Read Perdida en un buen libro Online

Authors: Jasper Fforde

Tags: #Aventuras, #Humor, #Policíaco

Perdida en un buen libro (3 page)

—No, gracias.

—¡Sabrosas y nutritivas! —sonrió, mirando la cámara—. Perfectas como aperitivo e incluso como tentempié… Buenas con huevo, sardinas e incluso…

—No, gracias.

A Lush se le congeló la sonrisa en el rostro mientras murmuraba entre dientes.

—Toma… la… tostada—Pero ya era demasiado tarde. El regidor entró en el escenario y anunció que el director invisible del programa había gritado «corten». El pequeño ejército de maquilladoras se dedicó a Adrian mientras el regidor mantenía una conversación unidireccional con su auricular antes de volverse hacia mí.

—El director de publicidad quiere saber si tomaría un bocadito de tostada cuando se la ofrezcan.

—Ya he comido.

El regidor se giró y volvió a hablar al micrófono.

—¡Dice que ya ha comido!… Lo sé… sí… y si… sí… ajá… ¿Qué quieres que haga? ¿Que la retuerza con una llave y la obligue a tragar? Sí… ajá… lo sé… sí, sí… vale.

Volvió a mirarme.

—¿Y si fuese con jamón en lugar de con mermelada?

—La verdad es que no me gustan las tostadas —le dije.

—¿Qué?

—He dicho que no…

—¡Que no le gustan las tostadas! —exclamó el exasperado regidor—. ¡En el nombre del cielo! ¿Qué vamos a hacer?

Flanker se puso en pie.

—Next, cómase la maldita tostada, ¿vale? Tengo una reunión dentro de dos horas.

—Y yo un campeonato de golf —añadió Braxton.

Me rendí.

—Vale. Que sea de trigo malteado, con mermelada y poca mantequilla.

El regidor sonrió como si le hubiese salvado el cuello (probablemente así era) y todo arrancó de nuevo.

—¿Te apetecería una tostada? —preguntó Lush.

—Gracias.

Di un mordisquito.

—Muy rica.

Vi que el regidor me dedicaba un gesto de entusiasmo mientras se secaba la frente con el pañuelo.

—Bien —Lush suspiró—. Vamos a empezar. Primero me gustaría preguntarte lo que todo el mundo quiere saber. ¿Cómo conseguiste entrar en el libro
Jane Eyre?

—Eso es fácil de explicar —me puse a contar—. Verás, mi tío Mycroft inventó un dispositivo llamado Portal de Prosa…

Flanker carraspeó.

—Señorita Next, quizá no lo sepa, pero su tío sigue sujeto a un certificado de secreto firmado en 1934. Sería prudente que no le mencionase… y que tampoco se refiriera al Portal de Prosa.

Lush meditó un momento.

—¿Podemos hablar con la señorita Next sobre cómo se encontró con Hades por primera vez, justo después de que éste robase el manuscrito original de
Martin Chuzzlewit?

—De acuerdo… siempre y cuando no se mencione a Hades —respondió Flanker.

—No es algo que queramos que la ciudadanía considere… —dijo Marat, tan de repente que algunos se sobresaltaron. Hasta ese momento no había dicho nada.

—¿Disculpe? —dijo Flanker.

—Nada —dijo el agente de la CronoGuardia con tranquilidad—. A mi edad tiendo un poco a la prolepsis.

Lush siguió hablando.

—¿Podemos hablar de la persecución de Hades hasta la República de Gales y del regreso con éxito de Jane a su libro?

—Aténgase a lo mismo que he dicho antes —gruñó Flanker.

—¿Y qué me dice de la ocasión en que mi compañero Bowden y yo pasamos por una racha de Mal Tiempo en la autopista? —pregunté.

—No es algo que queramos que la ciudadanía considere fácil —dijo Marat, ahora en la veintena, con renovado entusiasmo—. Si el público creyese que el trabajo de la CronoGuardia es sencillo podría perder la confianza.

—Muy cierto —afirmó Flanker.

—¿Prefieren que les entrevisten a ustedes? —pregunté.

—¡Eh! —dijo Flanker, poniéndose de pie y señalándome con un dedo—. No sea impertinente con nosotros, Next. Está usted aquí para realizar un trabajo cumpliendo con su deber como agente de OpEspec en activo, ¡no para contar la verdad desde su punto de vista!

Lush me miró inquieto; alcé las cejas y me encogí de hombros.

—Vamos a ver —vociferó Lush—, si voy a entrevistar a la señorita Next, debo hacerle preguntas que interesen al público…

—¡Oh, puede hacérselas! —le dio la razón Flanker—. Puede preguntar lo que quiera. La libertad de expresión está protegida por la ley y ni OpEspec ni Goliath tienen derecho a ponerle cortapisas. Simplemente estamos aquí para observar, comentar e
iluminar.

Lush sabía a qué se refería Flanker y Flanker que Lush lo sabía. Yo sabía que Flanker y Lush lo sabían y ellos dos sabían que yo también. Lush parecía nervioso y se movía ligeramente. La afirmación de Flanker acerca de la independencia de Lush era más bien una negación. Hubiese bastado con una palabra de Goliath a Network Toad para que Lush acabara presentando
Mundo ovejuno
en Lerwick TV, y no le apetecía nada. Nada en absoluto.

Nos quedamos en silencio un momento mientras Lush y yo intentábamos encontrar un tema que no escapara a sus tolerantes parámetros.

—¿Qué tal si comento el impuesto ridículamente alto que se aplica al queso? —pregunté. Era una coña, pero Flanker y compañía no eran grandes expertos en lo tocante a humor.

—No tengo inconveniente —murmuró Flanker—. ¿Alguien lo tiene?

—Yo no —dijo Schitt-Hawse.

—Ni yo —añadió Rabone.

—Yo sí que tengo una objeción —dijo una mujer que hasta ese momento había permanecido sentada en silencio en un extremo del estudio. Hablaba con acento provinciano y vestía falda de
tweed,
chaqueta a juego y collar de perlas.

»Permitan que me presente —dijo en voz alta y estridente—. Soy la señora Jolly Hilly, representante gubernamental ante las cadenas de televisión. —Respiró hondo y siguió hablando—: La llamada «“injusta carga del impuesto del queso” es ahora mismo un asunto muy controvertido. Cualquier referencia a ella podría interpretarse como una provocación.

—¿Un impuesto del 587% sobre los quesos curados y del 620% sobre los quesos frescos? —pregunté—. ¡Cheddar Classic Gold Original a 9,32£ el medio kilo… el brie de Bodmin molecularmente inestable a casi 10£! ¿Qué está pasando?

Los otros demostraron un interés súbito y se volvieron hacia la señora Hilly en demanda de una explicación. Durante un breve instante, probablemente único en su condición, estábamos todos de acuerdo.

—Comprendo su preocupación —respondió la experta apologista—, pero creo que descubrirá que el precio del queso, si se mira de un modo positivo, en realidad ha
bajado
en relación al índice de venta al por menor de los últimos años. Tenga, échele un vistazo. —Me pasó la foto de una dulce ancianita con muletas—. Ancianitas no muy diferentes a la actriz de esta fotografía tendrían que pasarse sin sus prótesis de cadera y sufrirían terribles dolores si egoístamente reclaman ustedes un recorte del precio del queso. —Hizo una pausa para que todos lo comprendiésemos—. El Controlador de Sumas cree que la política económica no es asunto de los ciudadanos, pero está dispuesto a hacer concesiones en forma de cupones para queso en beneficio de aquellos que sufren privaciones, siempre en función de las necesidades.

—Por tanto —dijo Lush con una sonrisa—, ¿el jugo que se le saca al queso queda descartado?

—Podría comentar el impuesto sobre las natillas —añadió la señora Hilly, sin pillar la broma—. El grupo de presión del budín es menos… bien, a ver cómo lo expreso…
beligerante.


El jugo
—repitió Lush, para cualquiera que no lo hubiese pillado—.
El jug…
oh, da igual. No había oído tantas gilipolleces en mi vida. Estoy decidido a que la extorsión que supone el precio del queso sea el tema central de un
Informe especial de Adrian Lush.

La señora Hilly enrojeció un poco y escogió con cuidado las palabras.

—Si hubiese otro disturbio a causa del queso tras la emisión de su

Informe especial,
tendríamos que ver atentamente a quién hacer responsable.

Miró al representante de Goliath mientras lo decía. Tanto Schitt-Hawse como Lush comprendieron lo que la mirada implicaba. Yo ya había oído suficiente.

—Por tanto, tampoco puedo hablar del queso —suspiré—. ¿De qué puedo hablar pues?

Los miembros del grupito se miraron perplejos. A Flanker se le ocurrió una idea y chasqueó los dedos.

—¿No tiene un dodo?

2

La Red de Operaciones Especiales

La Red de Operaciones Especiales fue creada para resolver los asuntos policiales considerados demasiado extraños o que requerían demasiada especialización para que se ocuparan de ellos las fuerzas regulares. Estaba formada en total por treinta y dos departamentos, empezando por la mundana Agencia de Horticultura (OE-32) y pasando por Detectives Literarios (OE-27) y Autoridad del Transporte (OE-21). Por debajo de OE-20 la información era restringida, aunque todo el mundo sabía que la CronoGuardia era OE-12 y que OE-1 era la policía de la propia OpEspec. Nadie sabe a ciencia cierta a qué se dedican el resto de los departamentos. Lo que se sabe es que los agentes son en su mayoría ex militares o ex policías. Los agentes rara vez dejan el servicio después del período de prueba. Como reza el dicho, «un trabajo en OpEspec no es de prueba… es para toda la vida».

M
ILLON DE
F
LOSS

Una breve historia de la Red de Operaciones Especiales
(revisada)

Era la mañana de la emisión de
El programa de Adrian Lush.
Lo había mirado cinco minutos, y había huido muerta de vergüenza escaleras arriba para poner orden en el cajón de los calcetines. Conseguí ordenarlos por color, forma y en función de cuánto me gustaban antes de que Landen me dijese que el programa había acabado y que podía volver a bajar. Era la última entrevista que había aceptado dar, pero Cordelia no parecía recordar esa parte de nuestra conversación. Había seguido bombardeándome con peticiones para hablar en festivales literarios, aparecer como invitada en
El 65 de Walrus Street
e incluso para asistir a una de las veladas informales de canciones y ukelele del presidente Formby. Todos los días me llegaban ofertas de trabajo. Muchas bibliotecas y empresas de seguridad privada requerían mis servicios, ya fuese como «socia de pleno derecho» o como «asesora de seguridad». En la carta más dulce que recibí, de la biblioteca local, se me pedía que fuera a leerles a los ancianos: algo que hice encantada. Pero OpEspec, el cuerpo al que había dedicado gran parte de mi vida adulta, de mis energías y mis recursos, ni siquiera había mencionado la posibilidad de un ascenso. Por lo que a ellos concernía, yo era OE-27 y seguiría siéndolo hasta que se les antojase.

—¡Tienes correo! —anunció Landen, dejando un buen montón de cartas sobre la mesa de la cocina. Gran parte de mi correspondencia consistía en cartas de los fans… y muy extrañas también. Abrí una al azar.

»¿Tengo motivos para estar celoso? —preguntó Landen.

—Yo mantendría al abogado divorcista en espera unos minutos más… es otra solicitud de ropa interior.

Landen sonrió.

—Le mandaré unos calzoncillos.

—¿Qué hay en ese paquete?

—Es un regalo de bodas que llega con retraso. Es una… —Miró desconcertado la extraña pieza tricotada—. Es una…
cosa.

—Genial —respondí—. Siempre había querido tener una.

Landen era escritor. Nos habíamos conocido cuando él, mi hermano Anton y yo luchábamos en Crimea. Landen había vuelto a casa con una sola pierna, pero al menos vivo… Mi hermano seguía recorriendo su camino por la eternidad desde la comodidad de un cementerio militar en Sebastopol.

Mientras Landen se entretenía intentada enseñar a
Pickwick
a sostenerse sobre una sola pata, yo abrí otra carta y la leí en voz alta:

Estimada señorita Next:

Soy uno de sus más fervientes admiradores; Creo que debería saber que David Copperfield, lejos de ser el inocente de grandes ojos que se describe en el libro, en realidad
asesinó
a su primera esposa Dora Spenlow para poder casarse con Agnes Wickfield. Propongo que se exhumen los restos de la señorita Spenlow y se le hagan análisis para detectar la presencia de botulismo y/o arsénico. A propósito, ¿se ha preguntado alguna vez por qué Homero cambió de opinión sobre los perros en algún momento entre la
Ilíada
y la
Odisea?
¿Le regalaron, quizás, un perro en el ínterin? Otra cosa: ¿
Ulises,
de Joyce, le resulta tan ininteligible y aburrido como a mí? ¿Y por qué en las obras de Hemingway no hay olores?

—Parece que todo el mundo quiere que investigues sus libros favoritos —comentó Landen—. Ya puesta, ¿podrías intentar que absuelvan a Tess y condenen a Max DeWinter?

—¿Tú también?

—Arriba,
Pickwick,
vamos, arriba, arriba, ¡sobre una pata!

Pickwick
miró a Landen inexpresivo, con los ojos fijos en la nube de azúcar y sin ningún interés por aprender el truco.

—Te va a hacer falta un camión lleno, Land.

Metí la carta otra vez en el sobre, me terminé el café y me puse la chaqueta.

—Que te vaya bien hoy —dijo Landen, acompañándome hasta la puerta—. Sé buena con los otros niños. Nada de arañar ni de morder.

—Me portaré bien. Lo prometo. —Le pasé los brazos por el cuello y le besé—. Oh, ¿Landen?

—¿Sí?

—No olvides que esta noche tenemos la fiesta de jubilación de Mycroft.

—No lo olvidaré.

Estábamos a finales de otoño o principios del invierno, no lo tenía claro. El clima había sido más bien benigno, sin viento; las hojas marrones seguían en los árboles y algunos días apenas hacía frío. Tenía que hacer un frío tremendo para que yo subiese la capota del Speedster, así que conduje hasta el cuartel general de OpEspec con el viento en el pelo y WESSEX—FM en la radio a todo volumen. Las elecciones, que estaban al caer, centraban las emisiones; el controvertido impuesto sobre el queso se había convertido súbitamente en un asunto importante, como suele pasar antes de unas elecciones. En un momento dado los de Goliath se declararon «conglomerado favorito del mundo» por décimo año consecutivo a pesar de que en las conversaciones de paz sobre Crimea, Rusia había exigido Kent como compensación. En el apartado de deportes, Aubrey Jambe había llevado a los Mazos de Swindon, el equipo de criquet, hasta la SuperHoop 85 tras derrotar a los Machacadores de Reading.

Conduje entre el tráfico matutino de Swindon y aparqué el Speedster en la parte posterior de la sede de OpEspec. El edificio, de un diseño germánico brusco y directo, había sido levantado a toda prisa durante la ocupación; en la fachada todavía se veían las cicatrices de la batalla de la liberación de Swindon, acaecida en 1949. Daba cobijo a la mayoría de las divisiones de OpEspec, pero no a todas. Nuestra Unidad de Eliminación de Vampiros y Licántropos también cubría las zonas de Reading y Salisbury y, a cambio, la División de Robos de Arte de Salisbury se ocupaba de la nuestra. Un arreglo muy conveniente.

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