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Authors: Michael Crichton

Tags: #Tecno-Thriller

Punto crítico (32 page)

BOOK: Punto crítico
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Y naturalmente Marty la atacaría.

Cosa que no quedaría nada bien.

Con sólo imaginarlos a los dos juntos, se le ponía la carne de gallina. Singleton era brillante y tenía un aspecto sincero y honesto. En consecuencia, cuando Marty la atacase, estaría arremetiendo contra la maternidad y la tarta de manzana. Y era imposible contener a Marty. Se le echaría al cuello.

Pero, aparte de eso, Jennifer comenzaba a pensar que el reportaje hacía aguas. Barker había sido tan convincente durante la entrevista que la había llenado de entusiasmo. Sin embargo, si lo de las directivas de aeronavegabilidad era cierto, la compañía tenía de dónde agarrarse. También le preocupaban los antecedentes de Barker. Si la FAA tenía pruebas contra él, su credibilidad quedaría en entredicho. Y ellos pasarían por idiotas por prestarle el micrófono.

El reportero, Jack como se llamase, la había decepcionado. No hacía un buen papel delante de las cámaras y su información era insustancial. Porque, en el fondo, a nadie le importaba un pimiento si corría droga por la fábrica. Todas las compañías de Estados Unidos tenían problemas con las drogas. Eso no era noticia. Y no demostraba que los aviones eran defectuosos, que era lo que Jennifer necesitaba probar. Necesitaba imágenes fuertes, convincentes, que demostraran que ese avión era una trampa mortal.

Y no las tenía.

Hasta el momento sólo tenía la cinta de la CNN, que ya era noticia antigua, y la de la explosión del motor en Miami, que no era demasiado impresionante. Un montón de humo saliendo de un ala.

Nada del otro mundo.

Para colmo, si la compañía presentaba un informe preliminar que contradecía a Barker…

Sonó el teléfono móvil.

—Cuéntame —dijo Dick Shenk sin más preámbulos.

—Hola, Dick —respondió Jennifer.

—¿Y bien? ¿En qué punto estamos? —preguntó Shenk—. Ahora mismo estoy mirando el horario. Marty termina con Bill Gates dentro de dos horas.

Jennifer hubiera querido decir: «Olvídalo. La historia hace aguas por todas partes. No saldrá bien. Fui una estúpida al pensar que podría montarlo todo en dos días».

—¿Jennifer? ¿Lo mando hacia allí o no?

Pero no podía decir que no. No podía admitir que se había equivocado. Si se echaba atrás, Dick la mataría. La forma en que había presentado la propuesta, la seguridad con que se había marchado de su despacho, la obligaba a seguir. Sólo había una respuesta posible.

—Sí, Dick. Lo necesito.

—¿Tendrás el reportaje para el sábado?

—Sí, Dick.

—¿Y no será un reportaje sobre piezas?

—No, Dick.

—Porque no quiero que repitamos las historias de
60 Minutes
, Jennifer. Más te vale que no sea un reportaje sobre piezas.

—No lo es, Dick.

—No pareces muy convencida —dijo.

—Estoy convencida, Dick. Pero también cansada.

—De acuerdo. Marty saldrá de Seattle a las cuatro. Llegará al hotel a eso de las ocho. Ten preparado el plan de filmación para cuando él llegue y envíame una copia al fax de casa. Tendrás a Marty a tu disposición todo el día de mañana.

—De acuerdo, Dick.

—Hazlo bien, nena —dijo, y colgó.

Jennifer cerró el teléfono y suspiró.

Encendió el motor del coche y dio marcha atrás.

Casey vio salir a Malone del aparcamiento. Conducía un Lexus negro, el mismo modelo que tenía Jim. Malone no la vio, lo cual la alegró. Casey tenía muchas cosas en la cabeza. Todavía no entendía qué se proponía Marder. Había tenido una pataleta delante de la periodista, le había dicho que el incidente no se debía a los
slats
y que la CEI presentaría un informe preliminar. ¿Cómo podía decir algo así? A Marder le sobraban ínfulas, pero esta vez estaba cavando su propia fosa. Su conducta sólo podía perjudicar a la compañía… y a él mismo.

Y Casey sabía muy bien que John Marder nunca haría nada que le perjudicara.

14:10 H
CONTROL DE CALIDAD

Norma escuchó a Casey sin interrumpirla durante varios minutos. Finalmente, preguntó:

—¿Y qué quieres saber?

—Creo que Marder piensa nombrarme portavoz de la compañía.

—Lógico —dijo Norma—. Los peces gordos siempre se esconden. Edgarton nunca daría la cara. Y Marder tampoco lo hará. Tú eres el enlace con la prensa de la CEI. Y también eres una de las vicepresidentas de Norton Aircraft. Eso es lo que dirá en la parte inferior de la pantalla.

Casey guardó silencio.

Norma la miró.

—¿Qué quieres saber? —repitió.

—Marder le dijo a la reportera que el incidente del 545 no se debió a un fallo en los
slats
—dijo—. Y que mañana presentaríamos un informe preliminar.

—Hummm.

—No es cierto.

—Hummm.

—¿Qué se propone Marder? —preguntó Casey—. ¿Por qué me ha metido en esto?

—Para salvar su pellejo —dijo Norma—. Puede que quiera evitar un problema del que tú no estás al tanto.

—¿Qué clase de problema?

Norma sacudió la cabeza.

—Supongo que algo relacionado con el avión. Marder supervisó el proyecto del N-22. Sabe más sobre ese modelo de avión que cualquier otro miembro de la compañía. Tal vez no quiera que se dé a conocer algún detalle.

—¿Y por eso anuncia un descubrimiento falso?

—Presiento que sí.

—¿Y pretende que yo le saque las castañas del fuego?

—Eso parece —dijo Norma.

Casey guardó silencio durante unos instantes.

—¿Qué hago?

—Investiga —sugirió Norma a través de la nube de humo de su cigarrillo.


No hay tiempo…

Norma se encogió de hombros.

—Descubre lo que ocurrió en ese vuelo. Porque te estás jugando la cabeza, cariño. Marder te ha montado una trampa.

En el pasillo se cruzó a Richman.

—Eh, hola…

—Más tarde —dijo.

Entró en su despacho y cerró la puerta. Levantó el retrato de su hija y lo miró largamente. En la foto, Allison acababa de salir de la piscina de un vecino. Estaba junto a una niña de su edad, las dos en traje de baño, empapadas. Dos delgados cuerpos infantiles, dos sonrisas semidesdentadas, despreocupadas e inocentes.

Casey dejó la fotografía, abrió una caja que había sobre su mesa y sacó un reproductor portátil de CD-ROM acoplado a una correa de plástico. Un par de cables conectaban el aparato con un extravagante par de gafas. Eran grandes, y parecían gafas protectoras, sólo que sin patillas. Y el interior de las lentes estaba recubierto de un material extraño, que brillaba a la luz. Sabía que era el presentador virtual de datos. Una tarjeta de Tom Korman cayó del interior de la caja. Decía: «Primera prueba del presentador virtual de datos. ¡Que te diviertas!».

¿Divertirse?

Apartó las gafas a un lado y echó un vistazo a los papeles que había sobre su mesa. Por fin había llegado la transcripción de las comunicaciones de la cabina de mando. También vio una copia de
TransPacific Flightlines
, la revista de a bordo de la compañía. Había una página señalada con una nota adhesiva.

Casey la abrió y vio la foto de John Chang, empleado del mes. No se parecía en nada al tipo que ella había imaginado al ver el fax. John Chang era un cuarentón de aspecto saludable. Su esposa, más entrada en carnes, sonreía a su lado. Y los hijos, acuclillados a los pies de sus padres, ya no eran unos críos: una chica de dieciocho o diecinueve años y un joven que pasaba los veinte. El muchacho se parecía a su padre, aunque con un aire más moderno: el pelo casi a cero y un pequeño pendiente de oro en una oreja.

Casey leyó el pie de foto: «Aquí descansa en la playa de la isla de Lantan con su esposa, Soon, y sus hijos, Erica y Tom».

Enfrente de la familia había una toalla azul extendida sobre la arena y una cesta de mimbre de la que asomaba un paño de cocina a cuadros azules. Una escena corriente y carente de interés.

¿Por qué le habrían enviado una copia por fax?

Miró la fecha de la revista: enero; el número de hacía tres meses.

Pero alguien tenía un ejemplar y le había enviado una página a Casey. ¿Quién? ¿Un empleado de las líneas aéreas? ¿Un pasajero? ¿Quién?

15:05 H
LABORATORIO DE AUDIO DE LA NORTON

—Vaya. Singleton —dijo Ziegler señalando una silla. Después de golpear durante cinco minutos la puerta insonorizada, la había dejado entrar en el laboratorio de audio—. Creo que hemos encontrado lo que buscabas.

En el monitor, Casey vio el fotograma congelado de la niña sonriente, sentada sobre el regazo de su madre.

—Te interesaba el momento inmediatamente anterior al incidente —dijo Ziegler—. Aquí estamos unos dieciocho segundos antes. Empezaré a todo volumen, y luego introduciré los filtros. ¿Preparada?

—Sí —respondió Casey.

Ziegler puso la cinta. Al máximo volumen, los chupeteos de la niña sonaban como un arroyo turbulento. En la cabina de pasajeros se oía un zumbido constante.

«¿Está bueno?», preguntó el padre en voz muy alta.

—Ahora filtro el último registro —informó Ziegler. El sonido se volvió más sordo.

—Ahora el sonido de cabina.

El chupeteo del bebé volvió a subir de volumen y el sonido de fondo se apagó, de modo que el zumbido de la cabina se hizo inaudible.

—Filtro de frecuencias delta.

El chupeteo se volvió más bajo. Casey oyó casi exclusivamente los sonidos de fondo: el tintineo de los cubiertos, el roce de una tela.

El hombre dijo: «Es… u… de… uno… arah?». La voz sonaba entrecortada.

—El filtro de frecuencias delta no permite oír con claridad la voz humana —explicó Ziegler—. Pero eso no te importa, ¿verdad?

—No —respondió Casey.

El hombre dijo: «¿No… pien… es… rar… zafatas?».

Cuando terminó de hablar, el sonido prácticamente se apagó otra vez. Sólo se oían unos sonidos lejanos.

—Ahora —anunció Ziegler—. Aquí empieza.

Apareció un contador en la pantalla. Unos números rojos avanzaron rápidamente, contando décimas y centésimas de segundo. La mujer giró la cabeza y preguntó: «¿Qué… ido… eso?».

—Maldita sea —dijo Casey.

Ahora podía oírlo. Un rugido grave, claramente un sonido bajo.

—El filtro ha discriminado el ruido —explicó Ziegler—. Es un zumbido bajo, grave. En una gama de frecuencias de entre dos y cinco hercios. Casi una vibración.

No cabía ninguna duda, pensó Casey. Con los filtros, podía oírlo perfectamente. Estaba claro.

Volvió a oírse la voz del hombre y su risa atronadora: «Tra… la… iño».

El bebé rió otra vez, con un sonido agudo y ensordecedor. «Si… mos… gado… iño», dijo el marido.

El zumbido grave se apagó.

—¡Para! —dijo Casey.

El contador se detuvo. Grandes números rojos marcaron el tiempo en la pantalla: 11.59.32.

Casi doce segundos, pensó Casey. Y doce segundos era lo que tardaban en extenderse los
slats
.

En el vuelo 545 se habían extendido los slats
.

Ahora, en el monitor se veía el descenso en picado, la niña escabulléndose del regazo de su madre, la madre abrazándola con cara de pánico. En el fondo, los pasajeros aterrorizados. Con los filtros, sus gritos eran extraños sonidos entrecortados, similares a las interferencias de radio.

Ziegler paró la cinta.

—Aquí tienes los datos que necesitabas. Y yo diría que son inequívocos.

—Se extendieron los
slats
—dijo Casey.

—Sin duda. Es un sonido inconfundible.

—Pero, ¿por qué? —El avión volaba a velocidad de crucero. ¿Por qué se habían extendido? ¿Había sido una extensión incontrolada, o la había efectuado el piloto? Si hubieran tenido la información del registrador de datos de vuelo, habrían podido responder esa pregunta de inmediato. Pero las operaciones en ese sentido iban muy lentas.

—¿Has examinado el resto de la cinta?

—Sí. No hay nada de interés hasta que suenan las alarmas de la cabina de mando —dijo Ziegler—. Podría montar una secuencia de lo que el avisador de audio dice al piloto a partir del momento en que la cámara se encalla debajo de la puerta. Pero eso me llevará otras veinticuatro horas.

—Sigue trabajando —exigió Casey—. Necesito cualquier dato que puedas aportar.

En ese momento sonó el busca. Casey lo desprendió del cinturón y lo miró:

***JM ADMIN AOTLJ

17:00 H
ADMINISTRACIÓN

John Marder estaba sereno… y eso era peligroso.

—Sólo será una entrevista breve —anunció—. Diez o quince minutos como máximo. No tendrás que entrar en detalles. Pero, como responsable de prensa de la CEI, eres la persona idónea para explicar el compromiso de la compañía con la seguridad aérea, la exhaustiva investigación que llevamos a cabo después de cada incidente, nuestros esfuerzos para perfeccionar el producto. Luego explicarás que el informe preliminar demuestra que el incidente se debió a una cubierta falsificada de los inversores de empuje, instalada en una zona de reparación extranjera, de modo que no pudo haber sido un fallo de
slats
. Y hundirás a Barker. Hundirás a
Newsline
.

—John —dijo Casey—. Vengo del laboratorio de audio. Ya no hay ninguna duda: los
slats
se extendieron.

—Las pruebas de audio son sólo circunstanciales, y eso en el mejor de los casos —adujo Marder—. Ziegler está loco. Para saber exactamente qué ocurrió, tendremos que esperar la información del registrador de datos de vuelo. Mientras tanto, la CEI ha encontrado una explicación que descarta un fallo de
slats
.

—Esto no me gusta, John —dijo Casey con la sensación de que su propia voz sonaba muy lejana.

—Nuestro futuro está en juego, Casey.

—Lo entiendo, pero…

—La venta a China salvará a la compañía. El dinero significa expansión, aviones nuevos, un futuro prometedor. Estamos hablando de eso, Casey. De miles de empleos.

—Lo sé, John, pero…

—Deja que te haga una pregunta, Casey: ¿Tú crees que el N-22 tiene algún problema?

—Claro que no.

—¿Crees que es una trampa mortal?

—No.

—¿Y qué me dices de la compañía? ¿Tienes una buena opinión de ella?

—Desde luego.

La miró fijamente, sacudiendo la cabeza. Por fin dijo:

—Quiero que hables con una persona.

Edward Fuller era el director del Departamento Jurídico de la Norton. Era un hombre delgado y desgarbado de unos cuarenta años. Aparentemente incómodo, se sentó en una silla del despacho de Marder.

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