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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

Un triste ciprés (5 page)

—Eso no es verdad, Ted. No me gusta que me hables así.

Ella hablaba con vehemencia.

El joven, tosco y sincero, la miró con admiración a pesar de su cólera.

—Sí, es verdad. Pareces una verdadera señorita...

—¿Y es malo eso?

—No, no. ¡Claro!

Mary dijo rápidamente:

—Hoy día todos somos iguales.

—Sí, en efecto —asintió Ted pensativamente—. Pero no eres la misma de antes... Pareces una duquesa o condesa, o algo por el estilo.

Mary respondió, con una sonrisa:

—Eso no quiere decir nada. Yo he visto condesas que parecen cocineras.

—Bueno, tú ya sabes lo que quiero decir.

Una figura majestuosa de enormes proporciones, vestida elegantemente de negro, se aproximó a ellos. Los miró con rápida ojeada. Ted se hizo aun lado respetuosamente, diciendo:

—¡Buenas tardes, mistress Bishop!

Mistress Bishop hizo una graciosa inclinación de cabeza.

—¡Buenas tardes, Ted Bigland! ¡Buenas tardes!

Continuó su camino como una goleta con las velas desplegadas.

Mary murmuró:

—¡Ella sí que parece una duquesa!

—Sí... Tiene buenos modales... A veces me hace enrojecer...

Mary le interrumpió, diciendo:

—Mistress Bishop no me quiere.

—No digas tonterías, chiquilla.

—Es verdad, no me quiere. Siempre me habla con rudeza.

—Está celosa de ti. Eso es todo.

—Tal vez sea eso —respondió Mary sin convicción.

—No puede ser otra cosa. Ha sido el ama de llaves de Hunterbury durante muchos años... Casi la verdadera dueña. Y ahora, mistress Welman se ha encaprichado contigo y la ha olvidado.

Mary respondió, ensombrecida:

—Es una tontería, pero no puedo soportar que haya alguien que me odie. Me gusta que me quieran todos los que me rodean.

—Pues no puedes esperar eso de todas las mujeres. Son gatos envidiosos que no pueden ver a una muchacha tan guapa y elegante como tú sin sentir un aborrecimiento invencible...

—Los celos deben de ser horribles.

Ted dijo lentamente:

—Tal vez...,
pero existen
. Hace unos días vi un filme magnífico en Alledore. El protagonista era Clark Gable. Se trataba de uno de esos multimillonarios que tiene abandonada a su mujer en su casa, y ella fingió que le había engañado. Y un amigo de...

Mary se volvió para marcharse.

—Lo siento, Ted. Tengo que irme. Es tarde ya.

—¿A donde vas?

—A tomar el té con miss Hopkins, la enfermera.

Ted hizo una mueca.

—¡Vaya un capricho! Esa mujer es la chismosa más grande de toda la comarca. Mete en todo esas narices tan largas que Dios le ha dado.

—Pero es muy bondadosa para mí.

—¡Oh, no quiero decir que sea mala! Pero le gusta hablar demasiado.

—Adiós, Ted.

El joven la vio alejarse con profundo resentimiento.

6

La enfermera Hopkins habitaba una pequeña villa al final del pueblo. Acababa de llegar y estaba desatando los cordones de su sombrero cuando entró Mary.

—¡Ah, es usted! Se me ha hecho un poco tarde. La anciana mistress Caldecott está bastante mal otra vez. Ya la he visto al final de la calle con Ted Bigland.

Mary respondió:

—Sí.

La enfermera agitó la nariz mientras encendía el gas para poner la tetera.

—¿Le dijo algo de particular?

—No. Simplemente me invitó a ir al cine con él.

—Pues mire, Mary. Ted es un chico excelente, muy trabajador y honrado... Pero no le conviene a usted... Usted debe aspirar a algo más con su educación y su cara de ángel. Lo mejor es que aprenda a dar masajes y verá mucha gente y adquirirá buenas relaciones y, sobre todo, no tendrá que depender de nadie.

—Lo pensaré, miss Hopkins. Mistress Welman me habló el otro día. Tenía mucha razón en lo que me dijo. No quiere que me vaya ahora. Le hago mucha falta; me lo dijo. Pero me prometió que se preocuparía de mi porvenir.

La enfermera repuso, en tono de duda:

—¿Quién sabe lo que hará luego? ¡Los viejos son tan raros!

Mary preguntó:

—¿Cree usted que mistress Bishop me odia..., o es sólo producto de mi imaginación?

La enfermera reflexionó unos segundos.

—Desde luego, no le pone muy buena cara. Es una de esas personas que no pueden ver con buenos ojos los favores que mistress Welman hace a los demás. Ha visto el cariño que la enferma tiene por usted y está resentida.

Rió jovialmente.

—Yo, de ser usted, no me preocuparía, querida. ¿Quiere abrir aquel cartucho de papel? Encontrará un par de buñuelos exquisitos.

Capítulo III
-
El segundo ataque
1

«Su tía tuvo anoche una recaída. No es muy grave, pero sería conveniente que viniese lo más pronto posible. —
Lord

2

En cuanto recibió el telegrama, Elinor llamó a Roddy. Ambos se encontraban ahora en el tren que los conducía a Hunterbury.

Elinor no había visto con frecuencia a Roddy en la semana que había transcurrido desde su visita a su tía. En las dos brevísimas ocasiones en que se reunieron se había manifestado una conducta extraña entre ellos. Roddy le había enviado flores... Un gran ramillete de rosas... Cosa realmente inusitada en él. Comieron juntos y Roddy le estuvo preguntando, colmándola de atenciones, cuáles eran sus alimentos preferidos, las bebidas favoritas, ayudándola a elegir vestidos e infinidad de cosas desacostumbradas en el joven. Parecía que estaba representando un papel: el papel de novio enamorado...

La muchacha pensó para sí: «No seas idiota. No pasa nada. ¡Te lo imaginas todo! La causa es esta idea posesiva que todos tenemos.»

Sin embargo, los modales de la muchacha hacia él eran más indiferentes que de ordinario.

En esta circunstancia súbita, la tensión había pasado y hablaban con toda naturalidad.

Roddy exclamó:

—¡Pobrecilla! ¡Con lo bien que estaba el otro día cuando la vi!

Elinor repuso:

—Estoy terriblemente preocupada por ella. Sé lo desagradable que le resulta estar enferma, y supongo que ahora se hallará más incapaz que antes para valerse por sí misma.... ¡Oh, Roddy, debíamos hacer siempre lo que quisiéramos sin que las enfermedades ni las conveniencias pudieran impedirlo!

—Desde luego. Eso es lo que se debía hacer en una sociedad civilizada; pero, desgraciadamente, no es posible obrar así...

—Además, si sufre, ¿por qué no aliviar sus dolores postreros, sabiendo que no tiene remedio, como ella desea?

—Sí..., sí... A los animales les evitamos sufrimientos matándolos... Pero a los seres humanos..., por el solo hecho de serlo, sus parientes, es decir, sus herederos, intentarían aliviárselos mucho antes que empezasen a sufrir realmente.

Elinor dijo, pensativa:

—Es el doctor el que debería estar obligado a hacerlo.

—Pero un médico puede ser un criminal también.

—El doctor Lord es un hombre digno de toda confianza.

Roddy dijo con indiferencia:

—Sí..., parece una buena persona..., y es simpático también.

3

El doctor Lord estaba inclinado sobre el lecho de la enferma. La enfermera O'Brien se hallaba a su lado. El galeno intentaba descifrar los gruñidos inarticulados que emitía la garganta de su paciente.

Dijo:

—Sí..., sí... No se excite. Tómese tiempo. Levante la mano derecha cuando quiera decir sí. ¿Está preocupada por algo?

Recibió la señal afirmativa.

—¿Algo urgente? Sí. ¿Quiere que se haga en seguida? ¿Hay que buscar a alguien? ¿A miss Carlisle? ¿Y a mister Welman? Ya están en camino.

Mistress Welman intentó de nuevo hablar, sin conseguirlo. El doctor Lord escuchó con reconcentrada atención.

—Querría usted que viniesen, pero no es eso sólo, ¿verdad? ¿Algún otro pariente? No. ¿Negocios? ¿Algo relacionado con su dinero? ¡ Ah! ¿Abogado? Sí... Es acertado. ¿Quiere ver a su abogado? ¿Ahora mismo? Tenga calma... Hay tiempo de sobra... ¿Qué dice ahora? ¿Elinor?... ¿Ella sabe a qué abogado debe dirigirse?... Bien. No tardará en venir ni media hora. Yo mismo le diré lo que usted desea y le traeré un picapleitos. No se preocupe. Descanse ahora un poco.

Permaneció un momento más observándola. Luego se volvió y salió del dormitorio, acompañado de la O'Brien. En aquel momento, la enfermera Hopkins subía la escalera.

—¡Buenas tardes, doctor! —dijo casi sin aliento.

—Buenas tardes, señorita.

El doctor las acompañó hasta la habitación de la enfermera O'Brien y les dio algunas instrucciones. La Hopkins debía permanecer allí toda la noche, turnándose con su colega.

—Mañana sin falta enviaré otra enfermera que pueda quedarse aquí por las noches. La epidemia de difteria nos ha dejado sin enfermeras en el hospital.

Después de transmitirles sus órdenes, que ellas escucharon con reverente atención, el doctor Lord descendió la escalera dispuesto a recibir a los sobrinos de mistress Welman, que no podían tardar en llegar.

En el vestíbulo se encontró con Mary Gerrard. Su carita pálida tenía una expresión de ansiedad.

—¿Está mejor, doctor?

—Pasará una noche tranquila. Eso es todo lo que puedo asegurar.

—Es... cruel..., injusto... —dijo la joven entrecortadamente.

—Sí... Desde luego —asintió el doctor, enternecido—. Me parece... —Se interrumpió.

—¡Ahí está el coche!

Salió al vestíbulo. Mary descendió la escalera corriendo.

Elinor exclamó al entrar en el gabinete:

—¿Está grave, doctor?

—Me temo que va a producirle una impresión terrible, señorita. La parálisis se ha extendido. No es posible entender lo que habla. Está preocupadísima por algo que se refiere a su abogado. ¿Sabe usted quién es, miss Carlisle?

—Mister Seddon..., que vive en Bloomsbury Square. Pero no estará allí a esta hora, y no sé la dirección de su domicilio particular.

—No hay prisa... Estoy preocupado únicamente al ver la ansiedad de la enferma, y quiero que se tranquilice lo más pronto posible. ¿Quiere usted subir conmigo a ver si lo conseguimos?

—Naturalmente.

Roddy preguntó:

—Yo no soy imprescindible, ¿verdad?

Estaba avergonzado de sí mismo, pero tenía verdadero horror a los enfermos... No se sentía capaz de ver a su tía esforzándose por pronunciar palabras ininteligibles.

El doctor Lord le tranquilizó:

—No es absolutamente necesaria su presencia, señor. Y no es conveniente que haya muchas personas en su habitación.

Roddy exhaló un suspiro de consuelo.

Cuando el doctor y Elinor llegaron al dormitorio de la enferma, la enfermera O'Brien se hallaba junto a ella.

Laura Welman, respirando fatigosamente, estaba sumida en una especie de sopor. Elinor se sentó al borde de la cama y permaneció unos segundos contemplando aquel rostro demacrado y convulso.

De pronto, el párpado derecho de mistress Welman se alzó después de temblar un instante. Un cambio imperceptible se operó en su rostro al reconocer a su sobrina.

Intentó hablar.

— ¡Elinor...!

La joven lo adivinó por el movimiento de los torcidos labios.

Respondió rápidamente:

—Aquí estoy, querida tía. ¿Estás preocupada por algo? ¿Quieres que vaya a buscar a mister Seddon?

Otro de aquellos sonidos roncos. Elinor adivinó su significado.

Dijo:

—¿Mary Gerrard?

Lentamente la mano derecha de la anciana se movió en señal de asentimiento.

Un murmullo apagado surgió de los labios de la enferma. El doctor Lord y Elinor se miraron perplejos. Mistress Welman repitió una y otra vez los sonidos inarticulados. Elinor consiguió comprender una de las palabras.

—¿Legado? ¿Quieres hacer un legado para ella...? ¿Dinero...? No te preocupes, tía. Mister Seddon llegará mañana, y todo se hará conforme a tus deseos.

La enferma pareció tranquilizarse. La expresión de ansiedad desapareció del único ojo que tenía abierto. Elinor tomó su mano derecha entre las suyas y sintió la débil presión de los dedos.

Mistress Welman dijo con gran esfuerzo:

—Vosotros..., todo..., vosotros...

Elinor repuso:

—Sí. Yo me encargaré de todo. Cálmate y descansa.

Sintió la presión de sus dedos otra vez. Luego, la mano inmóvil. Su párpado se cerró.

El doctor Lord posó una mano sobre el hombro de Elinor y le hizo señas para que saliera de la habitación. La enfermera O'Brien volvió a ocupar su puesto junto al lecho.

Mary Gerrard estaba hablando animadamente con la enfermera Hopkins en el rellano de la escalera.

Al ver al doctor, se interrumpió y exclamó:

—¡Oh doctor! ¿Puedo pasar a verla?

El médico asintió.

—Pero esté callada para que no se despierte.

Mary se dirigió a la habitación de la enferma.

El doctor Lord dijo:

—Ha venido su tren con retraso. Yo...

Elinor estaba mirando hacia el punto por donde había desaparecido Mary. De pronto se dio cuenta de que le hablaba. Volvió la cabeza y le miró interrogadoramente. Él tenía la vista fija en ella. Las mejillas de Elinor se colorearon, ruborizadas.

Dijo apresuradamente:

—Perdóneme. ¿Qué me decía?

El doctor repuso muy lentamente:

—¿Qué le decía?... No me acuerdo... Miss Carlisle..., estuvo usted espléndida en la habitación de su tía... ¡Tan rápida de comprensión!... ¡Cuan pronto la tranquilizó!... ¡Es usted maravillosa!

— ¡Pobrecilla! ¡No puede usted suponer lo que me ha impresionado verla en ese estado!

—Sin embargo, no lo demostró. Tiene usted un dominio absoluto de sus emociones.

Elinor dijo, apretando los labios:

—He aprendido a ocultar mis sentimientos.

El doctor repuso muy lentamente:

—Pero la máscara cae de cuando en cuando.

La enfermera Hopkins entró en aquel momento en el cuarto de baño. Elinor inquirió, levantando las delicadas cejas y mirándole a los ojos: —¿La máscara?

El doctor se humedeció los labios para responder:

—El rostro humano no es, después de todo, más que una máscara, un antifaz.

—¿Y debajo de él?

—Debajo aparece siempre el ser primitivo, el verdadero, sea hombre

0 mujer.

La muchacha se volvió bruscamente y empezó a bajar los escalones.

Peter Lord la siguió, perplejo e involuntariamente serio.

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