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Authors: James Joyce

Tags: #Narrativa, #Clásico

Ulises (71 page)

Todo tranquilo en el Howth ahora. Las colinas lejanas parecen. A donde nosotros. Los rododendros. Soy un tonto quizá. Él se lleva las ciruelas y yo los huesos. Es lo que me toca. Todo lo que ha visto esa vieja colina. Los nombres cambian: eso es todo. Amantes: ñam ñam.

Cansado me siento ahora. ¿Me levanto? Ah espera. Me ha vaciado toda la hombría de dentro, esa granujilla. Me besó. Mi juventud. Nunca más. Llega sólo una vez. O la suya. Tomar el tren mañana allí. No. Volver no es lo mismo. Como de pequeños la segunda visita a una casa. Lo nuevo quiero yo. Nada nuevo bajo el sol. Lista de Correos Dolphin’s Barn. ¿No eres feliz en tu? Niño malo querido. En Dolphin’s Barn, las charadas en casa de Luke Doyle. Mat Dillon y su enjambre de hijas: Tiny, Atty, Floey, Maimy, Louy, Hetty. Molly también. El ochenta y siete era. El año antes que nos. Y el viejo comandante apegado a su traguito de licor. Curioso ella hija única yo hijo único. Así eso se repite. Crees que estás escapando y tropiezas contigo mismo. Él rodeo más largo es el camino más corto a casa. Y precisamente cuando él y ella. Caballo de circo dando vueltas a la pista. Rip van Winkle hacíamos. Rip:
rip
, desgarrón en el gabán de Henny Doyle: Van:
van
, furgón del pan repartiendo. Winkle:
winkle
, conchas y moluscos. Luego yo hacía Rip van Winkle volviendo a casa. Ella apoyada en el aparador mirando. Ojos morunos. Veinte años dormido en la Cueva del Sueño. Todo cambiado. Olvidado. Los jóvenes son viejos. Su escopeta oxidada del rocío.

Mu. ¿Qué es lo que vuela por ahí? ¿Una golondrina? Murciélago probablemente. Se cree que soy un árbol, de tan ciego. ¿No tienen olfato los pájaros? Metempsicosis. Creían que alguien se podía convertir en árbol, de dolor. Sauce llorón. Mu. Ahí va. Mendiguito gracioso. No sé dónde vivirá. El campanario ahí arriba. Muy probable. Colgando de los talones en olor de santidad. La campana le hizo salir asustado, supongo. Parece que la misa ha terminado. Les oía a todos en ello. Ruega por nosotros. Y ruega por nosotros. Y ruega por nosotros. Buena idea la repetición. Lo mismo con los anuncios. Cómprenos a nosotros. Y cómprenos a nosotros. Sí, ahí está la luz en la casa del cura. Sus frugales comidas. Te acuerdas del error en la valoración cuando estaba con Thom. Veintiocho era. Dos casas tienen. El hermano de Gabriel Conroy es coadjutor. Mu. Otra vez. No sé por qué salen de noche como los ratones. Son una raza mezclada. Pájaros son, como ratones que saltan. ¿Qué les da miedo, la luz o el ruido? Mejor seguir quieto. Todo instinto como el pájaro en la sequía que sacó agua hasta la punta del cacharro echando dentro piedras. Como un hombrecito con capa es, con manitas. Huesecitos pequeños. Casi se les ve lucir en una especie de blanco azulado. Los colores dependen de la luz que uno ve. Mirando fijo al sol por ejemplo como el águila luego se mira a un zapato se ve un borrón una mancha amarillenta. Quiere dejar su marca registrada en todas partes. Por ejemplo, ese gato esta mañana en la escalera. Color de turba marrón. Dicen que nunca se ven de tres colores. No es verdad. Aquella gata atigrada blanca concha de tortuga en el City Arms con la letra M en la frente. El cuerpo de cincuenta colores diferentes. Howth hace un rato amatista. Cristal brillando. Así es como ese sabio como se llame con la lente de quemar. Luego los brezales se queman. No pueden ser las cerillas de los excursionistas. ¿Qué? Quizá los palos secos restregándose en el viento y la luz. O botellas rotas entre las matas hacen de lente de quemar al sol. Arquímedes. ¡Ya está! No tengo tan mala memoria.

Mu. Quién sabe qué buscarán siempre volando. ¿Insectos? Esa abeja la semana pasada que se metió en el cuarto jugando con su sombra en el techo. Podría ser la que me picó, volviendo a ver. Los pájaros también nunca se averigua qué dicen. Como nuestro charloteo. Y dice ella y dice él. Qué valor que tienen para volar sobre el mar y vuelta. Muchos de ellos deben morir en tormentas, cables de telégrafo. Vida terrible también la de los marineros. Esas bestias enormes de vapores transatlánticos tirando adelante en la oscuridad, mugiendo como vacas marinas.
Faugh a ballagh!
¡Quita de allí, maldita sea tu alma! Otros en barcos de vela, con una velita como un pañuelo, tirados de acá para allá como el rapé en un velorio cuando soplan fuerte los vientos de tormenta. Casados también. A veces lejos durante años en los confines de la tierra no sé dónde. No hay confines en realidad porque es redonda. Una mujer en cada puerto dicen. Ya tiene buen trabajo si se está quietecita hasta que su Johnny vuelve al hogar. Si es que vuelve. Oliendo las callejuelas de los puertos. ¿Cómo les puede gustar el mar? Y sin embargo les gusta. Se ha levado el ancla. Allá que navega con un escapulario o una medalla encima para darle suerte. Bueno. Y los tephilim no cómo se llama eso que tenía el padre del pobre papá en la puerta para tocarlo. Eso nos sacó de la tierra de Egipto trayéndonos a la casa de esclavitud. Hay algo en todas esas supersticiones porque cuando uno sale nunca se sabe qué peligros. Agarrado a una tabla o a horcajadas en una viga para salvar la perra vida, con el salvavidas a la cintura, tragando agua salada, y ése es el final de sus penas hasta que lo ven los tiburones. ¿Se marean los peces alguna vez?

Y luego viene una hermosa calma sin una nube, mar liso, plácido, la tripulación y la carga hechos picadillo, en el fondo de la mar. La luna mirando desde arriba. No es culpa mía, mi viejo.

Una larga bengala perdida subió errante por el cielo desde la tómbola Mirus a beneficio del hospital Mercer y estalló, cayendo, y dispersó un racimo de estrellas violetas menos una blanca. Flotaron, cayeron: se desvanecieron. La hora del pastor: la hora de los abrazos: la hora de la cita. De casa en casa, dando su doble aldabada siempre bienvenida, andaba el cartero de las nueve, la lámpara de luciérnaga en el cinturón fulgiendo acá y allá entre los setos de laurel. Y entre los cinco árboles jóvenes una vara de encender izada encendía el farol en Leahy’s Terrace. Junto a celosías iluminadas de ventanas, junto a jardines todos iguales, pasaba una voz aguda gritando, gimiendo:
¡El
Evening Telegraph
, edición extraordinaria! ¡Los resultados de la Copa de Oro!
, y desde la puerta de la casa de Dignam un chico salió corriendo para llamarle. Tembloteando, el murciélago volaba por aquí, volaba por allá. Allá lejos sobre las arenas se deslizaba la rompiente subiendo, gris. El Howth se disponía al sueño, cansado de los días largos, de los rododendros yumyum (se hacía viejo) y se alegraba de notar que se levantaba la brisa nocturna desordenándole su vello de helechos. Sólo dejaba abierto un ojo rojo que no dormía, respirando hondo y lento, adormilado pero despierto. Y allá lejos en los bajos de Kish el barco faro, anclado, fulguraba guiñando el ojo al señor Bloom.

Vaya vida que deben tener esos tíos ahí fuera, sujetas en el mismo sitio. Dirección de Faros de Irlanda. Penitencia por sus pecados. También los guardacostas. Cohete y boya y barca de salvamento. El día que salimos al crucero de excursión en el
Erin’s King
, echándoles encima el saco de papeles viejos. Los osos en el zoo. Una excursión sucia. Borrachos saliendo a remover el hígado. Vomitando sobre la borda para alimentar a los arenques. Náusea. Y las mujeres, el temor de Dios en la cara. Milly, ni señal de mareo. Con el chal azul al viento, riendo. No saben lo que es la muerte a esa edad. Y además tienen limpio el estómago. Pero de perderse sí tienen miedo. Cuando nos escondimos detrás del árbol en Crumlin. Yo no quería. ¡Mamá, mamá! Niños en el bosque. Asustándoles también con caretas. Echándoles al aire para recogerles. Te voy a matar. ¿Es sólo a medias una broma? O los niños que juegan a la guerra. Muy en serio. ¿Cómo puede la gente apuntarse con fusiles unos a otros? A veces se disparan. Pobres chicos, Únicas molestias los sarpullidos y la urticaria. Una purga de calomelano le di a ella para eso. Después de sentirse mejor, dormida con Molly. Tiene los mismos dientes que ella. ¿Qué es lo que aman? ¿Otras ellas mismas? Pero la mañana que la perseguía con el paraguas. Quizá no como para hacerle daño. Le tomé el pulso. Palpitando. Una manita que era: ahora grande. Queridísimo papi. Todo lo que dice la mano cuando uno toca. Le encantaba contarme los botones del chaleco. Su primera faja me acuerdo. Me dio risa verlo. Pechitos para empezar. El izquierdo es más sensible, me parece. También el mío. Más cerca del corazón. Se forran de almohadillado si está de moda el grueso. Sus dolores de crecimiento por la noche, llamando, despertándome. Asustada que estaba la primera vez que le vino lo que era natural. ¡Pobre chica! También un momento extraño para la madre. Le trae otra vez cuando era muchacha. Gibraltar. Mirando desde Buena Vista. La torre de O’Hara. Las aves marinas chillando. El viejo mono de Berbería que se engulló a toda la familia. La puesta de sol, cañonazo para que se retiraran los soldados. Asomada mirando al mar me dijo ella. Una tarde como ésta, pero clara, sin nubes. Siempre creí que me casaría con un Lord o un caballero con un yate particular. Buenas noches, señorita.
El hombre ama la muchacha hermosa
. ¿Por qué a mí? Porque tú eras tan diferente de los demás.

Más vale no quedarme aquí plantado toda la noche como una lapa. Este tiempo le deja a uno atontado. Deben ser casi las nueve por la luz. A casa. Demasiado tarde para
Leah, el Lirio de Killarney
. No. Todavía podría estar levantada. Pasaré por el hospital a ver. Espero que ya haya acabado. He tenido un día muy largo. Martha, el baño, el entierro. la Casa de Llaves, el museo con esas diosas, la canción de Dedalus. Luego aquel matón en Barney Kiernan. Se lo canté bien claro. Esos bocazas borrachos. Lo que le dije de su Dios le hizo parpadear. Es un error devolver golpe por golpe. ¿O? No. Deberían irse a casa y reírse de ellos mismos. Siempre quieren estar bebiendo en compañía. Miedosos de estar solos como un niño de dos años. Y si me hubiera dado. Mirémoslo por el otro lado. No está tan mal. Quizá no tiraba a dar. Tres hurras por Israel. Tres hurras por la cuñada que arrastra por ahí, con tres colmillos en la boca. El mismo estilo de belleza. Gente especialmente agradable para una tacita de té. La hermana de la mujer del salvaje de Borneo ha llegado a la ciudad. Imagínatela de madrugada y de cerca. Cada cual a su gusto como dijo Morris cuando besó a la vaca. Pero lo de Dienam ha sido el remate. Las casas en duelo son muy deprimentes porque nunca se sabe. De todos modos ella necesita el dinero. Tengo que ir a ver a esas viudas escocesas como prometí. Nombre extraño. Dan por descontado que nosotros vamos a estirar la pata antes. Aquella viuda era el lunes delante de Cranmer que me miró. Enterró al pobre marido pero progresando favorablemente en lo del seguro. El óbolo de la viuda. ¿Bueno? ¿Qué esperas que haga? Tiene que salir adelante. A los viudos me fastidia verlos. Tienen un aire tan perdido. El pobre O’Connor con la mujer y cinco hijos envenenados por moluscos ahí. El alcantarillado. Sin esperanza. Alguna buena matrona con sombrero de olla que le haga de madre. Se le lleva a remolque, con su cara de plato y un gran delantal. Pantaloncitos grises de señora, de franela, a tres chelines, ganga asombrosa. Fea y amada, amada para siempre, dicen. Fea: ninguna mujer cree que lo es. Amar, mentir y estar guapa porque mañana moriremos. Verle a veces andando por ahí tratando de averiguar quién le gastó la broma. V.E.: ve. Es el destino. Él, no yo. También una tienda me he dado cuenta muchas veces. Una maldición parece perseguirlo. ¿Soñé anoche? Espera. Algo confuso. Ella llevaba babuchas rojas. Turca. Llevaba calzones. Y si fuera verdad. ¿Me gustaría en pijama? Es muy difícil contestar. Nannetti se ha ido. En el barco correo. Cerca de Holyhead a estas horas. Tengo que arreglar ese anuncio de Llaves. Trabajarme a Hynes y a Crawford. Enaguas para Molly. Tiene algo que meter en ellas. ¿Esto qué es? A lo mejor dinero.

El señor Bloom se inclinó y dio la vuelta a un trozo de papel en la playa. Se lo acercó a los ojos y lo escudriñó. ¿Carta? No. No puedo leerlo. Mejor me voy. Mejor. Estoy cansado para moverme. Una página de un cuaderno viejo. Todos esos hoyos y guijarros. ¿Quién podría contarlos? Nunca sabe uno lo que se encuentra. Una botella con la historia de un tesoro lanzada desde un barco naufragado. Paquete postal. Los niños siempre quieren tirar cosas al mar. ¿Confianza? Tirar pan al agua. ¿Esto qué es? Un palito.

¡Ah! Esa hembra me ha dejado agotado. Ya no soy tan joven. ¿Vendrá mañana aquí? Esperarla en algún sitio para siempre. Debe volver. Los asesinos vuelven. ¿Volveré yo?

El señor Bloom revolvió suavemente con el palo la arena a sus pies. Escribirle un mensaje. Podría durar. ¿Qué?

YO.

Algún pies planos lo pisará mañana. Inútil. Lo borrará el agua. La marea llega aquí un charco cerca de ella. Inclinarme, verme ahí la cara, espejo oscuro, echarle el aliento, se mueve. Todas esas rocas con líneas y cicatrices y letras. ¡Ah, esa transparencia! Además no saben. Cuál es el significado de ese otro mundo. Te llamé niño malo porque no me gusta.

SOY. S.

No hay sitio. Déjalo.

El señor Bloom borró las letras con su lenta bota. Cosa desesperanzada, la arena. No crece nada en ella. Todo se desvanece. No hay miedo aquí de que pasen grandes barcos. Excepto las gabarras de Guinness. Dan la vuelta al Kish en ochenta días. Hecho medio aposta.

Tiró lejos su pluma de madera. El palo cayó en arena de aluvión, se clavó. Bueno si uno tratara de hacerlo toda una semana no podría. Suerte. No volveremos a encontrarnos. Pero ha sido estupendo. Adiós, guapa. Gracias. Me ha hecho sentirme muy joven.

Un sueñecito ahora si lo echara. Deben ser cerca de las nueve. El barco de Liverpool se fue hace mucho. Ni el humo. Y ella puede hacer lo otro. Lo hizo. Y Belfast. Yo no iré. A la carrera allí, a la carrera de vuelta a Ennis. Déjale a él. Sólo cerrar los ojos un momento. Pero no voy a dormir. Medio sueño. Nunca vuelve un sueño. El murciélago otra vez. No hace daño. Sólo unos pocos.

Oh dulcísima toda tu blancurita de chica vi hasta arriba sucia braguita me hizo hacer el amor pegajoso nosotros dos niño malo Grace Darling ella a él a y media la cama metense cosas frivolidades para Raoul para perfume tu mujer pelo negro curvas bajo
embon señorita
ojos jóvenes Mulvey opulentas años sueños volver callejas Agendath desmayando amorcito me enseñó su año que viene en bragas en su que viene.

Un murciélago voló. Aquí. Ahí. Aquí. Lejos en lo gris repicó una campana. El señor Bloom con la boca abierta, la bota izquierda hundida en la arena de medio lado, se inclinó, respiró. Sólo unos pocos.

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