuvieron todos los aventureros montados y subiendo. Desde arriba, Ragnar exclamó:
—Un aviso para todos: preparaos para soltaros cuando lleguéis arriba antes de que el gusano vuelva a enrollarse; de lo contrario, el viaje se volverá un poco accidentado.
Unos minutos después, todos habían logrado llegar a la parte superior. Un estrecho corredor ascendía trazando una curva a la derecha.
—Parece subir en espiral hasta arriba -dijo Ragnar, señalándolo-. El problema es que, si nos metemos ahí, cuando suba uno de ellos, nos pasará por encima.
—Tienes razón -dijo Tahmurath-. Déjame probar una cosa.
Apuntó con el bastón hacia el último tramo de escaleras y murmuró un encantamiento. Una sección de la escalera desapareció. Un gusano rodador llegó al precipicio recién creado, reptó a lo largo del borde y continuó descendiendo por el otro lado.
—Es sólo temporal, así que será mejor que nos demos prisa.
—¿Y si encontramos uno que baja? -preguntó Megaera.
—Sólo los he visto subir, así que debe de haber otro camino para bajar -dijo Ragnar-. Además, es tan estrecho que sólo puede pasar uno cada vez.
Subieron en fila india por la rampa en espiral. La curvatura parecía acentuarse a medida que ascendían. Entonces notaron un zumbido, como una especie de maquinaria, procedente de más arriba. Tras varios circuitos, el túnel desembocaba en una espaciosa cámara rematada en una cúpula. En el centro, un cilindro metálico de múltiples facetas se alzaba del suelo hasta el techo. Las facetas eran hexagonales, y algunos hexágonos estaban abiertos.
Mientras observaban el cilindro, un gusano subió rodando por él, se desenrolló y se arrastró hacia atrás y en dirección al interior de una abertura. Cuando hubo entrado, el hexágono se cerró como el diafragma de una cámara y mostró al exterior una superficie metálica lisa como los demás.
—Parece una especie de colmena -comentó Gunnodoyak
—Sí, y los gusanos son las larvas -dijo Megaera-. Pero, en tal caso, ¿dónde están las…?
El ruido creció de pronto hasta convertirse en un fiero zumbido y, como si acudiesen a una llamada, una docena de criaturas aladas salieron de la colmena y se lanzaron sobre los aventureros. Eran como insectos gigantes, con caparazones que relucían como el bronce; sin embargo, las caras tenían un aspecto humano que resultaba desconcertante, salvo los dientes, que eran como los colmillos de un gato gigante.
Ragnar derribó uno de ellos con una flecha, y Tahmurath incineró dos con un hechizo antes de que cayeran sobre el grupo, revoloteando y chasqueando las fauces. La velocidad y la agilidad que demostraban eran tales que las espadas servían de muy poco contra ellos; las bajas eran reemplazadas por otros insectos que salían de la colmena. Los aventureros blandían sus armas inútilmente De súbito, Zerika gritó:
—¡Seguidme todos! -y corrió hacia la colmena.
El resto del grupo y las criaturas aladas la siguieron. Zerika se arrojó a través de una de las aberturas, que era lo bastante grande como para no tener que pasar a gatas. Sin embargo, Megaera casi tuvo que doblarse sobre sí misma
Salieron del estrecho tubo hexagonal y se encontraron al aire libre, en lo que parecía un patio. En el centro se alzaba una plataforma sobre la que había un singular artilugio similar a una especie de cubículo: una combinación de tanque humano, ormitóptero y nave espacial. Del casco sobresalían ruedas, orugas, aletas, alerones, propulsores y reactores en direcciones improbables. En su parte superior había también lo que parecía un depósito de equipajes. Sin embargo, apenas tuvieron tiempo de contener el hallazgo, pues enseguida salieron al exterior cientos de habitantes alados de la colmena. Asemejaban langostas oscureciendo el cielo, y aunque había tantos insectos que era imposible dar un tajo en el aire sin golpear alguno de ellos, en realidad se mostraban tan esquivos como cuando solo eran una docena.
Entonces una enorme cabeza de reptil surgió de detrás de la plataforma, seguida de un largo cuello como de serpiente, un cuerpo con dos patas y unas alas formadas con su misma piel.
—¡Un
wyvern
!- Gritó Tahmurath- ld con cuidado, seguramente la cola es venenosa.
—¡Una situación desesperada siempre tiende a empeorar! -comentó Ragnar, mientras repartía mandobles a diestro y siniestro con la espada.
Entretanto, Megaera, sin hacer caso de los insectos alados, que no parecían capaces de herirla a través de su pesada armadura, empezó a avanzar entre el enjambre hacia el
wyvern.
Antes de que pudiese dar dos pasos, Tahmurath se colocó detrás de ella y le tocó el casco con la punta del bastón. El efecto fue impresionante: Megaera empezó a crecer. Cuando llegó al lado del
wyvern,
tenía el triple de su estatura original. Tahmurath hizo unos gestos para preparar su siguiente hechizo, pero una de las criaturas voladoras le golpeó en el antebrazo que tenía alzado.
—¡Ay! -gritó-. Ese bicho me ha picado. Duele una barbaridad. Al cabo de unos segundos, el brazo derecho había adquirido un tono púrpura y se hinchó hasta triplicar el tamaño normal.
—Parece que la picadura es venenosa -observó Gunnodoyak.
—Elemental, Sherlock. Pero el problema más inmediato es que no puedo lanzar hechizos teniendo el brazo así.
Mientras, Ragnar había envainado la espada y estaba sacando el arpa de la funda. Al cabo de unos momentos, sus dedos revoloteaban sobre las cuerdas y parecían tan borrosos como las alas de los insectos de la colmena.