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Authors: Libertad Morán

Tags: #Romantico, Drama

Mujeres estupendas (4 page)

—¡Bueeeeeenas! —exclama retirando las manos del marco e irguiéndose—. Traemos el frigo —señala echando el pulgar hacia atrás, hacia una furgoneta de la que se está bajando una chica con pelo cortado al uno y expresión de enfado permanente.

Miras el atuendo de David, un peto vaquero con los tirantes desabrochados y una camiseta de esas de capa sobre capa. Alzas una ceja en señal de interrogación.

—Espero que hayas traído otra ropa…

David te da unos amistosos golpecitos en el hombro y se ríe con guasa.

—Tengo el traje en la furgoneta. Me dejarás cambiarme aquí, ¿verdad? —pregunta guasón guiñándote un ojo—. Bueno, vamos a meter el frigo.

David se acerca a la furgoneta y tú te apartas de la puerta, volviendo junto a Ruth y Sara, para dejarles sitio.

—¿Quién es ese? —te pregunta Ruth.

—David, uno de mis compañeros de piso.

—¡Ah! —Ruth parece recordar.— El que me dijiste que iba a estar vigilando la zona vip de la fiesta del festival… Pues los chicos se lo van a rifar —apunta divertida. Tú meneas la cabeza.

—Se quedarán con las ganas. Es hetero.

Ruth se gira hacia ti con cara de sorpresa.

—¡Alicia! —exclama—. ¿Qué hace una chica como tú viviendo con un varoncito hetero? —pregunta jocosa.

—¿Y por qué no? —preguntas extrañada.

Ruth te mira alzando la ceja con incredulidad. Tarda unos segundos en volver a hablar.

—Ali, siempre has puesto a los tíos heteros a caer de un burro… Bueno, a los heteros y a la mayoría de los gays… Perdona pero si ya me extrañó que te fueras a compartir piso con una panda de mariquitas plumíferas más me sorprende saber que también hay un hetero entre ellos…

—Surgió así, Ruth —le explicas—. Nos faltaba un compañero para una de las habitaciones y David es el primo de Manu, otro de mis compañeros. Volvía de Londres por esas fechas y buscaba un sitio en el que quedarse. Vino a ver el piso, hablamos y me cayó bien. No es el típico hetero, créeme. A mí tampoco me hacía mucha gracia la idea pero me pareció un tío legal…

Ruth se encoge de hombros.

—No, si me parece bien… Al menos te vas dando cuenta de que hay tíos que no son unos cenutrios… Pocos, claro, pero alguno hay —añade echándose a reír.

En ese momento David y la otra chica están intentando hacer pasar el frigorífico por la puerta del local. Las tres os apartáis para dejarles paso. Lo arrastran hasta el recodo del fondo y desaparecen tras él. Minutos después David reaparece con gesto triunfal.

—Ya está encendido y listo para usarlo, Ali. Voy a coger el traje de la furgo y me bajo a cambiarme al baño —anuncia saliendo por la puerta.

La chica con cara de enfado sale también de detrás del recodo.

—Bueno, yo me voy —es lo único que dice antes de desaparecer por la puerta.

—¿Y esa quién es? —te pregunta Ruth con sorna.

—Una del GYLA. No es de hablar mucho…

—¡Una gran conversadora, sí, señor! —exclama David entrando de nuevo en el local con su traje en la mano y cerrando la puerta—. ¡Desde el Barrio del Pilar hasta aquí sin abrir la boca! Ni música ha puesto la tía…

Todas os echáis a reír.

—Bueno, David, mira, estas son Ruth y Sara.

—¿Qué tal, chicas? —les pregunta dándoles dos besos a tus amigas—. ¿Vais a estar luego por la fiesta?

—Sí, claro, no nos lo vamos a perder por nada del mundo.

—Pues nos veremos por allí. Me bajo a cambiarme. ¿Nos dará tiempo a cenar algo antes de ir para allá? —pregunta ya dirigiéndose sólo a ti.

—Sí, claro, tenemos tiempo de sobra.

David asiente y desaparece escaleras abajo. Ruth hace un mohín.

—Parece majo… —se ríe para sí—. ¡Qué fuerte! Ali viviendo con un tío hetero…

Le das una colleja riéndote tú también.

—Joder, Ruth, que tampoco es tan raro… En fin, os veo luego en la fiesta, ¿no?

—Sí, ahora nos vamos a buscar a Juan y Diego y a picar algo… ¿Nos vas a conseguir copichuelas gratis?

—Tranquila, Ruth, tu alcoholismo está a salvo. Me han dado un montón de
tickets
para copas…

—La verdad es que teniendo esto no sé cómo tienes ganas de seguir liada con el festival del GYLA… —te dice ya saliendo—. Pero bueno, cada una se tortura como quiere…

—¡Venga, largaos! —les dices fingiendo un enfado poco convincente—. ¡Luego nos vemos!

A medianoche la fiesta del Festival de Cine Gay en la Sala de Columnas del Círculo de Bellas Artes se encuentra en pleno apogeo. Hay gente por todas partes y el suelo tiembla con los graves de la música.
Performances
y extravagantes desfiles se llevan sucediendo toda la noche en el escenario que hay en un extremo. En otro extremo se ha acordonado una zona para los invitados vip. Actores y directores discretamente reconocidos en sus países de origen pero que aquí han alcanzado la categoría de estrellas dadas las circunstancias. David guarda con celo la entrada, cuadrándose ante todo aquel que intenta pasar sin la acreditación correspondiente aunque algunos, tal y como predijera Ruth, tan solo se acercan para tratar de ligar con él.

—Al final voy a tener que replantearme las cosas —te comenta David una de las veces en las que te acercas a hablar con él—. Se me han acercado chicos muy guapos… —dice guiñándote un ojo.

—Tú mismo, chaval. Pero ya sabes lo que dicen… El que prueba repite…

Ambos os echáis a reír con ganas.

—No sé… Creo que me gustan demasiado las chicas.

—Mira, como a mí —le dices dándole un pequeño golpe en el hombro y una sonrisa guasona—. ¿Quieres tomar algo?

—Una coca, por favor.

—¿Sólo coca-cola? ¿No quieres una copa?

David menea la cabeza.

—No, estando aquí no quiero beber… —le guiña un ojo—. No vaya a ser que con el alcohol venga alguno y me convenza…

Lo miras alzando una ceja.

—¡Es broma, mujer! —Te coge la copa, huele el líquido de su interior y le da un breve sorbo.— La que no deberías beber eres tú… ¿Desde cuándo tomas whisky? Si decías que te sentaba fatal el alcohol…

—¡Bah! —haces un gesto de indiferencia con la mano—. Un día es un día, ¿no? Voy a por tu coca.

Rauda y veloz te acercas a la barra y llamas la atención de una de las camareras. Antes de que hayan pasado dos minutos regresas junto a David.

—Su coca-cola, caballero —le dices tendiéndole el vaso de tubo y el botellín del refresco.

—Gracias, Ali —responde él cogiendo ambas cosas y acabando de vaciar el contenido del botellín. Se lo coges de la mano para llevártelo a la barra.

—Voy a buscar a Ruth y a las demás. Luego vengo otro ratito a hacerte compañía.

—Por aquí andaré…

Te pierdes entre la gente pero enseguida das con Ruth y las demás. Ruth está besando a Sara, Pilar está junto a ellas hablando con Diego. Justo en ese momento aparece Juan con un par de copas en las manos. Le tiende una de ellas a Diego y, al verte, te rodea por los hombros y te besa en la sien.

—¿Qué tal, Ali? Por lo que se ve, la fiesta está siendo todo un éxito —te dice. Al oír hablar a Juan, Ruth se percata de tu presencia y deja de besar a Sara.

—¡Mi queridísima Alicia! —exclama con exagerada alegría.

—¿Ya te has quedado sin invitaciones para copas, Ruth? —le preguntas enarcando una ceja. Ruth, descubiertas sus intenciones, hace un mohín con la boca poniendo cara de cachorrita indefensa—. Venga, vente conmigo.

Ruth te engancha por el brazo y las dos os dirigís a la barra. Vuelves a llamar la atención de la camarera de antes y ambas pedís vuestras copas. Ruth un vodka con naranja para ella y ginebra con limón para Sara, tú un nuevo whisky con coca-cola.

—Nunca te había visto beber así —señala Ruth divertida—. Bueno, la verdad es que nunca te había visto beber… Como sigas a ese ritmo, vas a pillar una cogorza de las que hacen historia… —te dice viendo cómo apuras el cubata que tienes en la mano mientras la camarera ya te está sirviendo el siguiente.

—Que ya soy mayorcita, Ruth…

—Bueno, bueno, tú verás… —dice desentendiéndose del asunto.

Cogéis las copas y volvéis junto a los demás. Justo en ese momento, Pilar se despide. Es tarde y trabaja mañana. Os quedáis los cinco hablando animadamente. Te lo estás pasando muy bien. Bebes continuamente y cada cierto tiempo Ruth y tú volvéis a la barra a pedir más copas para todos. Pronto te quedas sin
tickets
de invitación. Por suerte ese momento coincide con la llegada de unas azafatas vestidas de vaqueras que están promocionando una nueva bebida. Os reparten pases de invitación que todos recibís con entusiasmo. Te fijas que en las cartucheras, en lugar de balas, llevan botellitas del mismo licor que están anunciando. La euforia alcohólica hace que se te antoje tener una. Tratas de cogerlas pero las chicas se resisten. Tonteas con ellas y poco a poco se van haciendo las suecas y dejan que cojas un par de ellas. Te las guardas en los bolsillos y te acercas a la barra para probar la nueva bebida.

Las copas van cayendo una detrás de otra mientras tu euforia va creciendo más y más. Te acercas a charlar con David cada poco rato. Ejerces de relaciones públicas con unos cuantos periodistas a los que conoces para hablar sobre el festival y lo que se espera de él. Vuelves con Ruth y los demás sólo para irte despidiendo de ellos poco a poco. Ruth y Sara son las últimas en irse. Luego te vas acoplando a diferentes grupos de personas que conoces. Vuelves con David. Vas a la barra a por otra copa. Hablas con la gente de la organización del festival. Te haces fotos. Ríes. Hablas. Bebes. Te sientes tan bien…

La cabeza te duele como si te la hubieran machacado con un martillo. Te cuesta abrir los ojos. Cuando lo haces la claridad de la estancia te hiere las pupilas. Enfocas la visión y ves que estás en una camilla rodeada de cortinas. Una sábana te cubre el cuerpo hasta el pecho. Miras debajo de ella y compruebas que lo único que llevas puesto son las bragas. Bueno, las bragas y la acreditación del festival. En ese momento te das cuenta de que estás en el hospital. Y lo peor es que no recuerdas cómo has llegado hasta aquí. En una silla, junto a la camilla, ves tu ropa. Con gran esfuerzo te levantas. El dolor de cabeza a punto está de hacerte perder el equilibrio cuando pones el pie en el suelo. Comienzas a vestirte. Compruebas que en los bolsillos sigues teniendo tu dinero y las llaves de casa. Estás ya casi vestida cuando una mano descorre la cortina.

—¿Ya te has despertado? —te pregunta un hombre que supones debe de ser médico. La reprobación de su voz te molesta. Parece que te esté regañando. Asientes con la cabeza a su pregunta—. Espera un momento aquí, voy a preparar tu alta.

El médico se va y te deja a ti haciéndote muchas preguntas. No recuerdas nada de lo que ha pasado. De lo único de lo que te acuerdas es de estar en la fiesta. Ni siquiera recuerdas cuándo saliste de ella. Ni con quién. Ni cómo llegaste al hospital. El médico vuelve con un papel en la mano que te tiende al llegar junto a ti.

—Tus amigos están en la sala de espera —te informa con acritud.

—¿Mis amigos? —preguntas tú cada vez más desorientada.

—Sí, tus amigos, se han pasado aquí toda la mañana —explica en un tono con el que parece querer que te sientas culpable.

Miras tu reloj de pulsera. Son más de las once. Vuelves a mirar al médico y le das las gracias. Te responde con un escueto «de nada» y se va por donde ha venido. Tú miras en derredor, buscando la salida. Te cuesta dar con ella. Y mucho más encontrar la sala de espera. Pero allí no hay nadie. Tal vez el médico se haya equivocado.

Caminando a través de interminables pasillos consigues llegar hasta la calle. El sol te hace entrecerrar los ojos. No sabes ni siquiera en qué hospital estás ni dónde está el metro más cercano. Echas a andar por la acera. No llevas ni un minuto caminando cuando, a lo lejos, divisas tres figuras que vienen en dirección contraria. Te fijas en que una de ellas lleva un bolso parecido al tuyo. Automáticamente haces un gesto como de ir a echar mano de él y te das cuenta de que no lo tienes. Te lo habrás dejado en el hospital. Vuelves a mirar a las tres figuras y en la que lleva el bolso parecido al tuyo reconoces a David. Comienzas a comprender. Junto a él están un chico al que no conoces e Itziar, una de las chicas del GYLA. Te quedas parada en la acera hasta que llegan hasta ti.

—¡Vaya, vaya! Encima que te traemos al hospital pensabas irte sin esperarnos… —te dice David en tono de guasa.

—¿Qué es lo que ha pasado? —le preguntas.

—Ahora dirás que no te acuerdas de nada… Joder, pues menudo susto nos has dado, guapa —dice echándose a reír.

—Yo soy Alex —te dice el chico al que no conoces dándote dos besos—. Me alegro de que ya estés mejor. No tenías buena pinta anoche.

Tu cara debe de ser todo un poema en este momento. No te enteras de nada de lo que está pasando. Y sientes que la cabeza te va a estallar de un momento a otro.

—Me duele la cabeza… —gimes llevándote una mano a la sien.

—Eso se llama resaca —te dice Itziar con ironía—. ¿No la conocías?

Meneas la cabeza ligeramente. Incluso con ese gesto tan breve sientes que te mareas.

—Bueno —comienza a decir el tal Alex con cara de circunstancias—, ahora que sé que estás bien, yo me voy a casa. Ya nos veremos.

Te da otro par de besos, otros dos a Itziar y la mano a David. Se aleja de vosotros mientras tú sigues esperando que te den alguna explicación.

—¿Alguien me puede explicar qué coño ha pasado? —les espetas pero lo único que hacen ambos es echarse a reír.

—Venga, vámonos a casa y allí te lo contamos —te dice David—. El metro está cerca de aquí.

Tú te resistes a moverte.

—No, no, en metro no, por favor —tu voz suena con lástima—. Mejor nos cogemos un taxi.

—Como quieras —y se pone a mirar a los coches que vienen por la calle.

Enseguida pasa un taxi libre. Los tres os montáis en silencio. El trayecto se te hace insufrible. Sientes cómo tu estómago se voltea en tu interior. Un sudor frío te perla la frente. Temes vomitar de un momento a otro. Cuando llegáis a casa y sales del auto respiras con alivio. Pero sientes que pierdes el equilibrio. David lo nota y te coge por el costado. Entre él e Itziar te suben a casa. Cuando entráis en el piso tus pasos te dirigen hacia tu cama con gran ansiedad. Te desplomas sobre el colchón como si hubieras recorrido kilómetros hasta llegar a él. Itziar se sienta en el borde junto a ti y David sale de la habitación.

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