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Authors: Patricia Sverlo

Tags: #Biografía, Histórico

Un rey golpe a golpe (30 page)

Por lo menos en la Magdalena los reyes de España habían pasado algunos veranos, que era lo que querían en su momento quienes se los regalaron, a fin de atraer el turismo a la zona. Pero en la isla de Cortegada, en la ría de Arousa, sólo disfrutaron de la visita real un día de septiembre de 1907, el tiempo justo para que Alfonso XIII, a bordo de una canoa, tomara posesión y volviera a marcharse por no volver nunca más. Cortegada había sido expropiada a los vecinos de Carril (Galicia) a principios de siglo para regalarla al rey, con la misma idea que tuvieron los ciudadanos de Santander muy poco después con mayor éxito. Querían que Alfonso XIII construyera su palacio de verano, una idea del empresario local Daniel Poyán, que consideraba que sería un gran negocio para Galicia. A su proyecto se unieron terratenientes, hombres de fortuna amasada en las Américas, empresarios, banqueros adeptos a la causa… Para aceptar el regalo, Alfonso XIII, como si les estuviera haciendo un favor, puso varias condiciones: la primera, que la donación se transformara en escritura de propiedad en favor suyo con todas las garantías; y la segunda, que se le diera la isla íntegramente. El Ayuntamiento aceptó las dos cosas, y como en aquella época había propietarios y familias de mariscadores, hubo que expropiarlos a todos y obligarlos a abandonar la isla. Pese a que en la concesión se planteaba la pertenencia de la isla a la Corona a perpetuidad, con el objetivo de que la familia real instalase su residencia de verano, cosa que no hizo nunca, setenta años más tarde, en 1978, el regalo real fue vendido por su heredero, Don Juan de Borbón. De nuevo, fue una venta irregular. Esta vez los compradores eran miembros de su propio «consejo», encabezados por Ramón Pais Ferrín, a través de la inmobiliaria Cortegada SA, constituida a tal objeto. El precio establecido, ridículo pero cierto, fue de tan sólo 60 millones de pesetas. La empresa compradora todavía hoy es la propietaria legal, aunque toda su existencia ha estado rodeada de circunstancias oscuras, que hacen que esté perdida en medio de un rosario de procesos contencioso-administrativos. Pero lo último que se sabe es que la Xunta de Manuel Fraga quiere recomprar la isla con dineros públicos para devolvérsela al pueblo. Cortegada SA reclama como compensación 20.000 millones, en calidad de perjuicios por no haber podido explotarla para el turismo como quería, en una demanda que actualmente se halla en el Tribunal Supremo.

Don Juan, en años sucesivos, todavía continuó vendiendo propiedades, sin que se sepa qué necesidad tenía de tanta liquidez. En 1990, el alemán Klaus Saalfel, empresario y abogado de patentes en Múnich, propietario de una tipografía en Lisboa, le compró su querida Villa Giralda de Estoril, a través de su testaferro, Nils Peter Sieger. Un palacio que también había sido un regalo, esta vez de los nobles que querían ayudar a Don Juan y su familia en el exilio. Una vez más, el precio establecido fue una cifra irrisoria: 85 millones de escudos por un palacio que ahora, sólo 10 años después, el actual propietario quiere vender a la Fundación Conde de Barcelona, formada en parte por los mismos que se lo habían regalado en primero término, por un precio tres o cuatro veces superior. O Don Juan fue un negociador pésimo, o algo hay detrás de todas estas ventas extrañas en las que prácticamente regaló palacios y propiedades que en realidad eran de titularidad más que dudosa. Pero nadie con capacidad legal para hacerlo se ha preocupado de investigar este asunto. Aunque hizo un mal negocio, teniendo en cuenta el volumen y la calidad de las ventas, al fin y al cabo sumó, sólo con respecto a lo que se ha repasado aquí, casi 300 millones de pesetas, una cantidad que muchas personas no habrían considerado despreciable. Pero ha sido todo tan confuso y oscuro, que incluso se ha llegado a publicar que, cuando Don Joan murió, no tenía dinero para pagar la clínica, y que en el testamento sólo dejaba dos millones de pesetas.

Por otro lado, para acabar con el conde de Barcelona, señalaremos que, según distintas fuentes, era uno de quienes estaban en la lista de los «perdonados» fiscalmente por el PSOE, a los que se refería en enero de 1997 el secretario de Estado de Hacienda, Juan Costa, cuando anunció que el Estado había dejado de ingresar 200.000 millones de pesetas en impuestos, de cerca de 600 personas físicas y jurídicas, fundamentalmente instituciones financieras. Después de estallar el escándalo, el Gobierno del PP no pudo o no quiso identificarlos, y la duda sigue flotando en el aire.

El comienzo de la fortuna personal del rey

Oficialmente, Juan Carlos llegó a España literalmente con lo que llevaba puesto. Para viajar a Atenas a visitar a su novia tenía que pedir dinero a su padre, que a su vez vivía de lo que le daban los amigos nobles leales a la monarquía. Estos mismos nobles tuvieron que sufragar el viaje de novios. Se cuenta, como si hubiese sido una gran tragedia, que cuando hicieron escala en Tailandia, la entonces princesa Sofía se enamoró de un zafiro que vio en un escaparate de Bangkok, y que Juan Carlos estaba avergonzado porque no se lo podía regalar. Por este y otros detalles, nadie se rasgó las vestiduras cuando se descubrieron los primeros movimientos del príncipe para empezar a consolidar un pequeño patrimonio propio. Su ambición, como la de cualquier españolito medio, era ser económicamente independiente. Desde 1962, es decir, desde que se casó con Sofía, el banquero Luis Valls Taberner empezó a administrar una «subscripción popular» que aportaría liquidez económica a los recién casados, en la cual colaboraban, además de otros banqueros, muchos nobles y empresarios del franquismo. Valls Taberner fue un juanista fiel hasta que se dio cuenta que el futuro era Juan Carlos, y se pasó al bando de éste. Entonces intentó convencer también a los otros para que hicieran lo mismo. En concreto, según explican algunas fuentes, Calvo Serer se resistió bastante, no ya en cuestiones de apoyo económico, sino político, a través del diario
Madrid
que dirigía. Y, al parecer, aquella desavenencia tuvo bastante que ver con el cierre del diario, en 1973, una decisión que Valls, con gran influencia en el Régimen, ayudó muy activamente a tomar.

Durante aquellos años comenzaba a despuntar en la vida económica del Estado español un Ruiz Mateos todavía en potencia, que improvisaba como mejor sabía lo que tenía que hacer para estar cerca del poder. Su padre había sido alcalde de Jerez en la época de Franco, pero él no sabía demasiado de política. Era perito mercantil, y lo único que sabía hacer bien era ganar dinero. Se le ocurrió ir a hablar con Luis Valls Tabemer y Gregorio López Bravo para que le asesoraran.

Comentó con ellos que ya hacía tiempo que iba a ver Don Juan a Estoril, como primera medida.

Pero Valls y López Bravo le dijeron que estaba perdiendo el tiempo y el dinero. «Tú lo que tienes que ser es amigo de Juan Carlos». Y Ruiz Mareos tomó nota y entró en contacto con La Zarzuela inmediatamente. La relación empezó cuando Juan Carlos todavía era príncipe y continuó después, cuando ya era rey. Ruiz Mateos ha contado —varias veces y a más de uno— que, al estilo de como se hacían las cosas en aquella época, le llevaba a Juan Carlos grandes cantidades de dineros en maletas de Loewe, directamente al palacio, donde los guardias de seguridad no se esforzaban demasiado en revisar lo que pasaba o dejaba de pasar por el control de la entrada. Ponía la maleta sobre la mesa del despacho de Juan Carlos, éste la arrojaba a un rincón y caía exactamente siempre en el mismo sitio. «¡Cuánto ha tenido que practicar!», decía Ruiz Mateos. No había ninguna cantidad estipulada ni nada que semejante, y Juan Carlos tampoco le pedía nada, como cualquiera puede suponer.

Sencillamente, le telefoneaba y se lamentaba como quien no quiere la cosa de las dificultades económicas que estaba pasando: «¡Es que no tengo ni para pagarle al servicio!». O bien: «Esto no puede ser, Constantino me cuesta mucho dinero… son unos inútiles, no ganan dinero… No puedo más». Y Ruiz Mateos rápidamente le tranquilizaba: «No se preocupe usted de nada, Alteza. Usted dedíquese a los problemas de España, que para lo demás ya estamos nosotros, estoy yo». A veces, Juan Carlos también recurría al empresario del Opus para que «diera un golpe de mano» a alguna amiga. Una vez le llamó por teléfono para decirle que le iría a ver una «señora» de parte suya: «Se trata de una persona que se dedica a la beneficencia, que no tiene sede…». Y Ruiz Mateos, aunque la señora en cuestión no tenía el aspecto de pertenecer al club de la madre Teresa de Calcuta, pues le compraba un piso. Alguna vez, el empresario de Jerez también había hecho transferencias importantes desde Nueva York. De estas operaciones sí que conserva los papeles. Y aquello sí que preocupó a la Casa Real cuando, tras la expropiación de Rumasa, Ruiz Mateos, prófugo de la justicia, que había huido a Londres, los quiso utilizar como presión para que el monarca no le dejara tirado. La intervención del Banco de España supuso un cacharrazo que no se acababa de creer. Pero el monarca, en plena euforia socialista, no le hizo caso. Ruiz Mateos acusó entonces al rey de haber recibido 1.000 millones de pesetas, con lo cual José María había pensado que tendría las espaldas bien cubiertas ante cualquier acción del Gobierno. Se entrevistó con el entonces secretario general de UGT de la Banca, Justo Fernández, y le pasó toda la documentación respecto a este hecho. Pero cuando Justo Fernández volaba en avión hacia Madrid, ya estaban esperándole en el aeropuerto personas nunca identificadas para explicarle cómo estaban las cosas. Y algo bastante fuerte debieron decirle, porque se olvidó del asunto para siempre. Ruiz Mateos todavía siguió insistiendo por su cuenta durante un tiempo y el fiscal general del Estado acabó acusándole de un delito de injurias al jefe del Estado. Pronto comprendieron, sin embargo, que aquello sería un callejón sin salida. Este juicio se habría podido convertir en un auténtico circo y Ruiz Mateos se escapó no se sabe muy bien cómo. El Estado prefirió olvidar el tema y archivó la causa basándose en tecnicismos.

Otro empresario muy relacionado con el monarca desde los tiempos de éste como sucesor de Franco fue Camilo Mira, el introductor de la cultura de la hamburguesa en España como pionero de la instalación de los restaurantes McDonald's. El granadino Camilo Mira había conocido a Armada a través del general Juan Castañón de Mena, ministro del Ejército con Franco. Además de presidente de La Unión y el Fénix, Camilo Mira entonces era socio, en una empresa inmobiliaria, de Florentino Martínez, cuya hija, Maita, estaba casada con Juan Castañón hijo. En 1969, aprovechando las conexiones en La Zarzuela, consiguió que el príncipe acudiera a inaugurar el selecto Club Las Lomas, una urbanización de lujo. El difícilmente explicable apoyo del príncipe garantizó el éxito de la promoción de la urbanización. Además de don Juan Carlos, asistieron los ministros más influyentes en aquel momento, como por ejemplo López Rodó y Silva Muñoz. Mira se convirtió en un visitante asiduo de La Zarzuela a partir de entonces y congenió especialmente bien con Armada, que lo intentó meter en el equipo de la Casa varias veces, sin conseguirlo. Se dedicó de lleno a los negocios, pero siguiendo todos los avatares políticos de cerca.

Los gastos de La Zarzuela

En La Zarzuela tienen 25 perros y alrededor de una docena de gatos, atendidos por un cuidador especializado e instalados en modernas perreras con todos los adelantos. Esto no es excesivo, teniendo en cuenta que una vez, hace algunos años, además tuvieron un guepardo. Cuando los reyes estaban de viaje particular en Etiopía, el que entonces era secretario de la Casa, Alfonso Armada, recibió un télex que le anunciaba: «Vamos con un guepardo, prepara alojamiento». No era una broma y Armada tuvo que telefonear al zoológico de Madrid para pedir ayuda a la hora de recibirlo.

Se informó bien sobre la clase de comida que necesitaba y, en fin, todo lo que interesaba saber para cuidar bien al animal más veloz de la fauna terrestre. El guepardo vivió en palacio varios años, paseándose por los salones y los pasillos como si nada, hasta que murió de viejo. No fue antes de que Sabino Fernández Campo sustituyese a Armada en el cargo de secretario. El primer día que fue a trabajar a La Zarzuela, no le habían avisado y el guepardo le dio un susto de muerte cuando entró a su despacho con toda naturalidad. Lo que más le preocupó no era que pudiera atacarlo, sino que pudiera estar teniendo alucinaciones.

Quienes han mantenido, durante los 13 años como príncipes y 25 años como reyes, el lujo africano de Juan Carlos y Sofía en La Zarzuela han sido los impuestos de los contribuyentes de a pie, a través de una partida especial de los Presupuestos Generales del Estado. Esta partida para los gastos de la Casa del Rey no está sometida por ley al control del Tribunal de Cuentas. La Constitución de 1978 permite al monarca disponer de estos dineros sin tener que explicar en qué se los gasta, ya sea en guepardos, o en motocicletas, o en lo que le dé la gana. El primer año que se fijó una cantidad (antes el rey cobraba el sueldo de capitán general, y los gastos los llevaban desde el ministerio correspondiente), en 1980, el Gobierno le asignó 200 millones de pesetas. El incremento anual se suponía que tenía que ser el del índice de precios al consumo (IPC), pero no se sabe muy bien cómo, a lo largo de los años, el presupuesto ha ido aumentando hasta los 1.122 millones en el año 2000. Por otro lado, hay un acuerdo con la Organización Nacional de Loterías según el cual el rey juega en todos los sorteos al número 00000, pero todavía no le ha tocado nunca, sólo unos cuántos reintegros. Del presupuesto oficial de la Casa del Rey salen los sueldos del rey, de la reina, del príncipe y de las infantas, el mantenimiento de la Casa, los coches, los ágapes, los regalos, toda clase de material y el pago de los empleados. Juan Carlos dispone de dos ayudantes de cámara para vestirlo por las mañanas, y la reina de dos doncellas. En total, incluyendo a los guardias, chóferes y hasta el cuidador de los perros, en La Zarzuela trabajan unas 160 personas. Pero la mayor parte es personal funcionario, cuyos sueldos están a cargo del Ministerio de Administraciones Públicas. Los gastos de los viajes, recepciones y actos oficiales también se pagan aparte, al margen del presupuesto de la Casa. Otras pequeñeces, como el mantenimiento del yate Fortuna o del Palacio Real, son anticipados por el Patrimonio Nacional, organismo autónomo que depende del Ministerio de la Presidencia del Gobierno.

A partir del momento en que se estableció un presupuesto anual para la Casa tras la Constitución, también se pensó en la necesidad de que el rey hiciera la declaración de la renta para que fuese un ciudadano más. Se consultó con el Ministerio de Hacienda para que aconsejara lo que se tenía que hacer, y entendieron que lo mejor era que el rey se asignara a sí mismo una cantidad como sueldo, que serían sus ingresos para calcular los impuestos que tenía que pagar. El sueldo del rey, que no se suele hacer público, se rige por un convenio especial entre la Casa y el Ministerio de Hacienda y se materializa en una nómina en la que figuran los ingresos correspondientes, los rendimientos del patrimonio personal y las retenciones del IRPF. Lo que no se acostumbra a contabilizar son los regalos que recibe, a veces multimillonarios… en todo caso totalmente fuera de control. Algunos de ellos especialmente significativos, como el último yate Fortuna, obsequio de un grupo de empresarios de Mallorca y cuyo precio estimado es de aproximadamente 14.000 millones de pesetas, se han puesto legalmente a nombre del Patrimonio Nacional, a fin de que este organismo se haga cargo de los gastos de mantenimiento.

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