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Authors: Mark Fabi

Tags: #Ciencia Ficción, Intriga

Wyrm (42 page)

—Podría prepararles un baile -sugirió Ragnar, y empezó a sacar el arpa.

—Eso llamaría demasiado la atención -se opuso Tahmurath-. Radu, ¿tienes alguna idea para entrar?

—Yo puedo convertirme en murciélago y entrar volando. No tengo ni idea de cómo entraréis vosotros.

—Probablemente podría ir sigilosamente sin ser detectada -dijo Zerika-. Pero creo que lo que haga el resto depende de ti, Tahmurath.

El mago asintió con la cabeza.

—Supongo que un hechizo normal de invisibilidad no funcionará con los murciélagos porque se orientan mediante el sonido. Tal vez pueda crear interferencias en su sonar.

Pronunció un breve encantamiento y golpeó un peñasco suavemente con el bastón. La roca empezó a vibrar y a emitir un murmullo grave y constante.

Tahmurath siguió canturreando y haciendo gestos con la mano libre. El murmullo creció en intensidad. Algunos miembros del grupo tuvieron que taparse los oídos cuando el tono aumentó hasta convertirse en un agudo chirrido. Entonces, cesó de súbito. Todos miraron el bastón y vieron que seguía vibrando, pero al parecer el tono ya había superado el umbral superior de audición humana.

—Espera, Tahmurath -dijo Zerika, sujetándolo del brazo-. Radu todavía puede oírlo.

Señaló al vampiro, que se había metido los dedos en las orejas y su hermoso rostro estaba deformado en una mueca de dolor.

—¿Quieres que pare? -le gritó Tahmurath. El tono y la intensidad de la vibración aumentaron aún más.

De pronto, empezaron a llover murciélagos.

Caían del cielo murciélagos del tamaño de perros. Un espécimen particularmente grande cayó sobre una estaca cerca de Ragnar y quedó empalado entre los omóplatos. Enseñó la hilera de dientes afilados como navajas alineados en su mandíbula inferior, que movía de manera convulsiva, y empezó a manar sangre de sus enormes orejas. El grupo levantó la mirada y vieron que la nube se dispersaba con rapidez porque los murciélagos que todavía podían volar se alejaban en todas direcciones.

—Conque no querías llamar la atención, ¿eh? -dijo Ragnar a Tahmurath-. Creía que sólo ibas a interferir su sonar.

Tahmurath sonrió con timidez.

—Supongo que he dado demasiada caña…

Megaera iba a comentar que los aullidos habían cesado cuando Radu carraspeó y dijo:

—¿Habéis oído hablar de los silbatos de ultrasonidos para perros?

Docenas de ojos amarillentos formaban un semicírculo entre el grupo y el castillo. La visión élfica de Zerika le reveló lo que los ojos del vampiro ya habían visto.

—Son lobos -dijo.

—Pero algo me dice que no son lobos normales -apuntó Gunnodoyak-. ¿Verdad, Radu?

—Probablemente son licántropos -contestó-. Es muy difícil matarlos.

—Tal vez si matamos al líder, los demás se desanimarán -sugirió Ragnar.

—¿Y cómo podremos saber cuál de ellos es el líder? -quiso saber Zerika.

—Apuesto a que es el que está a la derecha y se parece a Jack Nicholson. ¿Tú qué crees, Megaera?

—Yo apuesto por Lon Chaney, que está allá.

—No hagáis ningún movimiento agresivo todavía -les advirtió Tahmurath-. Antes quiero probar algo.

—¿Qué haces? -inquirió Gunnodoyak mientras Tahmurath lanzaba un hechizo.

—Estoy activando nuestras descripciones de personaje del FuzzyMUD. Radu, esta es una buena ocasión para que te conviertas en murciélago.

Mientras el grupo se sometía a la transformación ordenada por Tahmurath, éste se incorporó sobre los cuartos traseros de su otra manifestación y dio unos pasos hacia los lobos. El familiar maulló asustado, saltó de su hombro y fue a refugiarse junto a Megaera. Parecía que Tahmurath había alterado un poco su descripción, ya que el oso parecía bastante más salvaje que antes. El lobo al que habían bautizado como Jack Nicholson se separó del grupo y se acercó al oso, lo olisqueó y se detuvo a valorar la situación. Entonces, el centauro que era Ragnar alargó la palma de la mano hacia la felino Megaera.

—Págame -dijo.

El jefe de la manada gimoteó y se alejó a paso ligero. Los demás lo siguieron.

—¿Qué diablos ha pasado? -quiso saber el león Gunnodoyak.

El oso Tahmurath se encogió de hombros.

—Algo así como cortesía profesional. Vamos.

Apenas hubo pronunciado estas palabras, el ave Zerika pasó a su lado como una exhalación, gritando:

—Pues, si ésos eran los profesionales, ¡éstos son los aficionados! ¡Corred!

Los demás miraron en dirección contraria. Los cadáveres estaban saliendo de las estacas y empezaban a subir por la colina. No era una imagen agradable.

Cruzaron una brecha abierta en la muralla externa del castillo y entraron en un pequeño patio. Gunnodoyak, que vigilaba la retaguardia, fue el último en entrar. Cruzó la abertura mientras Zerika probaba la manija de una puerta de madera maciza que conducía a una de las torres.

—Está cerrada con llave -dijo jadeando-. No creo que tengamos tiempo de forzarla.

Tahmurath levantó el bastón pero, antes de que pudiese pronunciar una sola palabra, Megaera se arrojó contra la puerta y la hizo astillas. La cruzaron corriendo y se encontraron en una antesala que daba a… otra puerta. Ésta parecía bastante más resistente que la que había destrozado Megaera porque estaba hecha de acero; también estaba cerrada con llave.

Tahmurath se volvió hacia los restos de la puerta que acababan de cruzar y empezó a musitar un encantamiento. Tras entonar unas sílabas mágicas, miró a Megaera con expresión de reproche.

—Esto sería más fácil si no hubieras reducido la puerta a astillas.

—Supongo que no controlo mi propia fuerza -contestó Megaera, sonriendo y encogiéndose de hombros.

Al adquirir forma el hechizo, los fragmentos de la puerta flotaron por el aire y empezaron a ajustar entre sí. Cuando la puerta estuvo montada de nuevo, Tahmurath la reforzó con su magia. Estaba terminando el hechizo cuando oyeron el primer golpe contra la puerta.

—Me parece que tenemos compañía -dijo con sequedad.

—¿Cuánto tiempo resistirá? -preguntó Zerika mientras hurgaba con sus ganzúas en la puerta interior.

—Si tenemos suerte, un poco más de lo que tardarás en forzar la cerradura, asi que date prisa.

Zerika siguió probando hasta que logró abrirla en el mismo momento en que se deshizo el hechizo de Tahmurath. Mientras Zerika abría la puerta, los zombis pasaban en tromba por la entrada exterior. El grupo cruzó la otra puerta, defendiéndose con golpes y mandobles, pero sus armas parecían tener escasos efectos en sus perseguidores. Intentaron cerrar la puerta de acero, mas la presión de los no-muertos desde el otro lado era tan grande que no consiguieron cerrarla del todo.

En tanto Megaera, Ragnar, Gunnodoyak, Zerika y Radu empujaban con todas sus fuerzas, el familiar de Tahmurath bajó del hombro y se sumó a sus esfuerzos utilizando las patitas. De forma increíble, por unos momentos pareció que la ayuda del pequeño felino bastaría para inclinar la balanza en su favor, pero varios brazos, piernas e incluso una cabeza de los no-muertos habían cruzado ya la abertura. La situación empeoraba porque los miembros del grupo empezaban a cansarse, mientras que cada vez más no-muertos incansables se sumaban al esfuerzo de empujar la puerta; ganaban terreno y la abrían cada vez más, de forma lenta pero inexorable. Cuando la abertura aumentó, asomaron otras dos monstruosas cabezas.

—Tahmurath -dijo Zerika con los dientes apretados-, si tienes otro truco en la manga para cerrar puertas, es el momento de usarlo.

El aviso de Zerika fue puramente retórico, porque Tahmurath ya había levantado los brazos y empezado a canturrear. Unos momentos después, dio un paso adelante y golpeó la puerta con el bastón. El golpe sonó como un gong. Aquel sonido pareció dejarlos paralizados a todos, tanto vivos como no-muertos. Entonces, la puerta se cerró, cortando los brazos, piernas y cabezas que la habían cruzado como si fuese una afilada guillotina.

—Gracias -dijo Zerika, apartando de una patada una cabeza de zombi que intentaba morderle un tobillo-. Creo que ya podemos explorar el interior. Radu y yo iremos delante, Ragnar y Tahmurath detrás de nosotros, y Megaera y Gunny serán la retaguardia. ¿Alguna propuesta de dónde debemos mirar, Radu?

—Tenemos que encontrar el ataúd de Drácula. En realidad, lo más probable es que haya varios, pero todos deben de estar en lugares subterráneos.

—Entonces, busquemos en las mazmorras del castillo.

—De acuerdo.

Siguieron un corto pasadizo que los condujo a una antecámara. Al entrar, se encendieron unas antorchas que estaban colocadas en las paredes a ambos lados de un arco. De súbito, se encontraron con una figura esbelta que llevaba una capa negra de cuello alto. Tenía el pelo, desde un pico de cabellos en la frente, peinado hacia atrás y aplastado con gomina. Su piel pálida hacía un enfermizo contraste con sus labios de color sangre, que estaban torcidos en una sonrisa sarcástica.

—Bienvenidos -dijo.

Los héroes echaron mano a sus armas, pero la figura añadió:

—No tengáis miedo. He venido a daros la bienvenida a mi hogar. Habéis pasado terribles pruebas para llegar hasta aquí. Eso quiere decir que seréis adversarios dignos de mí. Será un gran placer beber la sangre de todos vosotros.

De pronto, una flecha se clavó en su pecho y una telaraña de grietas se abrió desde el lugar del impacto. El conde se desvaneció.

—¡Un espejo! -exclamó Zerika.

—¿Un espejo? -dijo Ragnar, destensando el arco de mala gana-. Creía que los vampiros no tenían reflejo.

—Claro que tenemos reflejo -explicó Radu-. Al menos, en este MUD. Lo que pasa es que no es preciso tenerlo siempre. Podemos enviarlo a cualquier sitio, siempre que haya una superficie reflectante.

—¿De qué sirve eso? -quiso saber Gunnodoyak.

—Un reflejo es un excelente espía o explorador. Es probable que Drácula tenga espejos por todas partes en su castillo. Así puede seguirnos la pista allá donde vayamos.

—Es una lástima que el fantasma de Malakh no pueda cruzar los ciberportales -comentó Ragnar, mirando a su alrededor-. Este sitio le iría de maravilla.

Horas después, tras recorrer varios kilómetros de pasadizos subterráneos y sobrevivir a numerosas escaramuzas con los monstruosos habitantes del castillo, llegaron a una habitación que parecía ser el extremo inferior de las mazmorras del castillo, la puerta era de hierro y tenía una curiosa inscripción:

Xn qfcnpnpqx cnpeq qfjngnpben pq pensbzqf.

Qx nzuxxb pqx eql nhyqzgn xn ynsun.

Xn cufgn ouqzgb gequzgn xxqin nx sbeeb gqzqñebfb.

—¡Vaya, vaya! -exclamó Ragnar- Debe de ser aquí.

—¿Qué te hace pensar eso? -preguntó Tahmurath.

—Buscamos una cripta, ¿no?


Sí,
¿y qué?

—¿Qué esperas encontrar en la puerta de una cripta, sino un criptograma?

Todos gruñeron, pero Tahmurath sonrió y asintió con la cabeza.

—¿Sabes? Creo que has encontrado algo -dijo.

—Será mejor que lo resolvamos antes de entrar -sugirió Zerika. -La primera línea dice: «La espada del padre es matadora de dragones» -dijo Gunnodoyak.

—¡Eh, qué rápido! -exclamó Megaera.

—Ya sé las otras -añadió Gunnodoyak-. La segunda dice: «El anillo del rey aumenta la magia». Y la tercera: «La pista ciento treinta lleva al gorro tenebroso».

—¿Cómo lo has podido resolver tan deprisa?

—No ha sido difícil. La clave es trece con rotación.

—¿Cómo dices?

—Trece con rotación. Es un cifrado de sustitución que consiste en reemplazar cada letra con la que está trece puestos más adelante en el alfabeto; al llegar al final debes volver a empezar, como si le dieras media vuelta al anillo descodificador de Flash Gordon. Es útil para un programador porque el mismo programa que codifica el mensaje puede descodificarlo, pero es demasiado sencillo para realizar un cifrado serio.

—Dos de los mensajes son claros. Pero ¿qué quiere decir eso de la pista ciento treinta?

—Espero que no quiera decir que debemos volver a empezar desde el principio y contar todas las pistas que hemos encontrado hasta ahora -rezongó Ragnar.

Después de una inútil discusión sobre el posible significado de la última línea Zerika comprobó que no había ninguna trampa en la puerta y probó a acciona manija. La puerta se abrió.

La sala no era grande, pero estaba adornada con lujo. El suelo aparecía cubierto de exquisitas alfombras persas, y las paredes, de fabulosos tapices. Un ataúd grande ocupaba el centro.

Ya habían decidido antes la táctica que iban a emplear en esta situación, por lo que todos ocuparon sus lugares sin discutir. Tahmurath se situó a la cabecera del ataúd, flanqueado por Ragnar, Zerika, Gunnodoyak y Radu. Megaera se quedó apostada en la puerta, bloqueando la única salida visible. Zerika gesticuló, y Tahmurath hizo levitar la tapa del ataúd. En el interior apareció la figura con aspecto de Bela Lugosi cuyo reflejo habían visto antes. Parecía estar dormida, con los brazos cruzados sobre el pecho. Zerika envío una señal a Gunnodoyak, que sacó una larga estaca de madera de debajo de su capa. Colocó la punta sobre el pecho del vampiro, entre las muñecas cruzadas.

Ragnar se adelantó; empuñaba un martillo de mango corto. Lo levantó y miró a Zerika, quien asintió con la cabeza.

Al primer impacto, la estaca se hundió en el pecho del vampiro. Éste abrió los ojos y la boca, pero no emitió ningún grito. Ragnar volvió a golpear otra vez, y otra. Al tercer golpe sonó un fuerte grito, mas no de Drácula, sino de Megaera. Todos se volvieron y el vampiro del ataúd se desvaneció. Entonces vieron que un vampiro idéntico había sujetado a Megaera por la espalda y la había mordido en el cuello. Radu, por su parte, saltó sobre Zerika e intentó morderla también, pero ella se apartó y le dio un tajo en la cara con su corta espada. La punta del arma le abrió una herida superficial en el rostro, que desapareció un instante después.

—¿Y todo el rollo que soltaste sobre el honor de los vampiros? -inquirió Zerika.

El rostro de Radu pareció adquirir una forma distinta. Durante unos momentos, se convirtió en una faz diabólica, con cuernos y barba, y ojos de insecto.

—Una de las ventajas de no tener honor es que puedes decir todo lo que te dé la gana -respondió.

—¿Quién diablos eres?

—Puedes llamarme Beelzebub. De todos modos me he apoderado del personaje de Radu, por lo que en este MUD soy un vampiro y si te muerdo, absorberé todas tus habilidades, al igual que las de tu compañera de aventuras.

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