Read Tengo que matarte otra vez Online

Authors: Charlotte Link

Tags: #Intriga, #Policíaco

Tengo que matarte otra vez (59 page)

BOOK: Tengo que matarte otra vez
2.1Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Pero ¿estamos cerca de Mánchester? —preguntó Gillian.

Tara asintió.

—En Dark Peak. La parte norte del parque nacional.

Gillian soltó un suspiro de desánimo. Por lo que sabía, el Peak District se dividía en dos partes: el Dark Peak en el norte y el White Peak en el sur. El White Peak estaba mucho más poblado que el Dark Peak, en el que predominaban sobre todo las turberas, que se extendían a lo largo de varios kilómetros en los que no había ni un solo asentamiento urbano. Los excursionistas a veces buscaban esa soledad, pero sin duda no en esa época del año. Estaban en el fin del mundo.

—¿Las tierras pertenecen a tu familia? —preguntó para continuar con la conversación.

Tara sonrió de forma irónica.

—¡Dios mío! Mi familia nunca ha tenido mucho dinero, no. Mi padre tenía un taller de bicicletas y se dedicaba a vender también ruedas usadas que previamente había reparado. Con eso mantenía la familia a flote, pero una propiedad como esta… ¡no se la habría podido permitir jamás!

—Pero…

—Sí, la cabaña está construida de forma ilegal, por así decirlo. Las tierras no pertenecen a nadie y por suerte a nadie le ha preocupado hasta ahora. Mis padres venían de vez en cuando de excursión, antes incluso de que yo naciera, y una vez mi padre le dijo a mi madre que construiría una cabaña aquí. Y lo hizo. —Miró a su alrededor con una expresión afectuosa en el rostro—. Nos gustaba venir, aquí pasamos unos fines de semana maravillosos. Mi padre y yo hacíamos muchas cosas juntos. Construíamos casas en los árboles, recogíamos flores silvestres, jugábamos a los indios y me enseñaba a seguir las huellas en el bosque. Mi padre me transmitió mucha energía. Para toda mi vida.

—Debió de dolerte mucho que muriera tan joven —aventuró Gillian. Movió discretamente las manos tras la espalda. Tenía la impresión de que el precinto que le asía las muñecas se había aflojado un poco. Todavía le faltaba mucho para poder aflojarlo lo suficiente, pero con un poco de paciencia tal vez podría llegar a sacar las manos. Por encima de todo debía ir con cuidado. Nada de movimientos bruscos. Tara no podía enterarse.

—Un infarto de miocardio —dijo Tara. Fue como si una sombra se hubiera apoderado de su rostro. Gillian casi podía notar físicamente el dolor y la tristeza que pesaban sobre aquella mujer décadas después de que hubiera ocurrido algo que para ella probablemente había sido inconcebible—. Sucedió un día cualquiera, estaba trabajando en el taller de bicicletas que tenía en casa, en el patio de atrás. Yo volví de la escuela y fui a verlo enseguida. Él me vio venir, se puso de pie, me sonrió y cayó muerto. Así de sencillo. Acabó muriendo en el hospital, un par de horas más tarde. —Movió las manos con inquietud—. Maldita sea, debería haber pensado en coger cigarrillos. Necesito fumarme uno ahora. ¡Mierda!

Su dolor se convirtió en rabia en un abrir y cerrar de ojos y Gillian se alarmó. De todos modos tenía la sensación de que Tara se había convertido en una especie de polvorín emocional. Nunca había visto a su amiga de ese modo. Tara siempre se había mostrado serena, equilibrada. Era evidente que había estado ocultándose tras una máscara. La de la fiscal elegante, bien peinada y maquillada, siempre tan sensata y tan prudente. Una mujer que regía todos los ámbitos de su vida de acuerdo con su sentido común.

¿Cuándo la había visto molesta o enfadada?, pensó Gillian. Le vino a la memoria un momento no muy alejado en el tiempo: cuando le había contado a Tara los antecedentes de John. No es que Tara hubiera explotado realmente con ello, pero su comportamiento no fue el típico en ese tipo de situaciones. ¿Era esa la clave?

¡Ojalá lo supiera!

—Tara —dijo Gillian—. Somos amigas. Y lo que ha sucedido…

—Ahórrate lo que ibas a decir —la interrumpió Tara con frialdad—. No eres amiga mía, Gillian. Lo eras. Antes. Pero me equivoqué contigo, desde el principio. Eres un poco como mi madre y eso es lo peor que puedo decir acerca de una persona. Mi madre, esa mujer tan simpática y sociable, seguramente nadie habría pensado que pudiera ser capaz de hacer nada malo. Le caía bien a todo el mundo.

—Tu madre… ¿no era tan simpática como todos creían? —preguntó Gillian en voz baja. Podía notar con claridad cómo se estaba aflojando el precinto. Le habría gustado poder dar una buena sacudida con los brazos, pero se controló. Mientras Tara tuviera cerca un cuchillo o una pistola, Gillian seguía encontrándose en inferioridad de condiciones incluso con las manos libres.

—Mi madre era débil. Durante mucho tiempo no me di cuenta de ello, porque mi padre le daba fuerzas. Pero cuando él murió, ella mostró su verdadera cara. Se pasaba día y noche llorando compungida. No podía hacer esto, no podía hacer aquello… por los nervios, por su salud. Mi padre tenía un seguro de vida que al principio nos sirvió para salir adelante, pero ¿crees que mi madre utilizó ese tiempo para buscarse un trabajo? ¿Para hacer algo que le permitiera reconducir su vida y la de su hija? No, lo único que hacía era sentarse en un rincón y llorar como una magdalena sin saber de qué íbamos a vivir. ¡Yo tenía ocho años! No podía ayudarla, era demasiado para mí.

—Pero de algún modo…

—… conseguimos tirar adelante. ¿Ibas a decir eso? —Tara asintió—. Sí, tiramos adelante. Después de llorar todo lo que tenía que llorar, a mi madre se le ocurrió una solución genial para nuestra situación. De hecho, es la solución típica para una mujer como ella. Se agenció otro marido. Simplemente no sabía vivir sin un hombre. Por aquel entonces tenía treinta y tantos años y era bastante atractiva. Podría haber elegido entre un montón de hombres amables y simpáticos.

Tara agarró la navaja con la que un rato antes le había cortado las ataduras de los tobillos a Gillian. Deslizó lentamente los dedos pulgar e índice de la mano derecha por el filo del arma. Gillian vio cómo en la yema del pulgar se practicaba un corte del que salió sangre.

—Pero eligió a Ted Roslin. Probablemente porque él debió de utilizar todas las dotes de seducción y agasajos posibles para hacerle creer que era una mujer fantástica. El hecho de que él no tuviera nada, de que no representara nada, a mi madre no le interesó lo más mínimo. Se le caía la baba, estaba fascinada por él. Se casaron poco después de que yo cumpliera los nueve años.

La sangre brotaba lentamente del fino corte, aunque no tardaría en sangrar más abundantemente.

—Pero luego le llegó el gran desengaño. Creo que casándose con mi madre Ted Roslin creía estar haciendo un buen negocio. Ella tenía la casa y el taller de reparación de bicicletas de mi padre, en el que Ted podría trabajar, puesto que no iba del todo mal. Pero mi madre no le interesaba para nada, al contrario de lo que había fingido antes de que se casaran. Ella lo dejaba completamente frío. En ocasiones pude oír cómo ella le suplicaba que la abrazara. Ella siempre quería acostarse con él, pero solo recibía evasivas. A Ted simplemente no le apetecía.

—¿Por qué no? —preguntó Gillian—. Si era joven y bonita…

—No le gustaban las mujeres —la interrumpió Tara—. ¿Comprendes?

—Oh —exclamó Gillian—. Pero… A finales de los setenta un homosexual podía… Quiero decir que no era necesario ocultar esa condición tras un matrimonio…

Tara la interrumpió de nuevo.

—Tampoco le gustaban los hombres —explicó Tara. Contempló satisfecha la sangre que le brotaba, cálida, y le manchaba ya la mano—. Le gustaban las niñas.

5

Por suerte, gran parte de la M1 en sentido norte estaba transitable y despejada de nieve. Avanzaban a buen ritmo. No tardaría en oscurecer y John no quería llegar muy tarde a Mánchester. Había localizado a dos mujeres llamadas Lucy Caine en la ciudad. Le faltaba el nombre compuesto y sin embargo estaba convencido de que una de ellas tenía que ser la madre de Tara. Dos direcciones. Tampoco era mucho trabajo comprobar las dos.

Junto a él, en el asiento del pasajero, iba sentado Samson Segal, tan nervioso como aliviado de poder acompañarlo y, al mismo tiempo, angustiado por el hecho de no tener ni idea de cómo saldrían las cosas. Tras aquella conversación desagradable con Christy McMarrow en Scotland Yard, John había acudido de inmediato a su piso para ducharse a toda prisa, descubrir la dirección de Lucy Caine y partir hacia Mánchester. Posiblemente estaba del todo equivocado, pero puesto que Mánchester era su único punto de referencia, concluyó que se aferraría a él. Tara Caine había crecido allí. Tal vez conocía desde la infancia alguna posibilidad de retirarse a la ciudad o sus alrededores. Si en realidad había puesto la vista en Gillian desde hacía tiempo debía de saber que la estaban buscando y necesitaba un lugar en el que poder sentirse segura durante una temporada.

Samson lo había esperado con mucha impaciencia y enseguida lo había asaltado con un torrente de preguntas que, sin embargo, John había cortado de inmediato.

—¿Que ha llamado a casa de Gillian? ¿Y le ha dejado una advertencia en el contestador automático?

Samson empalideció de golpe.

—Sí…

—Ha sido una imprudencia, Samson. Bastante irreflexivo por su parte. Gillian y la fiscal Caine han desaparecido. Y es posible que ayer estuvieran las dos en Thorpe Bay. Esperemos que Tara no haya oído su mensaje. De lo contrario, eso podría agravar el follón en el que Gillian anda metida.

—¿Por qué? —preguntó el hombre con horror.

John se enfadó. No debería haber dejado solo a Samson. Ese tipo tenía un talento especial para equivocarse en el momento más inoportuno.

—Si Tara Caine realmente es peligrosa, y por desgracia debemos suponer que así es, las oportunidades de que Gillian salga de esta sana y salva serán mayores si Caine no llega a saber que Gillian sospecha de ella. Si Gillian desconfía, Caine puede suponer un peligro para ella.

—Quería advertirla. Pensaba que…

—Pero no puede dejar un mensaje como ese en un contestador automático. No tiene ni idea de quién llegará a escucharlo.

De repente pareció como si Samson se hubiera sumido en una profunda depresión.

—¡Lo hago todo mal!

A John le habría gustado darle la razón en ese caso, pero en lugar de eso decidió tragarse la réplica. No conseguiría nada machacándolo más.

Cuando John le dijo que estaría fuera por lo menos un par de días, un escalofrío recorrió el cuerpo de Samson.

—¡Lo acompaño!

—No. Usted me espera aquí.

—Me gustaría ir con usted. Por favor, no haré nada sin pedirle permiso antes. Pero no puedo quedarme aquí esperando. ¡Me volveré loco!

John dudó al principio, pero al final había consentido. Samson sería más inofensivo si él lo tenía controlado. Además, tal vez surgieran situaciones en las que estaría bien tener a otra persona al lado.

—De acuerdo, pero con el pico cerrado, ¿comprendido? Y no haga nada sin consultármelo antes.

—Ya se lo he prometido. Hum… pero ¿adónde vamos?

—A Mánchester. Tara Caine nació y creció allí. No es más que una teoría que ha surgido de la mera desesperación, pero si Caine se ha sentido en algún momento entre la espada y la pared, es posible que haya intentado huir a un lugar en el que se sienta segura.

—¿A casa de sus padres? —preguntó Samson.

—Al parecer solo su madre seguía viva —contestó John—, y esta mañana temprano la policía de Mánchester la encontró muerta en su domicilio. La asesinaron y es probable que lo hiciera la misma persona que ha estado causando estragos por aquí. Posiblemente Tara Caine.

Samson se quedó boquiabierto.

—Dios mío…

—Vamos —ordenó John.

Cuando al caer la noche se acercaban ya a Mánchester, Samson preguntó lo que había querido saber todo el tiempo, algo que de forma clara lo había sumido en cavilaciones sombrías:

—¿Qué será lo primero que haremos cuando lleguemos allí?

—Buscaremos la dirección de la señora Caine —respondió John—. Y luego veré si puedo enterarme de algo. Tiene que haber algún vecino que conozca a la familia desde hace tiempo. Tal vez haya algún lugar al que les gustara ir. Existe la posibilidad de que Tara se haya escondido allí con Gillian.

Samson asintió. John le lanzó una mirada de soslayo. Lo vio inquieto y muy preocupado.

Ama a Gillian, pensó John. Le horroriza pensar en lo que podría pasarle.

—¿Cree que tenemos alguna posibilidad de conseguirlo? —preguntó Samson.

—Sería más fácil encontrar una aguja en un pajar —contestó John, pero añadió algo más para intentar levantar los ánimos—: ¡Ánimo, Samson! ¡Tampoco tenemos tan malas cartas!

Lo que no dijo fue lo que pensaba en realidad: ¿realmente tenemos alguna posibilidad?

Por lo menos había algo en lo que sí tuvieron suerte: la primera dirección a la que acudieron, en un suburbio de Mánchester, resultó ser la correcta. Una casa de ladrillo rojo, con un pequeño patio. Un rótulo indicaba la compraventa y reparación de bicicletas. Lo que más interesó a John, sin embargo, fue otra cosa: el precinto policial que estaba tensado frente a la puerta del patio. Eso indicaba claramente que se trataba del lugar en el que habían encontrado el cadáver de Lucy Caine-Roslin.

Aparcó justo al lado de un montón de nieve que estaba a un lado de la calle. Los dos hombres salieron del coche y enseguida los invadió un frío gélido. Al menos las farolas proporcionaban la suficiente luz. John no rezaba casi nunca, pero ante la posibilidad de seguir conduciendo esa noche, envió una breve oración jaculatoria al cielo: ¡Por favor, que no vuelva a nevar!

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Samson. Alzó la mirada hacia la casa, en la puerta, el viento ondeaba el precinto—. ¿Esta es la casa…?

—Sí —dijo John—, es esta.

La casa en la que había vivido y había muerto la madre de la fiscal. ¿Sería también la casa en la que Tara Caine había pasado la infancia? John tenía esa esperanza, porque solo en ese caso conseguirían la información que buscaban preguntando a los vecinos.

Eran poco más de las seis. En la mayoría de las viviendas las luces estaban encendidas. Sus habitantes estaban en casa y probablemente todavía no habían empezado a cenar. De hecho, no era un mal momento para lo que se proponía hacer.

—Haremos lo siguiente —expuso—, hasta cierto punto mostraremos nuestras cartas, pero no diremos nada acerca de Gillian ni del hecho de que Tara Caine podría ser una persona terriblemente peligrosa. Lo que sí les diremos es que la buscamos. Somos amigos suyos, de Londres. Seguramente en el barrio ya se sabe que hoy han encontrado a su madre asesinada. Esas cosas se saben enseguida. Tara ha desaparecido y estamos muy preocupados por ella. Nos gustaría saber si alguien conoce algún lugar al que pueda haberse retirado. ¿Comprendido?

BOOK: Tengo que matarte otra vez
2.1Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Shepherd's Crook by Sheila Webster Boneham
Nitro Mountain by Lee Clay Johnson
Rogue of the Borders by Cynthia Breeding
Call Me Michigan by Sam Destiny
The Prophet by Ethan Cross
June Calvin by The Dukes Desire
Wrath Games by B. T. Narro


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024