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Authors: Charlaine Harris

Muerto y enterrado (31 page)

Había dos camas en la habitación.

Bill estaba en la de la derecha, y Clancy estaba sentado en una silla de plástico justo al lado. Estaba alimentando a Bill igual que Eric lo había hecho conmigo. La piel de Bill estaba gris. Le sobresalían los pómulos. Era el retrato mismo de la muerte.

Tray Dawson estaba en la otra cama. Si Bill parecía estar muriéndose, Tray parecía estar muerto ya. Su rostro estaba azulado. Le habían arrancado una oreja de un mordisco. Tenía los ojos muy cerrados. Había sangre reseca por todas partes. Y eso era apenas lo que podía ver en su cara. Sus brazos reposaban sobre la manta, ambos entablillados.

Eric me depositó junto a Bill. Sus ojos se abrieron, y al menos eran los mismos: marrones oscuro e insondables. Dejó de beber de Clancy, pero no se apreciaba ninguna mejoría.

—La plata ha entrado en su sistema —dijo Clancy en voz baja—. El veneno ha llegado hasta cada rincón de su cuerpo. Necesitará cada vez más sangre para eliminarlo.

Quise preguntar si se recuperaría, pero no fui capaz, no con Bill postrado ahí delante. Clancy se levantó de su sitio junto a la cama y emprendió una conversación susurrada con Eric; una muy desagradable a tenor de los gestos de Eric.

—¿Cómo estás, Sookie? —preguntó Bill—. ¿Te curarás? —Su voz flaqueó.

—Era justo lo que quería preguntarte yo a ti —contesté. Ninguno de los dos teníamos la fuerza suficiente para entablar una conversación duradera.

—Vivirás —dijo, satisfecho—. Puedo oler que Eric te ha dado sangre. Te habrías curado de todas formas, pero ayudará a cicatrizar. Lamento no haber llegado antes.

—Me salvaste la vida.

—Vi cómo te secuestraban —explicó.

—¿Qué?

—Vi cómo te secuestraban.

—Tú… —Quería preguntarle por qué no los detuvo, pero me pareció horriblemente cruel.

—Sabía que no podría derrotarlos a los dos —dijo llanamente—. Si lo hubiese intentado, me habrían matado y probablemente también a ti. Sé muy poco sobre hadas, pero había oído hablar de Neave y su hermano. —Bill parecía agotado con tan sólo pronunciar esas pocas frases. Intentó girar la cabeza sobre la almohada para mirarme directamente a la cara, pero apenas lo consiguió unos centímetros. Su pelo negro parecía lacio y deslustrado, y su piel ya no lucía el brillo que tan bello me pareció la primera vez que lo vi.

—¿Entonces llamaste a Niall? —pregunté.

—Sí —respondió, apenas moviendo los labios—. O al menos llamé a Eric para contarle lo que acababa de presenciar y para que él llamase a Niall.

—¿Dónde estaba la casa abandonada? —pregunté.

—Al norte de aquí, en Arkansas —dijo—. Nos llevó un tiempo encontrar tu rastro. Si hubiesen cogido un coche, todavía, pero se desplazaron a través del mundo feérico, y con mi olfato y el conocimiento de Niall sobre las hadas y su magia, pudimos encontrarte. Al fin. Al menos pudimos salvarte la vida. Creo que fue demasiado tarde para el licántropo.

No sabía que había compartido cautiverio con Tray. Tampoco es que hubiera supuesto demasiada diferencia, pero quizá me habría sentido menos sola.

Probablemente por esa razón las hadas no me dejaron verlo. Apuesto a que a la pareja de hermanos se les escapaban pocas cosas acerca de la psicología de la tortura.

—¿Seguro que está…?

—Cielo, míralo.

—Todavía no estoy muerto —murmuró Tray.

Intenté incorporarme e ir hacia él. Aún quedaba fuera de mis capacidades, pero al menos pude girarme para mirarlo. Las camas estaban tan juntas que no me costaba nada oírle. Creo que podía verme, más o menos.

—Tray —dije—. Lo siento mucho.

Sacudió la cabeza sin decir nada.

—Fue culpa mía. Debí saberlo…, la mujer en el bosque… no estaba bien.

—Hiciste lo que pudiste. Si te hubieras resistido, estarías muerto.

—Ya me estoy muriendo —contestó. Intentó abrir los ojos. Casi logró mirarme a la cara—. Por mi maldita culpa —concluyó.

No pude reprimir las lágrimas. Parecía que se había quedado inconsciente. Me giré de nuevo lentamente para mirar a Bill. Su color había mejorado ligeramente.

—Por nada les hubiese dejado que te hiciesen daño —dijo—. Su daga era de plata, tenía fundas de plata en los dientes… Conseguí cortarle el cuello, pero no se murió lo bastante deprisa… Luchó hasta el final.

—Clancy te ha dado sangre —dije—. Te pondrás bien.

—Puede —dudó, con la voz fría y tranquila de siempre—. Siento que me vuelven las fuerzas. Servirá para aguantar la pelea. Tendré tiempo más que suficiente.

Estaba tan asombrada que no pude decir nada. Los vampiros sólo morían por estaca, decapitación o por culpa de algunos extraños casos de SIDA. Pero ¿envenenamiento por plata?

—Bill —dije con urgencia, sintiendo cómo se me agolpaban en la mente tantas cosas que le quería decir. Había cerrado los ojos, pero los acababa de abrir para mirarme.

—Ya vienen —advirtió Eric, y todas esas palabras murieron en mi garganta.

—¿La gente de Breandan? —pregunté.

—Sí —dijo Clancy brevemente—. Han localizado tu olor. —Incluso en ese momento se mostraba despectivo, como si se hubiera debido a mi debilidad haber dejado un olor que pudieran rastrear.

Eric extrajo un cuchillo muy largo de una funda que llevaba al muslo.

—Hierro —avisó sonriendo.

Bill también sonrió, aunque no fue una sonrisa muy agradable.

—Mata a tantos como puedas —dijo con voz más fuerte—. Clancy, ayúdame.

—No —rogué.

—Cariño —dijo Bill muy formalmente—. Siempre te he querido y será un orgullo morir a tu servicio. Cuando haya muerto, reza una plegaria en mi nombre en una iglesia de verdad.

Clancy se inclinó para ayudar a Bill a levantarse de la cama, lanzándome una mirada de lo más hostil durante el proceso. Bill se tambaleó sobre los pies. Estaba tan débil como un humano. Se quitó la bata del hospital para quedarse apenas con unos pantalones de pijama.

Yo tampoco quería morir en camisón de hospital.

—Eric, ¿te sobra un cuchillo para mí? —preguntó Bill, y, sin volverse de la puerta, el vikingo le lanzó una versión más corta de su propia arma, que más bien parecía una espada, según mi criterio. Clancy también iba armado.

Nadie dijo nada sobre intentar mover a Tray. Cuando lo miré, pensé que quizá ya se habría muerto.

En ese momento sonó el móvil de Eric, lo que me hizo dar un fuerte respingo. Descolgó con un escueto:

—¿Sí?

Escuchó un instante y colgó. Casi estallé de risa ante la gracia que me hacía el hecho de que seres sobrenaturales se comunicasen con teléfono móvil. Pero cuando miré a Bill, con la tez gris, apoyado en la pared, pensé que nada volvería a ser divertido.

—Niall y sus hadas están en camino —dijo Eric con una voz tan tranquila que parecía estar leyendo un artículo de bolsa—. Breandan ha bloqueado los demás portales al mundo feérico. Ahora sólo queda una apertura. Lo que no sé es si llegarán a tiempo.

—Si sobrevivo a esto —añadió Clancy—, te pediré que me liberes de mis votos, Eric, y me buscaré otro señor. La idea de morir defendiendo a una humana me parece repugnante, por muy relacionada que esté contigo.

—Si mueres —replicó Eric—, lo harás porque yo, tu sheriff, te ordené luchar. Las razones no vienen al caso.

Clancy asintió.

—Sí, mi señor.

—Pero te liberaré, si sobrevives.

—Gracias, Eric.

Madre del amor hermoso. Ojalá ya estuviesen satisfechos, ahora que habían dejado las cosas claras.

Bill se tambaleaba sobre los pies, pero ninguno de ellos mostró más que aprobación por ello. No podía oír tan bien como ellos, pero la tensión en la habitación se hizo casi insoportable a medida que nuestros enemigos se acercaban.

Mientras contemplaba a Bill, aguardando con aparente calma a que la muerte irrumpiera para llevárselo, un destello me recordó lo que había sido para mí: el primer vampiro al que conocí, el primer hombre con el que me había acostado, el primer pretendiente al que había amado. Todo lo que vino después había empañado esos recuerdos, pero por un instante volví a verlo con claridad, y volví a quererlo.

Entonces la puerta se quebró, haciéndose añicos, y vi el brillo de la hoja de un hacha acompañado de muchos gritos de arenga que desde el otro lado se dirigían a quien ostentaba el arma.

Decidí levantarme igualmente. Prefería morir de pie que en la cama. Al menos me quedaba valor para eso. Quizá por haber ingerido la sangre de Eric, sentía el ardor de su corazón antes de la batalla. Nada estimulaba a Eric más que la perspectiva de un buen combate. Pugné por ponerme de pie. Descubrí que podía caminar, al menos un poco. Había unas muletas de madera apoyadas en la pared. No recordaba que existiesen muletas de madera, pero nada en ese hospital era típicamente humano.

Cogí una muleta por la parte inferior y la sopesé para comprobar si podía levantarla. La respuesta más obvia era: «Probablemente no». Había muchas posibilidades de que me cayera al hacerlo, pero una actitud activa era mucho mejor que una pasiva. Mientras tanto, contaría con las armas que había sacado del bolso, y la muleta al menos me mantendría de pie.

Todo ocurrió más deprisa de lo que puedo expresar con palabras. A medida que iban despedazando la puerta, las hadas iban arrancando los trozos de madera. Al final, el hueco fue lo suficientemente amplio como para permitir que cupiera una, un hombre alto y delgado de pelo muy liviano, cuyos ojos verdes brillaban ante el frenesí del inminente combate. Intentó asestar un espadazo a Eric, pero éste lo paró y le hizo al otro un tajo en el abdomen. El hada se estremeció y se dobló sobre sí mismo, permitiendo que Clancy lo decapitara con su filo.

Apreté la espalda contra la pared y trabé la muleta bajo el brazo. Agarré mis armas, una en cada mano. Bill y yo estábamos codo con codo, pero, poco a poco, avanzó y se puso delante de mí deliberadamente. Lanzó su cuchillo contra el siguiente hada que intentó atravesar la puerta y logró clavárselo en el cuello. Bill extendió la mano hacia atrás y se hizo con la paleta de mi abuela.

La puerta casi había desaparecido, pero los asaltantes parecían retroceder. Otro hada se abrió paso entre las astillas, sorteando el cuerpo del primero que intentó entrar, y algo me dijo que debía de ser Breandan. Su melena roja estaba recogida en una trenza, y su espada lanzó un chorro de sangre cuando la levantó para asestar un golpe sobre Eric.

Eric era más alto, pero la espada de Breandan era más larga. El hada ya estaba herido, pues tenía la camiseta manchada de sangre en un costado. Vi algo brillante, puede que una aguja de punto, sobresaliendo del hombro de Breandan, y tuve la certeza de que la sangre de su espada pertenecía a Claudine. La rabia se abrió paso por mi ser y de ella me serví para mantenerme arriba cuando todo me invitaba a caer.

Breandan saltó hacia un lado a pesar de los intentos de Eric de mantenerlo a raya. En ese momento, una guerrera muy alta saltó por la puerta para ocupar el lugar que acababa de abandonar Breandan. Blandía una maza (una maza, por el amor de Dios), que estaba dispuesta a descargar sobre Eric. El vampiro la esquivó, y el arma siguió su trayectoria para golpear a Clancy en un lateral de la cabeza. Al instante, su pelo rojo se hizo más rojo aún, y cayó al suelo como un saco de arena. Breandan saltó sobre Clancy para enfrentarse a Bill al tiempo que su espada cercenaba la cabeza de Clancy. La sonrisa de Breandan resplandeció.

—Eres tú —dijo—. El que mató a Neave.

—Le arranqué la garganta —amenazó Bill con una voz que se me antojó más poderosa que nunca. Pero seguía tambaleándose.

—Veo que ella también te ha matado —dijo Breandan, relajando su guardia una fracción—. Sólo me queda hacer que te des cuenta.

Tras él, olvidado en el rincón de la cama, Tray Dawson realizó un esfuerzo sobrehumano y apresó la camiseta del hada. Con un gesto descuidado, Breandan se giró un poco y atravesó el cuerpo del indefenso licántropo con la espada. Al sacarla de nuevo, volvía a estar teñida de un vivo rojo. Pero en el segundo que le llevó hacer eso, Bill le clavó la paleta de hierro bajo el brazo alzado. Cuando se volvió, su expresión era de absoluto desconcierto. Miró la empuñadura, preguntándose cómo era posible que hubiese acabado allí, y entonces la sangre empezó a manar de la comisura de sus labios.

Bill empezó a dejarse caer.

Todo se quedó en silencio durante un instante, pero sólo en mi mente. El espacio que tenía delante estaba despejado, y la mujer abandonó la lucha con Eric para saltar sobre el cuerpo de su príncipe. Lanzó un grito, largo y agudo, y como Bill ya no era una amenaza, dirigió su golpe hacia mí.

Le rocié con el zumo de limón de mi pistola de agua.

Ella volvió a gritar, pero esta vez de dolor. El zumo la había rociado en aspersión sobre el pecho y la parte superior de los brazos. La piel empezó a humear donde el limón había caído. Una gota debió de caerle en el párpado, ya que se echó la mano libre al ojo para frotarse la sensación de quemazón. Mientras hacía eso, Eric levantó su largo filo y le cercenó el brazo, para luego atravesarle el cuerpo.

Al instante siguiente, Niall ocupó la puerta, y los ojos me dolieron al verle. No llevaba el traje negro que acostumbraba a vestir cuando venía a visitarme al mundo humano, sino una especie de túnica larga y pantalones holgados remetidos en unas botas. Iba todo de blanco, y brillaba… con la salvedad de que estaba cubierto de sangre.

Se produjo un largo silencio. Ya no quedaba nadie más a quien matar.

Me dejé caer sobre el suelo, con las piernas tan endebles como gelatina. Estaba apoyada contra la pared, junto a Bill. No sabía si estaba vivo o muerto. Estaba demasiado conmocionada para llorar y demasiado horrorizada para gritar. Algunos de mis cortes se habían vuelto a abrir, y el olor de la sangre, mezclada con el de las hadas, llegó hasta Eric, que estaba aún enfervorecido por el combate. Antes de que Niall llegase hasta mi lado, Eric se había arrodillado junto a mí, lamiendo la sangre que manaba de un corte en mi mejilla. No me importaba; él me había dado la suya. Necesitaba recuperarse.

—Aléjate de ella, vampiro —dijo mi bisabuelo con una voz muy tranquila.

Eric alzó la cabeza, con los ojos cerrados de placer y se estremeció. Pero entonces se cayó a mi lado. Miró el cuerpo de Clancy. Todo el fervor de su cuerpo se evaporó en un segundo, y una lágrima roja se abrió paso por su mejilla.

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