Pero los gestos de Franco no eran suficientes para el aspirante al trono. La Ley de Sucesión no le gustó nada y respondió con el Manifiesto de Estoril, el 7 de abril, en el que descalificaba el proyecto: «[…] sin comprender que la hostilidad de que la Patria se viene rodeando en el mundo nace en su mayor parte de la presencia del General Franco en la Jefatura del Estado, lo que ahora se pretende es pura y simplemente convertir en vitalicia esa dictadura personal […]». Un poco más tarde insistió, además, en las famosas declaraciones a
The Observer
que se publicaron el domingo 13 de abril y que abrían a tres columnas la primera página del número 8.133. Decía que no tenía que rectificar nada del Manifiesto de Lausana de 1945. Ya no esperaba nada de Franco y muy poco de los aliados, que le habían dejado colgado: «[…] echo de menos», decía, «por parte de las potencias occidentales […], una visión diáfana de los medios que hace falta poner en práctica para evitar que se prolongue el actual aislamiento de España». Y empezaba a buscar abiertamente la complicidad de los opositores al Régimen: «Todos los individuos y entidades que se muevan y actúen dentro de la legalidad disfrutarán de idénticas libertades. La Monarquía tendrá que reconocer los derechos políticos y sociales de todos los españoles sin distinción de clases, y su efectividad podrá mantener un parangón airoso con los de los países más progresivos». Incluso les prometía un referéndum: «[…] seré el primero en desear y pedir esta confirmación de la voluntad de España tan pronto como las circunstancias lo permitan». Sus iniciativas, sin embargo, no acababan de tener éxito. Desde luego, en España el pueblo no salió a la calle para exigir el regreso de Don Juan. Las potencias extranjeras tampoco decidieron desembarcar. Y en cuanto a Franco, lo único que consiguió Don Juan fue enfadarse con los miembros de su consejo privado, que tan mal le habían asesorado.
Entonces Vegas Latapié estaba en Friburgo, acompañando como preceptor a Juan Carlos, a quien, en un plan educativo más que complicado, le había tocado volver temporalmente al internado. En julio presentó la dimisión como miembro de la secretaría política de Don Juan, no se sabe muy bien si porque ya no aguantaba más la tensión de las persecuciones políticas, o por desavenencias con la línea que Don Juan decidió seguir tras el fracaso del segundo manifiesto. Aunque, durante algún tiempo, todavía continuó acompañando al príncipe. Después, tomó el relevo como preceptor Luis Roca de Togores, vizconde de Rocamora.
En enero de 1948, Juan Carlos, todavía en Friburgo, tuvo que ser internado 15 días en un hospital a causa de una otitis. Hubo una intervención quirúrgica posterior sobre la cual se tienen pocos datos.
Aparte de esto, tenía dificultades en la oreja izquierda por lesiones genéticas, hereditarias.
El mismo mes de enero Don Juan se preguntaba: «Bueno, y ahora ¿qué hago?». Y fue Sainz Rodríguez quién asumió la responsabilidad de aconsejarle. «Señor, Franquito está tan consolidado como el Monasterio del Escorial. No hay quien lo mueva», le dijo. A pesar del aislamiento internacional al que lo tenían sometido, el dictador continuaba dispuesto a no dejar el poder. Pero sí que parecía predispuesto a continuar la política de gestos iniciada con la Ley de Sucesión para intentar romper el asedio. «Para que le dejen de tratar como a un maricón con purgaciones», explicó Sainz Rodríguez a Don Juan, «Vuestra Majestad tiene una baza en las manos, vital para Franco: Don Juanito. Juéguela a fondo». Aceptar a Juan Carlos en España podría servirle a Franco para demostrar al mundo que estaba empezando a pensar en el futuro, y a Don Juan tampoco le costaría tanto renunciar a un hijo que, de todos modos, ya estaba lejos de él la mayor parte del tiempo. Sainz Rodríguez utilizó toda la retórica de la que disponía para convencerle: «Le lamerá el culo a Vuestra Majestad cuantas veces haga falta para tener a Don Juanito en España», le aseguró.
El 25 de agosto de 1948 Don Juan y Franco se reunieron en el yate del Caudillo, el Azor, cerca de San Sebastián. Juan acudió con su barco prestado, el Saltillo. En el camarote del Azor, a solas, el aspirante al trono y el dictador hablaron durante horas y acordaron que el príncipe se instalase en España para estudiar el bachillerato. Franco aceptó sin objeciones los profesores escogidos por Don Juan, y se comprometió a permitir propaganda monárquica en los diarios
ABC
y
Diario de Barcelona
.
A Don Juan no le gustó el texto que salió en los medios de comunicación españoles el 29 de agosto.
Y de pronto, tras el verano, decidió nuevamente enviar a Juan Carlos a Friburgo. Sólo fue una estancia temporal, hasta que Don Juan consiguió que los diarios del Régimen publicaran un comunicado en el que se precisaba que nunca había tenido el proyecto de abdicar en favor de su hijo. Tras el periplo de Suiza a Estoril y de Estoril a Suiza, Juanito volvió de nuevo a Portugal para iniciar desde allí el viaje a Madrid. De tanto ir y volver, empezó el curso con un poco de retraso.
Su primer viaje a España convirtió a Juanito en Juan Carlos, para diferenciarlo de su padre y congraciarlo con los carlistas. El 8 de noviembre de 1948, el duque de Sotomayor, José Aguinaga, el conde de Orgaz, Mercedes Solano y el vizconde de Rocamora acompañaron a Juan Calas hasta Madrid en el Lusitania Express. Fue una salida discreta, siguiendo las instrucciones del embajador Nicolás Franco, sin despedidas, excepto las de la familia. Conducía el tren el conde de Alcubierre, vestido con la camisa azul y la gorra de ferroviario (entonces los ingenieros de caminos podían conducir trenes; en otros viajes posteriores, lo condujo el conde de Ruiseñada).
Además del conductor aristócrata, Juanito contaba con un vagón especial, que Renfe envió desde España para la ocasión. El tren salió a las 8 de la tarde. Para darle la bienvenida, que no tuvo lugar en Madrid sino en la estación de Villaverde, estuvieron el conde de Fontanar, el marqués de Casa Oriol, el sacerdote Ventura Gutiérrez y Julio Dánvila, que fue su primer preceptor en España. Se trataba de un grupo de señores vestidos de negro, con la alegría del franquismo en el rostro. Cuando llegó, lo trasladaron directamente al Cerro de Los Angeles; y allí, misa, comunión y ofrenda al Sagrado Corazón.
Unas cuantas semanas después, el 24 de noviembre, lo llevaron al Pardo a visitar por primera vez a Franco, que lo recibió como quien recibe a un nieto, pero tratándole de alteza. Para el príncipe fue como ir a ver a un artista de cine. Le pareció «más bajito que en las fotografías, tenía barriga y me sonreía de una forma que me resultó poco natural». Le preguntó cómo le iban los estudios y, para comprobarlo, le pidió la lista de los reyes godos. También si le gustaba cazar, y le invitó a acompañarlo a Aranjuez para practicar el tiro de faisanes, antes de que se fuera de vacaciones a Estoril. Le prometió que le regalaría una escopeta para la ocasión. El pequeño príncipe también saludó a «la señora». Y Franco también recibió al médico encargado de hacer un seguimiento clínico del príncipe, Heliodoro Ruiz (hijo del profesor de gimnasia del mismo nombre).
No fue a un colegio convencional, sino que montaron uno especial para él, Las Jarrillas, una finca propiedad de Alfonso Urquijo situada a menos de 20 kilómetros de Madrid, cerca de un cuartel militar, en Colmenar Viejo. Para que no estuviera solo, buscaron a unos cuantos niños de su edad, el mejor de cada casa de la alta burguesía y la aristocracia, que dejaron los colegios respectivos para residir y estudiar con el príncipe: Carlos de Borbón y Dos Sicilias (primo), Alfonso Álvarez de Toledo, Agustín Carvajal Fernández de Córdoba, Jaime Carvajal y Urquijo (marqués de Isasi), Fernando Falcó (marqués de Cubas), y Alfredo Gómez Torres, José Luis Leal y Juan José Macaya y Aguinaga. Y también se tuvo que constituir un equipo especial de profesores, dirigido por José Garrido, un hombre de la absoluta confianza de Don Juan.
En la primera carta que escribió, «Juanito» contaba que había participado en una cacería con Alfonso Urquijo y que había matado un jabalí. Don Juan se comunicaba poco con él, mucho menos que con sus otros hijos cuando estaban lejos. Sólo alguna carta en la que le recomendaba que fuera respetuoso y obediente y que estudiara mucho. También autorizaba a los profesores de Juan Carlos para que le dieran alguna reprimenda si lo creían necesario. No se quería que la llegada del príncipe tuviera demasiada repercusión en el interior. La situación política ya era complicada por sí misma.
Ante la necesidad de buscar una salida al Régimen de Franco existían varios grupos de opinión. Por un lado los opositores al «Régimen». Pero, entre los adeptos, también había muchos grupos antimonárquicos. El mismo Franco había participado en la deslegitimación de la monarquía. Se trataba fundamentalmente de dos grupos: los carlistas (que defendían la opción al trono de Carlos Hugo), y la Falange, que entendía, en una suerte de disparate entre su discurso y su práctica, que España no se tenía que desarrollar en un terreno capitalista, y a la que nunca había gustado la Monarquía como forma de gobierno .
Pero a Las Jarrillas sólo llegaban personajes muy escogidos. Uno de los visitantes favoritos del príncipe era el general José Millán Astray, tullido y tuerto por heridas de guerra y fundador de la Legión, por el que Juan Carlos siempre sintió una fascinación enorme. Y, desde luego, los monárquicos. Venían a verlo los sábados, sobre todo señoras mayores que veían en él la reaparición de Alfonso XIII. Se arrodillaban delante del príncipe y le besaban la mano. Manuel Prado y Colón de Carvajal fue alguna vez acompañado por su madre.
En el curso 1949-1950 Don Juan decidió que Juan Carlos estudiara en Portugal. El caso es que su situación personal no mejoraba demasiado con la estancia del príncipe en España. O no trataban bien a su hijo, lo despreciaban con la ausencia de noticias suyas en la prensa o, por el contrario, se producían aquellos besamanos indecentes en la prensa franquista, que dejaba entrever que «Juanito» sería el sucesor directo de Alfonso XIII y que su presencia era un adelanto de la abdicación de Don Juan. Esto no lo podía permitir.
Así pues, Juan Carlos estudió aquel curso en Malmequer, en Portugal. No se pudo traer a todo el equipo de compañeros de estudios de Las Jarrillas, pero sí fueron Jaime Carvajal con alguno más para que no estuviera solo y, claro está, algunos profesores, José Garrido y el padre Ignacio Zulueta, que se trasladaron desde Madrid para proseguir la formación del niño. El señor Monllor, un profesor del Instituto Español de Lisboa, iba todos los días a Estoril para colaborar con ellos.
Aunque el equipo de profesores estuvo todo el año dedicado en cuerpo y alma a Juanito, no hizo un buen curso y, tras cuatro semanas de vacaciones, a finales de julio volvieron los profesores para preparar los exámenes de septiembre, que tuvieron lugar en el instituto de San Isidro de Madrid, para que tuvieran validez oficial.
En el curso siguiente se volvió a plantear la cuestión. La ausencia de «Juanito» de España había hecho que empezara a ondear la bandera de Jaime, que en diciembre de 1949 reafirmó inesperadamente sus derechos al trono, alegando que la renuncia de 1933 no tenía valor legal. Esta decisión afectaba fundamentalmente a su hijo Alfonso, que en 1947, cuando España se convirtió en reino, había sido postulado como posible sucesor al trono. Don Juan recapacitó. Pero si el argumento era que el heredero se había de educar en su patria y no en el extranjero… entonces era mejor que su hermano Alfonso fuera con él.
Como respuesta a esto, a finales de 1952 Franco convenció a Don Jaime de la necesidad de que su hijo Alfonso también se educara en España bajo su supervisión. Y el Dampierre se trasladó para estudiar Derecho en la Universidad de Deusto primero, y en el Centro de Estudios Universitarios (CEU) de Madrid después.
Don Juan decidió que sus hijos estudiaran en Donostia, en el palacio de Miramar, que había sido residencia veraniega de la familia real a finales del siglo XIX y principios del XX. Franco había anulado el decreto por el que la familia real había perdido las propiedades con la llegada de la República, de manera que en aquel momento era de Don Juan, como herencia de su padre. Enviar a los niños era como tomar posesión del palacio nuevamente. Aunque entonces se argumentó que, si se instalaban allí, era para distanciarse de Franco. La ventaja del Caudillo, por otro lado, quedó clara cuando el 4 de noviembre de 1950 la Asamblea General de las Naciones Unidas votó que los embajadores volvieran a Madrid.
En Miramar se organizó de nuevo todo un centro escolar, a la manera del de Las Jarrillas, sólo para los infantes. Se trasladó a un grupo de alumnos escogidos por Don Juan, la mayoría de los cuales eran hijos de amigos suyos. Y se constituyó un equipo de profesores, reincorporando a algunos profesores anteriores: Aurora Gómez Delgado, Angel López Amo (que ya había sido profesor de Juan Carlos en Suiza), Carlos Santamaría, el comandante Díaz Tortosa para la educación física, el padre José María Galarraga y los profesores de idiomas. Pero como al fin y al cabo era bastante irregular, de vez en cuando iban catedráticos de Madrid a examinarlos.
Durante los cuatro cursos que los niños estudiaron en Miramar, Franco continuó progresando en sus relaciones con Estados Unidos. El 26 de agosto de 1953 se firmó el pacto de Madrid, en virtud del cual se instalarían tres o cuatro bases militares en territorio español.
Los veranos los pasaban en Estoril. El hermano listo, Alfonso, de vacaciones; y «Juanito», acompañado de los profesores José Garrido y el padre Zulueta, que después de un mes de descanso iban también a Portugal, a Malmequer, para la versión veraniega del colegio, a cumplir un mínimo diario de cuatro horas de clases y estudio.
La despedida de fin de curso de junio de 1954 fue un poco especial. Al fin, «Juanito» había acabado los estudios de bachillerato. No se sabía qué pasaría después, de manera que «Juanito» y su hermano Alfonso visitaron al Generalísimo para despedirse, casi como una amenaza, y le dieron las gracias por el hecho de haberse educado en su patria. En verano, para celebrar la graduación, «Juanito» viajó con toda la familia en el Saltillo, el barco que Don Juan había recibido absolutamente gratis, para reunirse con la reina Federica de Grecia en uno de aquellos cruceros que organizaba al mar Egeo con el fin de arreglar matrimonios, en el yate Agamenón, para que los miembros de las diferentes familias reales mantuvieran contactos y, de paso, para promocionar el turismo en la zona. Sorteaba los sitios en las mesas del comedor con unas papeletas y unos números. Aquél fue el primero encuentro sin enamoramiento repentino entre Juan Carlos y Sofía de Grecia. Lo cierto es que en aquel yate también iba Gabriela de Saboya.