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Authors: Jude Watson

Rescate peligroso (9 page)

—Buscad cualquier diferencia, por pequeña que sea —les aconsejó Qui-Gon—. Habrá mucho parloteo, así que prestad atención.

La holocámara había grabado una sesión del Senado en la que se trataba la normativa del sistema Mindemir. Los senadores se levantaban y hablaban sin parar sobre complicadas leyes. Se interrumpían unos a otros y se dedicaban elogios e improperios. Hablaban durante minutos intermitentes sin decir nada.

Siri miró a Obi-Wan y fingió bostezar. Adi vio el gesto.

—Todas las tareas requieren una atención completa —dijo severamente a Siri. Luego se volvió hacia Qui-Gon y murmuró—: Aunque a mí también me esté costando.

—No lo entiendo —dijo Obi-Wan—. A Uta S'orn ni siquiera se la ve en la transmisión.

—Exacto —dijo Qui-Gon.

Obi-Wan estaba confuso. Volvió a centrar su atención en ambas emisiones, pero resultaba difícil saber qué estaba buscando.

Por último, se hizo circular una lista de las normativas entre los senadores. La holocámara flotó sobre la sala mientras todos se levantaban para votar en las urnas. Las regulaciones se aprobaron por mayoría. Entonces, la pantalla se quedó en negro.

—¿Lo vemos otra vez? —preguntó Adi.

—¿Es necesario? —murmuró Siri.

—Esperad —dijo Qui-Gon. Rebobinó hasta el momento en que se llamaba al voto—. Creo que ya veo la diferencia. Aquí —señaló la pantalla de la izquierda, la de la transmisión oficial del Senado.

—Mirad al delegado de Hino-111 —dijo. Activó el
zoom
sobre la emisión para poder verlo más de cerca—. No está pulsando el botón de "sí". Está votando en contra de la medida. Pero en el audio está votando a favor —Qui-Gon activó el
zoom
en el otro datapad—. Y aquí ha registrado un voto en contra. Esta es la versión de Uta S'orn.

Adi se acercó.

—¿Ella alteró el registro oficial del Senado?

—Estoy seguro de que si estudiamos esto a fondo encontraremos más votos cambiados. La grabadora del Senado emplea la transcripción oficial para registrar los votos. Estas regulaciones no fueron aprobadas. Los senadores votan miles de regulaciones. Mindemir es un sistema pequeño. Es un movimiento arriesgado, pero esta transcripción es de hace ocho meses. Es obvio que la jugada le salió bien.

—¿Por qué iba a jugársela por una regulación de Mindemir? —preguntó Obi-Wan.

—Estoy seguro de que a ella le da igual. Seguro que le pagaron por hacerlo —dijo Qui-Gon—. Le pagaron con créditos o con influencias. La pregunta es, ¿quién le pagó?

—¿Jenna Zan Arbor? —sugirió Siri.

—Eso es lo que necesitamos saber —Qui-Gon ya estaba cogiendo su intercomunicador—. Éste es un trabajo para Tahl —se alejó unos pasos para hablar tranquilamente.

—¿Y por qué guardaría ella la transcripción real? —preguntó Siri—. Eso podría incriminarla.

—Por chantaje —dijo Adi—. Siempre podría amenazar con delatar a la persona que realizó el cambio. Podría enviarlo de forma anónima al Senado. Quizás haya borrado sus huellas tan bien que no puedan conectarla con nada.

Qui-Gon volvió, diciendo que Tahl les llamaría en cuanto supiera algo. Revisaron las otras transcripciones. Ahora que sabían lo que buscaban, era más sencillo. En todos los casos había alteraciones de votos.

Cuando terminaron, Tahl llamó a Qui-Gon.

—Tenías razón —dijo ella—. Jenna Zan Arbor llevó a cabo una serie de experimentos a pequeña escala en el agua de Mindemir. Al parecer necesitaba un sistema planetario grande para demostrar su teoría. Poner en peligro todo un sistema, obviamente, estaba en contra de las regulaciones del Senado. Pero la senadora S'orn introdujo una nueva normativa que lo permitía en caso de que el orgamismo legislador del planeta accediera al experimento. La medida se aprobó en el Senado Galáctico, y, pocas semanas después, el gobierno de Mindemir votó a favor del experimento.

—Es fácil sobornar a un político de un planeta pequeño para que se apruebe una ley —dijo Adi, sombría—. Pero necesitaba a alguien poderoso en el Senado Galáctico.

—Así que ya tenemos la conexión entre Jenna Zan Arbor y Uta S'orn —dijo Qui-Gon lentamente—. Zan Arbor dijo que S'orn le había ayudado mucho. No pensé que se refiriera a que S'orn había actuado de forma ilegal.

—Es difícil de creer —dijo Adi—. Tiene fama de persona íntegra.

—Hace ocho meses, Ren S'orn seguía con vida —dijo Obi-Wan—. Y Jenna Zan Arbor ya había comenzado sus experimentos con la Fuerza. ¿Y si la senadora S'orn lo sabía? ¿Y si Jenna Zan Arbor la estaba chantajeando a ella?

—Así que S'orn supo que Zan Arbor tenía cautivo a su hijo, e hizo lo que Zan Arbor le pidió —Qui-Gon frunció el ceño pensativo—. Es posible.

—Y otra razón más para ayudar a Uta S'orn —dijo Adi—. Tanto si ella quiere como si no.

Capítulo 16

Ante la evidencia, Uta S'orn se derrumbó.

—Sí —dijo—. Alteré la grabación. Se sentó en un banco, con las manos colgando entre las rodillas. El palacio estaba tranquilo, y casi todos los pacientes habían vuelto a los Pabellones Clínicos.

—Tuve que hacerlo —dijo Uta S'orn—. Ella tenía a mi hijo.

—Así que alteró las grabaciones del Senado para salvarle —le dijo Adi lentamente.

S'orn asintió.

Y entonces ella le liberó. Pero algo no salió bien. Le encontraron muerto. Ella me contó que él había intentado entrar a la fuerza en el laboratorio, y que Ona Nobis le había matado. No sé si creerla, pero ¿qué puedo hacer? Quebranté las leyes del Senado. Mi hijo ha muerto. Lo único que puedo hacer es dedicarme por completo al pueblo de Belasco de la única forma que sé. No creo que Jenna se ponga en contacto conmigo. Ha debido de venir por otros motivos. Estoy segura de que me dejará en paz, después de todo lo que me ha hecho.

Normalmente, Uta S'orn era una persona de carácter brusco e impaciente. Y ahora Obi-Wan se daba cuenta de lo dolida que estaba. Le temblaba la voz, y tenía los ojos llenos de lágrimas.

Un hombre alto y ricamente ataviado se acercó, seguido de la guardia de androides reales. Aunque tenía el pelo canoso, su rostro era el de un joven.

—¿Uta, estás bien? ¿Quieres que haga expulsar a esta gente?

Ella se secó rápidamente las lágrimas.

—No. Éste es nuestro Líder, Min K'atel —dijo a los demás.

Qui-Gon y Adi hicieron una reverencia.

—Somos los Caballeros Jedi Qui-Gon Jinn y Adi Gallia, y éstos son nuestros padawan, Obi-Wan Kenobi y Siri.

El Líder saludó con una breve inclinación de cabeza.

—Me da igual que seáis Jedi, no debéis molestar a Uta S'orn.

—Hablan de cosas que me gustaría olvidar —dijo Uta S'orn—. No tienen la culpa, pero...

—No estás bien y eso me basta —dijo Min K'atel. Se volvió hacia los Jedi—. Debo pedirles que abandonen el palacio. Están molestando a la mejor senadora de Belasco.

—Ya nos íbamos —dijo Qui-Gon amablemente.

El Jedi saludó y salió del jardín. Mientras avanzaban por el césped, Obi-Wan habló.

—Nunca había visto tan afectada a Uta S'orn.

—Sí, eso parecía —dijo Qui-Gon—. Pero, si te das cuenta, manipuló al Líder para que nos echara.

—Ella miente —dijo Adi.

Qui-Gon clavó la mirada en Adi.

—¿Estás segura?

Adi asintió.

—No sé por qué. Hay algo falso en sus palabras —aminoró el paso y se detuvo—. Sé que él está aquí. Por aquí cerca.

—¿Noor está en el palacio? —preguntó Qui-Gon—. Volvamos con Min K'atel y solicitemos una búsqueda.

Adi negó con la cabeza.

—Es sólo un presentimiento.

—¡Eso es todo lo que tenemos! ¿De qué sirven los instintos, Adi, si no nos fiamos de ellos?

Adi le miró fijamente.

—Yo confío en ellos. Pero no quiero que controlen a los demás. No podemos involucrar a un gobierno en una investigación sin pruebas. Y eso lo sabes tan bien como yo.

Qui-Gon intentó calmar su impaciencia. Tenía la mente cansada y el cuerpo exhausto. No tenía la conexión con la Fuerza que tenía Adi. Sus nervios destrozados le pedían que pusiera fin a aquello.

Adi le había hablado de cooperación y lealtad. Él iba a tener que acceder a los deseos de ella. La Jedi tenía tanto derecho a elegir como él.

—¿Entonces, qué hacemos? —le preguntó Qui-Gon—. ¿Qué sugieres?

—Sigamos nuestras sospechas hasta el siguiente paso lógico —dijo Adi—. Tenemos que obtener permiso para registrar el palacio. Es poco probable que Min K'atel nos lo conceda tal y como están las cosas. Tendremos que convencerle. Nos queda un sitio al que ir.

Qui-Gon asintió.

—La central depuradora de agua. Pero jamás nos darán permiso para entrar.

—Entonces tendremos que entrar por nuestra cuenta —dijo Adi firmemente—. Sí, hay veces que me dejo llevar por mis instintos, Qui-Gon. Y la respuesta está allí.

Capítulo 17

La planta estaba cerrada y muy vigilada. Era obvio que habían reforzado la seguridad debido a la epidemia. Los Jedi aterrizaron en una zona boscosa cerca del perímetro vallado. Qui-Gon inspeccionó el área con los macrobinoculares.

—No tenemos ninguna posibilidad de romper la seguridad —dijo—. Todos los que entran pasan por un escáner de retina. Hay androides de vigilancia en cada entrada. Incluso si nos ocupamos de todos ellos, tendríamos que abrir las puertas con los sables láser. Y seguro que eso dispararía una alarma de seguridad a gran escala.

—Queremos entrar sin ser vistos —dijo Adi.

—Por no mencionar que no queremos perder vidas —añadió Qui-Gon. Contempló la central, pensativo. De repente, encontró una manera—. Claro —dijo—. No podemos entrar andando, pero podemos entrar nadando.

***

El Gran Mar se estrechaba en un caudaloso rio que bajaba desde la central. El agua se arremolinaba espumosa y formaba pequeñas cascadas en el centro del río.

—La corriente es muy fuerte —Adi miró a Qui-Gon y vio la preocupación en su rostro—. Quizá será mejor que sólo entre un equipo.

—Tendremos más posibilidades si vamos todos —Qui-Gon sacó su tubo respiratorio y fue el primero en sumergirse en el agua helada.

—Cuando lleguemos a las tuberías de entrada es probable que haya un filtro cubriendo la abertura —dijo Qui-Gon —. No podemos utilizar los sables láser, así que emplearemos vibrocuchillas. No os alejéis de nosotros, padawan. Y no temáis pedir ayuda si os cansáis.

¿Y tú, Qui-Gon? ¿Pedirás ayuda si la necesitas?

La mirada oscura de Adi le interrogaba en silencio. Él la ignoró.

Los Jedi se sumergieron bajo el agua. Qui-Gon sintió la corriente tirando de él. Le arrastraba en la dirección adecuada, pero tenía que tener cuidado y alejarse de los remolinos. Y eso requería todas sus fuerzas.

La corriente les llevó hacia las tuberías. Cuando se acercaron, se sintieron todavía más absorbidos. Y ahora el peligro consistía en evitar golpearse contra los filtros.

Al acercarse a las tuberías, Adi les indicó que lucharan contra la corriente. Agitando los brazos para aminorar el ritmo consiguieron llegar suavemente hasta el filtro principal. Qui-Gon ya había sacado su vibrocuchilla. Adi y él se pusieron manos a la obra mientras sus padawan se agarraban a la rejilla.

Rápidamente hicieron un agujero en los filtros e indicaron a sus padawan que entraran primero. En cuanto entraron en la tubería fueron absorbidos por la dinámica del agua, y chocaron contra las paredes, girando y rebotando, hasta que Qui-Gon perdió el sentido de la orientación. La herida que tenía en el hombro se le resintió con el movimiento giratorio. Cuando llegó a un depósito gigante, estaba abrumado por el mareo.

Sintió que Obi-Wan le tocaba el hombro. Su padawan se había dado cuenta de su malestar. Mientras luchaba por aplacar las náuseas, Qui-Gon hizo un gesto a Obi-Wan para indicarle que estaba bien.

Nadaron rápidamente hacia la otra orilla del depósito y se alzaron por encima del bordillo. Estaban en un enorme viaducto de piedra. Había cajas con equipamiento rodeando el depósito. Más adelante, el agua era procesada, pero aquí sólo había máquinas tomando al azar muestras de calidad.

Adi señaló una consola que había allí cerca. Mientras Adi, Obi-Wan y Siri se quedaban vigilando, Qui-Gon pulsó botones y palancas hasta que se abrió una enorme puerta que daba a una unidad de almacenamiento llena de tubos con muestras de agua, etiquetados con las fechas.

—No podremos salir por el mismo sitio —dijo Qui-Gon a Adi mientras se metía las muestras en la túnica—. Tendremos que buscar uniformes y hacernos pasar por trabajadores.

Ella asintió.

—Tiene que haber un armario con equipos.

De repente, una luz roja del panel comenzó a titilar. Unos segundos después escucharon a unos androides acercándose.

—Creo que es hora de irnos —dijo Qui-Gon, empuñando su sable láser—. Démonos prisa con esto, antes de que lleguen los guardias belascanos.

Los androides doblaron la esquina con las pistolas láser en alto. El grupo de Jedi cargó como uno solo, sin dejar de mover los sables láser. Qui-Gon derribó a dos androides de una estocada. Adi saltó por encima del grupo y lo atacó desde atrás. Siri se arrodilló y saltó con tanto impulso que abatió a un androide y sajó a otros dos. Obi-Wan fue a por los androides que quedaban a la izquierda de Qui-Gon, cortando la cabeza a uno y enterrando su sable láser en el panel de control del otro.

En unos segundos habían acabado.

—Los guardias belascanos llegarán en un abrir y cerrar de ojos —dijo Qui-Gon, respirando pesadamente—. Olvidaos de salir discretamente. Sólo vámonos.

Adi y él cortaron con los sables láser un agujero en la puerta de duracero. Una sirena se activó. Los Jedi saltaron por el agujero de la puerta con el sonido rechinándoles en los oídos, y corrieron hacia la elevada valla.

Qui-Gon invocó a la Fuerza. La necesitaba desesperadamente si quería saltar por encima de aquella verja. Escuchó disparos láser cerca de su oreja. Obi-Wan y Siri pasaron por encima de la verja con un margen de varios centímetros. Qui-Gon se dio cuenta de que Adi había aminorado la marcha para asegurarse de que él podía saltar.

Con un poderoso esfuerzo, Qui-Gon obligó a sus cansados músculos a cooperar. Su percepción de la Fuerza surgió y le ayudó a saltar. Aun así, se dio contra la parte alta de la verja y tuvo que ayudarse a subir a pulso. Por el rabillo del ojo, vio a Adi saltando sin problemas.

Qui-Gon aterrizó pesadamente y perdió el equilibrio. Corrió hacia el bosque. Ignoró el fuego láser a sus espaldas, contando con que Adi desviara de forma experta cualquier disparo que se acercara demasiado.

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