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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tarzán en el centro de la Tierra (8 page)

Ahora, el hecho de que los gorilas de aquel mundo interior hablaran ese lenguaje, o al menos pronunciaran una de sus palabras, sugería una de estas dos posibilidades: o que aquellos gorilas habían tenido alguna vez relación directa con los seres del mundo exterior, o bien que las leyes de la evolución de las especies eran tan fijas y exactas en todas partes, que aquellos gorilas hablaban ahora el primitivo lenguaje de los habitantes de la Tierra antes de llegar a la perfección que suponía el hombre.

De cualquier forma, a Tarzán le impresionó enormemente el hecho de escuchar aquella palabra que concordaba de modo exacto con otra de las habladas por los gorilas que fueron sus compañeros de infancia, los que le enseñaron el primer lenguaje de su niñez.

—¿Ka-goda? —repitió el monstruo que le tenía agarrado por el cuello.

—¡Ka-goda! —contestó Tarzán de los Monos.

El bruto que lo sujetaba bajó casi totalmente su garrote ante el asombro que le produjo oír que el prisionero hablaba el lenguaje de los gorilas.

—¿Quién eres tú? —preguntó en su lengua bestial.

—Yo soy Tarzán —repuso el hombre mono—; gran cazador y gran luchador. 

—¿Y qué haces aquí, en el país de M´wa-lot? —siguió preguntando el gorila.

—He venido aquí como amigo —contestó Tarzán—. Yo no he luchado contra tu pueblo.

El gorila acabó de bajar su enorme garrote, mientras que de los árboles vecinos acudían numerosos gorilas, hasta el punto de hacer inclinarse las gruesas ramas del que los sostenía bajo su peso.

—¿Cómo has aprendido la lengua de los sagoths? —preguntó el gorila—. Ya habíamos capturado antes otros gilaks, pero tú eres el primero que habla y comprende nuestro propio idioma.

—Es la lengua de mi pueblo —repuso Tarzán—. Cuando era un niño, aprendí esta lengua de Kala y de otros que lo hablaban en la tribu de Kerchak.

—Nunca hemos oído nombrar a esa tribu de Kerchak —dijo el gorila.

—Quizá nos está engañando —sugirió otro de los gorilas—. Matémosle, no es más que otro gilak.

—No —dijo un tercero—; llevémosle hasta M´wa-lot, y que toda la tribu de M´wa-lot pueda tomar parte en el sacrificio.

—De acuerdo —murmuró otro gorila—; llevémosle a la tribu, y mientras le matamos, danzaremos.

El lenguaje de los gorilas no es como los nuestros. Al oído humano, las palabras parecen ladridos o gruñidos, salpicados de vez en cuando por gritos o chillidos agudos, de modo que no es comprensible ni traducible a ningún idioma humano. Pero para Tarzán y los sagoths su lenguaje había expresado los pensamientos antes señalados.

Una vez decidida la suerte de su prisionero, los sagoths volvieron su atención sobre el tigre, que había regresado junto a su víctima, encima de la cual se había sentado. La bestia no comía, sino que miraba con ojos feroces a los seres de los árboles.

Mientras tres de los gorilas ataban las manos de Tarzán a sus espaldas con rústicas correas, los demás volvieron su atención hacia el tigre. Tres o cuatro de ellos se entretenían en lanzar sus enormes garrotes contra el felino, a intervalos tan maravillosamente calculados, que el tigre se limitaba a contenerlos con sus zarpas o a evitarlos con ligeros y rápidos movimientos. Mientras esto ocurría, los otros gorilas, los que ya habían arrojado sus armas contra el felino, bajaron al suelo a recogerlas con una agilidad y una presteza que habrían acreditado al más tardo mono de la selva. Y al mismo tiempo demostraban un gran valor, ya que muchos de ellos tenían que acercarse a recoger sus garrotes casi en las mismas garras del tigre.

Molido y apaleado, el tigre, incapaz de resistir por más tiempo aquella lluvia de duros garrotes, retrocedía palmo a palmo hasta que por fin, se dio la vuelta y huyó rápidamente perdiéndose entre el follaje del selvático bosque, donde se oyeron sus acelerados pasos durante largo rato. Entonces los sagoths, saltando todos a tierra, se precipitaron sobre el cadáver del thag y con sus poderosas garras empezaron a rasgar la carne de la bestia muerta, luchando a veces ferozmente entre ellos por la posesión de un pedazo escogido; pero a diferencia de ciertos hombres de baja calaña, no se hartaron glotonamente, sino que, una vez satisfecha su hambre, abandonaron el esqueleto y la carroña a los chacales y perros salvajes, que ya habían acudido en gran número.

Tarzán de los Monos, espectador silencioso de aquella escena salvaje, tuvo así ocasión de examinar más detenidamente a sus captores. Pudo darse cuenta ahora de que aquellos brutos parecían menos toscos que los gorilas de sus selvas africanas; pero aunque no eran, o no parecían al menos, tan enormes y pesados como bolgani, eran, sin embargo, fortísimos y terribles. Los brazos y piernas eran más humanos que simiescos, pero sus cuerpos, totalmente cubiertos de un vello espeso y oscuro, les daban un intenso aspecto bestial. Los rostros eran incluso de expresión más feroz que el de bolgani, pero el desarrollo de su cráneo revelaba cierta superioridad de su cerebro, lo que les acercaba más al hombre, a diferencia de los gorilas del mundo exterior.

Iban completamente desnudos, y sus únicas armas eran aquellos garrotes enormes. De todas formas, éstos parecían tallados o perfeccionados con algún instrumento o herramienta cortante y afilada, como en un intento por hacerlos más útiles y manejables como armas.

Terminada su comida, los sagoths emprendieron la marcha sendero adelante, en la misma dirección que llevaba Tarzán cuando hizo saltar el gatillo del cepo. Antes de partir, no obstante, varios de ellos arreglaron de nuevo la trampa cubriendo cuidadosamente la cuerda con hojas y tierra, y dejando el gatillo preparado y dispuesto para que lo volviera a hacer saltar el primer animal imprudente que cruzara por allí.

Tan seguros eran sus movimientos y tan hábiles sus dedos que Tarzán comprendió enseguida que, aunque aquellos brutos parecían en realidad bestias salvajes, hacía tiempo que habían entrado en un estadio casi humano. Quizás se hallaban en las primeras evoluciones del desarrollo del hombre, pero indudablemente eran semejantes a hombres primitivos aunque con rostro y cuerpo de gorilas.

Los sagoths al avanzar lo hacían erguidos y erectos, como seres humanos, aunque sus actitudes y movimientos recordaban a Tarzán a los gorilas de su selva ya que ni reían ni hablaban y su silencio y taciturno aspecto les daban un aire de brutos. De todos modos, algunos de sus sentidos estaban más desarrollados que en el hombre, como lo probaba la confianza que ponían en su oído y en su olfato más que en su vista, para protegerse de sorpresas y peligros.

Si comparados con los hombres podía habérseles tachado de parecer bestiales y hasta repulsivos, Tarzán les encontraba cierta majestuosidad y una bárbara belleza que le hacía evocar los rostros y el aspecto que debieron tener los hombres de la era prehistórica.

Los teóricos acostumbran a describir a los hombres de la prehistoria como unos animales débiles, temerosos y llenos de miedo, que recorrían el mundo en perpetuo terror y siempre huyendo de las bestias y demás animales que les perseguían sin cesar. Pero no es razonable pensar que una criatura tan mal dotada para atacar y defenderse hubiera podido sobrevivir sobre la faz de la Tierra si no hubiera tenido valor y coraje; por eso es fácil deducir que, al aparecer en el hombre los primeros albores de la razón, se desarrolló en él una personalidad compleja, un claro y al principio estúpido egotismo, una especie de loca vanidad, que hizo nacer en él la prudencia, pero no el miedo. De lo contrario, no podríamos admitir que un ser temeroso como un conejo hubiera sido capaz de luchar y vencer a monstruos prehistóricos tales como el mamut y el oso de las cavernas, utilizando armas tan simples como lanzas con punta de pedernal.

Los sagoths de Pellucidar podían haber sido, por tanto, iguales en su evolución a los hombres prehistóricos de nuestro mundo, o quizás se hubieran detenido en una escala evolutiva más baja que la nuestra. De todos modos, su aspecto no hablaba a Tarzán de decadencia ni de debilidad, sino, al contrario, en su porte y manera de conducirse le parecían animales superiores, muy confiados y seguros de sí mismos, como si se considerasen en lo más alto y fuerte de la creación, como si no temieran a nada. Y Tarzán comprendía esto mejor que nadie, porque él mismo se había criado en una selva y no había sentido jamás miedo ni temor por nada.

No habían avanzado una gran distancia desde el lugar donde habían capturado a Tarzán, cuando los gorilas se detuvieron junto al tronco enorme y hueco de un árbol caído junto al camino. Entonces uno de los gorilas empezó a golpear rítmicamente el tronco hueco. Un golpe, dos, tres; uno, dos, uno, dos, tres... Luego, tras una breve pausa, repitió los golpes. Cuando hubo dado la señal tres veces, hizo una pausa y se quedó esperando con el oído atento, mientras algunos de los otros se echaban al suelo pegando una oreja a tierra.

Débilmente a través del aire y más claramente a ras del suelo, llegó una señal que contestaba a la del gorila. Un golpe, dos, tres; uno, dos, uno, dos, tres...

Entonces los gorilas parecieron sentirse satisfechos y subieron a los árboles, sentándose cómodamente en ellos como si se dispusieran a esperar. Dos de ellos subieron a Tarzán, imposibilitado de hacerlo por sí mismo a causa de tener sus manos atadas a la espalda.

Tarzán, que había guardado silencio desde que se pusieran en marcha, se dirigió ahora a uno de sus guardianes.

—Quítame las correas que sujetan mis manos —le dijo—. Yo no soy enemigo vuestro.

—Tar-gash —dijo el gorila al que se había dirigido Tarzán—. El gilak quiere que le desate las manos. 

Tar-gash, un gorila enorme de blanquísimos colmillos, volvió su salvaje rostro hacia Tarzán, mirándole fijamente con ojos de afilada expresión. Le contempló durante unos instantes, y a Tarzán le pareció distinguir en las pupilas del bruto el resplandor de una nueva idea. Por fin, se dirigió hacia el sagoth que le había hablado.

—Desátalo —dijo.

—¿Por qué? —preguntaron al mismo tiempo numerosos gorilas en tono de desafío.

—Porque yo, Tar-gash, digo que lo desatéis —contestó el que parecía el jefe de aquellos brutos.

—¡Pero tú no eres M´wa-lot! ¡El rey es él! Si M´wa-lot ordena que se le desate, lo haremos.

—¡Pues yo no soy M´wa-lot y ordeno que lo desatéis, To-yad, y basta!

To-yad se puso entonces al lado de Tarzán.

—M´wa-lot no tardará en llegar —dijo—, y si él manda que se desate al prisionero, obedeceremos; pero nosotros no obedecemos las órdenes de Tar-gash.

Como una pantera, rápida y silenciosamente, Tar-gash se lanzó al cuello de To-yad. No hubo ni aviso ni vacilación por parte del atacante. Tarzán vio en ello una diferencia notable con los gorilas de sus selvas africanas, porque en ellas dos gorilas machos no se hubieran lanzado el uno contra el otro hasta después de haber rugido y danzado coléricamente frente a frente durante unos momentos. Por el contrario, el cerebro de Tar-gash había reaccionado con la misma rapidez y celeridad que el de un hombre, de modo que decisión y acción habían sido casi simultáneas.

El golpe del cuerpo de Tar-gash contra su enemigo fue tan terrible, que lanzó a To-yad por los aires, arrancándolo de la rama del árbol en el que se encontraba; sin embargo, tan acostumbrados estaban aquellos brutos a su existencia arbórea, que los dos, mientras caían por el aire, consiguieron asirse a la misma rama del árbol, y allí, peleando con la mano que les quedaba libre y con los dientes, mantuvieron el equilibrio durante unos momentos, antes de dejarse caer a tierra. Allí lucharon silenciosamente, lanzando únicamente sordos gruñidos, Tar-gash buscando la yugular de su enemigo con sus terribles colmillos, mientras que To-yad, completamente a la defensiva retorcía su rostro convulsivamente, hasta que, por fin, volviéndose de un modo vertiginoso emprendió una rápida fuga. Pero Tar-gash, saltando como si de un jugador de rugby se tratase, alcanzó las piernas de su enemigo y le hizo caer pesadamente a tierra. Un instante después estaba sobre él, pero en vez de hundir sus colmillos en la yugular de To-yad, optó por soltar un rugido bestial.

—¿Ka-goda?

—¡Ka-goda! —contestó el vencido.

Instantáneamente, Tar-gash se puso en pie y, con una agilidad inusitada, trepó de nuevo al árbol en el que se encontraban Tarzán y los dos gorilas que le custodiaban.

—Quitadle las correas al gilak —ordenó.

Al decir esto miró a su alrededor para comprobar si había otro gorila tan osado como To-yad. Pero nadie protestó ni dijo nada cuando uno de los dos guardianes desató las muñecas de Tarzán.

—Si intenta escapar, matadlo —ordenó Tar-gash.

Cuando se vio liberado, Tarzán pensó que le quitarían su cuchillo de caza. Había perdido su lanza, su arco y la mayoría de sus flechas, cuando el lazo le había lanzado por los aires; sin embargo, aunque estaban en el suelo, cerca del cepo, los sagoths no habían prestado atención a aquellos objetos. Ni siquiera se la prestaban ahora a su cuchillo. Aquello no lo entendía, a no ser que ignorasen el uso de aquel arma o que considerasen a sus prisioneros con tal desdén, que no se tomasen las molestias de desarmarlos.

To-yad acabó por subir también furtivamente al árbol, pero fue a sentarse solo y encogido algo más lejos.

De pronto, Tarzán oyó un ruido débil y lejano que parecía acercarse, y lo oyó un momento antes de que lo percibieran los sagoths.

—Ya vienen —dijo Tar-gash.

—Viene M´wa-lot —dijo otro sagoth a To-yad.

Tarzán comprendió por qué habían hecho sonar aquella especie de tambor primitivo, pero lo que no acababa de entender era por qué los sagoths permanecían agrupados e inmóviles.

Cuando por fin llegaron los otros, no le fue difícil a Tarzán reconocer a M´wa-lot, el rey de aquellos sagoths. Era un ser gigantesco que avanzaba al frente del grupo que se aproximaba; un gorila de apariencia bestial, con parte de los hirsutos pelos de su rostro tan canosos, que éste tenía un aspecto azulado.

Tan pronto como los sagoths que acompañaban a Tarzán se hubieron convencido de la autenticidad de los que se acercaban, descendieron todos de los árboles. Cuando el grupo de M´wa-lot llegó hasta unos veinte pasos de ellos, el rey se detuvo.

—¡Yo soy M´wa-lot —dijo—, y conmigo viene el pueblo de mi tribu!

—¡Y yo soy Tar-gash —contestó el que parecía capitanear a este otro grupo—, y conmigo están otros sagoths de la tribu de M´wa-lot!

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