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Authors: Charlaine Harris

Vivir y morir en Dallas (28 page)

Dejé un mensaje en el contestador de Bill. No sabía lo que Bill tenía previsto hacer con respecto a Portia, y cabía la posibilidad de que hubiera alguien más con él cuando verificara los mensajes. Así que dije:

—Bill, me han invitado a la fiesta de mañana por la noche. Hazme saber si crees que debería ir —no me identifiqué, ya que conocía mi voz. Lo más probable es que Portia hubiera dejado un mensaje idéntico, una idea que no hacía sino enfurecerme.

Cuando volví a casa esa noche, albergaba la vaga esperanza de que Bill estuviera allí para volver a tenderme una emboscada sexual, pero tanto la casa como el jardín estaban en completo silencio. Di un respingo al notar que una luz de mi contestador parpadeaba.

—Sookie —era Bill con su voz suave—, mantente lejos del bosque. La ménade no quedó satisfecha con nuestro tributo. Eric acudirá a Bon Temps mañana por la noche para negociar con ella, y es posible que te llame. Los... otros de Dallas, los que te ayudaron, están exigiendo una ultrajante recompensa a los vampiros de allí, así que voy para allá en Anubis para reunirme con ellos y con Stan. Ya sabes dónde encontrarme.

Ay, madre. Bill no estaría en Bon Temps para ayudarme, y ya no podría hablar con él. ¿O sí? Era la una de la mañana. Llamé al número del Silent Shore que había apuntado en la agenda. Bill todavía no se había registrado, aunque su ataúd, al que el conserje se refería como su «equipaje», ya había llegado a la habitación. Dejé un mensaje que tuve que dictar tan cautelosamente, que quizá sería incomprensible.

Estaba muy cansada, dado que apenas había dormido la noche anterior, pero no tenía la menor intención de acudir a la fiesta de la noche siguiente sola. Lancé un gran suspiro y llamé a Fangtasia, el bar de vampiros de Shreveport.

—Has llamado a Fangtasia, donde los no muertos vuelven a vivir cada noche —dijo la grabación de la voz de Pam. Ella era la copropietaria—. Para conocer los horarios del bar, pulsa uno. Para reservar una fiesta, pulsa dos. Para hablar con una persona viva o un vampiro muerto, pulsa tres. Pero si tu idea era dejar una broma telefónica en nuestro contestador, ten esto claro: te encontraremos.

Pulsé el tres.

—Fangtasia —dijo Pam, como si estuviese más aburrida de lo que había estado nunca nadie.

—Hola —dije, sopesando cada tonalidad para contrarrestar el tedio—. Soy Sookie. Pam, ¿está Eric por ahí?

—Está seduciendo a los parásitos —contestó Pam. Interpreté que Eric estaba repantigado en una silla de la planta principal del bar, luciendo un aspecto tan impresionante como peligroso. Bill me había dicho que algunos vampiros estaban contratados en Fangtasia para que hicieran acto de presencia una o dos veces a la semana y que los turistas siguieran acudiendo. Eric, como propietario que era, estaba allí casi todas las noches. Había otro bar al que los vampiros iban por su propia cuenta, uno en el que los turistas nunca entrarían. Yo no he ido en mi vida porque, honestamente, ya veo bastante bar durante mis horas de trabajo.

—¿Crees que podría ponerse al teléfono?

—Está bien —gruñó—. Me han dicho que tuviste toda una aventura en Dallas —dijo mientras caminaba. No es que oyera los pasos, sino los cambios del sonido de fondo.

—Sí, fue inolvidable.

—¿Qué te pareció Stan Davis?

Hmmm.

—Es todo un personaje.

—A mí me gusta ese aspecto de bicho raro que tiene.

Me alegré de que no estuviera allí para ver la mirada de asombro que le dediqué al teléfono. Jamás habría imaginado que a Pam también le iban los chicos.

—Pues no parecía estar saliendo con nadie —le dije, esperando que sonara desenfadado.

—Ah, quizá no tarde en tomarme unas vacaciones en Dallas.

Era para mí también toda una novedad que los vampiros se interesasen así los unos en los otros. La verdad es que nunca había visto dos juntos en ese sentido.

—Aquí estoy —dijo Eric.

—Yo también estoy aquí —me divertía bastante la técnica de respuesta telefónica que gastaba Eric.

—Sookie, mi pequeña chupadora de balas —dijo con tono cálido y agradable.

—Eric, mi gran adulador.

—¿Querías algo, cielito?

—Por un lado, no soy tu cielito, y lo sabes. Por el otro, Bill me ha dicho que vendrás por aquí mañana por la noche, ¿es así?

—Sí, para meterme en el bosque y buscar a una ménade. Ha encontrado inadecuada nuestra oferta de vino gran reserva y un toro joven.

—¿Le llevasteis un toro vivo? —por un momento me quedé muerta imaginando a Eric guiando a una res a un tráiler para llevarla al límite interestatal y luego meterla entre los árboles.

—Y tanto. Pam, Indira y yo.

—¿Fue divertido?

—Sí —dijo, sonando levemente sorprendido—. Hacía siglos que no trabajaba con ganado. Pam es una chica de ciudad. A Indira le asustaba demasiado el toro como para ser de ayuda. Pero, si te apetece, la próxima vez que tenga que transportar animales te llamo y nos acompañas.

—Eso sería maravilloso, gracias —dije, bastante confiada en que nunca recibiría tal llamada—. La razón por la que te llamo es que necesito que me acompañes a una fiesta mañana por la noche.

Un largo silencio.

—¿Bill ya no es tu amante? ¿Las diferencias que surgieron en Dallas son permanentes?

—No, lo que quiero decir es que necesito un guardaespaldas para mañana por la noche, ya que Bill está en Dallas —no paraba de darme golpes en la cabeza con el borde de la mano—. Verás, es una larga historia, pero el caso es que tengo que ir a una fiesta mañana por la noche que en realidad es un poco... Bueno, es... una especie de orgía. Y necesito que alguien me acompañe por si acaso... Sólo por si acaso.

—Eso es fascinante —dijo Eric, sonando... fascinado—. Y como pasaré por allí, has pensado que quizá podría ser yo tu guardaespaldas orgiástico, ¿no?

—Puedes parecer casi humano —le dije.

—¿Es una orgía humana? ¿Excluye a vampiros?

—Es una orgía humana en la que nadie sabe que va a ir un vampiro.

—Entonces, ¿cuanto más humano parezca, menos miedo daré?

—Sí, necesito leer sus mentes. Y si les pillo pensando en una cosa concreta, podremos marcharnos —se me acababa de ocurrir una idea estupenda sobre cómo hacerles pensar en Lafayette. El problema iba a ser contárselo a Eric.

—Así que quieres ir a una orgía humana donde no seré bienvenido, ¿y quieres que nos marchemos antes de que empiece a divertirme?

—Sí—dije, casi chillando inmersa en mi ansiedad. De perdidos al río—. Y... ¿Crees que podrías fingir que eres gay?

Otro largo silencio.

—¿A qué hora quieres que esté allí? —preguntó Eric con suavidad.

—Pues, ¿a las nueve y media? Así te pongo al día.

—A las nueve y media en tu casa.

—Soy yo otra vez —dijo Pam, al aparato—. ¿Qué le has dicho a Eric? No paraba de agitar la cabeza hacia delante y hacia atrás con los ojos cerrados.

—¿Se está riendo, aunque sea un poco?

—No, que yo sepa —dijo Pam.

10

Bill no me llamó aquella noche, y yo me fui al trabajo antes de la puesta de sol del día siguiente. Me había dejado un mensaje en el contestador cuando regresé a casa para cambiarme antes de la «fiesta».

—Sookie, me ha costado mucho deducir cuál era la situación que explicabas en tu mensaje cifrado —dijo. Su voz, habitualmente calmada, se encontraba sin duda en la franja del descontento. Estaba disgustado—. Si piensas acudir a esa fiesta, no lo hagas sola, hagas lo que hagas. No merece la pena. Llévate a tu hermano o a Sam.

Bueno, había conseguido que me acompañara alguien incluso más fuerte, así que podía sentirme bastante satisfecha. Pero, por algún motivo, no creía que el hecho de que me acompañara Eric fuese a tranquilizar especialmente a Bill.

—Stan Davis y Joseph Velasquez te mandan recuerdos. Barry, el botones, también.

Sonreí. Estaba sentada en la cama, con las piernas cruzadas y únicamente una bata de baño de felpilla, escuchando los mensajes mientras me cepillaba el pelo.

—No me he olvidado de lo del viernes por la noche —dijo Bill con esa voz que siempre me provocaba escalofríos—. Nunca lo olvidaré.

—¿Qué pasó el viernes por la noche? —preguntó Eric.

Di un respingo. En cuanto estuve segura de que mi corazón se mantendría en la cavidad pectoral, salté de la cama y fui hacia él a grandes zancadas con los puños en alto.

—Ya eres mayorcito para saber que no se entra en casa de nadie sin llamar a la puerta y que te la abran. Además, ¿cuándo demonios te he invitado a pasar? —debí de hacerlo, de lo contrario Eric no podría haber cruzado el umbral.

—Cuando me pasé el mes pasado para ver a Bill. Entonces llamé —dijo Eric, esforzándose por parecer zaherido—. No respondiste y como creía haber escuchado voces, pasé. Incluso te llamé en voz alta.

—Puede que me llamaras a susurros —dije, aún furiosa—. ¡En cualquier caso, has hecho mal, y lo sabes!

—¿Qué te vas a poner para la fiesta? —preguntó Eric, desviando el tema oportunamente—. ¿Qué suele ponerse una chica buena como tú para ir a una orgía?

—No tengo ni idea —dije, desinflada por que me lo recordara—. Sé que tengo que parecer la típica tía que va a una orgía, pero nunca he estado en una y no tengo ni idea de por dónde empezar, aunque sí que se me pasa por la cabeza cómo se supone que debo acabar.

—Yo sí he estado en orgías —se ofreció.

—¿Por qué no me sorprenderá? ¿Qué sueles ponerte?

—La última vez me puse una piel de animal, pero esta vez he optado por esto.

Eric había llegado con una larga guerrera. Se la quitó de forma teatral y tuve que esforzarme por no caerme. Solía ser un tipo de vaqueros y camiseta, pero esa noche llevaba una camiseta ajustada rosa sin mangas y unos leotardos de licra. No sé de dónde lo sacaría, no me imaginaba qué empresa se dedicaba a fabricar leotardos de licra para hombres extra grandes. Eran rosa y azul marino, como los remolinos de los laterales de la camioneta de Jason.

—Ostras —fue todo lo que se me ocurrió decir—. Vaya, eso sí que es un atuendo —cuando se ve a un hombretón vestido de licra, no es que quede mucho para la imaginación. Me resistí a la tentación de pedirle a Eric que se diese la vuelta.

—No pensaba que fuese a resultar convincente como una reinona —dijo Eric—, así que pensé que esto serviría para emitir una señal mixta de que todo es posible.

Movió rápidamente las pestañas. No cabía duda de que aquello le resultaba de lo más divertido.

—Oh, sí—dije, tratando de encontrar otro punto en el que clavar la mirada.

—¿Quieres que busque en tus cajones para ver si hay algo que te puedas poner? —sugirió Eric. De hecho, había abierto el cajón superior de mi tocador antes de que le pudiera gritar:

—¡No, no! ¡Ya encontraré algo! —pero no fui capaz de dar con nada más informalmente sexy que unos shorts y una camiseta. Aun así, los shorts eran de mis días de instituto, y me estaban muy ajustados.

—Ajustados no, abrazados como un capullo de seda a su crisálida de mariposa —matizó Eric poéticamente.

—Más bien como los que llevaba Daisy Duke —le contesté entre dientes, preguntándome si los lazos de mis braguitas bikini se me quedarían impresas en el trasero de por vida. A juego con ellas, me puse un sujetador azul metalizado y una camiseta ajustada blanca que dejaba al descubierto gran parte de las decoraciones del sujetador. Se trataba de uno de mis sujetadores de repuesto, y Bill ni siquiera lo había visto aún, así que albergué la esperanza de que no le pasara nada. Aún seguía estando bastante bronceada y me dejé el pelo suelto—. ¡Oye, tenemos el pelo del mismo color! —dije, pegándome a él de cara al espejo.

—Así es, nena —me sonrió Eric—. Pero ¿eres rubia por todas partes?

—Te mueres por saberlo.

—Sí —dijo sin más.

—Pues tendrás que usar la imaginación.

—Eso hago —dijo—. Rubia por todas partes.

—Podría decirse lo mismo del pelo de tu pecho.

Me levantó el brazo para comprobar mi axila.

—Las mujeres sois tontas. Mira que afeitaros el vello corporal —dijo, soltándome el brazo.

Abrí la boca, dispuesta a añadir algo más al respecto, pero me di cuenta de que sería desastroso, así que opté por decir:

—Tenemos que irnos.

—¿Es que no te vas a perfumar? —dijo mientras olisqueaba todas las botellas que había sobre mi tocador—. ¡Oh, ponte esto! —me lanzó un frasco y lo cogí instintivamente. Arqueó las cejas—. Has tomado más sangre de vampiro de lo que había pensado, señorita Sookie.

—Obsesión —dije, mirando a la botella—. Oh, vale.

Cuidadosamente, y sin responder a su observación, vertí un poco de Obsesión entre mis pechos y tras las rodillas. Consideré que así estaba bien surtida de pies a cabeza.

—¿Qué plan tenemos, Sookie? —preguntó Eric, mientras seguía el proceso con interés.

—Lo que haremos será acudir a esa estúpida fiesta, que llaman sexual, y hacer lo menos posible en ese sentido mientras acumulo información mental de la gente que haya presente.

—¿Acerca de...?

—Acerca del asesinato de Lafayette Reynold, el cocinero del Merlotte's.

—¿Y por qué lo hacemos?

—Porque Lafayette me caía bien. Y para limpiar el nombre de Andy Bellefleur de toda sospecha al respecto.

—¿Bill sabe que tratas de salvar a un Bellefleur?

—¿Por qué lo preguntas?

—Sabes que Bill odia a los Bellefleur —dijo Eric, como si aquello fuese de dominio público en toda Luisiana.

—No —dije—. No tenía la menor idea —me senté en la silla que hay junto a mi cama, con la mirada fija en Eric—. ¿Por qué?

—Eso se lo tendrás que preguntar a Bill, Sookie. ¿Y ésa es la única razón por la que vamos? ¿No será esto una excusa inteligente por tu parte para salir conmigo?

—No soy tan lista, Eric.

—Creo que te engañas a ti misma, Sookie —dijo Eric con una sonrisa brillante.

Recordé que ahora era capaz de discernir mis estados de humor, según me había dicho Bill. Me preguntaba qué sabría Eric sobre mí que no supiera yo misma.

—Escucha, Eric —empecé a decir, atravesando la puerta y el porche. Entonces tuve que detenerme y hurgar en mi mente, buscando una forma de decir lo que pretendía.

Él aguardó. La noche estaba nublada, y los bosques parecían acercarse a la casa. Sabía que la noche se me antojaba opresiva por el hecho de acudir a un acontecimiento que me desagradaba personalmente. Iba a averiguar cosas de personas que no conocía y que no quería conocer. Parecía estúpido lanzarse a la búsqueda del tipo de información que me había pasado la vida tratando de bloquear. Pero sentía que tenía algún tipo de obligación moral hacia Andy Bellefleur y el esclarecimiento de la verdad; y respetaba a Portia, de un modo quizá extraño, por su voluntad de someterse a algo desagradable para salvar a su hermano. Las razones por las que Portia sentía un genuino asco hacia Bill se me escapaban, pero si Bill decía que ella lo temía, era verdad. Aquella noche, la idea de conocer la verdadera naturaleza de gente que conocía desde siempre me daba escalofríos.

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