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Authors: Caroline L. Jensen

Tags: #Humor

Una vecina perfecta (25 page)

BOOK: Una vecina perfecta
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Satanás se rió.

—Sí. Y si te soy sincera, habrás hecho más de lo que yo pensaba cuando empezaste con todo esto. —Y mientras hablaba, a Satanás se le encendió la luz—. ¡Oye!

—¿Sí?

Tuvo que esforzarse para no sonreír ni parecer contento al decirlo:

—Como buena cristiana, no me puedo quedar simplemente mirando como si nada mientras le quitas la vida a un inocente.

La señora Bengtsson se puso roja como un tomate.

—¿Qué? ¿Qué me quieres decir, Rakel? ¿Vas a tratar de detenerme ahora? Porque si mueves un solo dedo, te juro que…

—No. Cálmate —respondió Satanás—. Lo dicho: yo soy una buena cristiana… Y una de las cosas que hacemos los buenos cristianos es el archisabido autosacrificio. Es casi como un viaje exprés al Reino de los Cielos.

—¿Ah, sí?

—Sí. Mi vida espiritual, mi búsqueda, es un afán por acabar pasando la eternidad junto a Dios. En su regazo, en el Paraíso. Evidentemente.

La señora Bengtsson comenzó a ver por dónde iban los tiros de Rakel.

—Oh. ¿Te refieres a…?

—Sí —respondió la poseída con mirada seria—. Creo que deberías matarme a mí en lugar de a Beggo. —Mentalmente continuó la frase: «… ¡y así habrá un cura menos en el mundo!» Ladeó la cabeza para parecer lo más piadosa posible.

—No, Rakel.

—¿No?

—No.

—¡Pero si es perfecto! Tú quebrantas el último mandamiento, Beggo no tiene que morir (a fin de cuentas, su único crimen es ser un bobo enamorado) y yo puedo tomar… llamémosle un billete directo al Reino de los Cielos. ¿Cómo puedes decir que no cuando la alternativa es matar a un inocente? Además, si lo piensas bien, ni siquiera serás tú misma. —El Diablo miró fijamente a la señora Bengtsson—. ¡Matar no es propio de ti!

Una risa fría se le escapó a la señora Bengtsson, que soltó la cortina y se encontró con la mirada del Diablo.

—¿Sabes qué? Yo pensaba lo mismo.

Satanás la miró sorprendido durante unos segundos y la señora Bengtsson le aguantó la mirada. Al final incluso él se rió.

—Vale. ¡Infierno, ahí va!

—Sí. Ahí voy.

Capítulo 31

Con el correo del viernes llegó otra rosa y con ella una nueva notita:

Me cuesta tanto soltar tu mano y verte marchar en otra dirección, ahora que nos acabamos de encontrar, tú y yo.

Cuando me tocas pasa algo en mi interior, me exaltas y siento enloquecer. Lo que oyes te lo digo sólo a ti: ¡quédate junto a mí!

—La pregunta es si realmente te crees que esto va a funcionar —dijo en tono enfadado la señora Bengtsson mirando el papelito. ¿De verdad lo creía? ¿De verdad se esperaba que leyera la nota y de repente comprendiera que Beggo era el hombre al que había estado destinada toda su vida? Resopló y le dio otro trago a la copa de vino. Entonces vio la nota doblada que asomaba entre un folleto de un instalador de piscinas y el menú de la pizzería local. «Para el señor Bengtsson», ponía en una cara con la letra enmarañada de Beggo.

—Será desgraciado… —dijo la señora Bengtsson abriéndola, pero en seguida estalló en carcajadas. El muchacho había escrito:

Somos la señora Bengtsson y yo. No hay tabús en nuestra forma de amar. Ahora ya nada nos puede parar.

—Pobre africanito desgraciado tonto del culo —se rió la señora Bengtsson—. Tú quieres morir, ¿verdad? —Tomó otro traguito.

¿Era eso una alternativa realmente? ¿Dejar que el señor Bengtsson se ocupara del problema? No sería muy difícil manipularlo para que pensara que era Beggo el que la estaba acosando y que se negaba a dejarla en paz. Le bastaría con mostrar las notas y dejar caer unas lágrimas. Hacerse la víctima de un maníaco persecutorio. El señor Bengtsson se pondría como loco.

Pero seguramente no llegaría a matarle, a pesar de todo. Como mucho, Beggo tendría que pasar unos días en el hospital, pero su marido no era un asesino. El problema era de ella. El proyecto era suyo. Y la muerte también era cosa suya. Volvió a leer la nota y de nuevo soltó una risotada.

Bien entrada la noche del viernes, cuando el señor Bengtsson ya estaba durmiendo como un tronco, la señora Bengtsson salió a pegar un mensaje en la tapa de su buzón.

«Pasa a recogerme el domingo a las nueve. De la mañana. Ya nada nos puede parar.»

Capítulo 32

El sábado por la mañana su nota había desaparecido, lo cual la hizo estremecerse de desagrado. No podía significar otra cosa que Beggo había pasado por allí durante la noche. Cuando la señora Bengtsson descubrió que se le había acabado el vino y que la licorería había cerrado, se fue al garaje y cogió una de las cervezas alemanas de su marido. Estaba asquerosa, pero le sirvió. El señor Bengtsson también se tomó una y no le pareció que su mujer se estuviera comportando en absoluto de una forma extraña. Era sábado.

Capítulo 33

A las nueve menos cinco de la mañana del domingo, Rakel
la Milagrosa
oyó el sonido de un claxon en la calle. La señorita diabólica ni se molestó en apartar la cortina para mirar. Sabía que era Beggo y que había ido a recoger a la señora Bengtsson.

Vale. Reconocía haber puesto un poco de su parte, pero la contribución no dejaba de ser mínima. Había visto a la señora Bengtsson pegando la nota en el buzón el viernes por la noche. Por lo visto la mujer estaba convencida de que Beggo no sólo pasaba a menudo por delante de su casa sino que también lo hacía por la noche, lo cual se lo ponía aún más fácil para aceptar lo que estaba a punto de hacer. Pero Satanás sabía que Beggo no hacía eso. Así que se había entrometido. Al cabo de un buen rato había salido a hurtadillas de su casa y había quitado la nota, luego se fue a casa de Beggo, la pegó en la puerta, llamó al timbre y salió corriendo a esconderse detrás de la casa del vecino.

Si hubiese sido cualquier otra cosa en lugar de un demonio habría sentido pena por Beggo cuando un minuto más tarde abrió la puerta, muerto de sueño, porque, al leer el papelito, el joven tunecino saltó dos, tres veces, de alegría y, antes de recuperar la calma incluso gritó: «Sí. ¡Sí! ¡Bengtsson!» Después miró asustado a su alrededor, pero todavía con la mayor de las sonrisas plasmada en su cara. Satanás dudaba que Beggo fuera a dormir mucho aquella noche, y entre risitas volvió a la casa de Rakel.

A las nueve menos cinco, por tanto, oyó el claxon en la calle y comprendió que había llegado la hora. Llamó a
Yersinia
y la levantó a la altura de su cara. Fuera oyeron cómo se abría una de las puertas de la
Furia Amarilla
y luego se cerraba, seguido de un suave ruido de motor alejándose. Sin acelerones. Beggo estaría demasiado contento por tener a la señora Bengtsson en el coche, el pobre. Satanás miró a
Yersinia.

—Ahí está, querida sabandija. Te voy a echar de menos. Eres una gatita de lo más entrañable. —Le plantó un beso entre las orejas y aspiró el olor del animal.

—Miau —dijo
Yersinia
un poco entristecida.

—Sí. Pero tú te tendrás que quedar aquí. —La dejó con cuidado en el suelo—. Miau a ti también.

Luego cerró los ojos de Rakel y dejó caer levemente la cabeza hacia atrás. Después, el Diablo abandonó de golpe el cuerpo de la estudiante de Teología y salió volando por el techo, arriba, arriba, hasta que el coche amarillo de correos no era más que un puntilo en el suelo. Se rió con tanta malicia y tanta fuerza que a punto estuvo de chocarse con un pato.

—¡Mira por dónde vas! —graznó enfadada el ave.

—Cierra el pico —respondió Satanás, y siguió a la señora Bengtsson y a Beggo a una distancia prudencial.

En la cocina del número nueve de la calle Fröjd, el cuerpo de Rakel se desplomó inconsciente sobre el suelo.
Yersinia
la miró un rato asombrada, hasta que al final se le acercó y se tumbó a su lado, se hizo una bola y se puso a ronronear.

Capítulo 34

—¿Tú crees en esto?

El Diablo dio un respingo en el aire y descubrió que Dios estaba volando a su lado, muy por encima del cochecito amarillo. Sonreía. Qué irritante.

—¡Tú!

—Mmm —respondió Dios, y luego sonrió otra vez.

—Yo no he hecho nada de todo esto. No me puedes echar la culpa. Ha sido todo idea de la señora Bengtsson, desde el principio hasta el final. Llegó ella solita a la conclusión de que debía desafiarte. Ella sola ha decidido cómo conseguirlo. Yo sólo le he contado algunas cosas. ¡Es la pura verdad!

Dios lo miró con pena.

—Tú y la verdad lleváis tanto tiempo separados, Correcaminos, que ya no la reconoces.

—Bah, eso son juegos de palabras. Ha sido la señora Bengtsson la que ha llegado a la conclusión de que te odia. —Triunfal e impertinente le aguantó la mirada a su Creador.

—Lo sé —respondió Dios y, a pesar de todo, la expresión de pena en su cara hizo estremecer el corazón angelical de Satanás—. Pero… —se recompuso Dios de la visión— no es a mí a quien odia. —Volvió a sonreír y el Diablo recordó que antaño se había enamorado de esa sonrisa una y otra vez.

—¿Ah, no?

—No. Ella odia mi imagen. La imagen de la Biblia. Y tu imagen. Sabes igual de bien que yo que el noventa y nueve por ciento de ese libro no es más que un montón de disparates —dijo Dios meneando la cabeza.

—¡Pero no los Diez Mandamientos! Tú diste esos mandamientos para que se cumplan, ¡y sabes muy bien lo que tiene pensado hacer! ¡Y lo que ha hecho!

—Sí, lo sé —dijo Dios—. He pensado bastante en ello.

—¡Y lo has visto! Ha mentido, ha sido lujuriosa, no ha santificado las fiestas y…

—Sí —dijo Dios, riéndose sin querer—. Es un personaje de lo más entretenido, la señora Bengtsson esta. Pero bastante inofensiva, ¿no te parece? —Miró de reojo a Satanás, a quien se le hizo una bola en el estómago.

—¡Inofensiva! ¿Cómo puedes decir eso? Tú, que lo has visto todo. Vale que no se ha comprado un billete directo a mis océanos de fuego simplemente diciendo que su madre tenía las piernas peludas, ni blasfemando. Pero ¡ha cometido adulterio! —replicó el Diablo mirando desafiante al Eterno.

—Sí. Pero…

—¿Cómo que sí pero?

—Se arrepiente. En verdad, de todas sus locuras ésa es la única de la que se arrepiente. No es que lo reconozca ante sí misma, pero fíjate en cómo proyecta su odio sobre el cartero tunecino. Se arrepiente profundamente. El arrepentimiento puro también recibe automáticamente mi perdón, Correcaminos. Tú deberías saberlo mejor que nadie. —Dios miró a Satanás con una sonrisa, y éste se encendió de rabia.

—¿Mejor que nadie? Sí, lo sé muy bien, y si te crees que me he arrepentido estás muy equivocado. No me arrepiento ni lo más mínimo de negarme a pasar un día tras otro allí sentado cantando tus aburridos himnos de alabanza. No me arrepiento en absoluto de intentar librarme de tus normas. Esto es lo que soy, por mucho que te eche de menos. ¡Libre!

—No, ya lo sé. Por supuesto —respondió Dios—. No te arrepientes. Aún.

—Cierra la boca —refunfuñó Satanás. Odiaba cuando Dios se pavoneaba de aquella manera—. Pero vale, ella se arrepiente del adulterio. Si tú lo dices. Pero ¿y el señor Rubin? Te apuesto lo que quieras a que no le has dedicado ni un pensamiento desde que la policía se lo llevó. Ya sabes lo que la señora Bengtsson le hizo a ese viejo, ¿no?

—No te hagas el bobo —dijo Dios—. Claro que lo sé.

—Vale. ¿Y?

—En realidad le hizo un favor al pobre anciano. Tu numerito del canario le hizo perder la razón del todo. Y el estrés de ser detenido por la policía y lo incomprensible de que encontraran objetos robados en su casa fue demasiado para él. Murió tres horas después de que lo ingresaran en urgencias psiquiátricas. Ahora está conmigo. —Dios sonrió—. Está a gusto y contento de saber que en verdad fue tal y como él estaba convencido de que fue, o sea, que un pájaro poseído por el Diablo le había visitado. Que no estaba loco, por lo menos al principio.

—Por todos los demonios… —murmuró Satanás.

—¿Sí? —Dios lo miró.

—¡Ajá! Pero estamos aquí volando por alguna razón, ¿verdad? Estás aquí porque sabes lo que va a hacer la señora Bengtsson. Sabes muy bien que quiere matar a una persona inocente. Va a pecar contra el mandamiento más importante de todos. ¡Va a matar a Beggo!

Dios se rió.

—Pero, querido Correcaminos —Satanás casi se puso a llorar cuando Dios pronunció esas palabras, cuando lo llamó «querido»—, ¿desde cuándo es la intención lo que cuenta?

Capítulo 35

No se percató, hasta que iban por una carretera alejándose de Jämnviken, de que no había cogido ningún arma. Ni un cuchillo ni… un destornillador. Ni un veneno.

«No seas ridícula, ¿cómo lo ibas a envenenar? ¿Con un termo de sopa o qué?»

Aunque pensándolo bien, no le parecía una mala idea. Decirle que le había preparado comida, porque estaba loca por él, evidentemente, y luego darle un termo con sopa de matarratas y setas venenosas. ¿Cómo no se le había ocurrido antes? Habría sido brillante.

—¡Bengtsson, Bengtsson! —El loco del volante se había encallado en una especie de repetición eufórica de su apellido. Además iba cantando las canciones de su disco de bailables. Ahora sonaba
Diez mil rosas rojas,
y cada vez que decían eso —«Diez mil rosas rojas quiero darte»—, Beggo se apresuraba a añadir: «¡Bengtsson, Bengtsson!» antes de que comenzara el siguiente verso.

—Joder, Beggo. Por lo menos di señora Bengtsson. Si no, me siento como un militar.

Él la miró destrozado.

—¡Señora, no! ¡No señora Bengtsson! ¡Señora Beggo!

Le entraron ganas de vomitar.

—¡Diez mil rosas rojas en un ramoooo! —aulló Beggo con alegría, y luego le puso la mano sobre el muslo.

«Me estoy volviendo loca. Así de claro. ¡Puedo sentir físicamente cómo voy enloqueciendo! Y ahora me pone la mano encima. Lo voy a… Lo voy a…»

Se oyó un fuerte pitido. Era el GPS integrado que avisaba que estaba yendo a noventa y tres kilómetros por hora en una carretera de setenta. A Beggo no parecía importarle, porque siguió aullando:

—¡Diez mil rosas rojas en mi cancióooon! ¡Bengtsson! ¡Bengtsson! ¡Señora Beggo!

Fue la gota que colmó el vaso. Al final algo cedió dentro de su cabeza y la señora Bengtsson oyó un chasquido, y sin atender ni a un solo pensamiento razonable agarró el volante y tiró con todas sus fuerzas.

Capítulo 36

—… Eso de que la intención es lo que cuenta es una invención humana de lo más singular, lo sabes igual de bien que yo… Hechos. Los hechos son lo que cuenta. Yo no me meto en lo que una persona piense. ¿Sabes lo pesado que sería eso?

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