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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

Se anuncia un asesinato (10 page)

—«¡Manos arriba!» —la corrigió miss Hinchcliffe—. Y nada de por favor.

—¡Es tan terrible pensar que hasta que esa chica empezó a chillar, yo estaba disfrutando! Sólo que estar a oscuras era muy incómodo y me di un golpe en un callo. ¡Qué angustia! ¿Deseaba saber algo más, inspector?

—No —dijo el inspector Craddock, mirando a miss Murgatroyd pensativo—. Creo que no.

Su amiga soltó una carcajada que pareció un ladrido.

—Te ha calado, Murgatroyd.

—Te aseguro, Hinch —dijo miss Murgatroyd—, que estoy dispuesta a contarlo todo.

—No es eso lo que él quiere —le contestó miss Hinchcliffe.

Miró al inspector.

—Si está usted haciendo esto por orden geográfico, supongo que ahora irá usted a casa del vicario. Tal vez saque algo en limpio allí. Mrs. Harmon parece tonta, aunque a veces pienso que es inteligente. Sea como fuere, algo tiene.

Mientras miraban cómo se alejaban el inspector y el sargento Fletcher, Amy Murgatroyd preguntó, casi sin aliento:

—Oh, Hinch, ¿hice muy mal papel? ¡Me lío tanto!

—De ninguna manera —Miss Hinchcliffe sonrió—. En conjunto, yo diría que lo hiciste bastante bien.

6

El inspector Craddock contempló la gran habitación destartalada con cierta sensación de placer. Le recordaba un poco su casa de Cumberland. Cretonas descoloridas, las sillas viejas, flores y libros tirados por todas partes y un perro dentro de una cesta. Mrs. Harmon, con su aire aturdido, su desaliño general y su ansioso rostro, le resultó simpática.

Pero le dijo en seguida y con franqueza:

—No le seré de ninguna ayuda porque cerré los ojos. No me gusta que me deslumbren. Y luego oí disparos y los cerré todavía más fuerte. Y deseé, ¡oh, cómo lo deseé!, que hubiese sido un asesinato discreto. No me gustan los estampidos.

—Así que no vio usted nada —el inspector le sonrió—. Pero... ¿oyó algo?

—Ya lo creo. Había mucho que oír. Puertas que se abrían y cerraban, gente que decía tonterías y soltaba exclamaciones. Mitzi que chillaba como una máquina de vapor, y la pobre Bunny que daba gritos como un conejo acorralado. Y todos dando empujones y tropezando con los demás. Sin embargo, cuando de verdad me parecía que ya no iban a sonar más estampidos, abrí los ojos. Todo el mundo estaba fuera, en el vestíbulo, con velas. Y luego se encendieron las luces y de pronto todo estaba como siempre. No quiero decir en realidad como siempre, pero éramos nosotros mismos otra vez, no sólo gente en la oscuridad. La gente en la oscuridad es muy diferente, ¿verdad?

—Creo que sé lo que quiere usted decir, Mrs. Harmon.

Mrs. Harmon le sonrió.

—Y ahí estaba —dijo—. Un extranjero con cara de comadreja, sonrosado y con gesto de sorpresa... muerto... con un revólver al lado. No sé por qué, pero me pareció que no tenía sentido.

Tampoco lo tenía para el inspector.

El asunto le preocupaba.

Capítulo VIII
 
-
Miss Marple entra en escena
1

Craddock dejó las transcripciones de las diversas entrevistas en la mesa del jefe de policía, que acababa de leer un telegrama enviado por la policía suiza.

—Así que tenía antecedentes —murmuró Rydesdale—. ¡Hum! Tal como suponíamos.

—Sí, señor.

—Joyas. ¡Hum! Sí. Falsificación de libros. Sí... cheques. Un hombre muy poco honrado, en realidad.

—Sí, señor, pero en pequeña escala.

—Exacto, pero de lo pequeño se pasa a lo grande.

—Tal vez, señor.

El jefe levantó la cabeza.

—¿Preocupado, Craddock?

—Sí, señor.

—¿Por qué? La cosa no puede estar más clara. ¿O no? A ver qué dice toda esa gente con la que se ha entrevistado usted.

Cogió el montón de hojas y les echó una rápida ojeada.

—Lo normal. Incongruencias y contradicciones en abundancia. Las versiones de las distintas personas en momentos de tensión nunca coinciden, pero lo principal parece bastante claro.

—Sí, lo sé. Pero resulta un cuadro muy poco satisfactorio, señor. No sé si me entiende, pero me parece falso.

—Veamos los hechos. Rudi Scherz tomó el autobús de las cinco y veinte desde Medenham hasta Chipping Cleghorn y llegó allí a las seis. Lo afirman el conductor y dos pasajeros. Desde la parada del autobús fue caminando hasta Little Paddocks. Entró en la casa sin dificultad, probablemente por la puerta principal. Amenazó a los presentes con un revólver. Hizo dos disparos, uno de los cuales hirió levemente a miss Blacklock. A continuación, se mató a sí mismo con un tercer disparo. No hay suficientes pruebas para demostrar si lo hizo intencionadamente o si fue un simple accidente. Estoy de acuerdo en que resultan muy poco satisfactorios los motivos que le indujeron a hacer todo eso. Pero el porqué no es, en realidad, la pregunta que nos piden contestar. En la encuesta judicial, el coroner preguntará al jurado si fue un suicidio o un accidente. En cualquiera de los dos casos, el resultado es el mismo en lo que a nosotros se refiere. Podemos dar por terminado el asunto.

—Quiere usted decir que siempre podemos acogernos a los argumentos psicológicos del coronel Easterbrook —dijo Craddock sombrío.

Rydesdale sonrió.

—Después de todo —comentó—, el coronel tiene probablemente mucha experiencia. Me asquea toda esa jerigonza psicológica que se aplica a todo hoy en día, pero tampoco podemos excluirla.

—El cuadro sigue pareciéndome falso, señor.

—¿Tiene usted algún motivo para creer que alguna de las personas de Chipping Cleghorn no le ha dicho la verdad?

Craddock vaciló.

—Creo que esa muchacha extranjera sabe más de lo que dice; pero pudiera ser un simple prejuicio por mi parte.

—¿Cree que ella pudiera ser su cómplice? ¿Que ella le abrió la puerta de la casa? ¿Que le indujera, incluso, a dar el golpe?

—Algo así. No descartaría esa posibilidad, señor. Pero eso implica necesariamente que en la casa hubiera algo de mucho valor, dinero o joyas, y no parece que ése sea el caso. Miss Blacklock lo negó rotundamente. Lo mismo hicieron los otros. Eso nos dejaría con la suposición de que había en la casa algo valioso y que nadie conocía.

—Buen argumento para una novela.

—Estoy de acuerdo en que resulta absurdo, señor. El otro punto que destaca es el convencimiento de miss Bunner de que se trataba de un intento completamente deliberado por parte de Scherz para asesinar a miss Blacklock.

—Por lo que usted dice, y por su declaración, esa miss Bunner...

—Estoy de acuerdo, señor —se apresuró a decir Craddock—. Como testigo, miss Bunner no merece ningún crédito. Es muy impresionable. Cualquiera podría meterle una cosa en la cabeza. Pero lo interesante en este caso es que la idea es suya, es una teoría totalmente suya. Todos los demás lo niegan. Por una vez, no se deja arrastrar por la corriente. Se trata decididamente de una impresión suya.

—¿Y por qué había de querer Scherz matar a miss Blacklock?

—Ahí está, señor. No lo sé. Miss Blacklock no lo sabe, a menos que sepa mentir de una manera muy convincente, cosa que no creo. Nadie lo sabe. Así que seguramente no es verdad.

Exhaló un suspiro.

—Anímese, Craddock —dijo el jefe de policía—. Le voy a llevar a comer con sir Henry y conmigo. La mejor comida que pueda servir el hotel
«Royal Spa»
de Medenham Wells.

—Gracias, señor —dijo el inspector Craddock levemente sorprendido.

—Es que hemos recibido una carta... —Se interrumpió al entrar sir Henry Clithering en la habitación—. Ah, ya está aquí, Henry.

Sir Henry, sin andarse con ceremonias, murmuró:

—Buenos días, Dermot.

—Tengo algo para usted, Henry.

—¿Qué?

—Nada menos que la carta de una vieja gata. Se aloja en el hotel
«Royal Spa»
. Hay algo que cree que debemos saber y que está relacionado con el asunto de Chipping Cleghorn.

—Las viejas gatas —exclamó sir Henry triunfal—. ¿No se lo dije? Lo oyen todo. Lo ven todo. Y a pesar del viejo refrán
[6]
, lo cuentan todo. ¿Qué es lo que ha descubierto esta gata vieja en particular?

Rydesdale consultó la carta.

—Escribe como mi abuela —se quejó—. Con la letra angulosa. Parece como si una araña se hubiera caído en el tintero. Y todo está subrayado. Habla mucho de que confía en que no nos estará haciendo perder nuestro valioso tiempo y todo eso, pero que podría ayudarnos un poquito. ¿Cómo se llama? Jane... Jane algo... Murple. No, Marple, Jane Marple.

—¡Santo cielo, qué casualidad! —exclamó sir Henry—. ¿Es posible que sea ella? George, se trata de mi insigne e inigualable vieja gata particular. La supergata de todas las viejas gatas. Y se las ha arreglado, Dios sabe cómo, para estar en Medenham Wells en lugar de encontrarse pacíficamente en su casa de St. Mary Mead, en el momento justo para intervenir en un caso de asesinato. Una vez más, otro asesinato que aparece para beneficio y regocijo de miss Marple.

—Celebraré conocer a su ilustre vieja gata, Henry —anunció Rydesdale con cierta ironía—. Vamos, comeremos en el
«Royal Spa»
y nos entrevistaremos con la dama. Craddock, parece un poco escéptico.

—No lo crea, señor —contestó cortésmente Craddock.

Pensó para sí que a veces su padrino llevaba un poco lejos las cosas.

2

Miss Jane Marple se ajustaba bastante, aunque no del todo, a lo que Craddock había imaginado. Era más benigna y muchísimo más vieja. Parecía, en realidad, muy anciana. Tenía el cabello blanco como la nieve, la cara sonrosada y llena de arrugas, ojos dulces, azules, muy inocentones, y estaba toda envuelta en lana. Lana por los hombros en forma de capa y lana con la que estaba haciendo lo que resultó ser una toquilla para un bebé.

Se mostró contentísima al ver a sir Henry, y enrojeció cuando le presentaron al jefe de policía y al inspector Craddock.

—¡Qué placer, sir Henry, qué placer tan grande! Hace tanto tiempo que no le veo. Sí, mi reuma. Me ha hecho sufrir mucho últimamente. Claro que yo no hubiera podido permitirme el lujo de venir a este hotel, es increíble lo que cobran hoy en día, pero Raymond... mi sobrino Raymond West, ¿le recuerda?

—Todo el mundo conoce su nombre.

—Sí, ¡ha tenido muchísimo éxito con esos libros tan inteligentes que escribe! Se jacta de no escribir nunca sobre un tema agradable. El muchacho se empeñó en pagarme todos los gastos. Y su querida mujer también se está haciendo un nombre como artista. Pinta jarros de flores mustias y peines rotos sobre el borde de una ventana. No me atrevo nunca a decírselo, pero sigo admirando a Blair Leighton y Alma Tadema. Oh, pero no hago más que parlotear. ¡Y el jefe de policía en persona! La verdad es que nunca esperé que sintiera tanto hacerle perder el tiempo.

«Completamente chalada»
, pensó el detective inspector Craddock disgustado.

—Venga al despacho del gerente —dijo Rydesdale—. Podremos hablar mejor allí.

Esperaron a que miss Marple se deshiciera de sus ovillos y recogiera las agujas de hacer punto de repuesto, y después la anciana les acompañó, excitada y protestando, al cómodo despacho de Mr. Rowlandson.

—Y ahora, miss Marple —dijo el jefe de policía—, oigamos lo que tiene usted que decirnos.

Miss Marple fue al grano con inesperada brevedad.

—Fue el cheque. Él lo retocó.

—¿Él?

—El joven de la conserjería, el que dicen que preparó el atraco y luego se pegó un tiro.

—¿Retocó un cheque?

Miss Marple asintió.

—Sí, lo tengo aquí —lo sacó del bolso y lo depositó sobre la mesa—. Llegó esta mañana con otros cheques míos cancelados que me mandó el banco. Observarán ustedes que era de siete libras, y lo cambió para que pareciera de diecisiete. Trazó un palito delante del siete y escribió «dieci» antes del siete con una pequeña mancha muy artística. Muy bien hecho, en conjunto. Se ve que tenía práctica. Es la misma tinta porque extendí el cheque en el mostrador. Yo diría que lo hacía con frecuencia, ¿no creen ustedes?

—Esta vez escogió mal a la persona —observó sir Henry.

Miss Marple asintió.

—Sí, me temo que nunca hubiera llegado muy lejos como criminal. Se equivocó por completo de persona. Alguna joven casada con muchas ocupaciones o alguna muchacha enamorada. Ésas son las que extienden cheques por distintas cantidades y son poco cuidadosas a la hora de examinar las cuentas. Pero una vieja que tiene que vigilar hasta el último penique y que sigue siempre las mismas costumbres, no es la persona más apropiada, ciertamente. Yo nunca extendería un cheque de diecisiete libras. Veinte libras, una cifra redonda, para los gastos mensuales y los libros. Y en cuanto al dinero de bolsillo, suelo sacar siete libras. Antes sacaba cinco, pero las cosas han subido tanto de precio...

—¿Y le recordaría a usted a alguien, quizá? —murmuró sir Henry con una mirada pícara.

Miss Marple sonrió y meneó la cabeza.

—Es usted muy malo, sir Henry, pero sí que lo hizo. A Fred Tyler, el pescadero. Siempre ponía un uno de más en la columna de los chelines. Como comemos tanto pescado en estos tiempos, las cuentas suelen ser largas y es mucha la gente que nunca las repasa. Se embolsaba diez chelines cada vez. No era gran cosa, pero lo bastante para comprarse alguna corbata y llevar al cine a Jessie Spragge, la dependienta de la mercería. Aparentar, eso es lo que quieren hacer esos jóvenes. Bueno, pues la primera semana que estuve aquí, hubo un error en mi cuenta. Se lo señalé al joven y él me pidió mil perdones, y pareció enormemente disgustado, pero entonces pensé: «Tienes mirada de persona poco honrada, jovencito».

»Yo digo que una persona tiene mirada poco honrada —prosiguió miss Marple— cuando te mira a los ojos y nunca aparta la mirada ni parpadea.

Craddock hizo un brusco movimiento de apreciación. Pensó para sí: «¡Jim Kelly, como hay Dios!», acordándose de un notorio estafador a quien había ayudado a meter entre rejas no hacía mucho.

—Rudi Scherz era un tipo poco recomendable —dijo Rydesdale—. Hemos descubierto que tiene antecedentes penales en Suiza.

—Se le hizo la vida difícil allí, supongo, y vendría aquí con documentación falsa, ¿no es eso? —señaló miss Marple.

—Así es.

—Salía con esa camarera pelirroja del comedor —añadió miss Marple—. Por fortuna, no creo que ella llegara a enamorarse. Lo que quería era salir con alguien que fuera «distinto». Él le regalaba flores y bombones, cosa que no suelen hacer los muchachos ingleses. ¿Le ha contado todo lo que sabe? —preguntó volviéndose hacia Craddock—. ¿O aún no se ha decidido?

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