Misterio en la casa deshabitada

 

Los cinco investigadores y Buster se encuentran durante las vacaciones de Navidad. La casualidad les lleva a verse inmersos en un nuevo misterio: la habitación de una casa deshabitada completamente amueblada. Poniendo en práctica los conocimientos y trucos detectivescos adquiridos por Fatty, el actual líder del grupo, consiguen aclarar el enigma a la vez que logran despistar al policía, el señor Goon.

Enid Blyton

Misterio en la casa deshabitada

Colección Misterio [03]

ePUB v1.2

gimli
07.12.11

Enid Blyton

Otros nombres: Enid Mary Blyton

País: Inglaterra

Nacimiento: East Dulwich, 11 de agosto de 1897

Defunción: Londres, 28 de noviembre de 1968

Escritora inglesa nacida el 11 de agosto de 1897 en East Dulwich y fallecida el 28 de noviembre de 1968 en Londres. Su verdadero nombre fue
Enid Mary Blyton
, aunque publicó tanto con su nombre de soltera,
Enid Blyton
, como con el de casada,
Mary Pollock
. Es una de las autoras de literatura infantil y juvenil más populares del siglo XX, siendo considerada por el Index Translationum como el quinto autor más popular del mundo, ya que sus novelas han sido traducidas a casi un centenar de idiomas, teniendo unas ventas de cerca de cuatrocientos millones de copias. Sin embargo, ha sido habitualmente ninguneada por la crítica, que la ha acusado de repetir hasta la saciedad modelos narrativos y estereotipos. Es principalmente conocida por series de novelas como
Los Cinco
y
Los Siete Secretos
(ambas ciclos de novelas cuyos protagonistas son jóvenes que forman una pandilla y que desentrañan misterios) o
Santa Clara
,
Torres de Malory
y
La traviesa Elizabeth
(ciclos ambientados en internados femeninos, la otra constante de su narrativa).

Título original

THE MISTERY OF THE SECRET ROOM

Traducción de

MARIA DOLORES RAICH

Cubierta de

NOIQUET

Ilustraciones de

J. ABBEY

© EDITORIAL MOLINO

Apartado de Correos 25

Calabria, 166 — Barcelona (15)

Depósito Legal B. 10393 - 1960

Número de Registro 3165 - 1960

Impreso en España — Printed in Spain

Gráficas Pérez - Calderón de la Barca, 3 - Barcelona

CAPÍTULO PRIMERO
DE LA ESCUELA AL HOGAR

Pip sacó sus bártulos de pintar y, tras atizar el fuego del cuarto de jugar, sentóse a terminar sus felicitaciones de Navidad.

—Te salen muy bien, Pip —comentó Bets, mirando por encima del hombro al muchacho—. Ojalá supiera iluminar dibujos perfilando los contornos como tú.

—Eres muy pequeña todavía —consolóla Pip, procediendo a pintar unas rayas rojas que figuraban en la felicitación.

—¡Pero si acabo de cumplir nueve años! —exclamó Bets—. Ya empiezo a ser mayor. Tú aún no tienes doce años, Pip, de modo que ahora sólo me llevas tres.

—¿Cuándo vendrán los demás? —inquirió Pip, echando una ojeada al reloj de pared—. Les dije que lo hiciesen temprano. Resulta muy divertido preparar nuestros regalos navideños juntos,

Bets acercóse a la ventana de la espaciosa sala destinada a los niños.

—Ahí vienen Larry y Daisy —anunció la niña—. ¡Oh, Pip! ¿Verdad que es maravilloso volver a estar todos juntos otra vez?

Bets no iba al pensionado como los demás y solía sentirse muy sola durante los trimestres de clase, cuando se hallaban ausentes su hermano Pip y sus tres amigos Larry y Daisy Daykin, y Fatty Trotteville.

Pero, al presente, eran las vacaciones de Navidad y estaban todas en sus respectivos hogares. Bets no cabía en sí de gozo. Volvía o disfrutar de la compañía de su hermano, se acercaba Navidad y, por si fuera poco, «Buster», el encantador perro de Fatty, por el cual la niña sentía tanto cariño, acudiría a verla todos los días sin excepción.

Larry y Daisy subieron la escalera de acceso al cuarto de jugar.

—¡Hola! —saludó Larry—. ¿Aún no has terminado tus felicitaciones? Yo todavía tengo tres por hacer y a Daisy le falta un regalo por terminar. Lo hemos traído todo aquí.

—¡Buena idea! —celebró Pip, metiéndose el pincel en la boca para afinar la punta—. Hay mucho sitio en la mesa. Fatty no ha venido todavía.

Un fuerte ladrido procedente del exterior atrajo de nuevo a Bets a la ventana.

—¡Es «Buster»! —exclamó la niña—. Ahí viene Fatty. ¡Cielos! ¡Me parece que está más gordinflón que nunca!

A los pocos momentos, Fatty y «Buster» entraron en la sala, el chico muy atildado y satisfecho de sí mismo, y el perro loco de excitación, echándose encima de todos y lamiéndoles a más y mejor.

—¡Hala, querido «Buster»! —profirió Bets—. ¡Oh, Fatty! ¿Sabes qué te digo? ¡Que «Buster» se ha adelgazado y tú has engordado!

—¡Y habrá que ver a Fatty después de Navidad! —bromeó Larry, instalándose en la mesa— No creo que haya adelgazado un ápice para entonces. ¿Has traído tus felicitaciones para terminar, Fatty? A mí me faltan muy pocas para completar mi lista.

Larry y Daisy eran hermanos. Fatty era hijo único, siempre muy satisfecho de sí, y «Buster» era su fiel compañero. Los cinco chicos y «Buster» habían trabado una firme amistad.

Fatty depositó un grueso libro y una bella felicitación navideña hecha por él mismo, sobre su amplia mesa de trabajo.

—¡Qué preciosa felicitación, Fatty! —ensalzó Bets, tomándola al punto—. ¿Es posible que la hayas hecho tú? ¡Válgame Dios! ¡Es tan bonita como las que venden en las tiendas!

—¡Oh, verás! —alardeó Fatty, complacido—. No dibujo del todo mal, ¿sabes? Este trimestre he vuelto a obtener sobresaliente, y el profesor de dibujo aseguró...

—¡Silencio! —exclamaron Pip, Larry y Daisy, todos a una.

Fatty tenía la mala costumbre de jactarse de sus habilidades, y sus compañeros habíanse propuesto corregirle.

—¡Está bien, está bien! —refunfuñó Fatty, ofendido—. ¡Siempre contra mí! Ahora no pienso deciros para quién es esta felicitación.

—Me figuro que para tu adulador profesor de dibujo —masculló Pip, pintando cuidadosamente una hoja de acebo.

Fatty guardó silencio.

—Dime para quién es —instó Bets, mirándole—. Quiero saberlo. Opino que es preciosa.

—De hecho —manifestó Fatty—, abrigaba el propósito de mandar esta felicitación y este libro a un amigo nuestro, de parte de «todos» nosotros. Pero, en vista de que Bets es la única que admira la felicitación, la mandaré por mi cuenta.

Los otros miráronle asombrados.

—¿Para quién es entonces? —preguntó Daisy, tomándola para contemplarla—. Es estupenda. ¿Estos cinco chicos somos nosotros? ¿Y ese perro, «Buster»?

—En efecto —asintió Fatty—. ¿Adivináis para quién es? Pues para el inspector Jenks.

—¡Oh, qué buena idea! —celebró Bets—. ¿Y el libro también? ¿De qué trata?

La niña abrió el ejemplar. Era un libro sobre pesca.

—Has tenido una magnífica idea, Fatty —reconoció Larry—. El inspector está loco por la pesca. Estará encantado con el libro y la felicitación. Mándaselos de parte de todos nosotros. Son preciosos.

—Eso es lo que me proponía —declaró Fatty—. Podemos pagar el libro entre todos y escribir nuestros nombres en la felicitación. Mirad lo que he puesto dentro.

Fatty abrió la felicitación y sus amigos inclináronse a mirar las primorosas y bellas letras de imprenta que componían la siguiente frase:

«FELICES PASCUAS DE LOS CINCO PESQUISIDORES... Y EL PERRO.»

—¡Estupendo! —ensalzó Pip—. ¡Caracoles! ¿No os parece que lo hemos pasado muy bien haciendo de Pesquisidores? Confío en que tendremos más misterios que desentrañar.

—Desentrañamos el Misterio en la villa incendiada y el Misterio del gato desaparecido —recordó Daisy—. Siento curiosidad por saber cuál será nuestro próximo misterio. ¿Creéis que se nos ofrecerá alguno en estas vacaciones?

—No me sorprendería —respondió Fatty—. ¿Alguno de vosotros ha visto al viejo Ahuyentador?

El Ahuyentador era el policía del pueblo. Se llamaba señor Goon y los chicos le detestaban. Él les detestaba a su vez, sobre todo desde que, por dos veces ya, habían logrado resolver sendos problemas antes que él.

Ninguno había visto al señor Goon, ni tenían particular interés en verle. El policía distaba mucho de ser una persona simpática y, para colmo, tenía una carota colorada y los ojos saltones como una rana.

—Propongo que firmemos todos esta felicitación —instó Fatty, sacando del bolsillo una bonita estilográfica.

Fatty tenía siempre lo mejor de lo mejor, amén de abundante dinero para sus gastos. Pero, como siempre estaba dispuesto a compartir este último con los demás, no había complicaciones.

—Primero, el mayor —aconsejó Pip.

Así, pues, Larry tomó la pluma. Tenía trece años. El muchacho firmó primorosamente con su nombre y apellido: «Lorenzo Daykin».

—Ahora yo —intervino Fatty—. Cumpliré trece años la semana próxima. Tú no los cumplirás hasta Año Nuevo, Pip.

Y el gordito firmó, a su vez: «Federico Algernon Trotteville».

—Apuesto a que nunca firmas con tus iniciales completas. Fatty —comentó Pip, tomando la pluma—. Diría «F. A. T.»
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—Naturalmente que no —repuso Fatty—. Tú tampoco lo harías si tuvieses mis iniciales. Sería buscar tres pies al gato.

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