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Authors: Charlaine Harris

Muerto y enterrado (22 page)

No mencioné haber visto un hada en el bosque porque nadie me preguntó: «¿Ha visto a alguien más esta tarde?». En cuanto tuve un instante libre de tristezas y sensaciones fuertes, me pregunté por qué había aparecido, por qué se había mostrado. ¿Me andaba siguiendo? ¿Tenía yo alguna especie de micrófono sobrenatural colocado?

—Sookie —dijo Bud Dearborn. Salí de mi trance con un parpadeo.

—¿Señor? —Me levanté, con los músculos temblorosos.

—Ya puedes irte. Volveremos a hablar más tarde —dijo.

—Gracias —respondí, apenas consciente de lo que estaba diciendo. Me subí al coche totalmente entumecida. Me obligué a conducir a casa para ponerme el uniforme de camarera e irme al trabajo. Servir bebidas sería mucho mejor que quedarme sentada en casa dándole vueltas a los acontecimientos del día, si es que conseguía aguantar de pie tanto tiempo.

Amelia estaba en el trabajo, así que tenía la casa para mí mientras me enfundaba los pantalones del bar y la camiseta de manga larga con la insignia del Merlotte’s. Estaba helada hasta la médula, y por primera vez deseé que Sam hubiese comprado jerséis para trabajar en el bar. Mi reflejo en el espejo del baño era horrible: estaba pálida como un vampiro, tenía unas enormes ojeras y supongo que mostraba el aspecto de una persona que ha visto a muchas otras sangrando en el mismo día.

La tarde se antojaba fría y tranquila mientras me dirigía hasta el coche. No tardaría en oscurecer. Como Eric y yo estábamos vinculados, siempre que oscurecía pensaba en él. Ahora que nos habíamos acostado, mis pensamientos se transformaron en anhelo. Intenté meterlo en la trastienda de mi mente mientras conducía hacia el bar, pero insistía en salir a flote.

Puede que se debiese a que el día había sido una pesadilla, pero me di cuenta de que estaba dispuesta a perder todos mis ahorros a cambio de ver a Eric en ese preciso instante. Caminé pesadamente hasta la puerta de los empleados, con la mano aferrada en la paleta que guardaba en el bolso. Pensaba que me podían atacar, pero estaba tan preocupada que se me olvidó proyectar mi sentido para detectar otras presencias, y no vi a Antoine a la sombra del contenedor hasta que se adelantó para saludarme. Estaba fumando un cigarrillo.

—La madre que…, Antoine me has dado un susto de muerte.

—Lo siento, Sookie. ¿Vas a plantar algo? —dijo, mirando la paleta que había sacado del bolso—. No hay mucho trabajo esta noche. Me he salido un momento a echar un pitillo.

—¿Está todo el mundo tranquilo hoy? —Volví a guardar la herramienta sin dar explicaciones. Con un poco de suerte, lo achacaría a mi rareza en general.

—Sí, no ha venido nadie a sermonearnos y nadie ha muerto. —Sonrió—. D’Eriq no para de hablar de un tipo que se presentó antes y que asegura que es un hada. A pesar de que D’Eriq es un tipo simple, hay veces que puede ver cosas que otros no. Pero… ¿hadas?

—¿Seguro que se refería a hadas…, como las de los cuentos? —Si creía que no me quedaba más energía para estar alarmada, me equivocaba. Recorrí el aparcamiento con la mirada, muy asustada.

—Sookie, ¿es verdad? —Antoine me miraba fijamente.

Me encogí débilmente de hombros. Pillada.

—Mierda —saltó Antoine—. Mierda, mierda. Éste ya no es el mismo mundo en el que nací, ¿eh?

—No, Antoine, no lo es. Si D’Eriq dice alguna cosa más, cuéntamelo, por favor. Es importante.

Podía tratarse de mi bisabuelo que venía a interesarse por mí, o de su hijo Dillon. O del señor Hostil que me había estado espiando desde el bosque. ¿Qué había removido tanto el mundo de las hadas? Durante años no vi ninguna. Y ahora no podía dar un paso sin temor a pisarlas.

Antoine me miró dubitativo.

—Claro, Sookie. ¿Estás metida en algún problema del que deba saber algo?

Hasta el cuello, si tú supieras…

—No, no. Sólo intento evitar un problema —dije, porque no quería que Antoine se preocupase, y sobre todo que compartiese la preocupación con Sam. Éste ya tenía bastante con lo suyo.

Lo cierto es que Sam había oído varias versiones de los acontecimientos que se produjeron en la caravana de Arlene, pero tuve que hacerle un rápido resumen mientras me preparaba para trabajar. Estaba muy irritado por las intenciones de Donny y Whit, y cuando le dije que el primero estaba muerto, él respondió:

—Whit tendría que haber ido detrás.

No estaba segura de haber oído bien. Pero cuando lo miré a la cara, pude ver que estaba muy enfadado, vengativo incluso.

—Sam, creo que ya ha muerto mucha gente —dije—. No les he perdonado, y puede que no pueda hacerlo nunca, pero no creo que ellos matasen a Crystal.

Sam se volvió con un bufido y quitó de en medio una botella de ron con tanta fuerza que pensé que iba a romperla.

A pesar de la ligera alarma, aquella noche no fue mal…, no pasó nada.

No apareció nadie anunciando de repente que era una gárgola y que quería su sitio en el país.

Nadie estalló en cólera. Nadie intentó matarme, avisarme de un peligro o mentirme; nadie me prestó especial atención. Volvía a formar parte del ambiente del Merlotte’s, algo que en otros tiempos solía aburrirme. Recordé las noches anteriores a conocer a Bill Compton, cuando sabía de la existencia de los vampiros pero nunca había visto uno en persona. Recordé cómo anhelaba conocer alguno. Creí su propaganda, que aseguraba que eran víctimas de una especie de virus que los volvía alérgicos a varias sustancias (el sol, el ajo, la comida) y que sólo podían subsistir a base de la ingestión de sangre.

Esa última parte, al menos, había resultado ser cierta.

Mientras trabajaba me puse a pensar en las hadas. Eran diferentes de los vampiros y los licántropos. Aunque no supiera cómo lo hacían, podían huir a su propio mundo, un mundo que yo no deseaba conocer o visitar. Las hadas nunca habían sido humanas. Los vampiros, al menos, podían recordar lo que es ser humano, y los licántropos lo eran la mayor parte del tiempo, a pesar de tener una cultura diferente; ser un licántropo era como tener una doble nacionalidad, pensé. Era una diferencia capital entre las hadas y los demás seres sobrenaturales, y hacía de las primeras algo realmente temible. En el transcurso de la noche, mientras yo iba de mesa en mesa, esforzándome para tomar buena nota de los encargos y servirlos con una sonrisa, me pregunté en ocasiones si no habría sido mejor no conocer a mi bisabuelo. Y la idea me resultaba muy atractiva.

Le serví a Jane Bodehouse la cuarta copa e indiqué a Sam que teníamos que cortarle el grifo. Jane seguiría bebiendo, le sirviéramos o no. Su propósito de dejarlo no había durado ni una semana, aunque me habría sorprendido lo contrario. No era la primera vez que tomaba una decisión parecida, y los resultados siempre eran los mismos.

Al menos, si bebía aquí, nos podíamos asegurar de que llegara a casa de una pieza. «Ayer maté a un hombre». Quizá su hijo apareciera para llevársela; era un buen tipo que no sabía lo que era beber alcohol. «Hoy he visto cómo le disparaban a un hombre». Tuve que quedarme quieta un momento, porque la sala parecía ladearse por momentos.

Al cabo de un instante me sentí más asentada. Me pregunté si podría seguir así lo que quedaba de noche. Obligándome a poner un pie delante del otro y bloqueando las malas experiencias (ya era una experta en eso) pude seguir adelante. Incluso me acordé de preguntarle a Sam por su madre.

—Está mejor —dijo, cerrando la caja—. Mi padrastro también ha pedido el divorcio. Dice que ella no merece ninguna pensión porque no le habló de su auténtica naturaleza cuando se casaron.

A pesar de que siempre estaré del lado de Sam, sea el que sea, tenía que admitir (aunque estrictamente a mí misma) que podía entender a su padrastro.

—Lo siento —contesté inadecuadamente—. Sé que es un duro trance para tu madre y toda tu familia.

—La novia de mi hermano tampoco está muy contenta —dijo Sam.

—Oh, no, Sam, no me digas que le disgusta el hecho de que tu madre…

—Sí, y, por supuesto, también sabe lo mío. Mis hermanos se están acostumbrando. Ellos lo llevan bien… pero Deidra no se siente igual. Ni sus padres, supongo.

Palmeé el hombro de Sam, ya que no sabía qué más decirle. Esbozó una leve sonrisa y luego me abrazó.

—Aguantaste como una campeona, Sookie —dijo, y entonces la espalda se le puso rígida. Sus fosas nasales se dilataron—. Hueles al…, hay un rastro de vampiro —añadió, y toda la tibieza abandonó su voz. Me soltó y me dedicó una dura mirada.

Me había frotado bien y había usado todos mis productos habituales para la piel, pero el fino olfato de Sam había captado la marca que Eric había dejado.

—Bueno —empecé a decir, pero no seguí. Traté de organizar lo que quería contar, pero las últimas cuarenta horas habían sido agotadoras—. Sí —opté por confesar—. Eric estuvo en casa anoche. —Y así lo dejé. Se me estremeció el corazón. Pensé en explicarle a Sam lo de mi bisabuelo y el problema en el que estábamos metidos, pero él ya tenía suficiente en lo que pensar. Además, ya había bastante miseria en el ambiente por lo de Arlene y su arresto.

Estaban pasando demasiadas cosas.

Tuve otro episodio de mareo y náuseas, pero se pasó rápidamente, como la primera vez. Sam ni se dio cuenta. Estaba perdido en sus grises pensamientos, al menos hasta donde podía leer su complicada mente de cambiante.

—Acompáñame al coche —dije impulsivamente. Necesitaba ir a casa y dormir un poco, y no tenía la menor idea de si Eric aparecería esa noche o no. No me apetecía que surgiera nadie más para sorprenderme, como hizo Murry en su momento. No me apetecía que nadie quisiera llevarme hasta mi perdición o se pusiera a disparar a mi alrededor. Y tampoco quería más traiciones por parte de gente a la que apreciaba.

Tenía una larga lista de exigencias, y sabía que eso no era nada bueno.

Mientras sacaba mi bolso del cajón de Sam y daba las buenas noches a Antoine, que seguía limpiando la cocina, me di cuenta de que sólo quería volver a casa sin hablar con nadie más y dormir toda la noche del tirón.

Me pregunté si eso sería posible.

Sam no dijo nada más acerca de Eric, y pareció atribuir mi exigencia de escolta hasta el coche como un ataque de nervios tras el incidente de la caravana. Podría haberme quedado en la puerta del bar y haber escrutado el entorno con mis sentidos, pero tomar precauciones extra no estaba de más; mi telepatía y el olfato de Sam hacían buen equipo. Estaba ansioso por comprobar el aparcamiento; de hecho, pareció desilusionarse cuando anunció que no había nadie aparte de nosotros.

Mientras me alejaba, vi por el retrovisor cómo Sam se apoyaba sobre el capó de su camioneta, que estaba aparcada frente a su caravana. Tenía las manos en los bolsillos y clavaba la vista en la grava como si la odiase. Justo antes de girar, Sam dio unos golpes ausentes en el capó y se encaminó hacia el bar, con los hombros caídos.

Capítulo 13

Amelia, ¿qué funciona contra las hadas? —pregunté. Había dormido toda la noche del tirón y me sentía mucho mejor gracias a ello. El jefe de Amelia había salido de la ciudad, por lo que ella tenía la tarde libre.

—¿Te refieres a un repelente para hadas? —quiso saber.

—Sí, o que incluso les cause la muerte —dije—. Prefiero eso a que me maten ellas a mí. Tengo que defenderme.

—No sé mucho sobre hadas, como son tan escasas y reservadas… —explicó—. No estaba segura de que aún existiesen hasta que te oí hablar de tu bisabuelo. Necesitas una especie de spray anti hadas, ¿eh?

De repente, tuve una idea.

—Ya sé, Amelia —dije, sintiéndome muy feliz por primera vez en días. Fui a hurgar en la nevera. Estaba segura de que había una botella de ReaLemon—. Ahora lo único que tengo que hacer es comprar una pistola de agua del Wal-Mart —añadí—. No es verano, pero seguro que tienen algo en el departamento de juguetería.

—¿Y eso servirá?

—Sí, es un hecho sobrenatural poco conocido. El mero contacto es fatal. Tengo entendido que si lo ingieren el resultado es incluso más rápido. Si puedes metérselo a un hada en la boca abierta, tendríamos un hada muerta en un instante.

—Parece que estás metida en problemas bien gordos, Sookie. —Amelia había estado leyendo, pero ahora el libro reposaba sobre la mesa.

—No te diré que no.

—¿Quieres que hablemos de ello?

—Es complicado. Difícil de explicar.

—Ya conozco la definición de «complicado».

—Perdona. Bueno, puede que no sea seguro para ti conocer los detalles. ¿Podrías ayudar? ¿Funcionarían tus palabras contra las hadas?

—Consultaré mis fuentes —dijo Amelia, con ese aire de sabiduría que sacaba cuando no tenía ni idea de algo—. Llamaré a Octavia si fuera necesario.

—Te lo agradecería. Y si necesitas ingredientes para los conjuros, el dinero no será un problema. —Esa misma mañana había recibido en el buzón un cheque de los fondos de Sophie-Anne. El señor Cataliades había saldado la deuda que ella tenía contraída conmigo. Pensaba ingresarlo en el banco por la tarde, ya que la oficina estaría abierta.

Amelia tomó una profunda bocanada de aire y se quedó atascada. Aguardé. Como es una emisora de pensamientos muy clara, sabía de lo que quería hablar, pero para mantener la relación en cierto pie de igualdad, guardé silencio hasta que se decidiera a hablar.

—Tray, que tiene algunos amigos en la policía, aunque no demasiados, me ha dicho que Whit y Arlene niegan que hubieran matado a Crystal. Ellos… Arlene dice que planeaban dar ejemplo contigo de lo que le pasa a la gente que frecuenta a seres sobrenaturales; se inspiraron en la muerte de Crystal.

El buen humor se me evaporó. Sentí que un tremendo peso caía sobre mis hombros. Oírlo en voz alta lo hacía más terrible si cabe. No se me ocurría qué decir.

—¿Qué ha oído Tray que pueden hacer con ellos? —pregunté finalmente.

—Depende de quién disparara la bala que hirió a la agente Weiss. Si fue Donny, bueno, está muerto. Whit puede decir que le estaban disparando y que devolvió el fuego. Puede decir que no sabía nada de ningún plan para hacerte daño. Que estaba visitando a su novia y que dio la casualidad de que tenía unas piezas de madera en la camioneta.

—¿Y qué hay de Helen Ellis?

—Le dijo a Andy Bellefleur que se pasó por la caravana para recoger a los críos, porque, como habían sacado tan buenas notas, les había prometido llevarlos al Sonic a tomar un helado como premio. Aparte de eso, dice que no sabe nada. —El rostro de Amelia expresaba un profundo escepticismo.

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