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Authors: Charlaine Harris

Vivir y morir en Dallas (22 page)

—La mayoría de ellos estaban demasiado asustados como para acercarse. Se desperdigaron y volvieron a casa. Farrell estaba en una celda subterránea con Hugo.

—Ah, sí, Hugo. ¿Qué ha sido de él?

Mi tono tuvo que ser de mucha curiosidad, porque Eric me miró de reojo mientras avanzábamos hacia el ascensor. Caminaba a mi ritmo, y yo cojeaba notablemente.

—¿Quieres que te lleve? —me preguntó.

—No creo que haga falta. He llegado bien hasta aquí —habría aceptado la misma oferta de parte de Bill al instante. Barry me saludó con la mano desde el mostrador de recepción. Habría corrido hacia mí de no haber estado junto a Eric. Le devolví lo que esperaba que fuese una mirada significativa para indicarle que hablaríamos más tarde. Entonces sonó el timbre del ascensor, se abrió la puerta y los dos subimos. Eric pulsó el botón del piso y se apoyó contra la pared de espejo frente a mí. Mientras lo observaba, no fui capaz de sostener la mirada en mi propio reflejo.

—Oh, no —dije, absolutamente horrorizada—. Oh, no —el pelo se me había quedado chafado por la peluca. Al intentar adecentarlo más tarde con los dedos, el resultado había sido el completo desastre que estaba presenciando. Mis manos fueron en su auxilio, impotente y dolorosamente, y mi boca se estremeció con lágrimas reprimidas. Y eso que el pelo era lo que mejor estaba. Tenía magulladuras visibles por todo el cuerpo, desde meros rasguños a heridas más serias. No quería imaginar qué había en las partes que no estaban a la vista. Parte de mi cara estaba hinchada y descolorida, tenía un corte en medio de la magulladura de mi mejilla, había perdido la mitad de los botones de la blusa, mi falda estaba rasgada y echada a perder y mi brazo derecho estaba surcado de esquirlas ensangrentadas.

Empecé a llorar. Tenía un aspecto tan espantoso que quebró lo que me quedaba de moral.

Eric tuvo el detalle de no reírse, aunque es posible que le apeteciera hacerlo.

—Sookie, con un baño y ropa limpia te repondrás enseguida —dijo, como si le estuviera hablando a una niña. A decir verdad, no me sentía muy adulta en ese instante.

—La mujer lobo dijo que eras muy mono —comenté entre sollozos. Salimos del ascensor.

—¿Mujer lobo? Sí que has tenido aventuras esta noche, Sookie —me agarró como si fuese un montón de ropa y me apretó contra su pecho. Le mojé con lágrimas y mocos la maravillosa chaqueta del traje, y su camisa blanca dejó de estar inmaculada.

—Oh, lo siento —me aparté y lo miré. Traté de arreglarlo con el pañuelo.

—No llores más —dijo precipitadamente—. Tan sólo deja de llorar y no me importará llevar esto a la lavandería. Ni siquiera me importará comprarme un traje nuevo.

Me pareció bastante divertido que Eric, el temido señor de los vampiros, se pusiese nervioso ante una mujer llorando. Reí disimuladamente entre los sollozos residuales.

—¿Qué te hace tanta gracia? —preguntó.

Agité la cabeza.

Deslicé la llave en la cerradura y entré en mi habitación.

—Si quieres te ayudo a entrar en la bañera —se ofreció Eric.

—Oh, no será necesario —un baño era lo que más me apetecía en el mundo, eso y no tener que volver a ponerme esa ropa nunca más, pero no pensaba bañarme delante de Eric.

—Seguro que eres una perita en dulce desnuda —dijo Eric, tratando de levantarme los ánimos.

—Ya lo sabes, soy tan sabrosa como un gran bocadito de nata —dije, sentándome con cuidado en una silla—. Aunque ahora mismo me siento más como una
boudain
—la
boudain
es una salchicha cajún hecha con todo tipo de cosas, ninguna de ellas elegante. Eric arrastró otra silla y depositó mi pierna encima para mantener elevada la rodilla. Le puse encima la bolsa de hielo y cerré los ojos. Eric llamó a recepción para que le subieran unas pinzas, un cuenco y una serie de ungüentos asépticos, además de una silla de ruedas. Todo llegó al cabo de unos diez minutos. El personal era muy eficiente.

Había un pequeño escritorio junto a una de las paredes. Encendimos la lámpara. Tras restregarme el brazo con un paño húmedo, Eric empezó a retirar las esquirlas clavadas. Eran diminutos trozos de cristal de la ventanilla del Outback de Luna.

—Si fueses una chica normal, usaría mi glamour y no sentirías esto —comentó—. Sé valiente.

Dolía de mil demonios, hasta el punto de que las lágrimas me surcaron la cara durante todo el proceso. Me costó lo mío mantener el silencio.

Por fin escuché otra llave que abría la puerta y abrí los ojos. Bill me miró, puso una mueca de dolor y observó lo que Eric estaba haciendo. Asintió a modo de aprobación hacia Eric.

—¿Cómo ha ocurrido? —preguntó, dedicándome la más leve de las caricias en el rostro. Acercó una tercera silla y se sentó. Eric continuó con su trabajo.

Empecé a explicárselo. Estaba tan cansada que a veces me fallaba la voz. Cuando llegué a la parte de Gabe, me faltó el juicio de quitarle hierro al asunto. Bill contenía su temperamento con una disciplina inquebrantable. Me levantó la blusa con dulzura para comprobar el sujetador destrozado y las magulladuras del pecho a pesar de la presencia de Eric. El también miró, por supuesto.

—¿Qué le pasó a ese Gabe? —preguntó Bill con gélida tranquilidad.

—Está muerto —contesté—. Godfrey lo mató.

—¿Viste a Godfrey? —dijo Eric, inclinándose hacia delante. No había dicho una palabra hasta ese momento. Había terminado de curarme el brazo. Restregó una solución antibiótica por toda su superficie como si estuviese curando una piel de bebé irritada por el pañal.

—Tenías razón, Bill. Él fue quien raptó a Farrell, aunque no sé los detalles. Y Godfrey impidió que Gabe me violara. Aunque tengo que decir que no me he librado de algunos lametones.

—No presumas tanto —dijo Bill con una leve sonrisa—. Así que está muerto —continuó, aunque no parecía satisfecho.

—Godfrey se portó al detener a Gabe y ayudarme a escapar, sobre todo dado que lo único que le preocupaba era ver el amanecer. ¿Dónde está ahora?

—Salió corriendo y se perdió en la noche durante nuestro ataque a la Hermandad —explicó Bill—. Ninguno de nosotros fue capaz de echarle el guante.

—¿Qué ha pasado con la Hermandad?

—Te lo contaré, Sookie, pero será mejor que nos despidamos de Eric. Te lo contaré mientras te baño.

—Está bien —accedí—. Buenas noches, Eric. Gracias por los remiendos.

—Creo que eso ha sido lo esencial —le dijo Bill a Eric—. Si hay algo más, iré a verte a tu habitación más tarde.

—Bien —Eric me miró con los ojos entornados. Me lamió un par de veces mientras me curaba el brazo. El sabor parecía haberle intoxicado—. Que descanses, Sookie.

—Ah —dije, abriendo mucho los ojos de repente—. Le debemos una a los cambiantes.

Los dos vampiros se quedaron mirándome.

—Bueno, puede que vosotros no, pero yo sí.

—Bien, seguro que pondrán alguna reclamación sobre la mesa —predijo Eric—. Esos cambiantes nunca hacen un favor gratis. Buenas noches, Sookie, me alegro de que no te hayan matado o violado —esbozó una rápida sonrisa y recuperó su aspecto habitual.

—Muchas gracias —dije, volviendo a cerrar los ojos—. Buenas noches.

Cuando la puerta se cerró detrás de Eric, Bill me cogió en brazos de la silla y me llevó al baño. Era tan grande como todos los cuartos de baño de hotel, pero la bañera era adecuada. Bill la llenó de agua caliente y me quitó la ropa con mucho cuidado.

—Tírala a la basura, Bill —le dije.

—Sí, quizá haga eso también —dijo mientras volvía a repasar mis magulladuras, apretando los labios en una fina línea.

—Algunas de ellas son de la caída por las escaleras y otras del accidente de coche —expliqué.

—Si Gabe no estuviera muerto lo buscaría para matarlo yo mismo —dijo Bill, más bien para sí—. Me tomaría mi tiempo —me levantó con la misma facilidad que si fuese un bebé y me metió en la bañera. Empezó a limpiarme con una esponja y una pastilla de jabón.

—Tengo el pelo hecho un desastre.

—Sí, pero podremos encargarnos de él por la mañana. Necesitas dormir.

Empezando por la cara, Bill me frotó con suavidad por todo el cuerpo. El agua se tiñó de suciedad y sangre seca. Comprobó meticulosamente el estado de mi brazo para asegurarse de que Eric se había deshecho de todas las esquirlas. Luego vació la bañera y la volvió a llenar mientras yo tiritaba. A la segunda, acabé limpia. Después de quejarme por el pelo una segunda vez, dio su brazo a torcer. Me mojó la cabeza y me aplicó champú al cabello, enjuagándolo cuidadosamente. No hay mejor sensación en el mundo que sentirse limpia de pies a cabeza después de haber estado asquerosamente sucia, disfrutar de una cama con sábanas limpias y poder dormir en ella sintiéndose segura.

—Cuéntame lo que pasó en la Hermandad —le dije mientras me llevaba a la cama—. Quédate conmigo.

Bill me metió bajo las sábanas y se tumbó a mi lado. Deslizó su brazo bajo mi cabeza y se acercó un poco más. Coloqué la frente contra su pecho cuidadosamente y empecé a frotárselo.

—Cuando llegamos, aquello parecía un hormiguero sumido en el caos —dijo—. El aparcamiento estaba lleno de coches y gente, y seguían llegando para pasar esa... ¿noche sin dormir?

—Noche blanca —murmuré, volviéndome lentamente del lado derecho para acurrucarme contra él.

—Hubo jaleo cuando llegamos. Casi todos ellos se metieron en sus coches y salieron tan rápido como les permitió el tráfico. Su líder, Newlin, trató de impedirnos la entrada al vestíbulo de la Hermandad... Apuesto a que fue una iglesia en su día. Nos dijo que estallaríamos en llamas si entrábamos porque estábamos malditos —bufó—. Stan lo levantó y lo apartó. Entramos en la iglesia con Newlin y su mujer correteando detrás de nosotros. Ninguno de nosotros estalló en llamas, lo cual parece que conmocionó bastante a la gente.

—Estoy segura —murmuré hacia su pecho.

—Barry nos dijo que cuando se comunicó contigo tuvo la sensación de que estabas «abajo»; por debajo del nivel del suelo. Creyó captar la palabra «escaleras». Eramos seis: Stan, Joseph Velasquez, Isabel y otros. Nos llevó unos seis minutos eliminar todas las posibilidades y encontrar las escaleras.

—¿Qué hicisteis con la puerta? Recuerdo que tenía unos buenos cerrojos.

—La arrancamos de los goznes.

—Oh —bueno, está claro que eso suponía la forma más rápida de entrar.

—Pensaba que seguías ahí abajo, por supuesto. Cuando encontré la habitación con el muerto de los pantalones bajados... —hizo una larga pausa—, estuve seguro de que habías estado ahí. Aún podía olerte en el aire. Tenía una mancha de sangre, la tuya, y descubrí más rastros. Estaba muy preocupado.

Le di unas palmadas. Me sentía demasiado cansada y débil como para hacerlo más vigorosamente, pero era el único consuelo que le podía ofrecer en ese momento.

—Sookie —dijo con mucho cuidado—. ¿Hay algo más que quieras contarme?

Estaba demasiado somnolienta como para saber a qué se refería.

—No —dije con un bostezo—. Creo que ya conté todas mis aventuras antes.

—Pensé que como Eric estaba antes en la habitación te habrías reservado algo.

Finalmente escuché caer el segundo zapato. Le besé en el pecho, encima del corazón.

—Godfrey llegó a tiempo.

Hubo un prolongado silencio. Miré hacia arriba para ver la cara de Bill, pétrea como la de una estatua. Sus negras pestañas destacaban asombrosamente en contraste con su palidez. Sus ojos oscuros parecían pozos sin fondo.

—Cuéntame el resto —dije.

—Avanzamos por el refugio subterráneo y encontramos la habitación más grande, junto a una amplia zona llena de suministros, comida y armas, donde resultaba obvio que habían mantenido a otro vampiro.

Yo no había visto esa parte del refugio, y tenía claro que no iba a volver para visitar lo que me había perdido.

—En la segunda celda encontramos a Farrell y a Hugo.

—¿Hugo estaba vivo?

—Apenas —Bill me besó la frente—. Afortunadamente para Hugo, a Farrell le gusta el sexo con hombres más jóvenes.

—Quizá por eso lo escogió Godfrey para el secuestro cuando decidió dar ejemplo con otro pecador.

Bill asintió.

—Eso es lo que dijo Farrell. Pero había pasado mucho tiempo sin sangre ni sexo. Tenía hambre en todos los sentidos. Sin las esposas de plata, Hugo lo habría... Lo habría pasado mal. A pesar de estar esposado con plata en muñecas y tobillos, Farrell fue capaz de alimentarse de Hugo.

—¿Sabías que Hugo era el traidor?

—Farrell escuchó vuestra conversación.

—¿Cómo...? Oh, vale, el oído de los vampiros. Tonta de mí.

—Farrell también quiso saber qué le hiciste a Gabe para que gritara.

—Le golpeé en las orejas —repetí el gesto de la mano para mostrárselo.

—Farrell estaba encantado. Ese tal Gabe era de los que disfrutaban ejerciendo su poder sobre los demás. Sometió a Farrell a muchas humillaciones.

—Farrell tiene suerte de no ser una mujer —dije—. ¿Dónde está Hugo ahora?

—En un lugar seguro.

—¿Seguro para quién?

—Seguro para vampiros. Lejos de los medios de comunicación. Les gustaría demasiado su historia.

—¿Qué van a hacer con él?

—Eso lo decidirá Stan.

—¿Recuerdas el trato que teníamos con Stan? Si, gracias a mí, se descubren pruebas de culpabilidad de humanos, no se les puede matar.

Era evidente que Bill no tenía ganas de seguir debatiendo ese punto. Su expresión se volvió seria.

—Sookie, será mejor que duermas. Hablaremos de ello cuando despiertes.

—Pero, para entonces, puede que haya muerto.

—¿Por qué te importa tanto?

—¡Porque ése fue el trato! Sé que Hugo es un cabrón, y le odio, pero no puedo evitar que me dé pena; y no creo que pueda vivir con la conciencia tranquila sabiendo que tuve que ver con su muerte.

—Sookie, seguirá vivo cuando despiertes. Hablaremos de ello entonces.

Sentí que el sueño tiraba de mí, como una ola de un surfista. Costaba creer que sólo fueran las dos y media de la noche.

—Gracias por venir a por mí.

Tras una pausa, Bill dijo:

—Primero no estabas en la Hermandad, sólo había rastros de tu sangre y un violador muerto. Cuando supe que no estabas en el hospital, que te habían sacado de allí como por arte de magia...

—¿Mmmmh?

—Me asusté mucho. Nadie sabía dónde podías estar. De hecho, mientras estuve allí hablando con la enfermera que te admitió, tu nombre desapareció de la pantalla del ordenador.

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