Read Todos juntos y muertos Online
Authors: Charlaine Harris
Traicionada por su amor vampiro de toda la vida, la camarera de Luisiana, Sookie Stackhouse no sólo tiene que lidiar con un posible hombre nuevo en su vida –el guapísimo Quinn, que se convierte en bestia– sino que también tendrá que enfrentarse con una cumbre vampírica que se viene planeando desde hace tiempo. Con su base de poder debilitada por el huracán que asoló a Nueva Orleáns, la reina vampiro local es ahora más vulnerable para aquellos que están hambrientos por conseguir el poder. Sookie tendrá que decidir rápidamente de qué lado está. Y en su elección puede estar la diferencia entre la supervivencia y la catástrofe total…
Charlaine Harris
Todos juntos y muertos
Saga Vampiros Sureños 7
ePUB v1.0
Percas20.07.11
Dedico este libro a las pocas mujeres que me enorgullezco de llamar amigas: Jodi Dabson Bollendorf, Kate Buker, Toni Kelner, Dana Carheron, Joan Hess, Eve Sandstrom, Paula Woldan y Betty Epley. Todas vosotras me habéis aportado algo diferente,y me siento agradecida de conoceros.
Hay unas cuantas personas a las que he expresado ya mi agradecimiento y a las que debo repetírselo: a Robin Burcell, ex policía y escritor en la actualidad, y al agente del FBI George Fong, que estuvieron increíbles respondiendo a mis preguntas sobre seguridad y desactivación de bombas. Agradezco las aportaciones de Sam Saucedo, ex locutor de noticias y escritor en la actualidad, que me explicó algunas cosas sobre políticas fronterizas. También tengo que dar las gracias a S. J. Rozan, que estuvo encantada de ilustrarme sobre temas de arquitectura, aunque lo relativo a los vampiros la dejara pasmada. Puede que haya pasado por alto alguna de las informaciones, pero fue por una buena causa. Como de costumbre, tengo contraída una gran deuda con mi amiga Toni L. P. Kelner, que se leyó mi primer manuscrito sin reírse lo más mínimo. Y a mi nueva incorporación, Debi Murray; de ahora en adelante, si cometo errores, tendré a alguien a quien echarle la culpa. Debo mucho a los numerosos y maravillosos lectores que visitan mi sitio web (www.charlaineharris.com) y dejan sus mensajes de ánimo e interés. A Beverly Batillo, presidenta de mi club de fans, que me ha levantado los ánimos más de una vez cuando me encontraba de capa caída.
El bar de los vampiros de Shreveport abriría más tarde esa noche. Llegaba con retraso, así que me dirigí directamente a la entrada principal, la de acceso al público, sólo para toparme con un letrero escrito a mano, en caracteres góticos rojos sobre cartulina blanca, que rezaba: «Estaremos listos para darles la bienvenida con un mordisco a las ocho. Rogamos disculpen las molestias por el retraso». Lo firmaba «El personal de Fangtasia».
Corría la tercera semana de septiembre, por lo que el cartel rojo de neón del Fangtasia ya estaba encendido. El cielo era prácticamente un pozo de oscuridad. Permanecí con un pie en el interior de mi coche durante un instante, disfrutando de la templada noche y el leve y seco olor a vampiro que flotaba alrededor del club. Entonces conduje hacia la parte trasera y aparqué junto a varios coches que estaban cerca de la entrada de empleados. Apenas llegaba cinco minutos tarde, pero al parecer todo el mundo había acudido antes a la reunión. Llamé a la puerta. Aguardé.
Levanté la mano para volver a llamar cuando Pam, la lugarteniente de Eric, abrió. Pam trabajaba principalmente en el bar, aunque cumplía con otros cometidos dentro de los diversos negocios que Eric llevaba entre manos. A pesar de que los vampiros habían salido a la luz pública hacía cinco años y que habían mostrado la mejor de sus caras, seguían siendo muy reservados en cuanto a sus métodos de ganar dinero, y no eran pocas las veces que me preguntaba qué porción de Estados Unidos era propiedad de los no muertos. Eric, propietario del Fangtasia, era todo un vampiro en cuanto a guardarse sus propias cosas. Claro que no le había quedado otro remedio durante su larga, larga existencia.
—Pasa, telépata mía —invitó Pam, haciendo un gesto exagerado. Iba con su uniforme del trabajo: el largo y vaporoso vestido negro que todos los turistas que pasaban por el bar esperaban ver en una vampira (cuando Pam lucía su propia ropa, era más de colores pastel y pulóveres a juego con cárdigan). Tenía el pelo más liso y rubio que había visto nunca; de hecho, era etéreamente adorable, con cierto matiz de peligro mortal. Y era ese matiz el que a nadie convenía olvidar.
—¿Qué tal? —pregunté cortésmente.
—Excepcionalmente bien —admitió—. Eric está pletórico.
Eric Northman, sheriff vampiro de la Zona Cinco, había convertido a Pam en vampira, quien estaba obligada, y naturalmente impulsada, a hacer lo que él le mandara. Eso formaba parte del rollo de convertirse en no muerto: tu creador siempre goza de poder sobre ti. Pero Pam me había dicho más de una vez que Eric era un buen jefe, y que la dejaría marchar libremente si eso era lo que ella quería. De hecho, Pam había estado viviendo en Minnesota hasta que Eric compró el Fangtasia y la llamó para que le ayudara a llevarlo.
La Zona Cinco comprendía la mayor parte del noroeste de Luisiana, que, hasta hacía un mes, había sido la mitad más pobre del Estado. Desde el huracán Katrina, el equilibrio de poder en Luisiana había cambiado drásticamente, sobre todo en la comunidad vampírica.
—¿Qué tal está ese delicioso hermano tuyo, Sookie? ¿Y tu jefe cambiante? —preguntó Pam.
—Mi delicioso hermano empieza a hablar de boda, como todo el mundo en Bon Temps —respondí.
—Pareces un poco deprimida. —Ladeó la cabeza y me miró como un gorrión observa a un gusano.
—Bueno, puede que un poquito —admití.
—Tienes que mantenerte ocupada —dijo Pam—. Así no tendrás tiempo para lamentarte.
Pam adoraba
Dear Abby
. No eran pocos los vampiros que leían la columna a diario. Las soluciones que aportaba a algunos de los problemas de los que consultaban daban ganas de gritar. Literalmente. Pam ya me había dicho que sólo se me subirían a la chepa si yo lo permitía, y que tenía que ser más selectiva con mis amistades. Estaba recibiendo consejos de salud emocional de una vampira.
—Eso hago —admití—. Mantenerme ocupada, quiero decir. Trabajo, sigo con mi compañera de piso de Nueva Orleans y mañana voy a una despedida de soltera. No por Jason y Crystal. Otras personas.
Pam hizo una pausa, apoyando su mano sobre el pomo de la puerta que daba al despacho de Eric. Juntó las cejas mientras meditaba sobre mis palabras.
—No recuerdo lo que es una despedida de soltera, aunque he oído hablar de ellas —meditó en voz alta. Se le iluminó la cara—. ¿Se despiden de sus amigos solteros No, espera, estoy segura de haberlo oído antes. Una chica escribió a Abby que no había recibido ninguna nota de agradecimiento por un regalo que hizo en una despedida de solteros. ¿Se dan… regalos?
—Lo has pillado —contesté—. Una despedida es una fiesta que se da a alguien que está a punto de casarse. A veces es para la pareja, y ambos están presentes. Pero lo normal es que sólo se honre a la novia, y todas las asistentes sean mujeres. Cada una lleva un regalo. En teoría, esto es porque así la pareja podrá empezar su nueva vida con todo lo que necesita. Solemos hacer lo mismo cuando la pareja espera un bebé. Claro que entonces la fiesta es en honor al bebé.
—Una fiesta para el bebé —repitió Pam. Esbozó una sonrisa escalofriante. Bastaba con la mueca de su labio superior para ponerle los pelos de punta a cualquiera—. Me gusta la idea —dijo.
Llamó a la puerta del despacho y la abrió—. Eric —comentó—, ¡puede que algún día una de las camareras se quede embarazada y podamos ir a una fiesta en honor al bebé!
—Sería digno de verse —afirmó Eric, levantando su cabeza dorada de los papeles que había sobre el escritorio. El sheriff se dio cuenta de mi presencia, me propinó una dura mirada y decidió ignorarme. Eric y yo habíamos tenido nuestros problemas.
A pesar de que la habitación estaba llena de gente a la espera de su atención, Eric posó el bolígrafo y se levantó para estirar su magnífico cuerpo, puede que en mi honor. Como de costumbre, Eric iba con unos vaqueros ajustados y lucía una de sus camisetas del Fangtasia, negra con los estilizados colmillos blancos que utilizaba como marca comercial. La palabra «Fangtasia» estaba escrita con llamativos caracteres entre los puntos blancos, como el letrero luminoso del exterior. Si Eric se hubiera dado la vuelta, podría haberse leído en la espalda: «Un bar con mordisco». Pam me había regalado una cuando Fangtasia empezó a vender sus propios productos.
A Eric le sentaba de maravilla la camiseta, y yo no podía olvidar lo que había debajo.
Logré arrancar la mirada de Eric para pasearla por los alrededores. Había un montón de vampiros apiñados en el pequeño espacio, aunque tan quietos y silenciosos que una no se daba cuenta de su presencia hasta verlos. Clancy, el encargado del bar, apenas había logrado sobrevivir a la Guerra de los Brujos del año anterior, aunque no sin alguna secuela. Los brujos lo drenaron casi hasta el punto de no retorno. Cuando Eric lo descubrió rastreando su olor en el cementerio de Shreveport, Clancy estaba al borde de la muerte definitiva. Durante su prolongada convalecencia, el vampiro pelirrojo se había vuelto más amargado e irascible. Me sonrió, mostrándome los colmillos.
—Puedes sentarte en mi regazo, Sookie —dijo, dándose unas palmadas en los muslos.
Le devolví una sonrisa de trámite.
—No, gracias, Clancy —contesté educadamente. Los flirteos de Clancy siempre habían tenido filo, pero ahora resultaban cortantes a más no poder. Es uno de esos vampiros con los que preferiría no encontrarme a solas. A pesar de llevar el bar con suma eficiencia y de no haberme puesto encima un solo dedo, no dejaba de encenderme todas las alarmas. No soy capaz de leer la mente de los vampiros, razón por la cual me resulta refrescante estar con ellos, pero al notar esa distintiva sensación de alerta, no deseaba más que poder meterme en su cabeza para descubrir lo que se cocía en ella.
Felicia, la nueva barman, estaba sentada en el sofá, junto con Indira y Maxwell Lee. Era como una reunión de la Coalición del Arco Iris vampírica. Felicia era el producto de una feliz mezcla de razas, y casi medía 1,85, por lo que había bastante belleza que apreciar. Maxwell Lee era uno de los hombres de tez más oscura que había conocido. La pequeña Indira era hija de inmigrantes indios.
En la habitación había otras cuatro personas (digo «personas» por decir), y cada una de ellas me ponía nerviosa, aunque en grados diferentes.
Una de ellas era alguien que no contaba para mí. Tomando nota del código de los licántropos, lo trataba como a un miembro proscrito de la manada: renegaba de él. No pronunciaba su nombre, no le dirigía la palabra. No reconocía su existencia. Por supuesto, se trataba de mi ex, Bill Compton, ensimismado en un rincón de la habitación.
Apoyada en la pared junto a él estaba la vieja Thalia, que probablemente era más antigua que Eric. Era tan pequeña como Indira, y muy pálida, de pelo negro muy ondulado, y extremadamente grosera.
Para mi asombro, algunos humanos lo consideraban algo atractivo. De hecho, Thalia contaba con un buen puñado de seguidores que alucinaba cuando ésta empleaba su inglés afectado para decirles que se fueran a la mierda. Descubrí que incluso tenía una página web, creada y mantenida por sus fans. A saber. Pam me dijo que cuando Eric aceptó que Thalia se quedase a vivir en Shreveport, resultó ser como tener un pit bull mal entrenado atado en el patio. A Pam no le gustaba la idea.