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Authors: Jim Thompson

Tags: #Novela Negra

Noche salvaje (23 page)

BOOK: Noche salvaje
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—Creo que ha quedado establecido —suspiró el fiscal del condado— que pasea por la vecindad casi todas las noches aproximadamente a esa hora.

—¡Pero Winroy no! No se ha establecido cómo yo…

Kendall se aclaró la garganta y dijo:

—Puesto que usted parece no querer admitir que el informe es de algún lunático que ha vigilado los movimientos de Mr. Bigelow y que ha querido aprovecharse de una desgraciada pero en modo alguno extraordinaria coincidencia…

—¡Para mí es algo más que una maldita y extraordinaria coincidencia!

—Como estaba diciendo, entonces ese informe sólo se explica de una forma. Este astuto e ingenioso asesino —me dirigió una sonrisa para disculparse—, el criminal más escurridizo e incomunicativo del país, fue por la ciudad anunciando sus propósitos… ¿Equivocado, sheriff?

—Yo no he dicho que hiciera eso. Yo…

—Comprendo. Entonces, su teoría es que él mismo escribió esa nota confidencial… ¿o debo creer que fue impresa a máquina?, y se la envió a usted con el fin de que pudiera arrestarle.

El doctor Dodson estalló en una risotada. El fiscal del condado trataba de contener la risa, pero le costaba trabajo conseguirlo.

—Bueno, Bill —dijo, poniendo las manos sobre la mesa—, creo que lo mejor que podemos hacer es…

—¡Un momento! ¡Puede que alguien trabajara con él! Ese alguien pudo haberle traicionado.

—Oh, no me diga. —Kendall negó con la cabeza—. Él es un extraño aquí. Yo vivo y trabajo con él y puedo asegurar que no tiene más personas íntimas que yo. Sheriff, no estará usted pensando que yo estoy implicado en el asunto, ¿verdad?

—¡Yo no he dicho tal cosa! —El sheriff le miró un tanto indeciso—. No…, no van por ahí los tiros. He recibido un cable de los parientes de las personas con quienes él vivió. Dicen que engañó a aquellos ancianos, se aprovechó de ellos, y…

—Tengo entendido que también recibió usted dos cables más informando de mí —dije—. Uno del jefe de Policía y el otro del juez. ¿Por qué no cuenta lo que decían?

—Está bien…, pero ¿por qué has huido esta noche?

—Yo no he huido, sheriff.

—¿Por qué no te paraste cuando te eché el alto? Me oíste.

—Oí a alguien, pero estaban a dos manzanas de distancia. Yo no sabía que me estaban echando el alto.

—Bueno… ¿y por qué…?

Se detuvo, tratando de pensar qué más podía preguntarme. Se remojó los labios, dubitativo. Miraba de reojo a Kendall, a Dodson y al fiscal del condado, y creo que en el interior de su mente contemplaba también a su esposa, preguntándose cómo se lo iba a explicar a ella y disculparse.

El fiscal del condado lanzó un bostezo y se restregó los ojos.

—Bien —dijo—, supongo que a estas horas se estará encaminando hacia este pueblo un ejército de policías de la ciudad, metiéndose en nuestros asuntos y diciéndonos lo que tenemos que hacer, como hicieron la última vez.

—Bueno, yo… —El sheriff tragó saliva—. No pienso consentirlo. Me basto con mis hombres.

—Probablemente lo hará —dijo Dodson—. Le gusta ver su fotografía en los periódicos. Si no fuera por lo que iba usted a sufrir privándose de eso, formularía una queja en su contra ante sus superiores del condado.

—¡Conque sí, eh! —El sheriff se levantó de un salto—. ¡Pues, adelante! Siga y verá que me importa un pimiento lo que haga.

—Ya veremos —asintió Dodson, malhumorado—. Mientras tanto, voy a llevarme a este muchacho a mi clínica y lo meteré en la cama.

—¿De veras? Éste no va a ir a ninguna parte.

—Muy bien. Necesita descanso y atenciones médicas. Así lo declaro. Estos caballeros son mis testigos. Y le diré una cosa, Summers. —Se encasquetó el sombrero—. No se sorprenda usted demasiado si los oye declarar contra usted de un cargo de asesinato por negligencia criminal.

—Bah. —Los ojos del sheriff se agitaron vacilantes—. ¿Y cómo andaba por ahí si está tan enfermo? ¿Puede usted explicarme…?

—Podría, pero dudo que usted lo entendiera… ¿Vamos, Phil?

Bueno…

Fui a la clínica.

El doctor me reconoció de arriba abajo, meneando la cabeza y gruñendo de vez en cuando de forma incomprensible. Luego me dio a beber una pócima amarillenta en un vaso pequeño y tres inyecciones hipodérmicas, una en cada nalga, y la otra justo encima del corazón. Seguidamente me quedé dormido.

Pero el sheriff Summers aún no se daba por vencido y dejó un ayudante montando guardia toda la noche a la puerta de mi sala en la clínica. A eso de las once de la mañana siguiente, se presentó para hacerme más preguntas.

Tenía cara de no haber dormido mucho. Me habría jugado toda mi pasta a que Mrs. Summers le había leído bien la cartilla.

Continuaba en sus trece, sin abandonar la idea de jugar a policía, cuando apareció Kendall. Éste le habló con amabilidad. Le sugirió que dieran un paseo y se fueron los dos juntos.

Yo hice una mueca y encendí un cigarrillo. Kendall estaba empezando a ganarse su dinero, si es que no se lo había ganado ya. Era la primera oportunidad que tenía realmente de estar a solas con el sheriff.

Lo primero que él haría ahora…

El reposo y todo aquello que me había dado el doctor pareció reanimarme bastante. Y opino que un tipo siempre pelea mejor antes de comenzar la contienda. Yo no me creía capaz de derrotar al Jefe —nadie derrotaba nunca al Jefe—, pero me imaginaba que podía ocasionarle muchos problemas. Pasaría un año o dos antes de que lograran localizarme, y si me era posible resistir tanto tiempo… bueno. A lo mejor me era posible encontrar el sitio, o la cosa, o lo que quiera que fuese, que siempre había estado buscando.

Yo tenía cerca de quinientos dólares, más lo del Banco en Arizona, pero podía olvidarme de aquello. Con quinientos pavos y un buen coche —y en Filadelfia había un sitio donde podía cambiar éste por otro más rápido…—, bueno, valía la pena intentarlo. Nada podía perder.

…Cuando regresó Kendall eran cerca de las dos. Yo estaba casi seguro de lo que me iba a decir, pero lo fue haciendo tan gradualmente que casi perdí la seguridad.

Dijo que Mrs. Winroy se había ido a Nueva York. Se había puesto enferma su hermana y tuvo que irse precipitadamente.

—Pobre mujer. Jamás la he visto tan alterada.

—Mal asunto —comenté, y me dolió el cuerpo de las ganas que sentía de reír. Lo más seguro era que estuviera aterrada por miedo a que la cogieran—. ¿Cuándo vuelve?

—Fue incapaz de decirlo. Sin embargo, yo deduje que se iba para una larga temporada.

—Bueno —dije—, eso es sin duda muy malo.

—Sí. Sobre todo, si tenemos que depender de Winroy. Yo quería hablar con él, aclarar nuestra situación ahora que no estará en casa Mrs. Winroy. Pero Ruthie no le ha visto el pelo desde la hora del almuerzo y tampoco está en la barbería. Ahora que ya no tiene ninguna restricción, supongo que pretende emborracharse y estar siempre ebrio.

Yo asentí y esperé. Siguió hablando:

—Una situación desagradable. Pobre Ruthie; su caso es realmente trágico. No podrá encontrar trabajo en ninguna otra parte y, habiéndose marchado indefinidamente Mrs. Winroy, no podrá seguir aquí. Me gustaría ayudarla, pero…, oh, un hombre de mi edad prestando ayuda económica a una chica que obviamente no puede pagarla… Me temo que le causaría más mal que bien.

—¿Se irá del colegio?

—Me temo que no tenga otra alternativa. Me satisface decir que la encuentro muy animada.

—Bien —dije—. Por lo que parece, creo que tendremos que ir buscando otro sitio donde vivir.

—Oh, claro. Sí, supongo que lo haré. Por cierto, Mr. Bigelow, el sheriff está conforme en… abandonar este asunto de Winroy. Le he traído sus ropas de la fábrica y también la liquidación de su salario, pues parece dudoso, a la vista de su salud y… de la situación en general, que quiera usted continuar allí.

—Ya veo —dije—. Comprendo.

—Mr. Bigelow, en cuanto a la actitud del sheriff Summers, me temo que no sea tan condescendiente como yo quisiera que fuese. Sospecho que le bastaría el más mínimo pretexto, si lo hubiere, para causarle serias dificultades.

Me puse a pensarlo detenidamente; más bien di a entender que lo estaba pensando. Me eché a reír, con una especie de aire dolido, y dije:

—Mr. Kendall, parece que todo me va saliendo mal. Sin lugar donde vivir, sin trabajo, el sheriff dispuesto a complicarme las cosas… No creo que tampoco el colegio se sienta excesivamente feliz teniéndome de alumno.

—Bueno… en realidad…

—No importa —dije—. No les culpo en absoluto.

Meneó benévolamente la cabeza, chasqueando la lengua algunas veces. Luego miró con ojos destellantes y continuó hablando, como si se le acabara de ocurrir algo.

—¡Mr. Bigelow! ¡Tal vez esto sea un golpe enmascarado de buena fortuna! Puede usted irse unos meses a mi cabaña del Canadá y emplear el tiempo para estudiar y reponer su salud. Luego, cuando se haya olvidado todo este asunto…

—Caramba —dije—. ¿Quiere decir que estaría usted dispuesto a…?

—¡Claro que estaría! Ahora más que nunca. Por supuesto, tendremos que ver lo que dice el médico acerca de usted, pero…

…Al doctor no le gustó demasiado. Dio algunas voces de protesta, sobre todo cuando supo que yo deseaba abandonar la población aquel mismo día. Pero Kendall le replicó, llamándole pesimista y cosas por el estilo. Entonces se lo llevó aparte y creo que le explicó que yo no tenía muchas posibilidades de elección. Así…

Volvimos a casa en el coche de Kendall, conduciendo yo, pues a él no le gustaba hacerlo. Me preguntó si, de paso, me importaría llevar a Ruthie con su gente, y le contesté que no me importaba en absoluto.

Me detuve delante de la casa y estuvimos de pie al lado del coche unos minutos, charlando pero sin tener nada que decir.

—A propósito, Mr. Bigelow —dijo, con indecisión—. Sé que me he comportado con usted de forma inexcusablemente autoritaria durante toda nuestra, más bien, corta relación de amistad. Estoy persuadido de que en más de una ocasión habrá sentido ganas de decirme que me meta en mis propios asuntos…

—Oh, no —dije—. Ni mucho menos, Mr. Kendall.

—Oh, sí —me sonrió—. Y me temo que mis motivos eran extremadamente egoístas. Mr. Bigelow, ¿cree usted en la inmortalidad? Es decir, en el sentido más lato de la palabra. Pues bien, entonces permítame decirle simplemente que me parece no haber hecho casi nada de las muchas cosas que pensaba hacer en este valle de lágrimas. Y están todavía dentro de mí esperando que las haga, pese a que el hilo del tiempo para hacerlas ha sido agotado. Yo… Pero escúcheme, ¿quiere? —Esbozó una risita ahogada e incómoda, parpadeando detrás de las gafas—. ¡No me creo capaz de tan absurdo y forzado romanticismo!

—De acuerdo —dije con calma, y una especie de frío iba reptando sobre mí—. ¿Qué quiere decir con el hilo de su…?

Le miré intensamente, traspasándole de parte a parte con la mirada, y lo único que pude ver en él fue a un viejo quisquilloso y remilgado. Eso fue lo único que pude ver en él, porque no había nada más que ver.
Él no estaba trabajando para el Jefe. No lo había estado nunca
.

—… queda poco tiempo, Mr. Bigelow. No debo malgastarlo en preliminares. Todo lo que pueda hacerse a favor de usted hay que hacerlo inmediatamente.

—¿Por qué no me lo ha dicho antes? —pregunté—. En nombre de Dios, ¿por qué…?

—Tsk, tsk. ¿Para inquietarle, Mr. Bigelow, con lo irremediable? ¿Para colocar una piedra más en su ya pedregoso camino? No hay nada que hacer al respecto. Estoy a las puertas de la muerte y no hay más que hablar.

—Pero… ¡si me lo hubiera dicho!

—Se lo digo ahora porque es inevitable. Según tengo dicho en el pasado, no soy precisamente un hombre pobre. He querido que esté usted en la posición de comprender cuando tenga noticias de mis abogados.

Me quedé sin voz. Ni siquiera podía ver, de la forma en que me picaban y me quemaban los ojos. Entonces él me estrechó la mano, y su agarrón casi me hizo gritar.

—¡Dignidad, Mr. Bigelow! Insisto en ello. Si tiene usted que ser sentimental, espere al menos a que yo…

Se apartó de mí. Cuando se me aclararon los ojos, había desaparecido.

Abrí la puerta del patio, preguntándome cómo pude haber estado tan equivocado. Pero realmente no había mucho que preguntarse. Le había elegido a él porque no deseaba elegir a la persona lógica. La persona capaz de hacer todo lo que él, y que tuviera muchas y mejores razones para hacerlo: Ruthie.

Cuando entré en la casa no lo hice precisamente en silencio. Creo que ella me oyó, aunque no lo dio a entender. Estaban descorridas las cortinas del salón y la puerta de su dormitorio se encontraba abierta. Yo me quedé de pie observándola, abrazado a los pies de la cama, mientras se vestía apresuradamente.

La miraba de arriba abajo, rápidamente, de vez en cuando, como si ella no fuera una cosa sino muchas, como si no fuera una mujer sino un millar de ellas, todas mujeres. Y entonces mis ojos se fijaron en aquel piececito con su pequeño tobillo, y todo lo demás pareció esfumarse. Y pensé:

¿Bueno, cómo pude yo…? ¿Cómo puedes admitir que fuiste capaz de…?

Se puso el sostén y la combinación antes de percatarse de mi presencia. Dio un grito sofocado y dijo:

—¡Oh, C-Carl! No sabía…

—¿Estás lista? —le pregunté—. Te llevaré en el coche con tu familia.

—C-Carl, yo…

Se acercó a mí, lentamente, balanceándose sobre su muleta.

—¡Carl, quiero ir contigo! No me importa lo que tú…, no me importa nada. Sólo quiero estar contigo.

—Sí —dije—. Lo sé. Siempre has tenido miedo de que me marchara, ¿verdad? Estabas dispuesta a hacer lo que pudieras para tenerme aquí. A ayudarme en el colegio, a acostarte conmigo… a servirme en lo que necesitara, a cambio de cualquier cosa. Y tú tampoco te podías marchar, ¿verdad, Ruthie? No podías perder tu trabajo.

—¡Llévame, Carl! ¡Tienes que llevarme contigo!

Yo no estaba seguro todavía. Así que dije:

—Bueno, arréglate y ya veremos.

Entonces subí a mi dormitorio.

Hice las dos maletas. Levanté un pico de la alfombra y recogí una copia hecha con papel carbón de la nota que le había enviado al sheriff.

Porque, naturalmente, yo era quien le había enviado la nota confidencial. Tenía intenciones de decirle después a Ruthie lo de la nota de papel carbón, al objeto de que reivindicara la confidencia y reclamara la recompensa.

Tal como lo veía, yo no tenía nada que perder. Yo no podía ayudarme a mí mismo, así que traté de ayudarla a ella. Ella era la persona que podía ejecutarlo, igual que yo, aunque ella no tuviera ayuda.

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