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Authors: Michael Crichton

Tags: #Tecno-Thriller

Punto crítico (36 page)

BOOK: Punto crítico
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De repente los focos delanteros resplandecieron en las alas, y el tren de aterrizaje comenzó a replegarse. Dado que el avión estaba elevado sobre un banco por encima del suelo, el tren podía extenderse y replegarse sin problemas. Lo haría una docena de veces durante la noche.

Fuera del hangar, el electricista seguía protestando. Teddy rió, y el electricista le respondió algo.

Casey encendió la linterna y avanzó. La linterna proyectaba una luz potente. Casey giró el anillo que rodeaba el foco, y el haz de luz se amplió.

El tren de aterrizaje estaba totalmente recogido. Se abrieron las compuertas, y el tren de aterrizaje comenzó a extenderse. Las grandes ruedas de goma descendieron y luego giraron con un zumbido. Un instante después la luz de la insignia brilló en el timón de dirección, iluminando la cola. Enseguida se apagó.

Casey se dirigió al compartimiento de acceso posterior, situado en la cola. Ron había dicho que el QAR no estaba allí, pero quería comprobarlo por sí misma. Subió por la ancha escalera de ruedas que estaba junto a la parte posterior del avión, cuidándose de no tocar los pasamanos. Los cables del equipo de pruebas estaban pegados con cinta aislante a los pasamanos, y no quería provocar fluctuaciones de campo con el roce de la mano.

El compartimiento de acceso posterior, construido encima de la curvatura de la cola, se alzaba sobre su cabeza. Las puertas estaban abiertas. La superficie superior del compartimiento la ocupaba el generador de turbina que servía como unidad eléctrica auxiliar: un laberinto de tubos semicirculares y cables blancos enrollados alrededor de la unidad principal. Debajo había una serie de contadores, ranuras para bastidores, y cajas de control de alimentación, cada una de ellas con aletas transmisoras de calor. Si también había un QAR, era fácil que pasara inadvertido. Un QAR era una caja de apenas dieciséis centímetros.

Se detuvo para ponerse las gafas y encendió el reproductor de CD-ROM. De inmediato un diagrama del compartimiento de acceso posterior se proyectó delante de sus ojos. La transparencia del diagrama le permitía ver el compartimiento real, que estaba detrás. En el diagrama, el bloque rectangular que indicaba la situación del QAR estaba dibujado en rojo. En el compartimiento real, ese espacio estaba ocupado por un contador adicional, que medía la presión hidráulica para un sistema de control de vuelo.

Ron tenía razón.

Allí no había ningún QAR.

Casey bajó por la escalera hasta el suelo y caminó bajo el avión hacia el compartimiento de acceso delantero, situado detrás de la rueda del morro. Éste también estaba abierto. Desde el suelo, Casey iluminó la abertura con la linterna y buscó la página correspondiente en el presentador virtual. Una nueva imagen se proyectó en el aire. Mostraba el QAR ubicado en el bastidor eléctrico anterior, junto a los activadores hidráulicos.

No estaba allí. La ranura estaba vacía, y en el fondo se veía el enchufe de conexión circular, con sus brillantes puntos de contacto metálicos.

Tenía que estar en el interior del avión.

Echó a andar hacia la derecha, donde una escalera con ruedas ascendía los diez metros que la separaban de la puerta de la cabina de pasajeros, situada detrás de la cabina de mando. Cuando entró en el avión, sus pasos repiquetearon sobre el metal.

Estaba oscuro. Enfocó la linterna hacia la parte posterior y movió el haz de luz. La cabina de pasajeros tenía un aspecto todavía peor; aquí y allí, la luz de la linterna captaba el opaco color plateado del material aislante. Los electricistas habían bajado los paneles interiores contiguos a las ventanillas para alcanzar las cajas de empalme situadas a lo largo de las paredes. Casey percibió un tenue olor a vómito, que alguien había tratado de enmascarar mediante un ambientador dulzón con fragancia a flores.

De repente, la cabina de mando resplandeció a su espalda. Se encendieron las luces para mapas, iluminando los dos asientos, y enseguida se pusieron en marcha las pantallas de visualización de datos y las luces parpadeantes de los paneles superiores. La impresora de la unidad de adquisición de datos emitió un pitido e imprimió un par de líneas de prueba, luego quedó en silencio otra vez. Todas las luces de la cabina de mando se apagaron.

Oscuridad otra vez.

Fin del ciclo.

Inmediatamente se encendieron las luces de la cocina delantera, a unos pasos de Casey. Los iluminadores del horno y el microondas parpadearon, las alarmas de sobrecalentamiento y el regulador eléctrico de tiempo pitaron brevemente. Luego todo se apagó. Silencio.

Nuevamente oscuridad.

Casey todavía estaba de pie junto a la puerta, manipulando el reproductor de CD-ROM, cuando le pareció oír pasos. Se quedó quieta y escuchó.

Era difícil asegurarse; mientras los sistemas eléctricos se conectaban en serie, se oía una constante sucesión de zumbidos y chasquidos procedentes de los relés y los solenoides de los mecanismos que la rodeaban. Aguzó el oído.

Sí; ahora estaba segura.

Eran pasos. Alguien cruzaba el hangar con un andar lento y firme.

Asustada, se asomó por la puerta y llamó.

—¿Eres tú, Teddy?

Escuchó.

Los pasos se detuvieron.

Silencio.

El chasquido de los relés.

Tonterías, pensó. A diez metros del suelo, sola en el interior del avión desarticulado, era natural que sintiera aprensión. Estaba cansada. Comenzaba a imaginar cosas.

Rodeó la cocina hacia la izquierda, donde el presentador virtual señalaba otro panel para componentes eléctricos cerca del suelo. Ya habían retirado la cubierta. Casi todo el espacio estaba ocupado por mecanismos auxiliares de aviónica, y había poco sitio libre…

El QAR no estaba allí.

Siguió adelante, hacia el tabique situado en el centro del avión. Allí había un pequeño compartimiento insertado en el marco del tabique, inmediatamente debajo de un estante para revistas. Pensó que era un sitio absurdo para poner un QAR, de modo que no le sorprendió no encontrarlo.

Cuatro posibilidades cubiertas. Quedaban veintiséis.

A continuación se dirigió a la cola, hacia el compartimiento de almacenamiento posterior. Era un sitio más lógico: un panel secundario cuadrangular, situado a la izquierda de la puerta trasera, en un costado del avión. El panel no se abría hacia abajo ni estaba atornillado, sino que se deslizaba hacia arriba mediante una articulación de bisagra, lo que lo hacía más accesible si la tripulación tenía prisa.

Llegó a la puerta, que estaba abierta. Sintió una corriente de aire fresco. Fuera estaba oscuro, y Casey no alcanzaba a ver el suelo, trece metros más abajo. El panel estaba abierto. Lo examinó a través del diagrama del presentador virtual de datos. Si el QAR se encontraba allí, debía de estar en el extremo inferior derecho, junto a los contactos de las luces de cabina y el intercomunicador de la tripulación.

Pero no estaba.

Las brillantes luces de la cola se encendieron, parpadeando una y otra vez. Proyectaron sombras siniestras en el interior, a través de las puertas abiertas y las ventanillas. Luego se apagaron otra vez.

De pronto se oyó un ruido.

Casey se quedó paralizada.

Éste procedía de algún lugar cercano a la cabina de mando. Era un ruido metálico, como si un pie hubiera tropezado con una herramienta.

Nuevamente aguzó el oído. Oyó un rumor suave, un crujido.

En la cabina de pasajeros había alguien más.

Se quitó las gafas y se las dejó colgando alrededor del cuello. Se deslizó silenciosamente hacia la derecha y se acurrucó detrás de una de las últimas filas de asientos.

Los pasos se acercaban. Oyó unos sonidos extraños, un murmullo. ¿Había más de una persona?

Contuvo el aliento.

Las luces de la cabina de pasajeros se encendieron, primero en la parte delantera, luego en el centro y por fin en la parte trasera. Pero la mayoría de las lámparas colgaban del techo, de modo que proyectaban sombras extrañas. Enseguida se apagaron otra vez.

Cogió la linterna con fuerza. Su peso le daba seguridad. Giró la cabeza a la derecha para espiar entre los asientos.

Volvió a oír pasos, pero no vio nada.

Entonces se encendieron las luces de aterrizaje, y en su reflejo, una hilera de óvalos ardientes aparecieron en el techo, proyectados desde las ventanillas de ambos lados. Y una sombra comenzó a ocultar los óvalos; uno tras otro.

Alguien avanzaba por el pasillo.

Mala señal, pensó.

¿Qué podía hacer? Tenía la linterna en la mano, pero no se hacía ilusiones sobre su capacidad para defenderse con ella. Tenía el teléfono móvil, el busca, el…

Buscó en su cinturón y desconectó el busca en silencio.

El hombre estaba cerca. Asomó la cabeza unos milímetros, sintiendo un tirón en el cuello, y lo vio. Casi había llegado a la parte trasera del avión y miraba en todas direcciones. No alcanzó a verle la cara, pero con el reflejo de las luces de aterrizaje, vio su camisa roja a cuadros.

Las luces de aterrizaje se apagaron.

La cabina de pasajeros quedó a oscuras.

Casey contuvo el aliento.

Oyó el suave chasquido de un relé, procedente de la parte delantera de la cabina. Casey advirtió enseguida que se trataba de un ruido eléctrico, pero por lo visto el hombre de la camisa roja no lo sabía. Dejó escapar un suave gruñido, como de sorpresa, y echó a andar rápidamente hacia adelante.

Casey esperó.

Después de unos instantes le pareció oír unos pasos que descendían por la escalera metálica. No estaba completamente segura, pero casi.

El avión quedó en silencio.

Salió con cuidado de detrás del asiento, pensando que era hora de largarse de allí. Se acercó a la puerta trasera y escuchó. No cabía duda alguna: los pasos se alejaban, el sonido era cada vez más lejano. Se encendieron las luces de morro, y vio una sombra larga. Un hombre.

Y se alejaba.

Lárgate de aquí
, dijo una voz en su interior, pero Casey tocó las gafas que colgaban de su cuello y titubeó. Debía darle tiempo a aquel hombre a marcharse del hangar; no quería bajar y encontrárselo en la planta. De modo que decidió buscar en otro compartimiento.

Se puso las gafas, apretó el botón del reproductor y vio otra página del manual.

El compartimiento siguiente estaba cerca, junto a la puerta trasera pero en el exterior del avión, a unos pasos de donde se encontraba en esos momentos. Se asomó por la puerta, y descubrió que si se sujetaba con la mano derecha podía inspeccionar fácilmente el interior de la caja. La cubierta estaba abierta. Había tres hileras de barras colectoras, que probablemente controlaban las dos puertas traseras. Y debajo…

Sí.

Allí estaba el registrador de acceso rápido.

Era verde, con una raya blanca en la parte superior y una inscripción: QAR MANT 041/B. Una caja de unos dieciséis centímetros cuadrados, con una clavija de contacto en el exterior. Casey introdujo la mano en el compartimiento, cogió la caja y tiró con suavidad. El QAR salió de su alojamiento con un chasquido metálico. Ya lo tenía.

¡Estupendo!

Entró en el avión, sosteniendo la caja con las dos manos. Temblaba de emoción. ¡Ese chisme podía cambiarlo todo!

Estaba tan entusiasmada que no oyó los pasos a su espalda hasta que fue demasiado tarde. Unas manos fuertes la empujaron. Casey gimió, sus manos no atinaron a sujetarse y su cuerpo cayó desde la puerta… al vacío.

Iba directa al suelo, diez metros más abajo.

Pronto —demasiado pronto— sintió un dolor agudo en la mejilla y se desplomó. Pero había algo raro. Sentía extraños puntos de presión a lo largo de su cuerpo. Ya no caía, sino que se elevaba. Y luego caía otra vez. Era como estar sobre una hamaca gigante.

¡La red!

Había caído sobre la red de seguridad.

La oscuridad le impedía ver, pero la red negra de seguridad estaba extendida bajo el avión, y Casey había caído sobre ella. Se giró boca arriba y vislumbró una silueta en la puerta del avión. La figura se volvió y corrió por el interior del aparato. Casey se incorporó con torpeza, pero le resultó difícil mantener el equilibrio. La red se ondulaba lentamente.

Caminó hacia adelante rumbo a la superficie opaca del ala. Oyó unos pasos rápidos sobre la escalera de metal, un poco más allá. El hombre iba a su encuentro.

Tenía que escapar.

Tenía que salir de la red antes de que la atrapara. Se acercó más al ala, y entonces oyó una voz. Procedía del otro extremo del ala, de algún punto indeterminado a su izquierda.

Allí había alguien más.

En el suelo.

Esperándola.

Se detuvo, sintió el suave balanceo de la red bajo sus pies. Sabía que en un momento u otro se encenderían más luces, y entonces vería dónde estaba el hombre que la perseguía. De repente las luces estroboscópicas situadas en la parte superior de la cola parpadearon rápidamente. Eran tan potentes, que iluminaron todo el hangar.

Ahora veía quién había tosido.

Era Richman.

Llevaba una cazadora azul marino y pantalones negros. Había perdido su característico aire de colegial despreocupado. Richman estaba de pie junto al ala, nervioso, alerta. Miraba cautelosamente a izquierda y derecha, inspeccionando la planta.

De pronto, las luces estroboscópicas se apagaron y el hangar se sumió en la oscuridad. Casey dio unos pasos, oyendo el crujido de la red bajo sus pies. ¿La habría oído Richman? ¿Sabría dónde estaba?

Llegó junto al ala y buscó a tientas en la oscuridad.

Se cogió del ala con una mano y avanzó hacia el extremo. Sabía que tarde o temprano la red terminaría. Cuando sus pies toparon con una soga gruesa, se agachó y palpó unos nudos.

Casey se tendió sobre la red, se cogió al borde con las dos manos y rodó hacia un lado, cayendo. Por un instante quedó colgada de un brazo, sintiendo cómo la red se estiraba hacia abajo.

Sumida en la más completa oscuridad, no sabía a qué distancia estaba el suelo. ¿A dos metros? ¿Tres?

Oyó los pasos de alguien que corría.

Soltó la red y se dejó caer.

Cayó de pie, pero le fallaron las piernas y se desplomó de rodillas. Al chocar contra el asfalto, sintió un dolor agudo en las rótulas. Oyó toser a Richman otra vez. Estaba muy cerca, a su izquierda. Se levantó y echó a correr hacia la puerta de salida. Las luces de aterrizaje, potentes y deslumbrantes, volvieron a encenderse. En el resplandor, Casey vio que Richman se cubría los ojos con las manos.

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