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Authors: Jude Watson

Rescate peligroso (11 page)

Obi-Wan pensó en la cantidad de niños que les rodeaban. Su principal objetivo era contener la batalla para que los niños no fueran heridos por los disparos láser. Sabía que los demás pensaban como él.

Los androides mantuvieron la formación, atacando y reagrupándose. Uta S'orn se escabulló de su asiento de honor y desapareció entre la muchedumbre.

Los Jedi no necesitaban hablar para saber la estragia. Por un lado, tenían que proteger a los belascanos del jardín y, por otro, tenían que llegar a los aposentos de Uta S'orn.

Formaron un círculo cerrado para rechazar los disparos láser y atacar a los androides reales. Mientras peleaban, avanzaban firmemente, abriéndose para romper la estricta formación de los guardias.

—Cubridme —exclamó Qui-Gon.

Adi, Siri y Obi-Wan acometieron el ataque. Se movían a toda velocidad, al unísono, cubriéndose unos a otros y atacando con furia a los androides.

Obi-Wan percibió a Adi y a Siri por medio de la Fuerza para poder captar el ritmo de su estrategia de combate. Adi confiaba en el rápido juego de pies y en los saltos gimnásticos de Siri, que dependía de la impresionante capacidad de lucha con sable de Adi. Hacían una pareja formidable.

Pero a medida que el suelo se llenaba de androides derribados, llegaban más en una corriente que parecía interminable. Salían de la estancia de la guardia en palacio, con las pistolas láser apuntando hacia los Jedi.

Luchar con androides de batalla tenía sus propias dificultades.

Su punto fuerte era también su debilidad: no pensaban. Respondían a estímulos. Para ellos, los seres vivos eran objetivos a destruir. Su complicado cableado podía quedar fuera de juego con un buen golpe, pero su precisión era impecable.

Mientras peleaba, Obi-Wan tenía presente en todo momento que Qui-Gon había entrado solo en el palacio. Y se encontraría con Ona Nobis. Recordó alarmado que su maestro no había sido capaz de trepar la valla. Necesitaba refuerzos.

Sabía que Adi estaba pensando lo mismo. Sin mediar palabra, aceleraron su avance con una furibunda serie de estocadas. Se abrieron camino hasta la entrada de palacio.

Obi-Wan lanzó un revés, barriendo con su sable láser, saltando y girando en el aire para aterrizar entre los androides. Los atacó desde atrás, abatiendo a cuatro con dos golpes. Mientras tanto, Adi y Siri entraron en el palacio. Obi-Wan saltó de nuevo, y esta vez aterrizó en el umbral de la entrada. Corrió hacia el interior, dando una patada trasera para empujar a un androide.

El palacio estaba oscuro en comparación con la iluminación del festival. Obi-Wan percibía el movimiento, pero apenas podía verlo. Adi y Siri subían unas imponentes escaleras.

—Por aquí —le gritó Adi mientras corrían.

Obi-Wan se dirigió hacia allí. De repente, un disparo láser rebotó muy cerca. Lascas de piedra saltaron por los aires en el lugar en el que él acababa de posar el pie. Se giró para atacar, pero perdió ligeramente el equilibrio. Sabía que el siguiente movimiento sería torpe.

Vio algo borroso cerca de su hombro. Siri había saltado desde el piso de arriba. Giró en el aire, blandiendo su sable láser. Cuando aterrizó, decapitó a uno de los androides de la guardia real.

—Gracias —dijo Obi-Wan.

—Cuando quieras.

Obi-Wan subió corriendo por la escalera, con Siri detrás. Invocó a la Fuerza para que le dirigiera, siguiendo la estela que Adi había dejado en el aire. Corrió por largos pasillos, y escuchó unos gritos más adelante.

Entró en una sala de techos altos. Jenna Zan Arbor estaba en el medio, con las manos frente a ella. Noor se encontraba inmovilizado, con esposas eléctricas en tobillos y muñecas.

—Tengo la fórmula para erradicar la bacteria —dijo Jenna Zan Arbor, alzando un datapad del tamaño de una mano—. Hay un pasaje crucial que falta en la versión que tienen los científicos. Sólo yo puedo salvar este planeta. Si me matáis, muchos morirán.

Qui-Gon empuñaba su sable láser orientado hacia un lado. Adi estaba junto a él. Obi-Wan se detuvo a poca distancia. Esperó a que los dos Maestros decidieran una estrategia.

—No queremos matarte —dijo Qui-Gon.

—La captura es la muerte para mí —dijo Jenna Zan Arbor—. O libre o nada.

Adi y Qui-Gon ni siquiera se miraron. Pero Obi-Wan se dio cuenta de que se estaban comunicando. Noor tenía los ojos cerrados, pero Obi-Wan sintió la Fuerza fluyendo también a través de él. Y, esta vez, Jenna Zan Arbor no tenía instrumentos para medirla.

Percibió a Qui-Gon haciendo acopio de sus fuerzas. Obi-Wan sintió su poder.

Se sintió eufórico. Qui-Gon había vuelto.

El datapad voló desde la mano de Jenna Zan Arbor a la de Qui-Gon, que abrió de repente la palma. Al mismo tiempo saltó hacia delante, blandiendo su sable láser. Jenna Zan Arbor se estremeció, pero él se limitó a golpear en un clavo que había tras ella. Un enorme tapiz cayó de la pared justo sobre Jenna Zan Arbor. Al mismo tiempo, Adi se lanzó para liberar a Noor.

Qui-Gon se metió tranquilamente el datapad en el cinturón, y se agachó para capturar a Jenna Zan Arbor mientras esta emergía de debajo del tapiz, tosiendo por el polvo.

—Después de todos tus experimentos con la Fuerza, no has conseguido entender su poder —dijo Qui-Gon.

Ella le miró con rabia.

—Debí matarte mientras pude.

—Ese —dijo Qui-Gon— fue tu otro error.

Obi-Wan buscó a Siri. Tendría que haberla encontrado a sus espaldas. Pero no estaba. Se sintió alarmado. Siri siempre estaba en el lugar de la batalla.

¿Y dónde estaba Ona Nobis?

Obi-Wan dio media vuelta y corrió por el largo pasillo. Invocó a la Fuerza para buscar a Siri. Estaba cerca, podía sentirla. En momentos de peligro, su conexión se estrechaba.

Estaba encima de él.

Corrió hacia las escaleras, que se curvaban hacia arriba hasta perderse de vista en la oscuridad. Se detuvo en todos los pisos, pero no escuchó ni sintió nada. Ella seguía estando más arriba. Por fin llegó al último piso. Un largo pasillo con pesadas alfombras se extendía ante él. Frustrado, Obi-Wan se detuvo. Siri no estaba en esa planta.

Vislumbró una puertecita a la derecha y la abrió. Vio una escalera estrecha que subía hacia la azotea. En ese momento supo que Siri estaba ahí arriba, y que le necesitaba.

Subió por las escaleras, activando el sable láser mientras corría. Las luces del festival brillaban a sus pies. Los parterres más alejados estaban sumidos en las sombras. Aquella parte del tejado era plana, pero estaba rodeado de agujas y torreones.

Vio el pálido resplandor violeta del sable láser de Siri. Tenía la espalda apoyada en la pared del tejado. Ona Nobis la había acorralado. El látigo láser se enredó alrededor del sable de Siri, y estuvo a punto de arrebatárselo. Siri agarro la empuñadura con ambas manos y aguantó, pero se tambaleó. Ona Nobis desenfundó la pistola láser que llevaba atada al muslo.

Obi-Wan se lanzó sobre ella, alargando una mano para dirigir la Fuerza. No podía fiarse de su capacidad para mover objetos, pero la Fuerza surgió y le arrebato la pistola de la mano a Ona Nobis, haciendo que ésta retrocediera, tambaleándose por la sorpresa.

Obi-Wan no se detuvo, sino que saltó y giró para poder atacar a Ona Nobis desde el otro lado, y para que Siri tuviera espacio para maniobrar.

El látigo chasqueó y el sable láser lo golpeó con un zumbido. Salió una humareda. Obi-Wan giró el sable láser para liberarlo del látigo. Ona Nobis desenfundó su otra pistola.

Siri agarró con fuerza el sable láser y avanzó. Tenía el pelo y la túnica empapados de sudor. Atacó con gesto sombrío a Ona Nobis, pero la cazarrecompensas se alejó.

—Venga, niñatos —dijo al fin Ona Nobis. Les enseñó los dientes—. Sé que podéis hacerlo mejor.

Obi-Wan dio un salto hacia delante. Ahora funcionaba en equipo con Siri, y ambos flanquearon a la cazarrecompensas. Esta vez, cuando ella chasqueó el látigo, él saltó muy alto para esquivarlo, enrollándolo alrededor de su sable. Sabía que Siri aprovecharía para atacar.

Un disparo láser resonó junto a él. Muy cerca. Obi-Wan se quedó en el aire, agarrado al látigo, con todos los músculos en tensión.

Ella intentó alejar el látigo del aprendiz de Jedi. Tenía muchísima fuerza. Él sintió que se le doblaba la muñeca y comenzó a caer. El látigo volvió a enroscarse, libre de nuevo. El empleó la caída para volver a girar y sorprender a ona Nobis con una patada. Su segunda pistola cayó de su mano, y ella aulló de rabia.

Siri se adelantó para ponerse junto a Obi-Wan cuando aterrizó. Ahora tenían acorralada a Ona Nobis. Ella puso el látigo en modo normal, y lo agitó para engancharlo en una tubería cercana.

Él se dio cuenta de que quería escapar. Nunca se quedaba si pensaba que podía perder. La mujer se alzó en el aire por encima de Obi-Wan y Siri, empleando el látigo para impulsarse sobre sus cabezas. Durante un instante, su cuerpo quedó colgado en la oscuridad de la noche.

Se estaba agarrando con una sola mano. ¿Qué hacía con la otra?

—¡Siri, cuidado! —gritó Obi-Wan cuando una tercera pistola apareció en la mano de Ona Nobis.

En ese momento, Adi entró por la puerta de acceso a la azotea. Se elevó por los aires, golpeando el sable láser de la cazarrecompensas, y lo cortó limpiamente en dos.

Los rasgos duros de Ona Nobis expresaron su asombro. Se quedó suspendida en el aire durante un instante. Después, sin el látigo, cayó hacia atrás y se precipitó hacia el suelo, en la oscuridad de la noche.

Capítulo 21

Qui-Gon, Obi-Wan, Siri y Adi estaban detrás del pequeño edificio cercano al Senado de Coruscant.

—¿Preparados? —exclamó Astri.

—¡Preparados! —respondió Qui-Gon.

Astri pulsó un interruptor. El cartel luminoso brilló con las palabras:

"NUEVO CAF DE DI I". Astri suspiró.

—Supongo que sigue necesitando una reparación. Eso me pasa por contratar a Fligh como electricista.

—Por lo menos, la comida es buena —dijo Cholly. Alzó un trozo de ahrisa picante—. Esto es lo mejor que he comido nunca.

—Mmmf—dijo Tup con la boca llena. Weez le dio una servilleta.

Astri llevó dentro a los Jedi y les acomodó en una mesa central. Les sirvió el té.

—No me gusta tener a Fligh de socio, pero me ha prometido enmendarse —dijo Astri—. Y nos ha encontrado inversores.

La taza se detuvo a medio camino de la boca de Qui-Gon.

—¿Inversores legales?

—¡Por supuesto! —exclamó Didi desde el bar. Había perdido algo de peso durante su enfermedad, pero había recuperado sus mejillas sonrosadas y su carácter alegre—. Fligh y yo hemos aprendido la lección.

—Eso espero —murmuró Astri—. Yo sólo sé que de las cuentas me voy a ocupar personalmente.

—Y seguro que lo harás muy bien —dijo Adi, brindando.

Astri se sentó con ellos a la mesa.

—¿Ya han dictado sentencia para Zan Arbor y S'orn?

Qui-Gon asintió.

—Han sido exiliadas a un planeta prisión por el resto de sus vidas.

—No puedo creer que Uta S'orn fuera cómplice —dijo Astri, negando con la cabeza—. Su mejor amiga mató a su hijo, y ella siguió haciendo negocios con ella.

—Nunca menosprecies el poder de la codicia —dijo Adi—. Uta S'orn quería hacerse rica. Jenna Zan Arbor le ofreció esa posibilidad. Estaba detrás de la empresa científica de Belasco.

—Sus planes casi se van al garete cuando a Zan Arbor le dio por investigar la Fuerza —añadió Qui-Gon—. El hecho de que su amiga tuviera un hijo sensible en la Fuerza fue algo demasiado tentador para ella. Y cuando Uta S'orn se enteró de lo que había ocurrido, su codicia se convirtió en ira y dolor.

—Menuda pareja —dijo Siri con una mueca.

Astri se levantó para preparar el almuerzo que les había prometido a los Jedi. Siri indicó a Obi-Wan que se acercara a una esquina.

—Sólo quería decirte que me alegró verte aparecer en el tejado para ayudarme a pelear contra Ona Nobis —dijo ella—. Creo que te subestimé por el hecho de huir del combate en Sorrus. No sabía lo poderosa que era. Podría haberme matado, Obi-Wan.

—No quiero ni pensarlo —dijo Obi-Wan. La vergüenza reflejada en el rostro de Siri le hizo suavizar la situación—. Eres la mejor luchadora padawan que he visto nunca.

—Después de ti —dijo Siri—. He luchado contigo en ejercicios del Templo muchas veces, Obi-Wan. No debería haber cuestionado tu talento o tu valor. Me equivoqué —las palabras parecían no querer salir de su boca.

—Yo también me equivoqué —dijo Obi-Wan alegremente—. Pero eso ya lo sabes.

—Adi dice que he aprendido una lección muy importante —prosiguió Siri. Hizo una mueca—. Y yo odio aprender lecciones. Sobrevaloré mis propias habilidades. Soy una Jedi, pero no soy invencible. Hay muchos seres en la galaxia que pueden vencerme. Ahora entiendo por qué nos machacaron una y otra vez con que nuestro objetivo debe estar claro y nuestra concentración ha de ser total. He subestimado el Lado Oscuro de la Fuerza. Intentaré no volver a hacerlo. Y ahora sé que no siempre seré fuerte. No tendré miedo de reconocer mis debilidades.

—Una gran lección para un padawan —dijo Adi, que había oído la conversación.

Obi-Wan miró a Qui-Gon.

—Y para los Maestros Jedi cabezotas.

Qui-Gon dio plácidamente un sorbito de té.

—No tengo ni idea de a quién te refieres —dijo con los ojos brillantes.

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