Misterio en la casa deshabitada (5 page)

La señora Hilton no daba crédito a sus oídos. Tras una pausa, volvióse a los chicos, interesadísimos en la conversación, y les dijo:

—Pues... según parece, el muchacho ha regresado sin novedad, completamente repuesto. Desea venir a merendar con vosotros esta tarde.

Sobrevino un embarazoso silencio. Nadie quería saber nada del muchacho.

—¡No nos apetece en absoluto invitarle, mamá! —espetó Pip, con un desesperado cuchicheo—. Es un chico horrible. Di que estamos todos invitados a merendar a casa de Larry. Oye, Larry, ¿podemos ir a tu casa, verdad? ¡Todo menos cargar con esa calamidad de chico!

Larry asintió en silencio. Afortunadamente, la señora Hilton parecía estar de acuerdo con ellos, porque, volviéndose de nuevo al teléfono, excusóse así:

—Oye, Federico, ¿estás ahí? Dile a tu amigo que esta tarde Pip y Bets van a merendar con Larry y Daisy y, por consiguiente, no podrán atender a tu amiguito francés. Lo siento en el alma.

—¡Estuviste sublime, mamá! —exclamó Pip, no bien su madre hubo colocado el receptor—. ¡Sólo nos habría faltado tener que aguantar a ese chico horas y horas! Apuesto a que el amigo Fatty ardía en deseo de que le invitásemos a merendar para zafarse de él. Estoy seguro de que, en realidad, la cosa no ha sido idea del chico. ¡Si nos tiene un miedo cerval!

—Bien, en vista de que hemos dado esa excusa a Fatty es preferible que vengáis a casa esta tarde —decidió Daisy—. Venid cuanto antes, después de comer, a eso de las dos y media, si os parece bien.

—De acuerdo —convino Pip—. Estaremos allí a esa hora. ¡Caracoles! ¿Cómo es «posible» que Fatty tenga amigos así?

CAPÍTULO V
EL TALENTUDO FATTY

Alrededor de las dos y media de aquella tarde, Pip y Bets encamináronse a casa de Larry. Para llegar allí debían atravesar el pueblo y, mientras lo hacían, vieron con horror que el chico francés avanzaba cojeando por la calle.

—¡Mira! —cuchicheó Pip—. ¡Ahí va ese zopenco! Limitémonos a sonreírle sin detenernos. ¡Por lo que más quieras, Bets! ¡No te pares a saludarle! ¡Sería capaz de empezar a charlar otra vez o de desgañitarse sobre el pañuelo!

El chico acercóse al portillo perteneciente al domicilio del señor Goon, el policía.

—¡Fíjate! —murmuró Pip—. ¡Lleva una carta en la mano! ¡Apuesto a que Fatty le ha encargado que entregue aquella carta invisible! Aguardaremos a ver qué sucede. Ahora ha llamado a la puerta. Es posible que acuda a abrirla el propio Ahuyentador.

Ambos hermanos apostáronse junto al portillo, ocultándose tras un arbusto. Desde allí vieron que se abría la puerta de la casa y aparecía la colorada carota del señor Goon.

—Tengo una cosa para usted —farfulló el chico con marcado acento extranjero—. ¿Es usted el señor Goon, no es verdad?

—El mismo —respondió el policía mirando al muchacho con asombro.

No recordaba haberle visto con anterioridad. El chico entrególe una carta y, tras dirigirle una profunda y cortés reverencia, aguardó la respuesta.

—¿Qué esperas? —gruñó el señor Goon.

—No comprendo —dijo el muchacho con respeto.

Al parecer, el señor Goon pensó que el chico era sordo, porque, levantando la voz, gritó:

—He dicho, ¿qué esperas?

—Aguardo una, ¿cómo lo llaman ustedes?, una respuesta. ¡Eso es! ¡Aguardo la respuesta!

—¡Hum! —masculló el señor Goon abriendo el sobre.

Pero, al desdoblar la hoja y ver que estaba en blanco, se puso rojo como la grana.

—¡Mira esto! —farfulló el hombre, pasando la carta en blanco por la cara del muchacho—. ¡Alguien se ha propuesto gastarme una broma, una estupidez de broma! ¿A quién se le ocurre hacer perder el tiempo así a la ley? ¿Quién te ha dado esta carta?

—No comprendo —repitió el chico, sonriendo cortésmente al policía con sus dientes de conejo—. ¿Qué misterio, verdad? ¡Una carta en blanco! ¡Lo que se dice un misterio!

La palabra «misterio» chocó al señor Goon. Desde que los muchachos habían desentrañado dos raros misterios antes que él, habíase vuelto muy sensible al vocablo, temiendo siempre que los chicos pudieran adelantársele nuevamente.

—A lo mejor es una carta secreta —gruñó, contemplando el papel—. ¿No contendrá un mensaje secreto? ¿Quién te ha dado esto, muchacho?

—No comprendo —repitió el chico, con irritación.

—Bien... someteré el papel a una prueba para ver si está escrito con tinta invisible —fue la sorprendente declaración del señor Goon.

Al oír tales palabras, Bets quedóse boquiabierta.

—¡Oh, Pip! —cuchicheó—. ¡Ahora leerá ese grosero mensaje!

Entonces, el francesito dio muestras de juzgar que había llegado la hora de marcharse, porque, levantándose la gorra, hizo una nueva reverencia y desanduvo el sendero de acceso, renqueando. Al llegar al portillo, casi tropezó con Bets y Pip.

—«Bon jour» —saludóles cortésmente.

Bets sabía que el saludo significaba «Buenos días», pero apenas atrevióse a contestar por temor a que el chico prorrumpiera en llanto otra vez. Pip dirigióle una leve inclinación de cabeza y, asiendo del brazo a Bets, echó a andar a buen paso calle arriba, comprobando, con contrariedad, que el francés les seguía.

—¿Queréis llevarme a merendar con vuestros amigos? —preguntó el muchacho, ante el horror de la pareja.

—Pues, no —replicó Pip, enojado—. No está bien invitarse uno mismo a ningún sitio.

—¡Un millón de gracias! —exclamó el Chico, agregándose a los dos hermanos—. ¡Sois muy amables!

—He dicho que «no» —protestó Pip—. No podemos llevarte. Vuélvete a casa.

—¡Voy con vosotros! —insistió el irritante chico, tomando del brazo a Pip—. ¡Pero qué amables sois!

—¡Cielos! —exclamó Bets—. ¿Qué vamos a hacer con él? Apuesto a que Fatty le ha dicho que se hiciera el encontradizo y viniera con nosotros. Probablemente, Fatty quiere zafarse de él. Es un chico detestable.

Y, volviéndose a él, añadió:

—Vuelve a casa. ¡Dios mío! ¡Tengo la sensación de estar dirigiéndome a «Buster»! ¡Anda, vuelve a casa!

Entonces, ante la consternación de la chiquilla, el chico sacóse el pañuelo del bolsillo y empezó a, sollozar, otra vez. Pero sus sollozos eran muy raros, tan raros que, súbitamente, Pip arrebatóle el pañuelo y se lo quedó mirando de hito en hito. En sus ojos no había ni una sola lágrima y, en lugar de llorar, ¡reía a mandíbula batiente!

—¡Ja, ja, ja! —profirió el extraño muchacho—. Seréis mi muerte. ¡No puedo resistirlo más! ¡Oh, Bets! ¡Oh, Pip! ¡Voy a reventar de risa!

¡Era la voz de Fatty! ¡La voz «de Fatty»! Bets y Pip quedáronse petrificados. ¿Cómo era posible que aquel chico pudiese hablar con la voz de Fatty?

De improviso, el chico, llevándose la mano a la boca, despojóse de la chocante dentadura conejuna. Luego, tras una rápida mirada circular para cerciorarse de que nadie les miraba, levantóse la rizada cabellera y, debajo de la peluca, asomó el liso cabello de Fatty.

—¡Fatty, oh, Fatty! —exclamó Bets, demasiado pasmada para abrazarle—. ¿Eres tú?

—¡Caramba, Fatty! —farfulló Pip, despavorido—. ¡Eres un portento! ¡Nos has dado el timo maravillosamente! ¿Cómo te las arreglaste para ponerte la cara tan pálida? ¿Y esos dientes? ¡Son estupendos! ¡No hablemos de tu voz! ¡Hablabas exactamente igual que un chico francés bobalicón y tímido! ¡Pensar que incluso intenté hablarte en francés!

—¡Eso es lo malo! —profirió Fatty, regocijado—. Lo que resultaba más difícil era contener la risa. Esta mañana me dio un ataque un momento antes de presentarse vuestra madre en la habitación, y tuve que fingir que berreaba. ¡No se puede negar que os he engañado como a unos chinos!

—¿Cómo te atreviste a enfrentarte con el viejo Ahuyentador con esta facha? —inquirió Pip—. ¿Cómo tuviste valor?

—Me dije que, puesto que podía engañaros a vosotros tan fácilmente, el Ahuyentador tampoco me descubriría —declaró Fatty, echando a andar con ellos—. Vamos, encaminémonos a casa de Larry y decidle que me agregué a vosotros por el camino. Pasaremos otro rato divertido. Después, tendremos que discutir lo del viejo Ahuyentador y esa carta. ¡Quiera Dios que no sepa hacerla visible! ¡No era, que digamos, muy cortés!

Al llegar ante el portillo de Larry entraron en el jardín y, tras franquear la puerta lateral, subieron a la habitación del muchacho. Larry y Daisy hallábanse en ella y, al ver al chico francés, no pudieron disimular su sentida contrariedad.

—Se empeñó en venir con nosotros —explicó Pip, esforzándose en contener la risa—. Nos estaba acechando por el camino.

—¡Han sido «tan amables»! —intervino Fatty, dirigiendo una profunda reverencia a Daisy.

Bets soltó una carcajada. Inmediatamente, Pip le dio un codazo.

—¡No puedo contenerme! —farfulló Bets, entre risas—. ¡No me mires con esa rabia, Pip! ¡Te repito que no puedo contenerme!

—¿De qué está hablando esta chica? —gruñó Larry asombrado—. ¿No estará también chalada?

De improviso, Fatty declaró con su voz natural.

—Supongo que no tenéis inconveniente en que tome el té con vosotros, Larry y Daisy.

Larry y Daisy dieron un fuerte respingo. ¡Era tan inesperado oír la voz de Fatty de labios de aquel supuesto chico francés!

—¡Eh, granuja! —exclamó Daisy, pasmada—. ¿Conque eras tú? ¡Qué maravilla, Fatty! ¿Se trata de uno de tus disfraces?

—Sí —respondió Fatty, despojándose de su rizada peluca para mostrársela.

Todos se la probaron sucesivamente. Era sorprendente cómo cambiaban con ella puesta.

—Los dientes son también estupendos —ensalzó Larry—. Voy a pasarles un poco de agua y luego me los pondré. Apuesto a que no me conoceréis.

En efecto, Larry parecía otro con aquellos raros dientes conejunos. No eran dientes verdaderos, sino una imitación en celuloide blanco, con un ribete rosado en la parte superior para dar la sensación de que partían de la encía.

—¿Y tu cojera, y tu voz? —exclamó Pip, con admiración—. ¡Qué bien lo hacías! ¡A mamá la engañaste también por todo lo alto! No sólo lo conseguiste con tu disfraz, sino con tus facultades de actor.

—Siempre he tenido muchas dotes para el teatro —manifestó Fatty, afectando modestia—. Por lo regular, suelen darme el primer papel en las representaciones teatrales de la escuela. Antes de decidirme a ser detective, tenía intención de dedicarme a actor.

Por una vez sus cuatro amigos no intentaron atajar sus alardes. Todos le miraban tan extasiados y plenos de admiración, que Fatty empezó a sentirse algo molesto.

—Opino que eres un portento —declaró Bets—. Yo no sabría fingir así. Me asustaría. ¿Cómo «te atreviste» a presentarte ante el viejo Ahuyentador y a darle aquella grosera carta?

—Ahora creo que eso fue, en cierto modo, un error —reconoció Fatty, reflexionando—. Si pasa una plancha caliente por la hoja en blanco, leerá la carta. Y la verdad es que resulta un poco grosera.

—Terriblemente grosera —lamentóse Daisy—. Confío en que no se le ocurrirá ir a enseñarla a nuestros padres. ¡Sería espantoso!

Pip sentíase algo inquieto. Sus padres eran muy estrictos y no consentirían la grosería ni el mal comportamiento.

—¡Caracoles! —murmuró Pip—. ¡Esto es serio! ¡Daría cualquier cosa por recuperar esa carta!

Fatty, presentando ya su aspecto normal tras despojarse de la peluca y los dientes, miró a Pip unos instantes. Por fin, dijo:

—Has tenido una excelente idea, Pip. «La recuperaremos.» De lo contrario, el Ahuyentador irá a enseñársela a nuestros padres y se armará un zipizape.

—Lo malo es que no sé cómo lo conseguiremos —masculló Larry.

—¿Qué os parece si uno de vosotros se disfrazara y...?, —empezó Fatty.

Pero todos le interrumpieron.

—¡No! ¡«No pienso» enfrentarme con el viejo Ahuyentador!

—¡No me «atrevería»!

—¡Ni hablar! ¡Nos arrestaría!

—¡Me reconocería con cualquier disfraz!

—¡Está bien, está bien! —suspiró Fatty—. Volveré a enfrentarme con él valiéndome una vez más del disfraz de chico francés... y apuesto a que recuperaré esa carta.

—¡Eres un portento, Fatty! —exclamaron sus compañeros, todos a una.

Y Fatty trató en vano de afectar la debida modestia.

CAPÍTULO VI
FATTY Y EL SEÑOR GOON

—¿Pero cómo te las arreglarás para recuperar nuestra carta? —interrogó Larry—. Estoy seguro de que el viejo Ahuyentador no te la devolverá así como así.

—La suerte favorece a los valientes —declaró Fatty—. Y yo me propongo ser valiente. En primer lugar, quiero escribir otra carta con tinta invisible. Tráeme una naranja, Larry.

Larry se la dio y el gordito exprimióla en una taza. Luego, tomando su pluma con la plumilla limpia, escribió en una hoja de papel como la empleada anteriormente:

«Querido Ahuyentador:

Suponemos que se figura usted que desentrañará el próximo misterio antes que nosotros. No dudamos que lo conseguirá, pues nos consta que tiene usted un gran talento. ¡Buena suerte! Le saludan atentamente sus cinco admiradores,

Los Cinco Pesquisidores (y el Perro).»

Fatty leyó la carta en voz alta al tiempo que la escribía, entre las risas de sus compañeros.

—¡Ya está! —exclamó el gordito—. Si logro cambiar esta carta por la otra, no tendrá importancia que el Ahuyentador vaya pavoneándose por ahí y enseñándosela a nuestros padres.

Dicho esto, Fatty se introdujo de nuevo la dentadura postiza bajo el labio superior y, a continuación, calóse la peluca cuidadosamente. Al pronto, su aspecto modificóse como por encanto. No cabía duda que aquel disfraz era un primor.

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