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Authors: Patricia Sverlo

Tags: #Biografía, Histórico

Un rey golpe a golpe (27 page)

BOOK: Un rey golpe a golpe
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A media noche, el rey se vistió de militar para el vídeo, con uniforme de media gala: camisa blanca, corbata negra, faja con grandes borlas de oro. En la grabación estaban presentes las dos infantas, el príncipe Felipe y la reina, sentados en el suelo delante de él; mientras Sabino, varios ayudantes y Manuel Prado iban y venían. Al parecer este último introdujo una palabra en el mensaje real como recuerdo de su presencia en aquellos momentos trascendentales, pero no se sabe cuál fue. Se hicieron dos copias del vídeo, que media hora después, a las 00:30, salían en coches y recorridos diferentes hacia Prado del Rey.

Prácticamente a la misma hora, a las 00:35, Armada llegaba al Congreso. Había tardado 50 minutos, casi una hora, en llegar desde el palacio de Buenavista, sede de la JUJEM, a Vitrubio 1, que está a minutos escasos. El fiscal Claver Torrente no pareció nada interesado en conocer cómo se invirtió este lapso de tiempo. Se hacen cábalas sobre la posibilidad de que hubiera pasado por La Zarzuela, para hablar con el rey y con Sabino de lo que diría a Tejero y a los diputados. O incluso para estar presente en la grabación del mensaje real… Pero respecto a este hecho, no se sabe nada. Lo que sí está probado es que antes de entrar en el Parlamento hizo una breve escala en el Palace, convertido en puesto de mando de los generales que mandaban los cuerpos militarizados que rodeaban el Congreso. Armada les volvió a largar el discurso que hacía horas que repetía: que algunas capitanías podrían estar a favor de Milans, que el Ejército estaba dividido… Y expuso su oferta de un gobierno de transición. Le dieron vía libre. El general Aramburu Topete, director general de la Guardia Civil, y el general Sáenz de Santamaría, jefe de la Policía Nacional, le acompañaron hasta la puerta del Congreso. Armada entró en el Congreso tras dar la contraseña convenida por los golpistas para recibir la «autoridad militar» que esperaban, el «elefante blanco»: «Duque de Ahumada». Habló con Tejero en un despacho acristalado, desde donde los guardias armados no podían oírlos, pero sí que los veían discutir acaloradamente, mientras Armada agitaba en el aire un ejemplar de la Constitución de 1978 que había traído para explicar algo a Tejero. Su propuesta fundamentalmente consistía en el hecho de que se retiraran los guardias, le dejaran pasar al hemiciclo y permitieran que el mismo Congreso deliberara y acordara una fórmula para constituir un gobierno de solución a la situación creada, para que todo volviera a la normalidad. Después el Congreso presentaría su propuesta al rey, a fin de que todo fuera constitucional. En la versión de Tejero, que Armada no confirmó, los diputados ya estaban preparados, y el futuro gobierno pactado: la presidencia para él; la vice-presidencia para Felipe González; y dos o tres carteras para cada partido, con socialistas y comunistas moderados como Enrique Múgica y Solé Tura, éste como ministro de Trabajo. Armada, además, le habló del tema del avión para que él y sus hombres salieran de España. El enfado de Tejero fue monumental. Aquello no era lo que él esperaba, no era lo que le habían dicho… Insistió en que el rey tenía que promulgar unos decretos que disolvieran las Cortes, que Milans tenía que estar en el Gobierno, que nada de comunistas. Y, naturalmente, no se pusieron de acuerdo. A la 1:20 de la madrugada Tejero daba por finalizada la conversación con Armada, y ordenaba a dos guardias que lo condujeran a la salida e impidieran que volviera a entrar sin su permiso. Y Armada salió del Congreso desolado. ¡Quién sabe qué le debía pasar por la cabeza en aquel momento…!

Adentro, Tejero se quedó comentando la conversación con sus oficiales, lleno de ira. Manifestó que estaba dispuesto a no darse por vencido e improvisaron un manifiesto. Intentarían que se difundiera por radio, pero los militares del exterior consiguieron evitarlo. A la 1:23 se emitió el mensaje del rey por televisión. En La Zarzuela todavía no sabían que el plan de Armada había fracasado en aquel momento. Armada ni siquiera había podido seguirlo. Según sus declaraciones, le es imposible concretar dónde estaba en aquel instante preciso: «Yo debía de estar hablando con Tejero en el Congreso», «creo que estaba en el Hotel Palace, cuando se emitió», «me parece que debió darse el mensaje por televisión cuando yo iba en el coche del gobernador civil». En efecto, éste fue el recorrido que hizo al salir. Del Congreso fue directamente a rendir cuentas al Palace de lo que había pasado, y de allí fue conducido al Ministerio del Interior (donde se había constituido una comisión de secretarios de Estado y subsecretarios, el siguiente grado por debajo de los ministros, un organismo civil que tuvo un valor más simbólico que otra cosa, puesto que en toda la noche no tomaron ninguna decisión sin consultarla con La Zarzuela). Fue desde Interior que Armada habló con la Casa Real por primera vez. Pero el mensaje sí que lo habían visto millones de ciudadanos, que esperaban despiertos y expectantes. Entendieron lo único que podían entender: que el golpe había sido abortado por el monarca.

¿A quién se le podía ocurrir pensar en un desenlace «constitucional» tan rocambolesco como el que habían previsto en realidad? La mayor parte de la población se sintió aliviada y se fue a dormir.

Pero en La Zarzuela se echaban las manos a la cabeza pensando «y ahora… ¿qué hacemos?». Con los insurrectos no se había pactado nada para que depusieran su actitud por las buenas, ni se habían tomado medidas militares para reducirlos. El comandante Pardo Zancada, que no quería ni podía aceptar que todo se quedara así, salió de la División Acorazada Brunete con una columna de hombres hacia las Cortes para apoyar a Tejero, como primera reacción al fracaso de Armada. Nadie interceptó la marcha y entró en el Congreso sin dificultad. Un poco más tarde, todavía llegó el capitán de navío Menéndez Tolosa, con la misma intención. Y tampoco tuvo problemas para entrar.

A las 2 de la madrugada, cuando ya todos los implicados estaban bien enterados del fracaso de Armada, los golpistas de la rama dura seguían insistiendo. Todavía pensaban que, si se sumaban más batallones del Ejército a la insurrección, se podría forzar la situación. Y reclamaban que el rey tomara la iniciativa, apoyándolos abiertamente y nombrando presidente a Armada por anticipado y a riesgo suyo, sin Constitución ni hostias. Pero el Borbón siempre ha sabido medir muy bien los riesgos. La experiencia de un golpe de este estilo ya la había tenido su abuelo, Alfonso XIII, con Primo de Rivera… y no le había salido bien. Además, aquello no era lo que querían los americanos.

No, no podía ser. Como le dijo a Milans, ya era demasiado tarde, ya no se podía hacer nada. Tejero había abortado el golpe de Estado que él mismo había iniciado. A Milans parecía que no le llegaba el mensaje de que tenía que retirar sus tropas y ordenar a Tejero que se rindiera sin más historias, de manera inmediata. En un momento determinado, incluso pensó que si el rey no se ponía de parte suya, tendría que abdicar e irse. Pero lo cierto es que, gracias a la cautelosa gestión desde La Zarzuela, no contaba con los suficientes apoyos en las capitanías generales. Juan Carlos, que casi nunca había sabido imponerse verbalmente en una discusión, y prefería recurrir a Sabino o a una nota escrita, se lo transmitió por télex: «Confirmando conversación telefónica acabamos de tener, te hago saber con toda claridad lo siguiente: 1. Afirmo mi rotunda decisión de mantener el orden constitucional dentro de la legalidad vigente; después de este mensaje ya no puedo volverme atrás. 2. Cualquier golpe de Estado no puede escudarse en el Rey, es contra el Rey. 3. Hoy más que nunca estoy dispuesto a cumplir el juramento de la bandera muy conscientemente, pensando únicamente en España; te ordeno que retires todas las unidades que hayas movido. 4. Te ordeno que digas a Tejero que deponga su actitud. 5. Juro que no abdicaré de la Corona ni abandonaré España; quien se subleve está dispuesto a provocar una guerra civil y seré responsable de ella. 6. No dudo del amor a España de mis generales; por España primero, y por la Corona después, te ordeno que cumplas cuanto te he dicho». Al poco de recibirlo, Milans comunicó a La Zarzuela que cumpliría sus órdenes. Ya no había salida. Pero advirtió que el teniente coronel Tejero no le obedecía y la situación del Congreso era muy peligrosa.

A las 4 de la madrugada, las tropas se retiraban de las calles de Valencia y se dictaba un bando que anulaba el anterior. A dos cuartos de set Milans se retiraba de su tabla de mando y se iba a dormir sin preocuparse demasiado por la situación en que quedaba Tejero, que todavía estaba encerrado en las Cortes. De todos modos, el teniente coronel de la Guardia Civil empezaba a comprenderlo.

Hasta el comandante de la División Acorazada que había ido a apoyarle cuando ya todo estaba perdido, Pardo Zancada, le aconsejaba que se rindiera, mientras sus guardias huían por las ventanas.

Por la mañana, todos veían tan claro el final, que el mismo líder de Alianza Popular, Manuel Fraga, se puso de pie en el hemiciclo y lanzó un memorable discurso antigolpista: «¡Quiero salir porque esto es un atentado contra la Democracia y la Libertad!… ¡Esto no favorece ni al rey, ni a España, ni a la Guardia Civil!… ¡Prefiero morir con honra que vivir con vilipendio!». Lo secundaron los diputados Óscar Alzaga, Fernando Álvarez de Miranda e Iñigo Cavero, que se abrieron las chaquetas de par en par: «¡Dispárenme a mí!». Todo un show como fin de fiesta.

Antes de entregarse, Tejero exigió la presencia de Armada. Sólo pactaría la rendición con él. Un gesto entre militares y en su lenguaje, para dejar patente su traición y humillarlo públicamente. A la una menos cuarto del 24 de febrero, tras hablarlo con el rey, Armada firmó a la puerta de las Cortes, sobre el capó de un coche, la «nota de capitulación» con las condiciones de Tejero. Los guardias que todavía quedaban dentro subieron a sus vehículos y salieron hacia los acuartelamientos respectivos.

Después salieron los diputados, rodeados de cámaras y micrófonos de periodistas. A las dos y media del mediodía, el jefe del Estado Mayor del Ejército, general Gabeiras, telefoneó a Milans del Bosch y le ordenó que acudiera inmediatamente a Madrid. A las siete en punto de la tarde, Milans entró en el Ministerio de Defensa, donde fue detenido inmediatamente. Aquella misma tarde, la Junta de Defensa, reunida en La Zarzuela, con Suárez todavía de presidente en funciones, ordenaba a Gabeiras que también arrestara a Armada. Gabeiras giró la cabeza hacia el rey, entre sorprendido y alarmado, e hizo exclamar a Suárez: «¡No mire al rey, míreme a mí!»

Maquillaje morado

La inmensa mayoría de los casi 300 guardias civiles y más de 100 soldados que ocuparon el Parlamento nunca fueron juzgados. En total, sólo fueron encarcelados y procesados 32 militares y un civil, y ni siquiera todos resultaron condenados después. El juicio empezó en febrero de 1982, en un antiguo almacén de papel del Servicio Geográfico del Ejército, habilitado para la ocasión, en la zona militar madrileña de Campamento.

Sabino y varios funcionarios e instituciones se esforzaron mucho para intentar dejar a Juan Carlos al margen del procedimiento judicial. Los abogados defensores mantuvieron la tesis de que los militares insurrectos habían actuado «por obediencia debida» al rey. Y pretendieron que Juan Carlos prestara declaración como testigo, como mínimo por escrito, teniendo en cuenta el protagonismo que había tenido la noche y la madrugada del golpe de Estado. Pero no hubo manera. En lugar suyo, declaró Sabino. De todos modos, el rey acabó saliendo como implicado en las declaraciones de la mayor parte de los encausados. No en la de Armada, que se comprometió en un pacto de silencio que no pudo romper nadie. Los otros coincidieron en el hecho de que el rey estaba enterado de todo y que participó en el plan de actuación. Aquellos meses tuvieron que ser amargos para el monarca, aunque una multitud enfervorizada de columnistas y políticos intentaron paliarlo en la medida de sus posibilidades, con una sólida campaña en defensa de la Corona. La Junta de Andalucía llegó a hacer una declaración oficial de adhesión al rey el marzo de 1982 durante el juicio.

El 3 de junio se dictó una sentencia que no gustó a nadie. De los 33 encausados, 11 resultaban absueltos, a Armada sólo le caían 6 años y, aunque a Milans y a Tejero se les aplicaba la pena máxima (30 años), el mismo Tribunal Militar anunciaba que solicitaría el indulto al Gobierno. El entonces presidente, Calvo Sotelo, expresó su disconformidad y anunció la intención gubernamental de recurrir en contra de la sentencia. Con esto, la causa pasó a la jurisdicción del Tribunal Superior de Justicia. El 6 de abril de 1983 se abría la vista de los recursos en la Sala Segunda. Pero cuando se dictó sentencia firme, el 28 del mismo mes, se pudo ver que los cambios eran poco significativos, excepto en el caso de Armada, que ahora salía con 30 años de condena. Para suavizarlo un poco, el Tribunal especificaba que «si el Consejo Supremo de Justicia Militar persiste en su propósito, pronunciada la sentencia, de dirigirse al Gobierno para que se ejercite el derecho de gracia respecto al teniente general Milans y al teniente coronel Tejero, deberá hacerlo extensivo, para evitar agravio comparativo, al general Armada». Milans, Tejero y Armada fueron los únicos con una condena superior a 12 años. Con más de 3, sólo fueron condenados ocho de los encausados. Aunque el número de absueltos se redujo sólo a tres, a la mayoría les correspondieron penas de l a 3 años, tras los cuales se podrían reincorporar nuevamente a sus puestos en el Ejército. Uno de los condenados, éste a 5 años, fue el capitán Jesús Muñecas, cuya brillante actuación televisiva, anunciando al hemiciclo la llegada inminente de una «autoridad militar», también merecería haber sido premiada con un Oscar. Otros que tuvieron la suerte de no salir por la tele se pudieron salvar con mucha más facilidad. Los coroneles Valencia y Arnáiz, por ejemplo, que se encargaron de tomar RTVE y varias emisoras de radio, no fueron encausados y al poco del 23-F los dos resultaron ascendidos a general.

Gracias a los esfuerzos no se sabe muy bien de quiénes, las referencias al rey desaparecieron en la sentencia, y Sabino ocupó su lugar como responsable de algunas de sus actas. Por ejemplo, se atribuyó al secretario de la Casa la conversación que el rey había tenido con Armada, a las 18:30 aproximadamente, en la que el general se «ofrecía» para ir a La Zarzuela. Y esto teniendo en cuenta que esta novísima versión no se correspondía con ninguna de las declaraciones que habían tenido lugar durante el juicio: ni con la de Fernández Campo, ni con la de Gabeiras, ni con la de Armada.

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