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Authors: Jens Lapidus

Tags: #Policíaca, Novela negra

Una vida de lujo (25 page)

BOOK: Una vida de lujo
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—Los chapas no tienen un gran talento para la informática que se diga —le contestó JW, tronchándose—. Si ni siquiera conocen la diferencia entre Word y Excel, ¿cómo van a conocer la diferencia entre documentos de estudio y documentos de verdad? Ya sabes que estoy estudiando economía a distancia.

—De modo que es así como lo hace, el granuja —dijo Torsfjäll—. Para mí, el simple hecho de que el Servicio Penitenciario permita los ordenadores es un enigma. Pero que permitan ordenadores con esos lectores de tarjetas de memoria me parece totalmente incomprensible.

—Podría parecerlo, sí. Sin embargo, después de todo, hace falta un chapas corrupto para que funcione. Se controla a los visitantes mucho más meticulosamente, con detectores de metal manuales y a veces cacheos íntimos. Además, solo puede sacar cierta información por esa vía. Creo que comunica la mayor parte de las cosas oralmente a la gente que viene a verlo. Eso ya lo hemos mirado, ¿no?

—¿Supongo que hiciste copias de todo? —preguntó Torsfjäll.

Ahora le tocó a Hägerström bromear.

—¿La gallina pone huevos? Pero… hay peros. La información está codificada.

El comisario soltó una risita.

—Vale. Envíamelo y lo analizamos. SKL domina ese tipo de cosas. Y, en el peor de los casos, lo enviaremos a los británicos.

Hägerström asintió con la cabeza.

—Me pidió que entregara la tarjeta de memoria a una persona de la estación central del metro. Un hombre de unos treinta años. Dijo que me la devolvería al día siguiente. Naturalmente, lo seguí sin que se diera cuenta.

—Ejemplar. Modélico.

—Me llevó a una asesoría de Södermalm. MB Redovisningskonsult AB, que antes formaba parte de la empresa Rusta Ekonomi Aktiebolag. La empresa está controlada por un tal Mischa Bladman. La asesoría tiene un número de empresas medianas entre su clientela. Por ejemplo, Byggplus AB, KÅFAB y Claes Svensson AB. Pero también Rivningsspecialisterna i Nälsta AB y Saturday’s AB, que antes era parte de Clara’s Kök & Bar y Diamond Catering Aktiebolag. ¿Te suena de algo?

La sonrisa de Torsfjäll se hizo más amplia por cada nombre de empresa que Hägerström mencionaba. Hägerström casi tenía que taparse los ojos con la mano para que no le cegara.

—Claro que me suena. Las últimas empresas que mencionas están todas relacionadas de una manera u otra con el difunto señor Radovan Kranjic. No del todo inesperado, aunque ciertamente interesante.

—Exactamente. Y el hecho de que acaben de asesinarlo no lo hace menos interesante.

—Vamos a tener que poner vigilancia a Bladman.

—Y deberíamos solicitar permiso para pinchar la sala de visitas.

—¿Solicitar permiso? No, no tenemos por qué hacerlo. HRA ya está en ello, que lo sepas.

Hägerström se sobresaltó: ¿por qué no lo había dicho antes?

—Y ahora pienso poner a HRA a trabajar en esa asesoría también —continuó Torsfjäll—. Lo que acabas de contar seguramente será suficiente para obtener el permiso.

Hägerström pensó en cómo Torsfjäll había formulado la frase: «
Seguramente
será suficiente». Los rumores sobre el comisario no eran infundados. Torsfjäll no tenía reparos en manipular las reglas.

Capítulo 21

D
esde que habían asesinado a su padre: las peores horas que jamás había tenido que aguantar. Los segundos más insoportables, tristes y peores que se había obligado a sí misma a respirar. Ya habían pasado demasiados segundos de añoranza desesperada.

Y no iban a terminar.

Más tarde le tocaría ir a otro interrogatorio en la comisaría.

Ahora mismo no hacía más que estar en su habitación. Pensando en la reunión del hospital. La actitud de Stefanovic le molestaba. Intentaba mandar y tomar el control. Eso no estaba bien.

¿En quién podía confiar ahora? Ella no les importaba una mierda a los policías con los que había estado. Y su padre, menos. La última vez que había estado allí había sido como una comedia, se portaron como cerdos. Tenía intención de seguir los consejos de Göran y grabar los interrogatorios a partir de ahora. Y los maderos de delitos económicos que habían ido a su casa solo pretendían arruinar el imperio empresarial que su padre había construido.

Algunas personas de Suecia no eran capaces de aguantar que otra persona tuviera tanto éxito como el que había tenido su padre. Que la gente nacida fuera de los países nórdicos se convirtiera en brillantes jugadores de fútbol o atletas, eso estaba bien. Algunos podían llevar pizzerías, lavanderías de éxito, a lo sumo una cadena de restaurantes, también era algo esperado. Que algunos cantaran bien y tuvieran éxito en
Operación Triunfo
se podía tolerar. Pero que alguien fuera el dueño de empresas de la magnitud de las de su padre, eso no estaba previsto, según parecía. Algunas cosas no estaban bien, sin más. Pero que la sociedad no fuera capaz de mostrar un poco de respeto a un padre de familia muerto, eso era enfermizo. Natalie pensó en lo que su padre siempre solía decir: «No existe la justicia. Así que tenemos que crear la nuestra propia».

Era verdad; no existía la justicia. La policía debería apoyar a la familia. Buscar al asesino, proteger a Natalie y a su madre. En lugar de eso: la sociedad se cagaba en todo lo que se deletrease honor. La justicia era algo de lo que debía ocuparse cada uno.

Igual que su padre siempre había dicho.

Había recogido las carpetas que había escondido en casa de Tove la noche anterior, y no había dormido ni un segundo desde entonces. Solo había repasado hoja tras hoja en las carpetas con un bolígrafo en una mano y un cuaderno en la otra. Subrayando todo lo que le parecía interesante, poniendo post-it. Formulando preguntas que había que hacer. No sabía a quién. El abogado que habían contratado para ocuparse de la testamentaría parecía simpático, pero no era el más adecuado para estas cosas. Göran podría saber quién lo era.

Las carpetas delante de ella en el suelo: eran siete, negras, gruesas. El escudo de los Kranjic en los lomos. En la asesoría tendrían cientos de ellas. En la habitación de su padre, al menos cuarenta. Y la pasma las había requisado todas salvo estas siete.

Primero las había ojeado al azar, después se había sentado para ver mejor. Se fijó en algo que le llamó la atención.

Era una oportunidad de averiguar más cosas sobre su padre. Sobre todo: de tratar de encontrar pistas para entender lo que había pasado. Descubrir quién había cometido el atentado.

¿QUIÉN?

Trató de entender el material. Crear orden. Encontrar una estructura. Priorizar lo que podría ser importante y descartar lo que evidentemente no tenía interés.

Dos de las carpetas estaban llenas de recibos y copias de recibos. Cinco años de la vida de su padre, en cuanto al consumo. Parecía que coleccionaba recibos de todo tipo, ya fuera de cenas en el Broncos o de coches de lujo por ciento cincuenta mil euros de Autoropa. Había vaqueros Levi’s de NK, un par de zapatos hechos a mano cada año, gemelos de Götrich —aquella tienda de ropa masculina cerca de la calle Biblioteksgatan donde siempre había ido a comprar ropa—, al menos doscientas cenas, algunos teléfonos móviles, accesorios Bluetooth, ordenadores, pantallas de lámparas, colonia de Hugo for Men, cremas de cara, viajes en avión a Inglaterra, Belgrado y Marbella, muebles y hasta algunas comidas en McDonald’s.

Cuatro de las carpetas estaban divididas en secciones. En cada sección había papeles de diferentes empresas. Eran informes anuales de los últimos años y más cosas, documentos de contabilidad, correspondencia con contables. En total: veintiuna secciones; en otras palabras: veintiuna empresas. Natalie apuntó en un papel los nombres de cada una, y cuánto habían facturado durante los años cubiertos por los informes.

Ahora en serio: sabía que se le daban bien los números. Kranjic Holding AB y Kranjic Holding Ltd, Rivningsspecialisterna i Nälsta AB, Clara’s Kök & Bar y Diamond Catering AB, Dolphin Finans AB, Roaming GI AB, etcétera. Reconocía algunos de los nombres: Kranjic Holding AB era la casa matriz de su padre. Era verdad que no conocía la existencia de una empresa extranjera, pero no le sorprendió. En cuanto a Clara’s, era algo con lo que su padre llevaba años, al igual que la empresa de catering, y Göran y los demás solían hablar a menudo de Rivningsspecialisterna. Pero, en realidad, no le sorprendió tanto el hecho de que hubiera empresas desconocidas para ella como la cantidad de ellas.

Más de veinte empresas. Cuatro de ellas declaraban cero de facturación en los últimos años. Cinco declaraban más de veinte millones cada una. Ella sabía que a su padre se le daban bien los negocios; pero esto: era uno de los grandes de verdad.

Pero fue lo que encontró en la última carpeta lo que le hizo reaccionar. Actas de asambleas anuales, informes técnicos, contratos de compraventa y algunos documentos sobre llaves y alarmas. Todo tenía que ver con la misma cosa: un piso de la calle Björngårdsgatan en Södermalm.

Leyó el informe técnico del piso una y otra vez. Se trataba de un último piso de ochenta y tres metros cuadrados. Diáfano. Rehabilitación de lujo con materiales sólidos: suelo de piedra caliza de Gotland, paneles de nogal, cocina de Poggenpohl. Al parecer, alguien llamado Peter Johansson lo había comprado por cinco millones trescientas mil.

En el margen, junto al primer punto de una de las actas de la comunidad de propietarios, alguien había escrito a boli: «Peligroso».

PELIGROSO.

El asunto del apunte: la letra era de su padre.

El punto del acta hablaba de que, en el piso de arriba, la persona que vivía allí no era quien figuraba como miembro de la comunidad de propietarios.

Natalie estaba segura, a pesar del nombre del dueño; este piso tenía que ver con su padre. Su padre estaba relacionado, de alguna manera, con un piso en Estocolmo que no había mencionado en casa. Y había sido peligroso de alguna manera.

Tenía que averiguar más cosas. Volvió a pensar a quién podría consultar al respecto.

Solo había una persona.

Llamó a Göran.

—Tengo carpetas que la policía está buscando.

—¿Qué carpetas?

—Cosas de empresas, carpetas que estaban en casa. Ya sabes que vinieron por aquí ayer, los polis de delitos económicos, pero conseguí sacar algunas cosas.

—Escóndelas en algún sitio seguro. Las vemos juntos —dijo Göran.

—Ya las he repasado, me las conozco casi de memoria.

No dijo nada sobre la anotación en el acta sobre el piso.

—Vale —dijo—. Entonces escóndelas sin más. Tendremos que hablar sobre ellas cuanto antes.

—Sí.

—Y otra cosa, Natalie. No hagas nada de lo que te puedas arrepentir. Tienes que entender una cosa: la vida de tu padre no siempre era tan fácil. Algunos dicen que eligió el camino fácil, pero puedes estar segura de una cosa: su camino no era ancho. Había muchos que lo odiaban, eso lo sabes, ¿no? Así que ahora te toca a ti elegir el camino, recuérdalo. Y las malas acciones no harán que la elección sea más fácil.

Natalie estuvo un rato pensando en preguntarle qué quería decir. Pero lo descartó, él tenía razón. El camino de su padre no era fácil. Ni ella misma sabía qué quería hacer ahora mismo.

En breve iría al interrogatorio de los putos polis. Sabía lo que iba a hacer hasta entonces. Su madre había metido las cazadoras de su padre en el despacho. Ni siquiera lo habían hablado; qué iban a hacer con todas sus cosas: los móviles, los bolis, los ordenadores, la ropa. Pero su madre no quería tener las cazadoras colgadas en el vestíbulo. Natalie estaba de acuerdo; nadie quería recuerdos innecesarios ahora mismo.

Entró en la habitación. Una esperanza en la cabeza. Un objetivo.

Sacó las cazadoras y el abrigo. Habían estado en el vestíbulo hasta antes de ayer. Una trinchera de Corneliani que tenía que haber costado una fortuna. Una cazadora náutica de Helly Hansen que parecía demasiado juvenil para él. Una cazadora de cuero sin marca; esta parecía más normal para su padre.

Repasó las prendas. Los bolsillos exteriores, los interiores, las solapas.

La cazadora náutica tenía por lo menos diez bolsillos.

No encontró nada.

Repitió la misma acción.

Nada.

Se sentó en el suelo de su habitación. Las carpetas estaban alrededor de ella. Pensó: ¿dónde estarían las llaves de su padre? ¿Los policías las habrían encontrado y se las habrían llevado?

Después se le ocurrió una cosa. Tenía que llevarlas encima la noche que fue asesinado. Por lo tanto, no deberían estar entre las cazadoras que había dejado en casa. Pero tampoco había sido enterrado con ellas. O bien la policia se las había devuelto a su madre, y ella las había dejado en algún sitio, o bien estaban en manos de la policía.

Dio una vuelta por la casa. Su madre estaba en la sala de la televisión. Natalie continuó hasta el dormitorio de ella y de su padre. Se acercó a los armarios donde la ropa de su padre solía estar. Lo abrió. La ropa seguía allí.

Una oleada de dolor le atravesó el cuerpo.

Apenas fue capaz de mirar. Los pantalones, los jerséis y las camisas de su padre, que abarcaban la escala de colores desde el blanco hasta el azul oscuro, pasando por el azul claro. Sus cinturones estaban colgados en tres perchas en la parte interior de la puerta del armario. Sus corbatas colgaban de cuatro soportes plegables montados en la otra puerta del armario; el escudo de la familia adornaba varias de ellas. Sus americanas y trajes ordenados por color.

Su olor.

Natalie quería darse la vuelta y salir. Volver corriendo a su habitación. Tumbarse en la cama y pasar la tarde llorando. Al mismo tiempo, tenía una cosa clara: ya sabía lo que quería; quería encontrar las llaves. Quería llegar a algún sitio.

Respiró hondo.

Sacó una caja del armario. Un humidificador. Un pequeño indicador en el exterior mostraba el nivel de humedad del aire. Lo abrió: Cohiba de miles de coronas. No había llaves.

Sacó otro cajón del armario. Gemelos y alfileres de corbata con el emblema de la K, un montón de pañuelos de seda, tres carteras vacías, un clip para billetes con el escudo de los Kranjic otra vez, cuatro relojes que probablemente no eran suficientemente buenos para que mereciera la pena guardarlos en la pequeña caja fuerte al lado de la cama: Seiko, Tissot, Certina, Calvin Klein.

Además: un manojo de llaves.

Lo cogió.

Pudiera ser.

Capítulo 22
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