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Authors: Jane Austen

Tags: #Clásico,Romántico

Sentido y Sensibilidad (22 page)

BOOK: Sentido y Sensibilidad
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—¡Invitado! —exclamó Marianne.

—Así me lo ha dicho mi hija, lady Middleton, porque al parecer sir John se encontró con él en alguna parte esta mañana.

Marianne no dijo nada más, pero pareció estar extremadamente herida. Viéndola así y deseosa de hacer algo que pudiera contribuir a aliviar a su hermana, Elinor decidió escribirle a su madre al día siguiente, con la esperanza de despertar en ella algún temor por la salud de Marianne y, de esta forma, conseguir que hiciera las averiguaciones tan largamente pospuestas; y su determinación se hizo más fuerte cuando en la mañana, después del desayuno, advirtió que Marianne le estaba escribiendo de nuevo a Willoughby, pues no podía imaginar que fuera a ninguna otra persona.

Cerca del mediodía, la señora Jennings salió sola por algunas diligencias y Elinor comenzó de inmediato la carta, mientras Marianne, demasiado inquieta para concentrarse en ninguna ocupación, demasiado ansiosa para cualquier conversación, paseaba de una a otra ventana o se sentaba junto al fuego entregada a tristes cavilaciones. Elinor puso gran esmero en su apelación a su madre, contándole todo lo que había pasado, sus sospechas sobre la inconstancia de Willoughby, y apelando a su deber y a su afecto la urgió a que exigiera de Marianne una explicación de su verdadera situación con respecto al joven.

Apenas había terminado su carta cuando una llamada a la puerta las previno de la llegada de un visitante, y a poco les anunciaron al coronel Brandon. Marianne, que lo había visto desde la ventana y que en ese momento odiaba cualquier compañía, abandonó la habitación antes de que él entrara. Se veía el coronel más grave que de costumbre, y aunque manifestó satisfacción por encontrar a la señorita Dashwood sola, como si tuviera algo especial que decirle, se sentó durante un rato sin emitir palabra. Elinor, convencida de que tenía algo que comunicarle que le concernía a su hermana, esperó con impaciencia que él se franqueara. No era la primera vez que sentía el mismo tipo de certeza, pues más de una vez antes, iniciando su comentario con la observación «Su hermana no tiene buen aspecto hoy», o «Su hermana tiene aspecto desanimado», había parecido estar a punto de revelar, o de indagar, algo en particular acerca de ella. Tras una pausa de varios minutos, el coronel rompió el silencio preguntándole, en un tono que revelaba una cierta agitación, cuándo tendría que felicitarla por la adquisición de un hermano. Elinor no estaba preparada para tal pregunta, y al no tener una pronta respuesta, se vio obligada a recurrir al simple pero común expediente de preguntarle a qué se refería. El intentó sonreír al responderle: «El compromiso de su hermana con el señor Willoughby es algo sabido por todos».

—No pueden saberlo todos —respondió Elinor—, porque su propia familia no lo sabe.

El pareció sorprenderse, y le dijo:

—Le ruego me disculpe, temo que mi pregunta haya sido impertinente; pero no pensé que se quisiera mantener nada en secreto, puesto que se corresponden abiertamente y todos hablan de su boda.

¿Cómo es posible? ¿A quién se lo ha oído mencionar?

—A muchos… a algunos a quienes usted no conoce, a otros que le son muy cercanos: la señora Jennings, la señora Palmer y los Middleton. Pero aun así no lo habría creído (porque cuando la mente no quiere convencerse, siempre encontrará algo en qué sustentar sus dudas), si hoy no hubiera visto accidentalmente en manos del criado que me abrió, una carta dirigida al señor Willoughby, con letra de su hermana. Yo venía a preguntar, pero me convencí antes de poder plantear la pregunta. ¿Está todo ya resuelto finalmente? ¿Es posible que…? Pero no tengo ningún derecho, y ninguna posibilidad de éxito. Perdóneme, señorita Dashwood. Creo que no ha sido correcto de mi parte decir tanto, pero no sé qué hacer y confío absolutamente en su prudencia. Dígame que todo es ya irrevocable, que cualquier intento… que, en suma, disimular, si es que el disimulo es posible, es todo lo que queda.

Estas palabras, que fueron para Elinor una tan directa confesión del amor del coronel por su hermana, la afectaron profundamente. En el momento no fue capaz de decir nada, y aun cuando recobró el ánimo, se debatió durante un breve tiempo intentando descubrir cuál sería la respuesta más adecuada. El verdadero estado de las cosas entre Willoughby y su hermana le era tan desconocido, que al intentar explicarlo bien podía decir demasiado, o demasiado poco. Sin embargo, como estaba convencida de que el afecto de Marianne por Willoughby, sin importar cuál fuese el resultado de ese afecto, no dejaba al coronel Brandon esperanza alguna de triunfo, y al mismo tiempo deseaba protegerla de toda censura, después de pensarlo un rato decidió que sería más prudente y considerado decir más de lo que realmente creía o sabía. Admitió, entonces, que aunque ellos nunca le habían informado sobre qué tipo de relaciones tenían, a ella no le cabía duda alguna sobre su mutuo afecto y no le extrañaba saber que se escribían.

El coronel la escuchó en atento silencio, y al terminar ella de hablar, de inmediato se levantó de su asiento y tras decir con voz emocionada, «Le deseo a su hermana toda la felicidad imaginable; y a Willoughby, que se esfuerce por merecerla…», se despidió y se fue.

Esta conversación no logró dar alivio a Elinor ni menguar la inquietud de su mente en relación con otros aspectos; al contrario, quedó con una triste impresión de la desdicha del coronel y ni siquiera pudo desear que esa infelicidad desapareciera, dada su ansiedad por que se diera el acontecimiento mismo que iba a corroborarla.

CAPITULO XXVIII

Nada ocurrió en los tres o cuatro días siguientes que hiciera a Elinor lamentar haber recurrido a su madre, pues Willoughby no se presentó ni escribió. Hacia el final de ese período, ella y su hermana debieron acompañar a lady Middleton a una fiesta, a la cual la señora Jennings no podía asistir por la indisposición de su hija menor; y para esta fiesta, Marianne, completamente abatida, sin preocuparse por su aspecto y como si le fuera indiferente ir o quedarse, se preparó sin una mirada de esperanza, sin una manifestación de placer. Después del té se sentó junto a la chimenea de la sala hasta la llegada de lady Middleton, sin moverse ni una sola vez de su asiento o cambiar de actitud, perdida en sus pensamientos y sin prestar atención a la presencia de su hermana; y cuando finalmente les dijeron que lady Middleton las esperaba en la puerta, se sobresaltó como si hubiera olvidado que esperaban a alguien.

Llegaron a tiempo a su destino, y apenas la fila de carruajes frente a ellos lo permitió, se apearon, subieron las escalinatas, escucharon sus nombres anunciados a viva voz desde un rellano a otro, e ingresaron a una habitación de espléndida iluminación, llena de invitados e insoportablemente calurosa. Cuando hubieron cumplido con el deber de cortesía y saludaron respetuosamente a la señora de la casa, pudieron mezclarse con la multitud y sufrir su cuota de calor e incomodidad, necesariamente incrementados con su llegada. Tras pasar algunos momentos hablando muy poco y haciendo menos aún, lady Middleton se integró a una partida de casino, y como Marianne no estaba de humor para dar vueltas por ahí, ella y Elinor, tras haber logrado con gran suerte un par de sillas, se situaron no lejos de la mesa.

No habían permanecido allí durante mucho rato cuando Elinor se percató de la presencia de Willoughby, que se encontraba a unas pocas yardas de distancia en entusiasta conversación con una joven de aspecto muy elegante. Muy pronto se cruzaron sus miradas y él se inclinó de inmediato, pero sin mostrar intenciones de hablarle o de acercarse a Marianne, aunque no habría podido dejar de verla; y luego continuó su conversación con la misma joven. Elinor giró hacia Marianne casi involuntariamente para ver si podía habérsele pasado por alto. Recién en ese momento ella lo vio, y con el rostro iluminado por una súbita dicha se habría acercado a él de inmediato si su hermana no la hubiera detenido.

—¡Santo cielo! —exclamó—. Está aquí, está aquí. ¡Oh! ¿Por qué no me mira? ¿Por qué no puedo ir a hablar con él?

—Por favor, por favor contrólate —exclamó Elinor—, y no traiciones tus sentimientos ante todos los presentes. Quizá todavía no te ha visto.

Esto, sin embargo, era más de lo que ella misma podía creer, y controlarse en un momento como ése no sólo estaba fuera del alcance de Marianne, iba más allá de sus deseos. Se quedó sentada en una agonía de impaciencia, patente en cada uno de sus rasgos.

Finalmente él giró nuevamente y las miró a ambas; Marianne se levantó y, pronunciando su nombre con voz llena de afecto, le extendió la mano. El se acercó, y dirigiéndose más a Elinor que a Marianne, como si quisiera evitar su mirada y hubiera decidido ignorar su gesto, inquirió de manera apresurada por la señora Dashwood y le preguntó cuánto tiempo llevaban en la ciudad. Elinor perdió toda presencia de ánimo ante tal actitud y no pudo decir palabra. Pero los sentimientos de su hermana salieron de inmediato a la luz. Se le enrojeció el rostro y exclamó con enorme emoción en la voz:

—¡Santo Dios! Willoughby, ¿qué significa esto? ¿Acaso no has recibido mis cartas? ¿No me darás la mano?

No pudo él seguir evitándola, pero el contacto de Marianne pareció serle doloroso y retuvo su mano por sólo un instante. Era evidente que durante todo este tiempo luchaba por controlarse. Elinor le observó el rostro y vio que su expresión se hacía más tranquila. Tras una breve pausa, Willoughby habló con calma.

—Tuve el honor de ir a Berkeley Street el martes pasado, y sentí mucho no haber tenido la suerte de encontrarlas a ustedes y a la señora Jennings en casa. Espero que no se haya extraviado mi tarjeta.

—Pero, ¿no has recibido mis notas? —exclamó Marianne con la más feroz ansiedad—. Estoy segura de que se trata de una confusión… una terrible confusión. ¿Qué puede significar? Dime, Willoughby, por amor de Dios, dime, ¿qué ocurre?

El no respondió; mudó de color y volvió a parecer azorado; pero como si al cruzarse su mirada con la de la joven con quien antes había estado hablando sintiera la necesidad de hacer un nuevo esfuerzo, volvió a recobrar el dominio sobre sí mismo, y tras decir, «Sí, tuve el placer de recibir la noticia de su llegada a la ciudad, que tuvo la bondad de hacerme llegar», se alejó a toda prisa con una leve inclinación, y se reunió con su amiga.

Marianne, con el rostro terriblemente pálido e incapaz de mantenerse en pie, se hundió en su silla,— y Elinor, temiendo verla desmayarse en cualquier momento, intentó protegerla de las miradas de los demás mientras la reanimaba con agua de lavanda.

—Ve a buscarlo, Elinor —dijo Marianne apenas pudo hablar—, y oblígalo a venir acá. Dile que tengo que verlo de nuevo… que tengo que hablar con él de inmediato. No puedo descansar… no tendré un momento de paz hasta que todo esto esté aclarado… algún terrible malentendido. ¡Por favor, ve a buscarlo ahora mismo!

—¿Cómo hacer tal cosa? No, mi queridísima Marianne, tienes que esperar. Este no es lugar para explicaciones. Espera sólo hasta mañana.

A duras penas, sin embargo, pudo evitar que Marianne fuera tras él; y convencerla de que dominara su agitación, que esperara con al menos la apariencia de compostura, hasta que pudiera hablar con él más en privado y con mayores probabilidades de obtener resultados, le fue imposible.

En voz baja y mediante exclamaciones de dolor, Marianne siguió dando curso sin freno a la desdicha que inundaba sus sentimientos. Tras breves instantes Elinor vio que Willoughby abandonaba la habitación por la puerta que conducía hacia la escalinata, y diciéndole a Marianne que ya se había ido, le hizo ver la imposibilidad de hablar con él esa misma noche como un nuevo argumento para que se tranquilizara. Marianne le rogó de inmediato a su hermana que urgiera a lady Middleton para que las llevara a casa, pues se sentía demasiado desgraciada para quedarse un minuto más.

Lady Middleton, aunque en la mitad de una vuelta de su juego de casino, al saber que Marianne no se encontraba bien fue demasiado educada para negarse ni por un momento a su deseo de irse, y tras pasar sus cartas a una amiga, partieron tan pronto les encontraron su carruaje. Apenas cruzaron palabra durante su retorno a Berkeley Street. Marianne estaba entregada a una silenciosa agonía, demasiado abatida hasta para derramar lágrimas; pero como afortunadamente la señora Jennings aún no había vuelto a casa, pudieron dirigirse de inmediato a sus habitaciones, donde con sales de amoníaco volvió algo en sí. No tardó en desvestirse y acostarse, y como parecía deseosa de estar a solas, Elinor la dejó; y mientras ésta esperaba la vuelta de la señora Jennings, tuvo tiempo suficiente para reflexionar sobre todo lo que había ocurrido.

Que algún tipo de compromiso había existido entre Willoughby y Marianne, le parecía indudable; y que Willoughby estaba hastiado de él, era igualmente evidente; pues aunque Marianne todavía pudiera aferrarse a sus propios deseos,
ella
no podía atribuir tal comportamiento a confusiones o malentendidos de ningún tipo. Nada sino un completo cambio en los sentimientos del joven podía explicarlo. Su indignación habría sido incluso mayor de la que sentía, de no haber sido testigo de la turbación que lo había invadido, la cual parecía mostrar que estaba consciente de su propio mal proceder e impidió que ella lo creyera tan sin principios como para haber estado jugando desde un comienzo con el afecto de su hermana, con propósitos que no resistían el menor examen. La ausencia podía haber debilitado su interés y por conveniencia podría haberse decidido a ponerle fin, pero que tal interés había existido, de eso no podía dudar aunque lo intentara.

En cuanto a Marianne, Elinor no podía reflexionar sin una enorme preocupación sobre el doloroso golpe que tan infausto encuentro ya le había asestado y sobre aquellos aún más duros que recibiría de sus probables secuelas. Su propia situación mejoraba cuando la comparaba con la de su hermana; pues en tanto ella pudiera
estimar a
Edward igual que antes, por más que en el futuro estuvieran separados, su espíritu podría tener siempre un puntal. Pero todas las circunstancias que hacían aún más amargo el dolor recibido, parecían conspirar para aumentar la desdicha de Marianne hasta empujarla a una decisiva separación de Willoughby, a una ruptura inmediata e irreconciliable con él.

CAPITULO XXIX

Al día siguiente, antes de que la doncella hubiera encendido la chimenea o que el sol lograra algún predominio sobre una gris y fría mañana de enero, Marianne, a medio vestir, se encontraba hincada frente al banquillo junto a una de las ventanas, intentando aprovechar la poca luz que podía robarle y escribiendo tan rápido como podía permitírselo un continuo flujo de lágrimas. Fue en esa posición que Elinor la vio al despertar, arrancada de su sueño por la agitación y sollozos de su hermana; y tras contemplarla durante algunos instantes con silenciosa ansiedad, le dijo con un tono de la mayor consideración y dulzura:

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