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Authors: Charlaine Harris

Todos juntos y muertos (24 page)

BOOK: Todos juntos y muertos
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—¿Seguro que quieres hacerlo, después de lo de esta noche? —pregunté, miserablemente.

—Podemos hablar de eso más tarde. No te preocupes. Tú dame la maldita lata.

Me di cuenta de que Todd Donati no se estaba ofreciendo, y ya habíamos tenido un episodio letal en el hotel. ¿No quería ser el héroe? ¿Qué le pasaba? Enseguida me sentí avergonzada por haber tenido siquiera la idea. Tenía una familia, y querría pasar con ellos cada minuto que le fuera posible.

Donati sudaba visiblemente, y estaba pálido como un vampiro. Hablaba por el pequeño intercomunicador que llevaba sujeto a la cabeza, relatando lo que estaba presenciando a… alguien.

—No, Quinn, tiene que cogerlo alguien con un traje especial de ésos —insistí—. No me moveré. La lata no se moverá. Estaremos bien hasta que llegue uno de esos artificieros. O una —añadí, en interés de la equidad. Comenzaba a sentirme algo mareada. Los múltiples sobresaltos de la noche empezaban a cobrarse su peaje y ya temblaba. Además, pensé, era una idiota por empecinarme en hacer eso, pero allí estaba, haciéndolo—. ¿Alguien tiene visión de rayos X? —pregunté, tratando de sonreír—. ¿Dónde está Supermán cuando se le necesita?

—¿Tratas de convertirte en una mártir por esos idiotas? —dijo Quinn, y supuse que por «esos idiotas» se refería a los vampiros.

—Ja —salté—. Oh, qué bien. Sí, porque me adoran. ¿Has visto cuántos vampiros han subido hasta aquí? Cero, ¿verdad?

—Uno —contestó Eric, apareciendo por la puerta de la escalera—. Estamos un poco demasiado vinculados para mi gusto, Sookie. —Se encontraba visiblemente tenso; no era capaz de recordar a Eric tan ansioso—. Al parecer, he venido aquí para morir contigo.

—Bien. Aquí está Eric para acabar de arreglar el día —dije, y si sonó un poco sarcástico, bueno, tenía derecho—. ¿Es que estáis todos locos? ¡Largaos de aquí!

—Bueno, yo lo haré —anunció Donati de repente—. No quieres darle la lata a nadie, no la quieres dejar donde estaba, no has explotado todavía, así que creo que bajaré para esperar a los artificieros.

No podía culpar su lógica.

—Gracias por llamar a la caballería —dije, y Donati cogió las escaleras porque el ascensor estaba demasiado cerca de mí. Leí su mente y supe que sentía una profunda vergüenza por no haberse ofrecido a ayudarme de una forma más concreta. Planeaba bajar un piso donde nadie pudiera verle y, desde allí, coger el ascensor para ahorrarse esfuerzos. La puerta de la escalera se cerró tras él, y los tres nos quedamos en silencio, dentro del pequeño espacio cuadrado. ¿Una perversidad del destino?

La cabeza se me aligeraba por momentos.

Eric empezó a moverse muy lenta y cuidadosamente (creo que para que no me sobresaltara). Con un movimiento, se puso a mi lado. La mente de Quinn borboteaba y emitía destellos como una bola de discoteca, más allá a mi derecha. No sabía cómo ayudarme y, por supuesto, temía lo que pudiese pasar.

Con Eric, ¿quién sabe? Aparte de saber dónde se encontraba y cómo se había orientado hacia mí, poco más podía decir.

—Me la darás a mí y te largarás —ordenó Eric. Estaba ejerciendo su influencia vampírica sobre mi mente con todas sus fuerzas.

—No funcionará. Nunca ha funcionado —murmuré.

—Eres una mujer tozuda —dijo.

—No lo soy —expresé, al borde de las lágrimas por haberme visto acusada de noble, primero, y de tozuda, después—. ¡Es que no quiero moverla! ¡Así es más seguro!

—Alguien podría creer que eres una suicida.

—Bueno, pues ese alguien se puede meter las ideas por el culo.

—Nena, déjala en el jarrón. Déjala muy, muy lentamente —me indicó Quinn, con una voz muy dulce—. Luego, te invitaré a una gran copa cargadísima de alcohol. Eres una chica muy fuerte, ¿lo sabías? Estoy orgulloso de ti, Sookie, pero si no dejas eso ahora mismo y sales de aquí, me voy a cabrear, ¿me oyes? No quiero que te pase nada. Sería una idiotez, ¿vale?

La llegada de otra entidad a la escena me ahorró seguir con el debate. La policía había mandado un robot por el ascensor.

Cuando la puerta se abrió, todos dimos un respingo, demasiado envueltos en el drama de la situación para darnos cuenta de que estaba subiendo. Lo cierto es que no pude evitar unas risitas al ver rodar el rechoncho robot fuera del cubículo. Hice el ademán de apartar de él la bomba, pero luego supuse que no estaba allí para cogerla. Parecía que lo manejaban por control remoto, y se giró para enfilarme. Se quedó tiempo durante un par de minutos largos, observándome a mí y lo que llevaba en la mano. Tras el escrutinio, el robot se retiró de nuevo al ascensor y su brazo mecánico se extendió para pulsar torpemente el botón correspondiente. Las puertas se cerraron y desapareció.

—Odio la tecnología moderna —dijo Eric, en voz baja.

—No es verdad —discrepé—. Te encanta lo que los ordenadores pueden hacer por ti. ¿Recuerdas lo contento que te pusiste cuando viste la lista de empleados del Fangtasia con todos los horarios cuadrados?

—No me gusta su impersonalidad. Me gusta el conocimiento que pueden almacenar.

Era una conversación demasiado surrealista como para seguir dándole coba en esas circunstancias.

—Alguien sube por las escaleras —interrumpió Quinn y abrió la puerta de las escaleras.

Se unió a nuestro pequeño grupo un artificiero. Puede que el departamento de homicidios no hubiese recurrido a personal vampiro, pero el de explosivos sí. Llevaba puesto uno de esos uniformes que recuerdan a un astronauta (aunque por mucho que te protejan, supongo que una explosión no deja de ser una mala experiencia). Alguien había escrito «BUM» en el pecho, donde debería estar la etiqueta con el nombre. Oh, qué gran sentido del humor.

—Ustedes dos, tendrán que dejarnos solos a la señorita y a mí—dijo Bum, acercándose a mí lentamente—. He dicho que os larguéis —insistió, al ver que ninguno de los dos se movía.

—No —respondió Eric. —Y tanto que no —ratificó Quinn.

No debe de ser fácil encogerse de hombros dentro de uno de esos uniformes, pero Bum se las arregló. Llevaba consigo un contenedor cuadrado. La verdad es que no estaba de humor para saber lo que contenía. Sólo me fijé en que lo abrió y lo extendió, colocándolo con mucho cuidado bajo mis manos.

Con muchísimo esmero, bajó la lata en el interior acolchado del contenedor. La solté, saqué las manos con un alivio que sería incapaz de describir y Bum cerró la tapa, sonriendo abiertamente a través de la guarda transparente de la cara. Me estremecí de la cabeza a los pies. Me temblaban las manos con violencia, después de relajar la postura.

Bum se volvió, ralentizado por el traje, e hizo un gesto para que Quinn le abriera la puerta de las escaleras. Quinn acató y el vampiro se marchó escalera abajo, lenta, cuidadosa y sostenidamente. Puede que sonriera durante todo el camino, pero no explotó, ya que no se oyó nada. Y he de admitir que todos nos quedamos petrificados en nuestros sitios durante una eternidad.

—Oh —exclamé—. Oh. —No era lo más brillante, pero estaba cerca de desatarme en un torrente de emociones. Mis rodillas cedieron.

Quinn se apresuró y me sostuvo entre sus brazos.

—Serás tonta —dijo—. Muy tonta. —Era como si dijera «Gracias a Dios». Me dejé envolver por el hombre tigre y escondí la cara contra su camisa de E(E)E para secarme las lágrimas que se me escapaban de los ojos.

Cuando oteé por debajo de su brazo, ya no había nadie allí. Eric se había desvanecido. Así que tuve un instante para disfrutar de un abrazo, para saber que aún le gustaba a Quinn, que lo que había pasado con Andre y Eric no había acabado con los sentimientos que había empezado a tener hacia mí. Tuve un instante para disfrutar del alivio por haber escapado de la muerte.

Entonces el ascensor y la puerta de la escalera se abrieron a la vez y el lugar se inundó de toda suerte de gente cuyo centro de atención era yo.

Capítulo 13

—Era una bomba —confirmó Todd Donati—. Una bomba rápida y tosca. Espero que la policía me diga más cosas cuando haya terminado su análisis.

El jefe de seguridad estaba sentado en la suite de la reina. Por fin pude dejar la maleta azul junto a uno de los sofás, y vaya si me alegré de librarme de ella. Sophie-Anne no se había molestado siquiera en agradecerme su devolución, pero supongo que tampoco me esperaba ese gesto por su parte. Cuando se tienen secuaces, se les manda a hacer los recados y no se les da las gracias. No estaba siquiera segura de culparla por esa estupidez.

—Supongo que me despedirán por ello, especialmente después de los asesinatos —prosiguió el jefe de seguridad. Su voz era tranquila, pero sus pensamientos destilaban amargura. Necesitaba el seguro.

Andre propinó al jefe una de sus prolongadas miradas azules.

—¿Y cómo llegó esa lata a la planta de la reina, en esa zona? —A Andre no le podría haber importado menos la situación laboral de Todd Donati. Éste le devolvió la mirada, pero con un matiz cansado.

—¿Por qué demonios iban a echarte, sólo porque alguien ha conseguido subir y plantar una bomba? ¿A lo mejor porque eres el encargado de la seguridad de todo el mundo en este hotel? —preguntó Gervaise, cediendo al aspecto más cruel de todo el asunto. No lo conocía muy bien, pero empezaba a pensar que las cosas estaban estupendamente como estaban. Cleo le dio un golpe en el brazo lo suficientemente fuerte como para provocar su quejido.

—Eso lo resume perfectamente —dijo Donati—. Es evidente que alguien subió la bomba hasta aquí y la dejó en la planta, junto a la puerta del ascensor. También podría haber estado destinada a cualquier otro que pasara por allí, o incluso al azar. Por eso creo que la bomba y el asesinato de los vampiros de Arkansas son dos casos independientes. En nuestros interrogatorios, estamos descubriendo que Jennifer Cater no tenía muchos amigos. Vuestra reina no es la única que tenía cuentas pendientes con ella, aunque sí las más graves. Es probable que Jennifer pusiera la bomba, o se lo encargara a otro, antes de ser asesinada.

Vi a Henrik Feith sentado en un rincón de la suite; se le movía la barba con el temblor de la cabeza. Traté de visualizar al último miembro del contingente de Arkansas poniendo la bomba, pero me fue imposible. El pequeño vampiro parecía convencido de encontrarse en un nido de víboras. Estaba segura de que se arrepentía de haber aceptado la oferta de protección de la reina, ya que en ese preciso momento no parecía una perspectiva muy fiable.

—Hay mucho que hacer —ordenó Andre. Apenas parecía preocupado, y llevaba su propio hilo de conversación—. La amenaza de Christian Baruch de despedirte ha sido una grosería, cuando lo que más necesita es tu lealtad.

—Es una persona temperamental —contestó Todd Donati, y supe, sin lugar a dudas, que no era nativo de Rhodes. Cuanto más se estresaba, más me recordaba a casa. Puede que no de Luisiana, pero puede que de alguna parte del norte de Tennessee—. Aún no me han decapitado. Si conseguimos llegar al fondo de lo que está ocurriendo, puede que sea rehabilitado. No hay muchos que quieran lidiar con este trabajo. A mucha gente del mundo de la seguridad no le gusta…

«Trabajar con malditos vampiros», completó Donati su frase en la intimidad. Se obligó duramente a no salirse del presente inmediato.

—… invertir las horas que requiere llevar la seguridad de un sitio como éste —terminó, en consideración a los vampiros—. Pero yo disfruto del trabajo. —«Mis hijos necesitarán las primas cuando me haya muerto, sólo dos meses y estarán totalmente cubiertos cuando no esté yo.»

Había acudido a la suite de la reina para hablar conmigo acerca del incidente con la lata de Dr Pepper (como ya había hecho la policía y el omnipresente Christian Baruch), pero se había quedado para charlar. Si bien los vampiros no parecían haberse dado cuenta, Donati estaba así de parlanchín porque se había tomado un fuerte analgésico. Sentí lástima por él, al tiempo que pensé que alguien con tantas distracciones no era el más adecuado para ese trabajo. ¿Qué le había pasado a Donati en los dos últimos meses, desde que la enfermedad había empezado a afectar su vida diaria?

Quizá había contratado al personal equivocado. Quizá había omitido algún paso de vital importancia en la protección de los huéspedes del hotel. Puede que… Una oleada de calor me distrajo.

Eric estaba cerca.

Jamás había tenido un sentido tan claro de su presencia, y el corazón se me encogió al comprobar el calado del intercambio de sangre. Si la memoria no me fallaba, era la tercera vez que tomaba sangre de Eric, y tres siempre es un número significativo. Notaba su presencia siempre que estaba cerca, y di por hecho que a él le pasaba lo mismo. Puede que ahora el vínculo fuese más poderoso, que implicase cosas que aún no había experimentado. Cerré los ojos y me incliné hacia delante, posando la frente sobre las rodillas.

Alguien llamó a la puerta y Sigebert la abrió tras mirar con atención por la mirilla. Dejó pasar a Eric. Me costaba un mundo mirarlo o siquiera saludarle superficialmente. Tenía que estarle agradecida, lo sabía, y en cierto modo lo estaba. Tomar la sangre de Andre habría sido insoportable. Tachad eso: hubiera tenido que soportarlo. Hubiera sido repugnante. Pero no intercambiar sangre en absoluto no formaba parte de las opciones disponibles, y no iba a olvidarlo.

Eric se sentó en el sofá, a mi lado. Yo salté como un resorte y crucé la habitación para servirme un vaso de agua. Adondequiera que fuera, podía sentir la presencia de Eric, y para más desconcierto, estar cerca de él me resultaba de alguna manera reconfortante, como si me sintiese más segura.

Oh, genial.

No había más sitio donde sentarse. Volví miserablemente junto al vikingo, que ahora era propietario de una parte de mí. Antes de esa noche, cuando veía a Eric, no sentía más que un placer casual, aunque puede que pensara en él más veces de lo que una mujer debería pensar en alguien que le podía sobrevivir varios siglos.

Me recordé que no era culpa suya. Eric era un político, y puede que tuviera las miras puestas en ascender hasta lo más alto, pero, por mucho que pensara en ello, no se me ocurría ninguna forma de que hubiera podido esquivar las intenciones de Andre. Así que le debía todo mi agradecimiento a Eric, se mirase por donde se mirase, pero ésa no era una conversación que fuésemos a tener ni remotamente cerca de la reina o el propio Andre.

—Bill sigue vendiendo su pequeño disco informático abajo —me comentó Eric.

—¿Y?

—Pensé que igual te preguntabas por qué fui yo quien se presentó cuando estabas en apuros, en vez de él.

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