—Pero sí tiene constancia del motivo de esta preocupación por la seguridad. Un grave accidente aéreo que tuvo lugar a principios de esta semana. Ocurrió en un N-22.
—Sí.
—El vuelo 545 de TransPacific. Un accidente en pleno vuelo, encima del océano Pacífico.
—Sí.
—Murieron tres personas. ¿Y cuántas resultaron heridas?
—Creo que cincuenta y seis —dijo Casey, consciente de que lo dijera como lo dijera, sonaría espantoso.
—Cincuenta y seis heridos —repitió Reardon con la voz cargada de intención—. Fracturas de cuello, fracturas de brazos y piernas, dos personas paralizadas para el resto de su vida…
Reardon la miró y dejó la frase suspendida en el aire. No le había preguntado nada, así que Casey no respondió. Aguardó bajo la deslumbrante luz de los focos.
—¿Qué opina al respecto?
—Todas las personas que trabajamos en la Norton estamos muy preocupadas por la seguridad aérea. Por eso probamos nuestros aparatos para que duren el triple del tiempo previsto…
—Están muy preocupados. ¿Le parece una respuesta adecuada?
Casey titubeó. ¿Qué insinuaba?
—Lo siento —dijo—, no entiendo…
—¿No cree que la compañía tiene la obligación de fabricar aviones seguros?
—Desde luego. Y lo hacemos.
—Mucha gente discrepa con esa afirmación —dijo Reardon—. La JAA discrepa. Los chinos probablemente discrepen… ¿La compañía no está obligada a corregir los defectos de diseño cuando sabe que un avión no es seguro?
—¿Qué quiere decir?
—Quiero decir que lo que ocurrió en el vuelo 545 de TransPacific ya había ocurrido antes en otros N-22. Muchas veces. ¿No es verdad?
—No —respondió Casey.
—¿No? —preguntó Reardon, alzando las cejas.
—No —repitió Casey con firmeza. Ha llegado el momento, pensó. Estaba al borde del abismo.
—¿Ésta es la primera vez?
—Sí.
—Bueno, entonces quizá pueda explicarnos esta lista —dijo Reardon, levantando un papel. Casey comprendió de inmediato de qué se trataba—. Ésta es una lista de los incidentes debidos a los
slats
en los aviones N-22, y se remonta a 1992, poco después de la introducción del modelo. Son ocho episodios. Ocho incidentes distintos. El de TransPacific es el noveno.
—No fue exactamente así.
—¿No? Explíqueme por qué.
Casey resumió con la mayor brevedad posible el funcionamiento de las directivas de aeronavegabilidad. Explicó que en el caso del N-22 se habían dictado dos directivas, que el problema se había corregido en todos los aviones, excepto en los de las compañías extranjeras que no habían hecho las reparaciones necesarias. Señaló que los operadores nacionales no habían tenido ningún incidente desde 1992.
Reardon la escuchó con las cejas levantadas, como si nunca hubiera oído algo tan absurdo.
—Vamos a ver si le he entendido —dijo—. En su opinión, la compañía ha cumplido las reglas dictando estas directivas que, en teoría, debían solucionar el problema.
—No —dijo Casey—. La compañía ha solucionado el problema.
—¿De veras? Nos han dicho que la muerte de varios pasajeros en el avión de TransPacific se debió a una extensión de
slats
.
—Eso no es cierto. —Casey estaba en la cuerda floja, amparándose en un tecnicismo muy precario, y lo sabía. Si Reardon le preguntaba directamente «¿Se extendieron los
slats
?», estaría metida en un lío. Contuvo la respiración y esperó la pregunta siguiente.
—¿Quiere decir que las personas que nos han dicho que los
slats
se extendieron están equivocadas?
—No sé cómo lo saben —dijo Casey y decidió ir más allá—. Sí, están equivocadas.
—Fred Barker, ex miembro de la FAA, está equivocado.
—Sí.
—La JAA está equivocada.
—Bueno, como ya sabe, la JAA ha demorado la certificación por motivos como la emisión de gases y…
—Por el momento, concentrémonos en este tema —la interrumpió Reardon.
Casey recordó lo que le había dicho Gershon: «No tiene ningún interés en la información».
Reardon replanteó la pregunta:
—¿La JAA se equivoca?
Casey pensó que la respuesta era compleja. ¿Cómo podía resumirla?
—Se equivocan al decir que el avión no es seguro.
—De modo que, en su opinión, las críticas al N-22 no tienen ningún fundamento.
—Exactamente. El N-22 es un avión excelente.
—Un avión bien diseñado.
—Sí.
—Un avión seguro.
—Sin lugar a dudas.
—Usted viajaría en él.
—Desde luego.
—Su familia, sus amigos…
—Por supuesto.
—¿Sin ningún reparo?
—Ninguno.
—Entonces, ¿cómo reaccionó cuando vio la cinta del vuelo 545 en televisión?
Conseguirá que diga sí, sí, sí, y cuando menos se lo espere saldrá con un golpe bajo.
Pero Casey estaba en guardia.
—En la compañía, todos pensamos que ha sido un accidente trágico. Cuando vi la cinta, sentí una profunda tristeza por las personas involucradas en él.
—Sintió tristeza.
—Sí.
—Pero eso no quebrantó su fe en el avión. No le planteó dudas sobre la seguridad del aparato.
—No.
—¿Por qué no?
—Porque el N-22 tiene un excelente historial de seguridad. Uno de los mejores en la industria.
—Uno de los mejores en la industria —repitió Reardon con tono burlón.
—Sí, señor Reardon —afirmó Casey—. Permita que le haga una pregunta. El año pasado, cuarenta y tres mil estadounidenses murieron en accidentes de automóvil. Cuatro mil personas se ahogaron. Dos mil personas murieron atragantadas con la comida. ¿Saben cuántas murieron en vuelos nacionales?
Reardon guardó silencio unos instantes y luego rió.
—Parece que se han cambiado los papeles.
—Es una pregunta justa, señor Reardon. ¿Cuántas personas murieron en vuelos comerciales el año pasado?
Reardon frunció el entrecejo.
—Bueno, yo diría que unas… unas mil.
—Cincuenta —dijo Casey—. Cincuenta personas. ¿Y sabe cuántas murieron el año anterior? Dieciséis. Menos que en accidentes de bicicleta.
—¿Y cuántas de ellas murieron en un N-22? —preguntó Reardon con los ojos entornados, intentando recuperarse.
—Ninguna —dijo Casey.
—O sea, que quiere decir…
—En nuestro país mueren cuarenta y tres mil personas al año en accidentes de tráfico, y nadie se preocupa por ello. La gente conduce cansada o incluso en estado de embriaguez sin pensárselo dos veces. Pero esas mismas personas tienen miedo de subirse a un avión. Y esto se debe a que la televisión exagera constantemente los riesgos. Esa cinta hará que mucha gente coja miedo al avión. Y sin ningún fundamento.
—¿Cree que la cinta no debería haberse emitido por televisión?
—No he dicho eso.
—Pero ha dicho que por su culpa la gente cogerá miedo al avión… sin fundamento.
—Exactamente.
—¿En su opinión, no deberían hacerse públicas imágenes como las de la cinta del 545?
—No he dicho eso.
—Se lo estoy preguntando ahora.
—He dicho que por culpa de esa clase de imágenes la gente se forma una idea equivocada de los riesgos del transporte aéreo.
—¿Incluidos los riesgos del N-22?
—Ya he dicho que el N-22 es un avión seguro.
—Así que cree que esas cintas no deberían salir en antena.
¿Adónde demonios quería ir a parar? Casey aún no lo sabía. No respondió. Estaba pensando a toda prisa, procurando comprender qué se proponía Reardon. Experimentó una familiar sensación de impotencia.
—¿Opina usted que esas cintas deberían censurarse, señora Singleton?
—No —dijo Casey.
—
No
deberían ocultarse.
—No.
—¿Norton Aircraft ha ocultado alguna vez una cinta?
Vaya, pensó Casey. Se preguntó cuánta gente sabía que tenían una grabación en vídeo. Mucha, concluyó: Ellen Fong, Ziegler, los empleados de Video Imaging. Quizá una docena de personas, o incluso más…
—Señora Singleton, ¿tiene usted noticia de la existencia de alguna otra filmación del accidente?
«Miente», le había aconsejado Amos.
—Sí —respondió—. Sé de la existencia de otra cinta de vídeo.
—¿Y la ha visto?
—Así es.
—Es impresionante, aterradora, ¿verdad? —dijo Reardon.
La tienen
, pensó Casey. Han conseguido la cinta. Ahora tendría que ir con sumo cuidado.
—Es trágica —dijo Casey—. Lo ocurrido en el vuelo 545 fue una tragedia. —Estaba cansada y le dolían los hombros de la tensión.
—Señora Singleton, se lo preguntaré sin rodeos: ¿Norton Aircraft ha ocultado la existencia de otra cinta?
—No.
—Pero no la dieron a conocer al público, ¿no es cierto? —preguntó Reardon con las cejas arqueadas y expresión de sorpresa.
—La cinta de vídeo de la que habla se encontró en el interior del avión y la estamos usando para investigar el incidente. No nos pareció apropiado hacerla pública hasta completar las investigaciones.
—¿Pretendían ocultar los conocidos defectos del N-22?
—No.
—No todo el mundo está de acuerdo con eso, señora Singleton…
Newsline
obtuvo una copia de esa cinta a través de un empleado de Norton atormentado por su conciencia porque cree que la compañía oculta información. Esa persona piensa que la cinta debe hacerse pública.
Casey permaneció rígida. No se movió.
—¿Le sorprende? —preguntó Reardon con una sonrisa irónica. Casey no respondió. La cabeza le daba vueltas. Tenía que planear lo que haría a continuación.
Reardon la miraba con una sonrisa entre burlona y paternalista. Era evidente que disfrutaba de la situación.
Ahora
.
—¿Ha visto usted esa filmación, señor Reardon? —preguntó con un tono que sugería que la cinta no existía, que Reardon se la había inventado.
—Desde luego —respondió el reportero con solemnidad—. La he visto. Aunque resulta difícil, muy doloroso, ver esas imágenes. Es una terrible, pavorosa grabación de lo ocurrido en el N-22.
—¿La ha visto entera?
—Desde luego. Y también mis colegas de Nueva York.
De modo que ya había llegado a Nueva York, pensó.
Cuidado.
—Señora Singleton —dijo Marty—, ¿Norton tenía intención de hacer públicas esas imágenes alguna vez?
—La cinta no nos pertenece, así que no estamos autorizados a hacer algo así. Pensábamos devolverla a sus propietarios en cuanto concluyera la investigación. Ellos deben decidir qué desean hacer con la cinta.
—Cuando concluyera la investigación… —Reardon sacudía la cabeza—. Perdone, pero parecen demasiados encubrimientos para una compañía que, según usted, se preocupa por la seguridad aérea.
—¿Encubrimientos?
—Señora Singleton, si hubiera un problema con el avión, un problema serio, continuo, del que la compañía estuviera al tanto, ¿nos lo diría?
—No hay ningún problema.
—¿No? —Reardon bajó la vista y miró los papeles que tenía sobre la mesa—. Si el N-22 es tan seguro como usted dice, ¿cómo explica esto?
Y le entregó un papel. Casey lo cogió y lo miró.
—Dios santo —susurró.
Reardon había conseguido su imagen impactante. La había pillado por sorpresa, con la guardia baja. Casey sabía que había salido mal parada, que dijera lo que dijera a partir de ese momento no podría arreglar las cosas. Pero estaba concentrada en el papel que tenía delante y que jamás había esperado encontrar allí.
Era una fotocopia de la primera página de un informe redactado tres años atrás.
INFORMACIÓN
CONFIDENCIAL
EXCLUSIVAMENTE PARA USO INTERNO
NORTON AIRCRAFT
COMISIÓN DE ASUNTOS INTERNOS
RESUMEN EJECUTIVO
INESTABILIDAD DE VUELO
EN EL MODELO N-22
Y a continuación aparecían los nombres de los miembros de la comisión, comenzando por el suyo, ya que ella había presidido dicha comisión.
Casey sabía que no había nada deshonroso ni en el estudio ni en sus conclusiones. Pero su contenido —incluso su título, «Inestabilidad de vuelo en el modelo N-22»— parecía condenarlos. Resultaría difícil de explicar.
La información no le interesa.
Se trataba de un informe para uso interno de la Norton, y jamás debería haber salido de la compañía. Dado que se había redactado hacía tres años, mucha gente ni siquiera lo recordaría. ¿Cómo lo había conseguido Reardon?
Leyó los datos en la parte superior de la página: número de fax y nombre del emisor: NORTON-CC.
Procedía de su propio despacho.
¿Cómo era posible?
¿Quién lo había enviado?
Richman, pensó con tristeza.
Richman había introducido el informe en la carpeta de información para la prensa. El material que había ordenado enviar a
Newsline
.
Pero, ¿cómo se había enterado Richman de la existencia de ese informe?
Marder.
Marder conocía el estudio. Había supervisado el proyecto del N-22 y había ordenado el estudio. Y ahora pretendía sacarlo a la luz mientras ella estaba en la televisión porque…
—¿Señora Singleton? —dijo Reardon.
Alzó la vista y volvió a encontrarse con el resplandor de los focos.
—¿Sí?
—¿Reconoce este informe?
—Sí —dijo—. Lo reconozco.
—¿Ése es su nombre?
—Sí.
Reardon le entregó otras tres páginas, el resto del informe.
—Es decir, que usted presidió una comisión secreta de la Norton que investigó la «inestabilidad de vuelo» del N-22, ¿no es así?
¿Cómo se las apañaría para salir de aquel embrollo?, se preguntó Casey.
No le interesa la información
.
—No hubo ninguna comisión secreta —dijo—. A menudo llevamos a cabo esta clase de estudio para investigar cómo funcionan nuestros aparatos en servicio.
—Pero, como ustedes mismos dicen en el título, es un estudio sobre inestabilidad de vuelo.
—Mire —dijo Casey—, el estudio es positivo.
—¿Positivo? —preguntó Reardon levantando las cejas con expresión de asombro.
—Sí —respondió ella—. Hace cuatro años, después del primer incidente de
slats
, se planteó la duda de si el aparato presentaba inestabilidad en ciertas condiciones. Nosotros no rehuimos la cuestión. La afrontamos creando una comisión que probara el avión en distintas circunstancias y determinara si existía tal inestabilidad. Y llegamos a la conclusión de que…