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Authors: Elaine Cunningham

Tags: #Aventuras, #Fantástico, #Juvenil

Sombras de Plata (2 page)

Emergió en un claro rodeado de vegetación en mitad del bosque. Un puñado de mariposas revoloteaba sobre las flores que despuntaban en la superficie de hierba y los robles centenarios que circundaban el calvero se veían envueltos con el vivo tono verdoso de principios de verano. Era un paisaje que podía encontrarse en bosques de cualquier zona, salvo por un aura de energía misteriosa tan penetrante como la luz del sol. Laeral respiró hondo, en un intento de absorber la magia y el gozo profundo que destilaba el aire de Siempre Unidos, la tierra natal de los elfos.

En el centro del calvero había una mujer elfa casi tan alta como Laeral, envuelta en un vestido de seda de color gris, un tono que los elfos asociaban con el luto. Los ojos vividamente azules de la elfa habían visto nacer y morir varios siglos, pero su rostro conservaba la juventud y el brillo ardiente de sus cabellos rojizos no se veía empañado por el tiempo. La mujer elfa llevaba una diadema de plata en la frente pero era su porte real y la aureola de poder que la envolvía lo que la proclamaba Dama de Siempre Unidos, reina de Todos los Elfos.

—Saludos, Laeral, amiga de los elfos —murmuró la reina Amlaruil en un tono de voz que era suave como la música y el viento.

Laeral se inclinó en una reverencia pero la dama elfa le indicó con un gesto que se pusiera de pie. Una vez dispensadas de cumplir con las formalidades, las dos mujeres estallaron en carcajadas y se abrazaron como hermanas.

Con las manos cogidas como colegialas, se sentaron en un tronco caído y se pusieron a cotillear como si fueran dos despreocupadas doncellas y no dos de los seres más poderosos de todo Toril.

No obstante, pronto la conversación giró hacia temas que requerían su atención.

—¿Qué nuevas traes esta vez a Siempre Unidos, y por qué esta urgencia? — preguntó la reina.

—Otra vez los Arpistas —respondió Laeral, lacónica.

El suspiro de Amlaruil evocaba un dolor antiguo pero profundo.

—Sí, como de costumbre. ¿Qué sucede ahora?

—Parece que varios elfos del bosque de Tethir están atacando granjas y caravanas.

—¿Por qué?

—¿Cuántos motivos quieres que te enumere? Como ya sabes, en un tiempo no muy lejano, todos los elfos que construyeron su hogar en tierras de Tethyr, incluidos aquellos que fueron a instalarse en el bosque de Tethir, sufrieron grandes penurias a causa de los dirigentes humanos. Según todos los indicios, parecía que la destrucción de la familia real de Tethyr iba a poner fin a toda esta persecución, pero es posible que los elfos estén tomando represalias por errores pasados. También puede ser que, como en tierras de Tethyr sigue imperando el desgobierno y el caos, las colonias humanas, las rutas comerciales y los cazadores furtivos estén invadiendo las tierras elfas. Quizá los humanos estén presionando a los elfos y éstos se estén defendiendo.

—Cosa muy natural. ¿Qué interés tienen los Arpistas en todo esto?

—Quieren promocionar una especie de asentamiento, un compromiso que ponga fin a los tumultos y apacigüe, al menos en parte, las inquietudes de ambas partes.

—Ah, sí. —Amlaruil se detuvo para esbozar una ceñuda sonrisa—. Firmamos un acuerdo parecido en los bosques de Cormanthor hace unos años...; y dime cómo se mantuvo ese acuerdo, amiga mía, y durante cuánto tiempo. Dime cuántos elfos viven hoy entre esas arboledas...

La pregunta no había sido formulada para obtener respuesta. Laeral se limitó a corroborar las palabras de la reina con un ligero ademán.

—He discutido precisamente ese punto con muchos Maestros Arpistas, pero el declive de los elfos no es un tema que tradicionalmente los Arpistas hayan enfocado bien.

—Ni su alardeada inquietud por mantener el Equilibrio —murmuró la reina.

—¿Qué significa el Equilibrio para alguien cuya vida no sea tan larga como la tuya o la mía? —apuntó Laeral—. La preocupación de los Arpistas es verdadera, pero su amplitud de miras es a todas luces escasa. Están más preocupados por la interrupción del comercio y por la posibilidad de un incremento de los alborotos en Tethyr.

—¿No puedes hacerles entender lo que esos compromisos significan para el Pueblo elfo?

—Si dispusiera de varios siglos de tiempo, sí —murmuró Laeral en tono taciturno—. Khelben lo entiende, a su modo, pero sus inquietudes se centran en los asuntos de Aguas Profundas. Y de verdad cree que un compromiso sería la mejor solución, no sólo para los intereses comerciales de la ciudad, sino para los propios elfos. Cree que es su mejor alternativa de supervivencia. Los humanos de Tethyr no son tan tolerantes como lo eran otras razas hace diez o veinte años y no tardarán en responder a la provocación y volverse contra los elfos. Hay demasiados hombres ambiciosos en Tethyr que están al acecho de cualquier oportunidad que se les presente para hacerse con el poder, y mucho me temo que la destrucción de los elfos pueda llegar a ser causa suficiente. Ya sabes lo que sucedió durante el tiempo en que gobernó la casa real. Si a eso unes que ahora no hay una ley que impere en estos territorios, las consecuencias pueden ser nefastas.

—Entonces sólo nos quedará la Retirada —musitó la reina elfa. Luego, se quedó unos instantes en silencio como si dejase que la decisión enraizara en su interior; al cabo, se reafirmó—. Sí, los
Sy-Tel'Quessir
deberán iniciar la Retirada —decretó, utilizando la palabra elfa que designaba a los habitantes de los bosques—. Enviaré de inmediato a un embajador que les ofrezca un paraíso en los bosques centenarios de Siempre Unidos.

—¿Y si se niegan?

La reina ya había pensado en aquella posibilidad.

—Pues ellos, al igual que gran parte de nuestro Pueblo, desaparecerán de la tierra —respondió con resignación—. Ha llegado el ocaso para los
Tel'Quessir
, amiga mía, lo sabes tan bien como yo. No podemos mantener a raya a la oscuridad para siempre.

—¡Pero espero que esa noche tarde en llegar! —deseó con fervor Laeral—. En cuanto a los Arpistas, créeme cuando te digo que a veces pienso que el mejor modo de controlar su entusiasmo es trabajar codo con codo con ellos —añadió la maga en un tono jocoso que insinuaba que era una táctica que había tenido que usar en su vida privada—. De una cosa puedes estar segura: los Arpistas actuarán con o sin tu beneplácito.

—¿Qué me sugieres?

—Envía a un agente Arpista a la fortaleza arbórea de los elfos para que presente tu invitación..., un Arpista que tenga como objetivo de trabajo el Equilibrio que favorecerá a la comunidad elfa. Así, si los elfos del bosque se niegan a retirarse a Siempre Unidos, tendrán al menos un abogado defensor. Es más de lo que podrían obtener de otro modo.

Amlaruil estudió el semblante de su amiga. La vacilación que asomaba a los ojos verde plateado de Laeral sugería que aquel asunto probablemente escondía algo más profundo, algo de lo que la maga no podía hablar con facilidad. No obstante, rara vez había visto titubear a Laeral. Un mal presentimiento atenazó la garganta de Amlaruil, pero se dispuso a esperar con paciencia elfa a que la mujer encontrara el modo y el momento de hablar.

—Digamos que estaría de acuerdo con semejante plan —sugirió la reina, con calma—. ¿Tenéis un agente elfo entre los Arpistas? ¿Un elfo del bosque, uno que conozca esa comunidad en concreto?

—No —admitió Laeral.

—Entonces no veo cómo puede tener éxito vuestro plan. La mayoría de los
Sy-Tel'Quessir
tienen un carácter reservado y desconfían de los elfos procedentes de otras tribus. El Pueblo de Tethir no me ha jurado lealtad y es posible que rehúse recibir a un embajador procedente de la isla. Además, con la presión que tienen que soportar, lo más probable es que maten a cualquier persona no elfa que se aventure a adentrarse en su fortaleza oculta. No, me parece que tu agente Arpista tendría pocas posibilidades de salir con vida de allí, e incluso menos opciones de tener éxito en su misión.

Laeral no respondió de inmediato, y la reina optó por no presionarla. Su silencio se vio colmado por los sonidos del bosque elfo: el rumor de las hojas, el suave zumbido de los insectos mezclado con el alegre piar de los pájaros silvestres. El calvero era un lugar de belleza inconmensurable, rodeado y alimentado por la magia antigua de Siempre Unidos. Aquella isla era el último reducto paradisíaco de los elfos, y la paz y la seguridad que emanaban de ella pocas veces habían sido violadas. Consciente de eso, la maga meditó con cuidado sus palabras, porque lo que estaba a punto de proponer evocaba de pleno los recuerdos más dolorosos de los elfos y tocaba las penas más profundas de la reina.

—Tenemos a una Arpista semielfa apostada en una ciudad cercana al bosque de Tethir —murmuró Laeral con lentitud—. En otras misiones se ha hecho pasar con éxito por elfa y ha resultado muy convincente e ingeniosa. Estoy segura de que podría hacerse un lugar en la comunidad del bosque.

El rostro de la reina se puso en alerta de inmediato y desvió la vista hacia la reluciente puerta oval que había traído a Laeral del continente a Siempre Unidos. Era un puente mágico entre el mundo de los elfos y el de los humanos y había sido construido gracias a una chispa de vida que se había convertido en una criatura semielfa..., una criatura que Amlaruil no era capaz de recordar sin pesar, puesto que la puerta había costado a Amlaruil la vida de su amado esposo. El dolor no suele ser aliado de la razón y, en la mente de Amlaruil, aquella criatura y el mortífero portal eran una sola cosa.

—Sí —musitó Laeral para confirmar la conclusión tácita a que había llegado la reina. Cogió entre sus manos los puños apretados que Amlaruil tenía sobre el regazo—. Sabes de quién estoy hablando. Es semielfa de nacimiento, pero está dispuesta a hacer cualquier cosa a favor del Pueblo y lo ha demostrado una y otra vez. Quizá sea su modo de reclamar la herencia que se le ha negado.

La reina apartó las manos de su amiga con una expresión implacable en el rostro.

—La semielfa porta la espada de Amnestria —afirmó con frialdad—. Una hoja de luna es mayor herencia de la que obtienen muchos elfos de sangre noble y sin duda constituye más honor del que ella se merece.

—Me da la impresión de que el acero es una compensación muy fría —apuntó Laeral—. Y, en cuanto al honor, sea o no semielfa, blande la espada de Amnestria, un arma tan poderosa que muchos guerreros elfos no podrían siquiera tocarla y seguir con vida. Piensa en ello, amiga mía: ¿qué mejor argumentación puede haber a favor de la muchacha?

Amlaruil se volvió con brusquedad para quedarse observando con mal disimulado odio la puerta mágica que tanto le había costado. El deber y el pesar pugnaron por asomar a su delicado rostro durante unos instantes largos y agónicos. Al final, alzó la barbilla en un gesto propio de la realeza y volvió a observar a su amiga.

—¿De verdad crees que eso..., que ella es quien mejor puede llevar a cabo la tarea, que gracias a su esfuerzo podrán ahorrarse vidas entre nuestro Pueblo del bosque?

Laeral asintió, con sus ojos plateados repletos de compasión por la solitaria mujer elfa y admiración por la orgullosa reina.

—Entonces, que así sea. —La reina Amlaruil se puso de pie y pronunció las palabras como si se tratara de un anuncio real—: El embajador de Siempre Unidos en el bosque de Tethir será la Arpista conocida con el nombre de Arilyn Hojaluna.

La reina se volvió y echó a andar hacia el palacio.

—Que así sea —repitió para sí en un murmullo que parecía demasiado frágil para el peso de la amargura que traducía—. Pero juro ante todos los dioses del Seldarine que los elfos habrían sido más afortunados si la espada que porta se hubiera rebelado en su contra.

2

Tethyr era una ciudad de contrastes y contradicciones. Las tradiciones antiguas y los usos modernos, las pretensiones de la realeza y el fervor por la igualdad convivían de forma inestable en una tierra cuya complejidad natural sólo era comparable a sus recientes infortunios. Encajada entre los páramos y montañas de Amn y los vastos reinos desérticos del sur, Tethyr poseía una vegetación propia de tierras más septentrionales y un clima templado. El territorio era una mezcolanza de fértiles tierras de labranza, profundos bosques y colinas bañadas por el sol tan secas e inhóspitas como un desierto. Las costumbres y los intereses de los habitantes de la zona eran tan diversos como la misma tierra.

Pero Espolón de Zazes, la ciudad más importante de tan agitado territorio, estaba decantada de pleno hacia el sur. La ciudad portuaria se reflejaba en una bahía de aguas profundas, en plena desembocadura del río Sulduskoon, y por ella pasaban importantes rutas comerciales. Espolón de Zazes controlaba el comercio y el tránsito de viajeros de muchos territorios, pero su actual dirigente, un sureño llamado Balik, se esforzaba por limitar la influencia de los extranjeros. Nieto de un comerciante calishita, se había nombrado a sí mismo bajá y cultivaba un esplendor oriental, y un desprecio por todo lo norteño, que evocaba las costumbres de sus antepasados. Desde que el bajá Balik se había alzado con el poder una docena de años atrás, grandes zonas de la ciudad habían adquirido un tono decididamente sureño. En Espolón de Zazes podía verse reflejado lo mejor y lo peor de la gran ciudad de Calimport: lustrosos palacios de mármol blanco, recortados jardines repletos de plantas exóticas, anchas avenidas y mercados al aire libre perfumados de especias raras se disputaban el espacio con barriadas de chabolas y callejones estrechos donde imperaba el crimen.

No obstante, aunque pareciese una contradicción, la mayoría de las actividades ilegales de Espolón de Zazes se llevaban a cabo en los barrios más elegantes de la ciudad. La Escuela del Sigilo, un lugar donde se enseñaba todo tipo de artes marciales y que era en realidad una fuente oculta de suministros para la poderosa Cofradía de Asesinos, estaba situada en un extenso recinto en las afueras de la ciudad. Las intrigas estaban siempre en boga en la ciudad, y los precios de mercado de los servicios de un asesino eran elevados.

Y también lo era el precio por la vida de un asesino.

Arilyn Hojaluna caminaba con paso ligero por el estrecho callejón trasero que conducía a la Cofradía Femenina haciendo menos ruido que su sombra. Era una mujer esbelta de metro ochenta de estatura, con cabellos negros como el cuervo que caían ondulados sobre los hombros y unos ojos de un tono azul oscuro poco usual salpicados de vetas doradas..., unos ojos muy hermosos que podrían haber servido de inspiración a los juglares, si no hubiesen reflejado tanta cautela y severidad. Pálida como la luz de luna y alerta como un gato al acecho, Arilyn tenía un aspecto tenso y atento, y la mirada precavida y nerviosa de quien se detiene poco a comer y a dormir. Un asesino tenía pocas alternativas: o vigilaba constantemente, o moría.

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