—La codicia —dijo Chon—. La codicia, la despreocupación y la estupidez.
«Unas cualidades —piensa Ben— que describen bastante bien no sólo a la Asociación desaparecida, sino al género humano en su totalidad: codicioso, estúpido y despreocupado.» Tras comprometerse a evitar la codicia, la estupidez y la despreocupación, Ben y Chon decidieron dedicarse al negocio de la marihuana, pero no como contrabandistas ni como traficantes, sino como productores.
Su objetivo: producir la mejor marihuana del mundo.
Aquélla fue la semilla —estamos a punto de llegar— de una idea y, como cualquier idea genial, todo empieza con la semilla.
La mejor semilla de cannabis procede de...
¡Afganistán!
No tendrá mar ni olas...
Pero tiene unas semillas de cannabis de puta madre, de las cuales la de mejor calidad se llama «la Viuda Blanca».
¿Será casualidad o cosa del destino?
Vete a saber.
El mundo del vino se divide fundamentalmente en tintos y blancos. (No vamos a profundizar demasiado en esta cuestión, porque los tipos que le dan al vino son casi tan odiosos como los adictos a las anfetas. Todas las grandes sesiones de cata de vinos deberían acabar con arsénico.) El mundo del cannabis se divide fundamentalmente en
indica
y
sativa
.
Sin afinar demasiado, en síntesis la variedad
indica
contiene una dosis mayor de CBD que de THC, mientras que con la variedad
sativa
ocurre exactamente lo contrario.
¿Me explico?
No, claro que no —los únicos que lo entienden son los porretas—, de modo que vamos a explicarlo un poco más, pero quédate tranquilo, que al final no habrá ningún cuestionario, porque esto sólo interesa a los grifotas.
CBD es la forma abreviada del nombre de una sustancia que contienen las plantas, llamada cannabidiol, mientras que THC es el acrónimo de una sustancia presente en las plantas llamada tetrahydrocannabinol, o también delta-9-tetrahydrocannabinol.
A menos que uno sea Ben o Chon, no le hace falta saber toda esta mierda pero, para comprenderlos, uno tiene que entender que las variedades
indica
del cannabis —con más CBD y menos THC— producen un colocón que te deja tirado, pesado y tranquilo, mientras que las
sativa
—con más THC y menos CBD— te ponen el cerebro y los genitales a mil.
Si lo reducimos a términos de energía, podemos decir que:
Indica =
poca energía. Uno se deja caer en el sofá y se queda dormido con lo que sea que pongan por la tele, porque no tiene fuerzas ni para cambiar de canal.
Sativa =
mucha energía. Vas a follar como loco en el sofá y después vas a inventar la mecánica del movimiento perpetuo, o al menos lo intentarás, mientras vuelves a pintar el salón.
Por consiguiente, del mismo modo que los expertos en vinos se pasan horas cotorreando sobre tal o cual Merlot o Beaujolais, producido con uvas de tal o cual viña, los porretas también hablan con entusiasmo sobre distintas combinaciones de
indica
y
sativa
, según su sabor y su aroma pero, sobre todo, por sus efectos. Hallar la mezcla perfecta de
indica
y
sativa
que se adecue al gusto de cada persona es el arte de un productor experto.
Así como el gran vino empieza por la uva, la mejor maría depende de la semilla; a saber: la Viuda Blanca.
El cannabis que se obtiene a partir de las semillas de Viuda Blanca es el más potente del mundo. El brote de esa variedad es 25% THC: casi como que rezuma delta-9.
Es caro, cuesta conseguirlo y es difícil de cultivar, pero vale la pena.
Por consiguiente, de su última gira por Istanlandia, Chon regresó a casa con lo siguiente:
Un tremendo trastorno postraumático de falta de estrés.
Un burka para O., para que lo use en ocasiones especiales.
Un montón de semillas de Viuda Blanca.
Entregar las semillas de Viuda Blanca a Ben fue como entregar a Miguel Ángel unos pinceles y un techo en blanco y decirle: «Adelante, tío».
Ben tomó la Viuda Blanca y la fue cultivando de forma selectiva hasta obtener una variedad más fuerte todavía. George Washington Ben Carver creó una semilla Frankenstein, una mutante de X-Men, una semilla que era un fenómeno genético.
Aquella planta casi podía ponerse de pie, andar por ahí, buscar un mechero y encenderse sola; leer a Wittgenstein, sostener contigo conversaciones profundas sobre el sentido de la vida, colaborar en la creación de una serie de televisión para el canal HBO y llevar la paz a Oriente Próximo: «Los israelíes y los palestinos podrían coexistir en dos universos paralelos, compartiendo el espacio, pero no el tiempo».
Había que ser un tío fuerte —o una tía fuerte, en el caso de O.— para aguantar más de un pico de la Súper Viuda Blanca.
A partir de aquella base, Ben empezó a crear distintas combinaciones de
indica
y
sativa
, todas con una fuerza increíble, que podía personalizar para cada cliente, de modo que cada vez tuvieron más, a medida que se fue corriendo la voz. Fuera lo que fuese que cada uno quisiese sentir o no, Ben y Chon podían proporcionarle el chocolate adecuado.
Primero tuvieron una casa de cultivo, después diez y luego treinta, y todas producían grifa de primera.
Los dos llegaron a ser casi figuras de culto.
Tenían unos seguidores tan devotos y con tanto fervor religioso que hasta adoptaron un nombre:
La Iglesia de la Santísima María.
Con respecto a la guerra contra las drogas, Ben es un pacifista empedernido, un objetor de inconsciencia. Sencillamente, se niega a participar.
—Dos no se pelean si uno no quiere —dice— y yo me niego a pelear.
De todos modos, no cree que haya una guerra contra las drogas, aunque reconoce que hay una «guerra contra las drogas que probablemente produce o consume la gente de color».
Por más que trafiques con montones de drogas blancas —alcohol, tabaco, fármacos—, puedes llegar a pernoctar en el dormitorio de Lincoln en la Casa Blanca; en cambio, si te dedicas a las drogas negras, marrones o amarillas —heroína,
crack
o maría— y te pillan, seguro que todas las mañanas te despiertas en una celda.
Chon no está de acuerdo. Para él, no se trata de una cuestión racial sino freudiana y cree que está relacionada con el pudor anogenital.
—Tiene que ver con los hemisferios —dice Chon un hermoso día californiano, mientras se fuma un canuto en la terraza de Ben—. Mira un globo terráqueo y compáralo con el cuerpo humano: el hemisferio norte viene a ser la cabeza, el cerebro, el centro de la actividad intelectual, filosófica y del superego. El hemisferio sur está abajo, cerca de la ingle y del ano, donde hacemos todas las cosas sucias, vergonzosas y placenteras correspondientes al ello. ¿Dónde se producen la mayoría de las drogas ilícitas? Fíjate bien en la palabra «ilícitas», Ben. Pues en el hemisferio sur de la polla, la vagina y el ojete.
—Sin embargo —postula Ben—, ¿dónde se consumen la mayoría de esas mismas drogas? En la región cerebral y moral del superego.
—Justamente —responde Chon—. Por eso necesitamos las drogas.
Ben se queda reflexionando durante un rato laaaaargo.
—Entonces —dice a continuación—, vienes a decir que, si todos cagáramos bien y folláramos mucho, no se consumirían más drogas.
—Ni habría más guerras —añade Chon.
—Los dos nos quedaríamos sin trabajo.
—Tienes razón.
Rieron a carcajadas durante un buen rato.
Stan y Diane nunca preguntaron —ni preguntan— cómo se ha enriquecido tanto su hijo. Ni lo preguntan ni tratan de analizarlo. No entran en debates financieros sobre cómo es posible que un tío de veinticinco años se compre un chabolo de cuatro millones de dólares en Table Rock.
Están orgullosos de él, pero no por eso, sino por su consideración social.
Su conciencia social y su escrupulosidad.
Su activismo a favor del Tercer Mundo.
Todo aquello explica (en cierto modo) dónde se encuentra Ben en aquel momento.
De acuerdo, Chon no sabe exactamente dónde se encuentra Ben en aquel momento, lo cual —con la cantidad de cabezas cortadas que van dando tumbos por la blogosfera— le preocupa un poco, aunque...
Es verdad que el chaval tiene tendencia a ocuparse de los asuntos de los demás, en lugar de los propios. Ben manifiesta eso que llaman «conciencia social»; es un tío muy informado y progresista. Eso a Chon le gusta mucho, pero...
El tío suele borrarse durante meses, porque tiene que hacer algo para evitar que a un grupo de personas les ocurra alguna cosa: pozos para que no haya cólera en Sudán, mosquiteras para que los niños de Zambia no pillen la malaria, o equipos de observación para evitar que el ejército masacre a los karen en Myan Myan Myanmar.
Ben esparce su riqueza.
Puedes llamarlo como quieras.
La Fundación Ben.
El Instituto de Cultivo Hidropónico.
Venta de Droga a Domicilio.
Verde Que Te Quiero Verde.
Chon trata de convencerlo de que se limite a enviar el dinero —deja circular el capital, pero quédate aquí y hazte cargo de la empresa—, pero Ben es uno de esos tíos a los que les gusta meter las manos hasta el codo.
«El dinero no lo es todo —dice—: tienes que comprometer tu corazón, tu alma y tu cuerpo.» Ben pone el dinero donde pone la boca, pero también pone la boca donde está su dinero...
Eso significa que, cada pocos meses, regresa a la deriva hasta Table Rock con: disentería, malaria y/o congoja por el Tercer Mundo —Chon ya sabe lo que es eso—, de modo que Chon y O. lo llevan a los mejores médicos del Scripps y consiguen curarlo, hasta que encuentra otra causa.
Entonces vuelve a ser Gonzo y sale corriendo a rescatar a niños que tienen brazos diminutos, grandes ojos y el estómago hinchado.
Ahora Chon le cuenta por correo electrónico que tiene un problema allí mismo, en casa. Le reenvía el vídeo, pero no para hacerlo sufrir —no le gusta nada hacer sufrir a Ben—, sino para que sepa que allí también se hacen putadas.
Desmontan a la gente como si fueran máquinas.
La cabeza incorpórea de Ben flota en el éter.
Gracias a Skype.
Un fondo borroso tras su cara enfocada.
El cabello castaño despeinado. Los ojos marrones.
El movimiento de sus labios manifiesta un ligero retraso con el sonido, al decir:
—De acuerdo: vuelvo a casa.
O. se pone contenta de que Ben regrese.
Ben es su otro soporte.
Ben y Chon son los dos hombres que significan algo en su vida.
Los dos únicos, ahora y siempre.
Ben es cálido como la madera; Chon es frío como el metal.
Ben es cariñoso; Chon es distante.
Ben hace el amor; Chon folla.
Ella los quiere a los dos.
¿Qué va a hacer? ¿Qué va a hacer?
Cuando O. se levanta por la mañana —vale, por la tarde—, mira por la ventana y ve a una mujer alta, con el cabello plateado cortado muy corto, que se sube a un BMW y sale del camino de acceso a la casa.
—¿Quién era ésa? —pregunta a Rupa cuando entra en la cocina a buscar los cereales con chocolate que su madre probablemente ha tirado a la basura.
O. intercepta la lista de la compra que Rupa entrega a María y añade artículos como copos de maíz, cereales con chocolate, magdalenas de chocolate, gel lubricante íntimo y bocadillos de salchicha Jimmy Dean, pero después Rupa revisa la despensa y los tira, salvo el gel, que O. se lleva a toda prisa a su habitación, en cuanto María regresa con los comestibles.
—Es Eleanor, mi entrenadora de vida —dice Rupa—. Es fantástica.
—¿Tu qué?
—Mi entrenadora de vida.
Esto es increíble. O. se pone contentísima. Siente un cosquilleo por toda la piel cuando pregunta:
—¿Y qué es lo que hace exactamente una entrenadora de vida, ma?
Efectivamente, Rupa se ha deshecho de los copos de maíz, de modo que tiene que conformarse con unos copos integrales. A continuación revisa a fondo la nevera en busca de leche de verdad, no la porquería desnatada o semi que su madre se empeña en comprar cuando no le da por evitar por completo los productos lácteos —como ocurre ahora, aparentemente—, conque O. echa los cereales en un tazón y se los come en seco, con los dedos, como una pequeña venganza.
—Pues, Eleanor piensa que yo tengo condiciones para llegar a ser una buena entrenadora de vida —responde Rupa, mientras coloca unas flores en un jarrón alto y estrecho—, de modo que me va a ayudar a hacer realidad ese potencial.
La posible realización de tal potencial entusiasma aún más a O.:
—De modo que tu entrenadora de vida te está entrenando para que llegues a ser entrenadora de vida.
«Y así puedas entrenar a otras personas para que lleguen a ser entrenadoras de vida.» O. está a punto de salir corriendo por la puerta en aquel preciso momento, porque no puede esperar para informar de aquella cadena de entrenamiento de vida a Ben —¡Ben vuelve a casa!— y a Chon.
Rupa pasa por alto el comentario.
—Es realmente increíble.
—¿Y los productos para el cuidado de la piel?
—Eso era algo muy superficial, ¿no te parece? —Rupa contempla el arreglo floral y sonríe satisfecha. De pronto, siente una revelación—: ¡Cariño! Tú también podrías estudiar para llegar a ser entrenadora de vida. ¡Así seríamos entrenadoras de vida madre e hija!
—En ese caso, tendrías que dejar bien claro que tienes una hija de más de diez años —dice O., con la boca llena de cereales integrales.
Rupa la examina con lo que O. calcula que pretende ser discernimiento a nivel de entrenador.
—Por supuesto, tendrías que hacer algo con ese pelo —dice Rupa— y con esos... dibujos que llevas en el cuerpo.
—Tal vez podría comenzar como animadora de vida.
¡Viva!
Sentado en el sillón de piel negra, Chon mira la toma de posesión del nuevo presidente de Estados Unidos, que tiende una mano hacia el mundo musulmán.
No le pasa desapercibido. Él también ha tratado de acercarse al mundo musulmán unas cuantas veces.
Se alegra de que Ben regrese. El nuevo presi está de acuerdo. Dice a los miles de asistentes y a los millones de telespectadores que se han acabado los festines frenéticos en el abrevadero, que la orgía se ha interrumpido por tiempo indefinido y que el Tercer Mundo está más cerca de lo que uno cree, tanto en el tiempo como en el espacio.