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Authors: Frank Thompson

Símbolos de vida (16 page)

—¿Eres un fantasma? —preguntó él por fin.

—Soy... yo misma —respondió con expresión concentrada, como si le costara encontrar las palabras adecuadas.

—¿No estoy soñando? —lo intentó de nuevo Jeff.

—La vida es un sueño —rió ella y añadió—: Boga, boga, boga, marinero.

—¿Por qué has venido?

Savanah volvió a mirarlo pensativa. A él le recordó alguien de un país extranjero intentando traducir sus pensamientos a un id ioma con el que estuviera poco familiarizado.

—He venido... he venido para que sepas.

—¿Que sepa qué?

—¿Qué quieres saber?

Jeff abrió los brazos como intentando abarcar el mundo que lo rodeaba y gritó:

—¡Quiero saberlo todo!

—Típico de ti. Siempre quieres más de lo que puedes abarcar.

—Está bien... —aceptó él, agitando la cabeza—. Entonces, quiero saber todo lo que puedas contarme.

Savanah volvió a fruncir el ceño, pensativa.

—No será fácil explicártelo. La verdad es que no puedo
contarte
muchas cosas, pero sí puedo hacer que
sepas
—y se levantó—: No puedo quedarme más tiempo.

—No... por favor... suplicó, abalanzándose hacia ella.

—Recuerda, no puedes tocarme —advirtió la joven, retrocediendo un paso.

Jeff dejó caer los brazos, que quedaron colgando como muertos a sus costados.

—No te vayas, por favor. Te he echado tanto de menos...

—Lo sé.

—Fue lo más estúpido que he hecho en mi vida... —las lágrimas empezaron a surcar sus mejillas.

—Lo sé.

—¿Me odias? —preguntó él, llorando.

Savanah sonrió más ampliamente.

—Te quiero, Jeff. Y te querré siempre. He venido hasta ti, ¿no? Desde más allá de la muerte. Desde más allá del tiempo. Nadie hace un viaje así si sólo odia.

—Te quiero —confesó él—. Eres la única mujer que jamás he amado.

—Eso también lo sé. No te preocupes, todo va bien.

Sus contornos empezaron a desdibujarse.

—¡No! —gritó Jeff—. ¡Todavía no! ¡Háblame! —hizo un gesto abarcando el estudio y las grotescas obras que lo llenaban—. ¿Qué es todo esto?

La voz de Savanah era débil y su rostro parecía estar tras una nube de vapor.

—Son instrucciones. De mí para ti. Y de ti para mí.

Y entonces, desapareció.

Jeff se dejó caer al suelo con el cuerpo sacudido por los sollozos. Apretó el talismán entre sus manos y lloró durante lo que le parecieron horas. Después, repentinamente, dejó de llorar y se puso en pie con una mirada luminosa en los ojos. No sabía explicar cómo o por qué, pero ahora
sabía.
Lo que Savanah había dicho era verdad. No podía explicarle nada, pero podía hacer que supiera. Y ahora sabía.

"Son instrucciones, había dicho, de mí para ti y de ti para mí".
Savanah había dibujado los diseños en su cuaderno de bocetos sin saber porqué. Y una vez llegó a la isla, Jeff empezó a realizarlos por sí mismo. Por entonces pensó simplemente que eran diseños abstractos, interesantes pero sin sentido; y después de que le vinieran a la mente casi diariamente, creyó que su arte tenía una especie de motivo siniestro. Se había sentido impelido a tallar el talismán tras ver que Savanah se lo mostraba en su sueño y, equivocadamente, supuso que serviría para protegerse del mal que encontró en las cuevas.

Pero el talismán y los demás dibujos sólo eran, tal como Savanah le había explicado, instrucciones, señales que le permitieron encontrarla a ella y encontrarlo a él, aunque habitasen en dimensiones distintas. Jeff dijo una vez que los dibujos parecían jeroglíficos de una civilización que nunca existió y Savanah había respondido:
"No estés tan seguro".
Ahora, él sabía que ese idioma existía y que siempre había existido, pero era un idioma que únicamente podían comprender dos personas, un idioma que los uniría en el momento en que más lo necesitaran.

Y Jeff también sabía ahora, lo que le llenaba de un enorme alivio, que Savanah no se había suicidado. Cuando apareció en su sueño con las venas cortadas, supuso lógicamente que ella se había causado aquellas heridas y se culpó a sí mismo por provocar tanta desesperación en una persona. Ahora podía imaginar la terrible secuencia de acontecimientos de su último día como si lo hubiera presenciado.

Tres días después de que jeff la dejara llorando histéricamente en medio de sus maletas, Savanah se despertó sintiéndose enferma. Corrió al cuarto de baño y vomitó hasta que no quedó nada en su estómago excepto bilis. Tras unos cuantos días de similares ataques de náuseas, se dio cuenta de que su menstruación se retrasaba. Tres días más de lloros y preocupaciones, y se fue a visitar al ginecólogo, que la examinó y la felicitó por la próxima llegada de su primer hijo.

Jeff ya se había marchado a Australia y Savanah no supo qué hacer. El había dejado muy claro que no quería tener nada que ver con ella. Si lo llamaba y le decía que estaba embarazada, pensaría que estaba intentando atraparlo a toda costa, ligarlo a unas obligaciones que lo atarían toda la vida. Y no quería, no podía enfrentarse a la posibilidad de que reaccionase con disgusto, horror o rabia. Pero también sabía que no estaba bien tener al niño y criarlo sin notificárselo.

Savanah esperaba que Jeff volviera a Lochheath hacia principios del verano, poco después de su graduación, y pensó que hablaría con él entonces. En ese momento estaría muy embarazada e intentaría explicarle, lo más tranquila y racionalmente posible, que no esperaba nada de él y que si quería tener relación con su hijo, intentaría ser lo más colaboradora posible.

Fue entonces cuando Savanah oyó comentar a alguien de la facultad que jeff no regresaría según lo planeado, sino que volaría de Sidney a Los Angeles, que quizás no volvería a Escocia en todo un año, que era incluso posible que no lo hiciera nunca. Se marchó a su casa sin saber qué hacer.

Cuando llegó a su apartamento, se fijó en su cuaderno de bocetos abierto sobre la mesa de la cocina y se sorprendió. Como era un amargo recuerdo del tiempo pasado con Jeff, creía haberlo guardado en un cajón cerrado con llave. Pero, ahora, estaba abierto por las páginas que mostraban los extraños e inexplicables dibujos que ella misma realizara. Uno de ellos captó especialmente su atención. Cuando lo hizo, sólo le pareció un conjunto de líneas y curvas sin sentido, aunque ligeramente inquietante. Ahora, en el dibujo le parecía ver claramente un avión con el número 815 escrito en él.

Savanah se quedó atónita. Sabía que ella no había dibujado aquello.

Otros miembros de la facultad —incluso algunos alumnos— mantenían correspondencia con jeff mientras se encontraba en Sidney, así que no le costaría nada averiguar el nombre del hotel donde se alojaba. Cuando lo consiguió y lo llamó, descubrió que ya lo había abandonado para dirigirse al aeropuerto. Preguntó por la compañía en que viajaría, y el encargado del hotel que le pidió un taxi le informó de que Jeff volaría en Oceanic.

La chica corrió hacia su ordenador, lo conectó y buscó información de los vuelos de Sidney a los Angeles de aquel día. Sólo había uno.

El vuelo 815.

Presa del pánico, Savanah salió del apartamento, subió en su coche y condujo a toda velocidad hacia el aeropuerto local. No sabía exactamente qué podría hacer una vez llegase allí, pero tenía la vaga idea de dirigirse a Los Ángeles, de que tenía que proteger a Jeff.

El tráfico era enloquecedoramente lento en la carretera del aeropuerto y Savanah mantuvo la mano en el claxon de su coche casi todo el tiempo, aún sabiendo que eso no conseguiría acelerar el ritmo de los demás. Cuando se encontró atrapada en un atasco fenomenal, metió impulsivamente el coche en el arcén para intentar superar la fila de coches por la izquierda. Pero el arcén era más estrecho de lo que había esperado y el coche resbaló, terminando por caer en un barranco. Instintivamente, Savanah soltó el volante e intentó protegerse la cara del impacto con los brazos. En el momento del choque, se vio impulsada hacia delante y ambos brazos golpearon el parabrisas; el cristal, astillado, abrió profundos cortes en las venas de sus muñecas.

Savanah retiró los brazos, dándose cuenta de la cruel ironía: de haber mantenido ambas manos en el volante, seguramente habría salido indemne de la caída. Contempló asombrada como su sangre manaba en espesos y oscuros geiseres. Miró a un costado y vio a una vaca pastando, observándola con bovina curiosidad. Seguía contemplando los enormes ojos de la vaca cuando todo se volvió negro.

 

Savanah supo que Jeff tenía que ser protegido de algo e intentó acudir en su ayuda. Y ahora, mientras las lágrimas volvían a inundarle los ojos, él sabía que, incluso después de la muerte, ella había descubierto que uno de los misterios de la isla representaba el mayor peligro al que se hubiera enfrentado nunca. Y por eso volvió. Para rescatarlo. Para salvarlo

Las motas de luz empezaban a menguar y el interior del estudio quedó casi completamente a oscuras antes de que Jeff se moviera. Tuvo la impresión de que había estado durmiendo, pero sabía que no era así. Le dio la impresión de haber soñado, pero sabía que no era así. Sabía que sólo había estado escuchando todo lo que Savanah le contaba.

—23—

Brillantes rayos dorados y azules surcaban el cielo mientras el sol se preparaba para sumergirse tras el horizonte. En ciertos momentos de su vida, Jeff lo hubiera comparado con una hermosa pintura de Maxfield Parrish, pero ahora se limitaba a disfrutar de la belleza del atardecer por sí misma, sin comparaciones. Cuando emergió del estudio con los brazos llenos de las obras creadas en la isla, hizo unos segundos de pausa para recrearse con aquellos vibrantes colores. Todas las estatuas, las esculturas, las tallas, los dibujos, todo lo realizado desde su llegada a la isla, quedó amontonado informalmente en la playa, cerca de las enormes piezas de fuselaje que servían de monumento al vuelo 815.

Aunque, "informalmente" fuera quizá una palabra equivocada. Jeff había reunido las piezas, transportadas a través de la arena y preparadas para algo muy parecido a un ritual. Sin Savanah, el estudio sólo era un lugar oscuro y frío lleno de recuerdos amargos por todo lo perdido a causa de su propio orgullo y de su propia estupidez. En la isla había cosas mucho más misteriosas, mucho más terroríficas y mucho más peligrosas. Pero, claro, pensó Jeff, ¿no podía decirse lo mismo de casi cualquier lugar del mundo? En aquella remota isla tropical también existía belleza y, al menos, un cierto potencial para la tranquilidad. Tomaría tanto lo bueno como lo malo y sacaría todo el partido posible de ello.

Jeff vio a Kate sentada, hablando con Sun. Las llamó, y ambas mujeres giraron sus cabezas hacia él. Kate se levantó, le dijo algo a su amiga y se acercó corriendo a Jeff.

—Hola. ¿Haciendo limpieza? —preguntó extrañada.

Jeff asintió.

—Como está oscureciendo, he pensado que todo esto haría una buena fogata. ¿Me ayudas?

—Está refrescando un poco —respondió la chica, sonriendo—, Encendamos un fuego.

Jeff tomó la hoja de papel en la que había dibujado las sombrías criaturas y la arrugó hasta formar una bola. Sacó un mechero proporcionado por Sawyer, lo encendió y acercó la llama al papel. Cuando prendió, lo colocó cuidadosamente en el hueco dejado en la base de la pila de objetos. El papel, las hojas y la madera seca no tardaron en llamear.

"Ahora, todas esas cosas horribles muestran toda su belleza",
pensó Jeff.

—Precioso —comentó Kate.

—Sí —asintió él—. Es como una pira funeraria, ¿verdad?

—Bueno, señor Morboso, encantada de conocerlo.

Jeff rió abiertamente.

—No, me refería a la parte positiva. Esto es el funeral de muchas cosas malas. Que les aproveche.

Contemplaron las llamas amarillas y anaranjadas refulgir unos segundos. Entonces, Kate dijo:

—No me has contado qué pasó realmente, ¿sabes?

—¿En la cueva? Claro que sí.

—¡Eh, no intentes mentirle a una mentirosa! —rió ella—. Aquel día pasó algo más, algo que no le has contado a nadie.

El rostro y los ojos de Jeff reflejaban el fuego, mientras pensaba si contarle a la chica la historia de Savanah.

—¿Crees en fantasmas? —preguntó tras un momento.

—No —dijo Kate.

—Yo tampoco. Pero sí creo en ángeles.

 

A la mañana siguiente, Jeff despertó una vez más en su estudio. Ahora que toda su producción artística era un montón de cenizas, el lugar volvía a parecerle positivamente alegre. Las cuevas a las que se trasladaban muchos de los náufragos podían ser más seguras, de acuerdo, pero Jeff había decidido que su estudio le gustaba y pensaba quedarse allí.

"Pero sé de algo que lo animará todavía más",
pensó.

Tomó una hoja de papel de la maleta donde la guardaba y alisó las arrugas. Entonces, la dejó en el suelo y la clavó en un grueso tallo de bambú. Era el superhéroe que Walt dibujara al día siguiente del incidente de la gruta.

"No puedo conseguirle un cristal, pero sí tallar un bonito marco",
pensó.
"Será un buen proyecto".

Se sentó y contempló sonriendo el dibujo unos segundos. Y se dio cuenta de que, por primera vez en todo un mes, se había despertado con ganas de crear algo. Cogió otra hoja de papel. No le quedaban muchas, en adelante tendría que ir con mucho cuidado.

Colocó el maletín sobre sus rodillas para utilizarlo como mesa de trabajo, empuñó uno de los dos lápices que aún sobrevivían y empezó a dibujar.

Ahora ya no trazaba las formas extrañas y amenazadoras de sus trabajos previos en la isla, sino el retrato de Savanah; ahora no reflejaba fondos surrealistas, ni homenajeaba a otros artistas o a otros estilos. Sólo era un rostro de mujer, representado con tanto detalle como sólo el amor podía reunir, una imagen de optimismo, belleza y tranquilidad. Era un retrato que, esperaba Jeff, lo ayudaría a liberarse de las horribles equivocaciones del pasado.

La última vez que vivo viva a Savanah, lloraba agónicamente por el dolor que él le había causado. Las últimas palabras que le había dirigido eran: "No pasarás un solo día de tu vida sin pensar en mí".

Jeff Hadley sonrió y siguió dibujando. La predicción de Savanah se había cumplido. Y supo que seguiría cumpliéndose el resto de su vida.

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