—No logro distinguirlas —dijo él—. El juramento también vale para tus hermanas.
Ella hizo una reverencia y volvió a su lugar. Hoemei habló.
—Yo la invité a venir. Está más comprometida de lo que podéis imaginar. —Desplegó unos mapas después de apartar la comida—. Bendaein no confía en mis nuevos poderes. Ellos no forman parte de la tradición. Pero con el rayófono yo puedo llegar más lejos que él. Y eso he hecho. Tengo los puestos de avanzada. Las Liethe —movió la cabeza en dirección a Miel— nos han sido de gran ayuda en la transmisión de la convocatoria a Concilio. Ellas conocen a los sacerdotes que pueden actuar. He decidido no exigir acción, ni tampoco negociar u ofrecer concesiones. En lugar de ello, he despachado a los Ivieth más veloces con los huevos del escarabajo aberrante, de modo que puedan confirmar esta abominación por su cuenta. Apelo a sus propios intereses. ¿Quién estaría dispuesto a aceptar un ataque biológico sobre nuestras reservas de alimentos? Es demasiado peligroso, y sumado a la sequía y a otros desastres naturales, la amenaza es intolerable. Creo que obtendremos apoyo generalizado. Joesai objetó.
—Bendaein también está seguro de contar con apoyo. Lo que no sabe es si el Concilio sobrevivirá a la travesía para juzgar a los Mnankrei. No quiere viajar con muchos hombres. Busca a los más capaces.
—Éstas son las contradicciones en el círculo más íntimo de Aesoe —respondió Hoemei—. Él ha visualizado una economía planetaria, pero no logra manejar la logística de un gran Concilio. Yo sí puedo hacerlo. El Concilio completo no convergerá sobre Soebo. Nueve o diez hombres se ocuparán de mantener los depósitos de provisiones.
—¿Y todo mientras alimentamos a la costa? —gruñó Joesai. —Las rutas que he escogido cuentan con todo lo necesario. La cuestión no es material, sino de organización y coordinación.
Joesai no estaba satisfecho con una solución que parecía evitar el tema central.
—Mi problema no es numérico. Estaría encantado de atacar Soebo con un Concilio de Diez. Lo preferiría.
—Pero un Concilio semejante carecería de fuerza moral. Al no haber participado, los otros clanes no respetarían sus decisiones.
¡Filosofía!,
pensó Joesai.
—¿En qué se beneficiaría Aesoe con mi muerte? —eso era lo que le preocupaba—. ¿Tal vez ella lo sepa?
La mujer esbozó una leve sonrisa. Sus ojos húmedos brillaron como el mar.
—Estoy bajo juramento con Aesoe. No puedo hablar.
Joesai emitió un gruñido.
—Es una trampa. Una pesquisa en la Plaza de Soebo requiere a un atleta verbal, a un hombre de gran ingenio y encanto irresistible... y que sepa escabullirse rápidamente. Incluso así, sería asesinado. Sugiero que vayas tú, Gaet. ¡Serías una elección mucho más sensata! ¡Acepta esta misión!
—Pero lo que Aesoe quiere es a un hombre con un puño de piedra, que comience a insultar a la primera oportunidad.
—¡Eso es porque necesita a un hombre muerto!
—Exactamente —dijo Gaet.
—Y si lo hago a mi modo, rápido y sin besarle los pies a nadie, de todos modos acabaré muerto.
—Exactamente —dijo Gaet.
—Y es por eso que lo harás a
mi
modo. —Hoemei habló como un cirujano en plena tarea—. No entrarás en Soebo con tu grupo de avanzada. Permanecerás a un día de marcha del pueblo y
no harás nada.
—¡Comezón de Dios! ¡Tú sabes que no poseo la capacidad mental para no hacer nada!
—No rescatarás a tus hombres.
No
irás a la plaza.
No
pelearás. No harás nada. Yo ya he registrado en los Archivos lo que considero que será el resultado de este asunto. Se basa en la premisa de que no harás nada. Aesoe también ha registrado su predicción. El desenlace que él imagina requiere tu muerte, tal vez para probar que los Mnankrei no están dispuestos a pasar por una pesquisa. Él no te considera capaz de no hacer nada. Por lo tanto, eso es precisamente
lo que harás
para sobrevivir. Mi solución ayuda a la humanidad, a los Kaiel y a mi hermano.
Joesai sintió que la rebeldía bullía en su interior. ¿Permanecer impávido en territorio enemigo? ¡Imposible!
—¿Tendré que permanecer sentado mientras los Mnankrei me despellejan vivo?
—Los Mnankrei estarán preparados para responder a tu juego, y tú no tendrás ningún juego. Además, Dios está de nuestro lado. —Con una sonrisa, Hoemei se volvió hacia el rifle mortal que estaba apoyado contra la puerta—. Tendrás cien de ésos. Nadie se te acercará. No necesitarás usarlos.
Joesai se calmó. No conocía a nadie con una mente más veloz que la de Hoemei.
Para sobrevivir no tenía más que escuchar a su hermano cuya lealtad era inconmovible.
—Tú sabes algo que yo no sé.
—Estamos viendo el mismo tablero de ajedrez.
Joesai pensó en sus palabras. Hoemei acababa de insultar su inteligencia.
—Si me ubico en una posición a un casillero de Soebo y me siento allí a pintarme las uñas, será jaque mate, ¿verdad?
—En tres movidas.
—Es tan brillante —dijo la criatura Liethe con orgullo. Había estado observando a Hoemei. Notó que tenía sed y antes de que él mismo lo supiera, fue a buscarle una bebida.
Gaet sonrió a Joesai con afecto.
—No te sorprendas tanto, esposo. Mientras tú estabas fuera, Hoemei y yo hemos tanteado bastante en la oscuridad.
Hoemei comenzó a despejar la mesa para que Miel no tuviera que hacerlo. Cuando ella regresó, insistió para que fuera a tocarles una melodía.
—¿Y cómo está Kathein? —Su tono de voz indicaba preocupación y amargura a la vez.
—¿Por qué? —preguntó Joesai con expresión adusta.
—Tú la has visto más que nosotros últimamente.
—¡Ella me atacó! —exclamó Joesai con indignación.
Gaet se echó a reír.
—¿Te golpeó?
—¡Con puños verbales! ¡Me hizo sangrar por dentro!
Gaet rió aún con más ganas.
—¡Está aprendiendo! ¡No sabía que era capaz de eso! Es una buena señal.
Mientras recogía los platos, Hoemei sólo sonrió.
—¡Vaya unos insectos que tengo por hermanos! —Pensar en Kathein deprimía a Joesai.
—Continuaremos la conversación por la mañana. Teenae me espera. No quiero llegar tarde, y todavía debo recoger unas flores por el camino —dijo Hoemei.
A Gaet no le agradaba ver a su hermano tan triste.
—Joesai, pasa la noche conmigo y con Noé en el Gran Claustro.
—No —dijo Hoemei—. Debería quedarse aquí y estudiar mis archivos sobre Soebo. Miel le ayudará a pasar sus horas y convertirá su descanso en un placer.
Claro, pensó Joesai. Hoemei le ofrecía los placeres de la carne a su pobre hermano que era incapaz de inspirar amor. ¿Ése no era el papel de Gaet? Se sintió lleno de sarcasmo hasta que recordó las bromas cálidas de Noé... la sonrisa que siempre iluminaba los ojos de la pequeña Teenae.
—Espera —le dijo—. Tengo mensajes. —Cogió un papel y escribió dos poemas. Para Teenae:
Capítulo 36El secreto
bajo tus cejas oscuras
es la lealtad
que sigue en su puesto
cuando un tonto
te pide perdón
por ser un cobarde.
Y para Noé:
Nunca golpees a un hombre,
mi amor,
hasta que esté en el suelo,
ni le ofrezcas sal
cuando él pide azúcar.
Así probarás,
mi amor,
que la nieve invernal es primavera.
En el Cónclave del Calor Estival, durante las últimas vueltas del torneo de kalothi, Reeho'na, el más ilustre de los o'Tghalie vivos, reveló una teoría sobre muchos juegos de participación. Ella nos explica por qué el negociador que busca aumentar las ganancias de cada miembro del grupo, puede volverse más rico que el de mentalidad competidora que busca aumentar sus propias ganancias minimizando las de los demás.
Foeti pno-kaiel, maestro de guardería de los maran-Kaiel
El documento de la alianza había salido de la máquina impresora. Oelita estaba acurrucada junto a la ventana de su habitación, en el primer piso de la mansión de los maran-Kaiel, leyendo una y otra vez sus lúcidas frases. Aspiraba el aroma a tinta del papel, y se sentía orgullosa. El prólogo era todo suyo. No les había permitido cambiarle una sola palabra. Parte de su poesía libre también le pertenecía —le agradaban las imágenes— pero la mayor parte del contrato había sido redactado por los estudiantes de Hoemei, y corregido por la mano de hierro del mismo Hoemei.
¿Cómo podía ser que Hoemei, con su pecho velludo y sus sonrisas tiernas, amase a Joesai? ¡Eran tan diferentes!
La redacción del acuerdo había sido una experiencia impactante, diferente de cualquier otro trabajo de grupo que ella hubiese emprendido jamás. Sus enfrentamientos con los Stgal le habían enseñado que los concejos sacerdotales eran cuestiones tediosas donde se tomaban decisiones ocultas para apaciguar a los oponentes. Su propio grupo de herejes no era mucho mejor, y en varias ocasiones se había visto forzada a castigar y persuadir. Por el contrario, los Kaiel negociaban sus mercancías con el entusiasmo y la precisión que poseen los hábiles supervivientes.
El grupo designado para negociar con Oelita constaba de seis hombres y cinco mujeres, nueve de ellos fruto de las guarderías. Tres podían llevarla a jugar al Kol en el templo, proponiéndole tratos ultrajantes y en ocasiones conflictivos durante la partida. Mientras tanto, los otros se dedicaban a estudiar, a crear nuevas propuestas, a buscar las imperfecciones.
Cuando finalmente aceptaba un trato, Oelita sonrió al recordar su credulidad, comenzaban a discutir entre ellos sobre por qué consideraban que más adelante ella se arrepentiría de haberlo hecho. En ocasiones, algún viejo maestro de Hoemei se sentaba entre ellos para mediar, a enseñarles, y a guiar sus esfuerzos. Podían mostrarse radiantes un día y hoscos al siguiente, después de haber soñado con las consecuencias. Estaban obsesionados con las consecuencias.
Oelita estaba familiarizada con la arquitectura de las organizaciones Stgal, la cual no contaba con estructuras muy altas. Los Stgal gobernaban por medio de parches y soluciones de emergencia. Siempre estaban rehaciendo lo que acababan de hacer. Las políticas se rehacían y se enmendaban. Muchas veces, políticas que no funcionaban volvían a aplicarse cuando dicha circunstancia ya se había olvidado.
Después de vivir toda su vida entre estas experiencias, Oelita estaba perpleja ante los jóvenes y apasionados Kaiel, que diseñaban un edificio sobre columnas erigidas en el pasado, que fueran capaces de soportar también a todas las generaciones futuras. Cada párrafo del documento se colocaba como una piedra fundamental bajo un templo cuyos pisos superiores serían suelo firme para sus amados, aunque quiméricos, nietos.
De los once, Oelita trabó más relación con Taimera, una estudiante hedonista, casi una niña, a quien Hoemei había sacado recientemente de la guardería. Todavía tenía los senos, el cuello y los hombros sin marcar. Era una jovencita traviesa cuya mirada aguda mostraba señales de un pasado que otorgaría fuerza a la trama futura. Ella era la que buceaba más profundamente en Oelita buscando sus reservas, siempre sensible al conflicto entre la ambición Kaiel y la moral hereje. En cierta ocasión, cuando Oelita le dictaba una clase sobre las relaciones entre los clanes de la costa, Taimera os-Kaiel le explicó por qué sus compañeros eran tan minuciosos.
Aquellos grupos de Kaiel que creaban leyes
efectivas
obtenían poder, dinero e influencia... y el traspaso de sus genes a las salas de procreación en las guarderías. Las predicciones acertadas sobre el futuro inmediato eran recompensadas, pero el premio mayor era para los que se mostraban capaces de controlar las consecuencias
lejanas.
Los jóvenes que Hoemei había reunido en torno a Oelita sabían que auditores Kaiel, armados con percepción retrospectiva, todavía estarían revisando los efectos del documento cuando sus autores hubiesen alcanzado la madurez política. Si para entonces los pueblos de la costa prosperaban en sus relaciones con los Kaiel, se multiplicarían enormemente los votos de cada autor del documento. No obstante, si éste no lograba cumplir con las predicciones que se le asignaban, ellos se verían relegados a desempeñar algún empleo inferior en la burocracia.
Para Taimera era una cuestión de honor, y un poco de ansiedad, crear antecedentes de un buen criterio continuo. Ella era ambiciosa. Había decidido alcanzar la excelencia para escapar de la guardería, y ahora la impulsaba la idea de alcanzar los concejos superiores. Según le confesó a Oelita, hasta el momento sólo había logrado un distrito electoral de cinco personas y por lo tanto su poder de voto era escaso, pero ella sabía que el poder de un Kaiel no se basaba solamente en la magnitud de su distrito electoral. Al final, lo importante era la calidad de su trabajo.
El documento ya había pasado por el concejo financiero para verificar que, si llegaba a convertirse en ley, habría fondos disponibles para su ejecución. No hubo ningún problema, puesto que había sido redactado con conocimiento de los fondos que serían necesarios. En este momento estaba en el recuento de votos.
Cualquier Kaiel de importancia podía votar antes de la fecha límite, pero sólo lo harían unos pocos porque los Kaiel empleaban un sistema peculiar. Un simple «sí» o «no» no era suficiente. Los Kaiel sostenían que esta clase de voto requería poca reflexión y por lo tanto estimulaba el descuido en la confección de leyes. Los Kaiel siempre estaban votando alguna cosa, y al hacerlo debían acudir a los Archivos presentando una declaración detallada sobre lo que consideraban que serían las consecuencias de su elección. El archivista no aceptaba el voto a menos que las consecuencias estuviesen formuladas en términos mensurables.
La cantidad de votantes solía ser escasa, pero señalaba a los Kaiel que se habían tomado el trabajo de informarse y estaban dispuestos a jugarse su futuro político con la estimación de los resultados. No había ningún concejo central para la creación de las leyes. Desde su infancia, un Kaiel era educado para crear leyes en las áreas donde le cabía una responsabilidad personal. Muy pronto aprendía que, para que una ley fuese aprobada, necesitaba contar con un número representativo de Kaiel que se mostrasen dispuestos a apoyarla.