Read Proyecto Amanda: invisible Online
Authors: Melissa Kantor
—¿Lo sabe Amanda?
Volví a encogerme de hombros.
—No sé qué conocimientos tendrá de astronomía.
—Es una alumna brillante de matemáticas.
Es brillante en todo.
—La astronomía es algo más que matemáticas —dije.
El señor Thornhill me lanzó una mirada que me dejó claro lo furioso que estaba, y después me indicó con un gesto que abriera la taquilla. Una vez abierta, me eché a un lado para que Thornhill se sumergiera entre mis libros y cuadernos. Miré las fotos en las que estamos Heidi, Traci, Kelli y yo, alineadas en el interior de la puerta. En todas salíamos sonriendo, como si nunca nos hubiera ocurrido nada malo. Como si nunca pudiera llegar a ocurrirnos.
El señor Thornhill no sacó nada de mi taquilla; solo se asomó un poco para ver lo que había dentro, pero se apartó enseguida: no parecía haber nada remotamente interesante allí. Si no me hubiera sentido tan aliviada, puede que me hubiera ofendido.
Cerré la puerta y deslicé el candado por la ranura del picaporte mientras el señor Thornhill empezaba a desandar el camino, de regreso a la zona de dirección. Me pregunté si se suponía que debíamos ir con él o si ya habría terminado con nosotros, tras comprobar que no estábamos ocultando nada. Pero apenas se había alejado unos pasos cuando dijo con brusquedad:
—Venid conmigo.
Entonces siguió avanzando con paso rápido, y yo tuve que correr un poco para no perderlo.
Cuando el señor Thornhill doblo la esquina que llevaba al vestíbulo principal, sentí una mano en el brazo. Mire hacia abajo y vi que Hal me estaba agarrando por debajo del codo. Al otro lado estaba Nia, y Hal la agarró de la misma forma que a mí.
Cuando comprobó que las dos estábamos mirando hacia abajo, nos soltó y se subió la manga de la camiseta unos pocos centímetros. En su brazo, en el mismo lugar que el mío, había un tatuaje de color rojizo que mostraba un gato idéntico al que habíamos visto en su taquilla. En cuanto lo vio, Nia levantó la mirada y, tras comprobar que el señor Thornhill seguía dándonos la espalda, levantó el brazo izquierdo y se subió la manga del suéter para describir la imagen que habíamos visto antes en su taquilla. Un segundo después, volvió a cubrirla con la manga.
—Vamos, chicos —apremió el subdirector. Ya estaba junto a la puerta de dirección, que había abierto con la espalda. No estábamos a más de seis metros de él.
Cinco metros. Cuatro metros. Levanté el brazo derecho delante de mi cara y me pasé la mano izquierda por el reverso, como si me picara el hombro y necesitara rascarme.
Tres metros. Dos metros.
Presioné la mano contra el bíceps y levanté la tela de la camisa lo justo para mostrar al oso que levantaba la pezuña.
—Dios mío —susurro Nia mientras cruzábamos el umbral que separaba el vestíbulo de los despachos.
—Sentaos —nos indicó el subdirector, señalando tres sillas vacías que había en el exterior de su despacho—. Señora Leong, como ahora tengo una reunión, me gustaría que echara un ojo a estos tres. Quiero que se queden aquí sentados y en silencio hasta que regrese.
—De acuerdo, señor Thornhill —dijo la señora Leong.
—Bien —se dio la vuelta para dirigirse a nosotros—. Aunque, desde su llegada, Amanda ha supuesto que la asistencia al Endeavor era… opcional, parece que hoy ha decidido introducir un pequeño cambio, y en su ausencia ha elegido enviarme directamente a tres personas a las que poder preguntar por su paradero.
—Si tantas ganas tiene de saber dónde está —interrumpió Nia—, ¿por qué no llama a su casa?
Los ojos del señor Thornhill mostraron un brillo de irritación.
—Te agradecería que no me dijeras cómo hacer mi trabajo, Nia. Pero puedes quedarte tranquila, porque también estoy haciendo cosas en esa dirección. Mientras tanto, quiero que los tres penséis muy detenidamente en todo lo que habéis visto.
Mi corazón latía con tanta fuerza que apenas pude oír sus palabras, así que fue un alivio que Hal decidiera responder por los demás.
—Lo haremos, señor. Esté seguro de que lo haremos.
✿✿✿
Aunque el señor Thornhill dio la orden de que permaneciéramos callados, pensé que tendríamos alguna oportunidad para hablar de nuestros tatuajes. Pero en cuanto Hal empezó a susurrar algo, la señora Leong levantó la cabeza de inmediato y nos lanzó una mirada tan furiosa que me dio hasta miedo. Pasaron dos clases más, durante las que intenté en vano encontrar un sentido a todo lo que estaba pasando, y cuando el señor Thornhill regresó y nos preguntó si estábamos listos para hablar, me sentía tan confusa que incluso llegué a plantearme contarle todo lo que sabía de Amanda para que me ayudara a desentrañar el misterio.
Pero después de que Hal respondiera: «Estoy tan confuso como usted», y de que Nia dijera: «¿No se le ha ocurrido pensar, señor Thornhill, que nosotros también podemos ser víctimas de la broma pesada de una estudiante problemática?», no fui capaz de contar nada. Cuando me miró en busca de una respuesta, me limité a negar con la cabeza.
—Bueno, siento escuchar eso. Lo siento mucho. Puede que cambiéis de idea después de lavar mi coche esta tarde, cuando terminen las clases.
—Pero… —empezó a decir Nia.
—Y si no, seguro que un mes de castigo los sábados servirá para haceros hablar.
—Pero… —protestó Hal.
—Pero nada —sentenció el señor Thornhill—. A no ser que consigáis convencer a vuestra amiga Amanda Valentino para que venga a mi despacho a explicármelo todo.
En ese preciso momento sonó la campana, como si el señor Thornhill lo tuviera planeado.
—Podéis iros a comer.
Supuso que Nia, Hal y yo empezaríamos a contarnos todo lo que sabíamos en cuanto saliéramos al pasillo. Pero cuando la puerta de dirección se cerró, Nia prendió a Hal por el brazo y lo arrastró a través de la oleada de gente que llenaba los pasillos durante los cambios de clase. Era como si yo no hubiera estado con ellos en el despacho de Thornhill, como si no les hubiera enseñado mi tatuaje. No sabía qué hacer. ¿Debía salir corriendo detrás de ellos como un cachorrito desamparado? «¡Llevadme con vosotros! ¡Yo también quiero hablar de Amanda!».
Mejor no. Si se creían demasiado importantes como para excluirme de su pequeña reunión, peor para ellos. Lo mejor era ir a la raíz del asunto.
✿✿✿
Los teléfonos móviles están totalmente prohibidos en el instituto, así que tuve que meterme en uno de los compartimentos del baño para marcar el número de Amanda.
—La vida es demasiado corta para esperar —dijo el mensaje del contestador—, pero no tanto como para no oír la señal.
Bip.
—Oye, escucha: estés donde estés, tienes que venir al instituto. ¿Qué es todo ese asunto del coche de Thornhill, las taquillas y todo lo demás? Llámame en cuanto escuches esto. Adiós.
Cuando colgué, pensé que debía haberle preguntado que cómo es que conocía a Hal y a Nia. ¿Pero qué podía haber dicho? «Resulta que me he enterado de que tienes otros dos grandes amigos en el Endeavor, además de mí». En ese momento, tenía una mesa llena de gente esperándome en la cafetería, así que no tendría por qué importarme el hecho que Amanda tuviera otros amigos.
Pero mientras me dirigía hacia la cantina, no pude negar que sí me importaba, y mucho. Después de que Amanda me eligiera, había asumido que yo era su única amiga de verdad, y ahora me enteraba de que había dos personas más a las que también había asignado un tótem. Y encima nos había hecho cómplices a los tres de su travesura, fuera lo que fuese. Ella sabía lo de las Chicas I, así que ¿por qué yo no sabía nada de Hal y Nia?
La cafetería estaba abarrotada, pero pude ver a Heidi, Traci y Kelli en nuestra mesa habitual. No había duda de que estaban esperando mi llegada, porque en cuanto entré en el recinto, Kelli levantó de golpe la mano y le dijo algo a Heidi, que se dio la vuelta para saludarme también. Mientras me dirigía hacia ellas, pasé junto a Hal y Nia, que estaban sentados en una de las mesitas que había al lado de las ventanas. Supongo que las habían puesto allí pensando que así el lugar tendría más pinta de cafetería. Estaban inclinados frente a frente, y Nia estaba hablando y gesticulando.
Aunque cada átomo de mi cuerpo deseaba saber qué estaba diciendo, no pude dejar de fijarme en la mesa de al lado, ocupada por chicos de cursos superiores que me estaban mirando. Reconocí a unos cuantos.
Me di cuenta de que todo el mundo debía de haberse enterado ya de lo del coche del subdirector. Y si sabían lo del coche, probablemente también hubieran oído que tres personas habían sido llamadas a su despacho: Nia, Hal y yo.
¿Pensarían que los tres éramos amigos?
En nuestro instituto hay muchas personas en segundo a las que considero neutrales. Son aquellas que no son populares pero tampoco unas apestadas. Nia Rivera no pertenecía a ese grupo. La ironía del asunto es que se lo había tenido que currar para convertirse en la paria que era. A pesar de sus pantalones de chándal caídos, de sus grumosas coletas, sus gafas de empollona y su carácter airado y polémico, sigo pensando que, aunque solo fuera por su hermano, podría haber vivido perfectamente como una neutra social.
Y ciertamente podría, si no se hubiera chivado de Heidi y Traci cuando mis amigas copiaron en un examen de mates hacía un par de años.
Al recordar la venenosa canción que Heidi había compuesto sobre Nia después de este incidente (canción que después le enseñó a toda la clase), me resultó más fácil dirigir mis pies en dirección a mi mesa habitual. Puede que quisiera saber lo que Nia estaba diciendo, pero este era un ejemplo perfecto de que la curiosidad puede matar al gato.
O, al menos, su vida social.
—¡Dios mío! —Heidi tiró de mí para sentarme a su lado—. ¡Me he enterado de todo!
—¡Es la mayor locura de la historia! —dijo Kelli.
—Todo el mundo está hablando de ello —dijo Traci.
—Nos hemos quedado flipadas —añadió Kelli.
Kelli y Heidi tienen una larga melena rubia; cuando salimos por ahí juntas, hay gente que piensa que son hermanas, y a veces fingen serlo. Traci heredó su pelo liso y negro de su madre, que es china, y los ojos azules de su padre. Las tres podrían ser modelos, lo cual, como os podréis imaginar, no ayuda mucho a la imagen que tengo de mí misma. No soy un monstruito ni nada por el estilo, pero mis piernas son un poco cortas, mi pelo es más crespo que rizado, y ni siquiera en mi mejor día podría pasar por alguien cuyo único trabajo sea tener buen aspecto. Lo cual es probablemente la razón número ciento cincuenta por la que es tan increíble que forme parte de las Chicas I, y que un tío tan bueno y popular como Lee me haya elegido para ser su novia... O lo que quiera que seamos.
—¿Para qué te ha llamado Thornhill? Ni siquiera conoces a esa chica.
Heidi siempre decía «esa chica» para referirse a Amanda, como si no quisiera darle el gusto de pronunciar su nombre. La madre de Heidi es una especie de celebridad en Orion porque es una reportera de la tele, y su padre es el jefe de policía, así que todo el mundo los conoce. Aunque no fuera ni guapa, ni rica, ni popular por sí misma, Heidi seguiría siendo alguien por ser hija de sus padres. Todo el mundo en el Endeavor se siente un poco intimidado por ella. Hasta las chicas de cursos superiores (incluidas las chicas populares de cursos superiores) la saludan siempre que se la cruzan en los pasillos. Las cuatro éramos casi siempre las únicas novatas de primer año en las fiestas, y nadie se metía con nosotras porque íbamos con Heidi.
Pero Amanda nunca actuaba como si Heidi fuera alguien especial. Su primer artículo en The Spirit, el periódico del instituto, se titulaba «¿Ves lo mismo que yo? La visión de una recién llegada a Orion». En él contó que estaba viendo las noticias locales y se refirió a la madre de Heidi como una «reportera de pueblo». Heidi estaba furiosa, pero no tanto como después de enfrentarse con Amanda y de que ésta le dijera: «Bueno, eso es lo que es, ¿no? No pretendía insultarla ni nada de eso. Pero Orion es un pequeño pueblo, y ella es reportera aquí». Desde entonces, Heidi aprovechaba cualquier excusa para meterse con Amanda, y lo cierto es que ella le proporcionaba muchas, como la vez en que le arrebató un papel para la representación de Cabaret, y después lo rechazó alegando que estaba demasiado ocupada.
En su segundo artículo en The Spirit, Amanda descubrió a una secretaria que había estado vendiendo a los alumnos autorizaciones para llegar tarde a clase. Cuando trasladaron a la secretaria se acabó el chollo, y Heidi nos dijo que Amanda era el demonio, porque la señora Rifkin solo estaba dando un servicio, y hay ocasiones en que te hace muchísima falta una autorización; y Amanda había tenido que echarlo todo a perder.
El tercer artículo de Amanda hablaba de cómo los profesores tenían miedo de los alumnos populares. Decía que si un estudiante tenía muchos amigos, o unos padres forrados de pasta, había muchas menos probabilidades de que le gritaran en clase, o de que le castigaran, le suspendieran o le pidieran explicaciones si no traía los deberes hechos a tiempo. El artículo, que salió justo después de las vacaciones de febrero, causó un tremendo revuelo, lo cual me pareció un poco raro, teniendo en cuenta que lo que había dicho Amanda era algo obvio. Todo el mundo sabe que la forma de decidir quién se mete en líos y quién no es injusta, así como que los profesores tienen sus alumnos favoritos, y que hay chicos que básicamente pueden hacer lo que les dé la gana en ciertas clases.
Pero supongo que incluso algo que todo el mundo sabe puede causar un escándalo, especialmente porque Amanda respaldó sus argumentos con toneladas de evidencias estadísticas. Como dijo el señor Thornhill, Amanda es un genio de las matemáticas, y se las ingenió para conseguir un montón de datos a los que supuestamente no debería tener acceso, como quién había estado castigado, cuándo y por qué. Después de todo este revuelo, algunos estudiantes (como Heidi) que habían disfrutado de un cierto... estatus privilegiado —como no tener que ajustarse a las fechas de entrega de los trabajos, ni explicar cómo habían resuelto un problema de matemáticas aunque los hubiesen pillado copiando, ni llevarse broncas por hablar en clase—, se encontraron con que, después de la charla que el subdirector Thornhill había dado al profesorado del Endeavor sobre la imparcialidad, su posición en clase cambiaba repentinamente, y a peor.
—¿Es cierto? ¿La han expulsado? —Kelli tenía el rostro encendido por la emoción.